El sol caía como una llamarada lenta sobre la piel, y la arena, tibia, parecía latir al compás del cuerpo. El agua subía y bajaba, rozando con una dulzura que quemaba, dejando sal y deseo en cada poro. Había en el aire un silencio vibrante, el instante exacto en que la respiración se mezcla con el viento y todo se vuelve más cercano, más necesario. El roce del mar, la luz dorada, el temblor leve de una caricia que no termina de darse; todo era un lenguaje sin palabras, una danza suspendida entre el fuego del sol y el pulso del océano.























0 comentarios - Arena, agua y sol: estudio del deseo