Con mi papá nos cogimos a un trava

Con mi papá trabajamos juntos hace ya unos años. Apenas terminé el secundario, comencé a trabajar en con él en mantenimiento de algunos edificios. Trabajamos casi todo el día y normalmente volvemos en el auto por la noche. Siempre tomamos el mismo camino: Ruta 8. Pasamos por los mismos lugares siempre y vemos a las mismas personas. En algunas esquinas específicas vemos a los mismos travestís de siempre y hacemos chistes al respecto: “mira que culo tiene la morocha”, “con un par de cervezas encima, la llevo para casa”. Bromeamos. 

A mí particularmente me llama la atención una morocha. Casi siempre de calza, blanca o roja, que hace que se le marque bien el ojete. Me vuelve loco. Arriba siempre un top con un escote generoso que deja ver la mitad de pechos. Siempre provocativa, con actitud. Cada vez que pasamos nos ficha. Mira el auto con detenimiento, desafiante. Yo no puedo sacarle los ojos de encima. 

Un viernes a la noche, mi papá hizo un comentario ocurrente: “esta linda la morocha”. En joda retruco el comentario y le digo “la llevamos?”. Ambos reímos pero un silencio sospechoso. Pocas cuadras después en pleno silencio él pregunta: “hay birras en casa?”. Asiento con la cabeza y sigue: “y si hoy nos divertimos un poco y la llevamos”. Nos quedamos mirando y solo bastó una sonrisa para entender lo que queríamos. Sin compromisos y sin vueltas. No hacía falta decir nada, todo estaba claro. Ustedes me entienden. 

Entusiasmados retomamos el camino hasta aquella esquina donde nos esperaba la morocha en cuestión. Todo era adrenalina aunque en algunos momentos de lucidez no lograba entender lo que estaba pasando. Todo parecía irreal, mi papá y yo en busca de un trava para coger. Impensado. 

Llegamos al punto de encuentro y con una mirada la llamamos. “Hola guapos, que buscan?”, soltó sin preámbulos apoyándose en el auto. “A vos, bebé”, le dijo mi padre denotando experiencia en el tema. Explicamos rápidamente la situación y le ofrecimos ir a casa a pasar una noche de entretenimiento. No se veía convencida. Intentó sumar a una de sus amigas pero nos negamos, la queríamos a ella. “Vos también me querés a mí?”, me retrucó a modo intimidatorio. Yo solo asentí con a cabeza sin sacarle la vista a su hermoso escote. Luego de varios idas y vueltas logramos convencerla, subió al auto y emprendimos viaje a casa. Mi pija ya no daba más, quería salir del pantalón a toda costa. 

Durante el viaje, mi papá se encargó de entablar conversación para ir soltándonos. Yo solo me imaginaba una y mil situaciones posibles y ninguna terminaba en esta pero no quería dar marcha atrás. Quería cogerme ese culo hermoso que veía todos los días. El morbo y las fantasías pudieron más. 

Entramos a casa, dejamos las cosas y automáticamente agarramos las cervezas de la heladera para el relajo total. Mi papá se sentó con ella en el sillón, mientras a pocos metros me senté en una de las sillas del comedor. Sin mucho más que decir, ella comenzó a tocarlo poniéndose cada vez más cariñosa. Mi papá, al palo, no se quedó atrás y la siguió. En primera fila estaba en presencia de un franeleo que me excitaba cada vez más. “No querés sumarte!?”, me dijo mirándome a los ojos mientras mi padre le besaba el cuello y le acariciaba las tetas. Esa tensión sexual estaba a punto de romperse. Me hicieron un lugar y me sumé. 

Lo primero que atiné a hacer fue tocarle el bulto. Me intrigaba demasiado sentir sus huevos. Automáticamente fue abriendo sus piernas. Metimos manos por todos lados. Ella de repente se levantó y se arrodilló en el piso. Mi papá y yo quedamos sentados uno al lado del otro. “Quiero comerme esas pijas”, nos dijo sin sacarnos las manos de encima. Mirándola a los ojos nos fuimos despojando de nuestros pantalones para entregarle la pija. Padre e hijo, con la verga erecta, disfrutando de un trava deseosa de chupar pija. Con sus manos tomo cada una y comenzó chupando la mía. Jamás sentí tanto placer, la chupaba como los dioses. De a ratos ella levantaba la vista a modo de provocación. Mi padre fue sacándole el top para agarrar sus tetas con sus propias manos. Ella se recogió y siguió chupando. Unos minutos después siguió con la pija de mi papá. La tragó entera de un bocado y aguantó unos segundos. El viejo echó su cabeza para atrás y ella sacó su boca deslizando su lengua por toda la pija. Sonreía de placer. 

