Lucia Reynier: Un adolescente crossdresser III

Finalmente, han pasado los días y, la ropa de Wendy sigue en mi poder. No he podido devolvérsela, ya que ha estado ausente lo que quedaba de semana. Así que ahí sigue, metida en la bolsa de deportes, que es el único lugar donde estoy seguro de que mi madre no miraría. En el armario hay sitios donde creo que estaría a salvo, pero no tengo la seguridad de que no se ponga a guardar algo, o a reorganizar el armario, y la vea.

No tener que devolverla es un alivio, temporal, pero necesario. Después de tantos años imaginando como sería lo de llevar ropa de chica, poder ponérmela al fin ha sido un autentico descubrimiento. Antes lo más que podía llegar, aparte de las escasas ocasiones que ya comenté en su momento con mis primos, era cuando me enrollaba una toalla al rededor de la cintura, o una vez que rompí unos vaqueros, cortando la parte de la entrepierna, para que parecieses una minifalda vaquera. Era una solución un tanto chapucera, pero me valió unos pocos días hasta que lo descubrió mi madre y los tiró a la basura. Ella no llegó a sospechar nada. Simplemente pensó que se habrían roto.

Así que estos tres días que llevo con el uniforme de mi compañera han sido como una excursión al cielo de mis fetiches sexuales. Me lo he puesto siempre que he podido. En cuanto mis padres no estaban en casa, rápidamente me desnudaba y me pajeaba con la ropa puesta. Después del incidente con el empleado de la luz, vivo obsesionado con todo esto. Casi no puedo pensar en otra cosa. El lunes, cuando me toque devolvérsela, no sé como se lo voy a explicar, porque es evidente que la ropa no va a estar en el mismo estado que estaba cuando la cogí. Me he preocupado de no dejar ninguna mancha de semen, ni de nada similar, pero estará arrugada y se notará que algo ha pasado con ella. Lo único que podre´decirle a Wendy es que la bolsa dio muchos tumbos, y que como la ropa iba dentro, pues se arrugó. Espero que sea lo bastante convincente.

En todo caso, tenía el fin de semana para sacar ratos en cuanto me fuese posible, e ir dándole uso, pero mis planes se torcieron el viernes cuando mis padres me anunciaron que me iba con mis primos a pasar el fin de semana. Se van al pueblo, y muchas veces aprovechan para que vaya yo también y así tener el fin de semana para ellos solos. Por mucha rabia que me de, no puedo hacer nada. Ni podría explicar porque de pronto no quiero ir con mis primos, cuando siempre me he llevado bien con ellos, ni tampoco les podría convencer de quedarme, cuando seguramente ya ha hecho planes.

Así que, con toda la tristeza del mundo, el viernes, cuando llegué a casa, dejé mis cosas, entre ellas mi tesoro más preciado, y me fui en autobús a casa de mis primos. Allí me aguardaba una pequeña sorpresa. Mi primo había conseguido convencer a mis tíos de que él y yo nos quedásemos el viernes. Con la excusa de que queríamos estudiar juntos, había conseguido una dispensa. Nos quedaríamos el viernes él y yo solos, y el sábado por la mañana vendría mi tío a buscarnos.

Es la primera vez que nos dejan quedarnos solos. Las otras veces entendían que aún eramos muy pequeños. Esta vez en cambio han accedido, animados supongo por la promesa de que era para estudiar, lo que, por descontado, es falso.

A eso de las siete, se han marchado dejándonos, con dinero suficiente para pedir una pizza, y los libros abiertos como si realmente fuésemos a leerlos. En cuanto se han ido, mi primo no lo ha dudado, ha cerrado el suyo y ha abierto la videoconsola. Hemos estado un rato jugando al Tekken. Un juego de lucha donde yo siempre escojo luchadoras, lo que a mi primo le hize gracia, aunque no le da mayor importancia.

Tras una hora, hemos parado. Eran las ocho y tocaba pensar en la cena, que hemos pedido por teléfono. Tardaría aún cuarenta minutos y, mi primo, me ha propuesto ver porno en el ordenador mientras esperamos.
La última vez que vine también vimos un poco. Aprovechamos un momento donde mi prima y mis tíos se habían ido a la calle, y se conecto por internet. Apenas estuvimos media hora y, la verdad, es que nos hizo más gracia que otra cosa, porque no había tiempo material para excitarse ni nada similar.
Esta vez en cambio, teníamos toda la noche para hacer lo que quisiéramos. Así que, cuando nos sentamos en los asientos que tiene frente a su ordenador, y pusimos el primer video, nos preparamos para una sesión algo más extensa que la otra vez.

El caso es que, ver porno, sin poder tocarte, es un poco incordio. Porque al final, cuando llevas un rato, te acabas excitando lo quieras o no y, si no tienes confianza con la otra persona como para hacerte una paja, acabas pasándolo peor que mejor y, nosotros, nunca habíamos hecho algo así. Resultaba un poco incomodo cuando notabas como tu polla se estaba poniendo tiesa como un palo y no podías hacer nada. Yo incluso llegué a colocármela con disimulo para que no se notase tanto, pero el caso es que, al final, mi primo no se aguantaba, y con todo es descaro del mundo terminó por sacársela y empezar a pajearse.

Al ver que me quedaba mirando con cierto gesto de asombro, se disculpó. Supongo que pensaba que yo acabaría por hacer lo mismo y, al ver que no era así, terminó cortándose.
-Perdona -me dijo-. Es que estoy muy caliente. Pensaba que tú también.
-Si, yo también lo estoy -le respondí con una media risa nerviosa-. Es que no me lo esperaba. Como nunca te lo había visto hacer.
El caso es que, al final llegamos a un acuerdo, que en realidad fue idea mía. El se quedaría un rato a solas viendo el video mientras se masturbaba, hasta que se corriese, y yo la haría después.

En realidad solo buscaba una excusa para otra cosa que se me acababa de ocurrir. Al principio, no le había dado mucha bola, porque pensaba que era una idea absurda, pero a medida que le daba algunas vueltas, con el calentón que llevaba y mi creciente obsesión por el travestirme como fuese, había terminado por ceder a la tentación. Mientras él se pajeaba, yo me encerraría en la habitación de mi prima y me pondría alguna falda y algunas braguitas que hubiese por ahí. Nada aparatoso, una minifalda elástica, que ella tenía muchas, y unas braguitas normalitas. Lo bastante como para desahogar mi fetiche, y lo suficientemente simple como para poder hacerlo rápido. Como iba a encerrar con pestillo, si mi primo acaba antes que yo, no me podría sorprender, y simplemente le diría que me estaba pajeando mientras miraba las bragas de Ana. No era muy elegante, pero estoy seguro de que él también habrá hecho cosas simulares.

Llegué a la habitación de mi prima hecho un manojo de nervios. Tenía que darme prisa, no creía que mi primo tardase más de diez o quince minutos. Yo podría permanecer encerrado unos cuantos más con al excusa, pero tampoco podía explayarme demasiado.
Revisé el armario. No sabía donde guardaría las minifaldas, pero imaginaba que sería en un cajón. Al abrir el primero, no estaban, pero si se encontraban las piezas de ropa interior que solía usar. Entre ellas un conjunto de encaje, simple pero elegante, con figuritas en forma de corazón, y de un tejido que yo creo que era parecido a la seda.
No tenía planeado ponerme sujetador. Era demasiado aparatoso, pero el conjunto era tan bonito, que no me pude resistir. Me desnudé a toda prisa, temblando por todo el cuerpo de la emoción de saber que me estaba poniendo unas bragas, a apenas diez metros de donde se encontraba mi primo.
Después tocaba ponerse la falda. No encontraba donde las guardaba pero, colgado de una percha, había un vestido negro, con una raya roja en cada lateral, elástico y que se veía bastante cortito.

Nada más verlo se me aceleró el pulso. Era perfecto. Bonito y sexy. Nunca me había puesto un vestido, pero este era precioso. No lo dudé, lo desenganche y empecé a ponérmelo por lo pies. Cuando lo tenia ya por la cintura pude oír a mi primo, que se acercaba por el pasillo.
-Ya está -me gritó-. Te toca. Date prisa que van a venir los de la pizza.
Yo miré el pestillo para asegurarme de que lo había puesto. No había peligro. Es uno de esos internos, que se acciona girándolo, y efectivamente lo había hecho bien.
-Un segundo -respondí-. Ahora salgo, dame…
No me dio tiempo a decir más. La manilla bajó, y la puerta se abrió, dejándome expuesto, con el vestido a medio poner. Mi primo, que había entrado con cara sonriente, como quien está haciendo una broma, se le había transformado en un poema.