No logré aguantarme más y con movimientos sutiles la subí de a poco al sillón. Ella seguía chupando. Yo aprovechaba y de a poco le fui bajando la calza hasta dejarla en una diminuta tanga que dejaba escapar sus huevos por los costados. Quedó en cuatro mostrando su culo casi en mi cara. Ella soltó la pija de mi papá solo para decirme: “no me vas a chupar la colita”. Su asterisco ya demostraba experiencia. Me lancé y metí mi lengua por todos los lugares donde pude. Rápidamente estábamos los dos desnudos. Yo chupándole el culo y ella chupándole la pija a mi papá. 

Entre derrotada, cansada y excitada, se desplomó en el sillón ante nosotros. Con una mirada cómplice, mi papá se desnudó por completo para estar a tono con la situación y precedimos a poner nuestras pijas en su boca. Por primera vez en mi vida la pija de mi papá y la mía se tocaban y no solo sino que lo hacían para entrar en la boca de esta morocha que disfrutaba del encuentro metiendo su mano dentro de su tanga para manosear su verga. Esa imagen quedará guardada para siempre, tanto que no podía sacarle los ojos de encima a ese bulto que iba creciendo cada vez más. 

“Quien va ser el primera en chuparla?”, dijo muy sensual. El pico de excitación había llegado a su punto máxima que ya no me importaba nada. Automáticamente bajé obedeciendo sus órdenes y me prendí a su pija como jamás lo había hecho. Mi lengua tocaba cada parte de su cerca y asumiendo mi inexperiencia fui haciendo lo que ella me indicaba. Mi padre, mientras, disfrutaba de aquel espectáculo. Ella puso sus piernas en mi hombro y apretó mi cabeza para que me la trague toda. “Viste como la chupa?”, le dijo a mi papá. “Vos querés metérmela?”, preguntó. 

No hizo falta responder a semejante propuesta. Mi papá se sentó con la verga del tamaño del Obelisco y con una seña la invitó a sentarse encima. Yo casi desde el suelo miraba todo sin perderme nada. Vi detalladamente cómo la pija de mi papá desapareció en el culo del trava que hizo un pequeño quejido de placer. “No vas a seguir chupando?”, me preguntó. Una vez más asentí y volví a meter su verga en mi boca. Cada movimiento de mi padre hacía que su chota llegue hasta mi garganta. Una y otra vez. 

Continué por sus huevos y luego subí para chupar esas tetas hermosas que me esperaban desde el principio. Los movimientos de mi papá se hicieron más duros que solo me conformé con ver lo que sucedía mientras ella gritaba de placer y su pija rebotaba en su panza de tanto subir y bajar. 

Llegó mi turno de ponerla. No le dimos descanso y ella tampoco lo quería. La puse en cuatro y se la metí hasta el fondo, sin preámbulos. Mi padre la dejo bastante abierta para que todo sea más fácil. Le di duro, como dijo gustarle. Entre tanto jadeo y disfrute manoteaba entre el sillón en busca de la pija de mi padre. Y así quedamos por unos minutos. Ella en cuatro atragantándose con la verga de mi papá mientras yo, con un buen ritmo, le rompía el orto. Su pija, seguía balanceándose de un lado a otro. 

Ella quería más. Luego de unos segundos de descanso se recostó en el sillón y con sus manos se abrió más el culo, pidiéndonos que ambos metemos su pija por ahí. “Quiero toda su leche acá”, nos suplicó. No nos achicamos y obedecimos a su deseo. Esta vez fui yo quien se sentó en el sillón para que ella se suba encima mío. Con mucha delicadeza, mi padre fue metiendo su pija en el mismo lugar. Nuevamente nuestras vergas se juntaron, esta vez en el culo del trava. Ella no podía, tenía lo que quería. Con movimientos suaves fuimos rompiéndole el ojete a la morocha que volaba de placer. Al grito de “me duele pero no paren”, pidió que le acabemos adentro. Quería sentir como la lechita se le escurría por el culo. Yo fui el primero en acabar. Mi pija al estar completamente adentro, largo toda su leche en su cola. Al sacarla, siguió mi papá. De repente todo su ojete se llenó de nuestro semen. Al sacar nuestras pijas, ella metió sus dedos para poder saborear el regalo que les dejamos. “Y a mí quien me hace acabar?”, dijo. Era el turno de mi papá que se prendió a la pija del trava y la chupa hasta largar toda la leche. “Ay que rico”, susurró al acabar. Esta vez su leche terminó en su abdomen. 

Su cuerpo terminó lleno de semen. En su culo el nuestro, en su panza el propio. Y así permaneció unos minutos en el sillón. Descansando de una cogida sin precedentes. Un padre y un hijo se la cogieron cómo ella quiso. Una noche perfecta. 

Con mi papá nos cogimos a un trava

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