Yo me quedé helado allí, viendo como me miraba, y él no fue capaz de decir nada. Se quedó tan estupefacto que solo acertó a volver a cerrar y marcharse al salón. No sabía que hacer. Me senté sobre la cama mientras el mundo se me caía encima. Me acaban de descubrir. Mis peores temores se habían cumplido. Que locura había hecho. Estaba tan excitado con la idea, que no me había dado cuenta de lo que significaba que algo pudieses salir mal. Ahora, de golpe, estaba cayendo en la cuenta. No podría explicarlo. Si mis padres se enteraban, no quiero pensar lo que pasaría. Suponía que mi primo no diría nada, pero, yo que sé.

El caso es que, tras unos segundo en silencio, respiré hondo, e intenté tranquilizarme. Ya daba igual. Esto no había más forma de explicarlo que decir la verdad y, puestos a ello, era mejor ser consecuentes. Había que ir hasta el final, explicarlo y esperar que mi primo se portase bien conmigo. Que no le diese por chantajearme ni nada similar. Y ya que lo iba a hacer, lo haría bien. Terminé de ponerme el vestido, me coloqué un poco el pelo y, ya que estaba, aproveché para ponerme unas medias negras muy finas, de las que solo te llegan hasta un poco más arriba de la mitad del muslo. Como me había depilado hacia un par de días, todo el conjunto me quedaba genial. Luego me puse unos zapatos de tacón bajo. No era plan de ir trastabillando más de lo que ya lo había hecho, y tal y como me temblaba todo, un tacón alto habría sido un esguince seguro.

Salí de la habitación de mi tía y fui a la sala de estar donde mi primo se había puesto la tele. Respiré hondo otra vez antes de entrar, y finalmente abrí la puerta.
Mi primo se me quedó mirando como si fuese la primera que vez que me veía así. Como si la anterior no hubiese existido. Finalmente, tras unos segundo se rió y me preguntó que hacía con esa ropa. Creo que pensaba que estaba de coña o algo así.

Le explique la verdad. Le dije que desde pequeño me gustaba ponerme ropa de chica, lo que rápidamente le llevó a recordar las dos ocasiones en las que, jugando, me había puesto ropa de nuestra prima, siendo aún pequeños. Aquello le debió encajar las piezas, y me creyó sin grandes problemas. Estuvimos un rato hablando, él con tono perfectamente normal, y yo, ya más tranquilo, calentándome poco a poco al ser consciente de que, por primera vez, estaba delante de alguien que me conocía, explicándole mi secreto, y vestido de chica con un conjunto de ropa interior que me enloquecía cada vez que era consciente del tacto sedoso que tenía sobre mi cuerpo, y de un vestido corto y ajustado, que para más morbo tendía a ir subiéndose. De hecho, la primera vez que lo agarré por los laterales para bajarlo un poco, me vía mi mismo, como si lo hiciese desde fuera, y me sentí tan femenina, que una oleada de calor me empezó a recorrer el cuerpo.

A mi primo, que también se había percatado del gesto, se le apareció una media sonrisa picará. Eso me puso aún más nerviosa si cabe, porque, en cierto modo, confirmaba que mi aspecto no era ridículo ni absurdo. Ya lo sentí el otro día cuando me paso lo del contador del agua, y ahora me daba la sensación de que pasaba lo mismo. Mi primo me observaba, y no veía a un chico vestido de chica, venia a una chica de verdad. Y si no fuese porque el sabía que no era así realmente, creo que incluso le habría excitado lo que veía.
Le pregunté sin tapujos si me veía bien.
-Joder, pareces una tía de verdad. Si te viese por la calle y llevases una gafas o un peinado diferente, estoy seguro de que no me daría cuenta.

Obviamente, oír eso hacia que me calentase aún más. Tenía claro que no primo no era gay. Había tenido ya algunas novias y tenia esas cosas claras. Y sabía también que decía estas cosas por amabilidad, pero también que no las diría si no fuesen ciertas.
En eso sonó el telefonillo del portal. Ambos nos miramos con gesto divertido. No hacía falta decir nada, los dos pensábamos lo mismo, pero por si acaso, me adelanté y me fui hacia la puerta.
-¡Abro yo! -dije sin dar opción.
-Por supuesto.
Nos reímos y, cuando finalmente oímos llegar al ascensor, me dispuse a abrir la puerta, mientras mi primo iba a la cocina a por el dinero.

Cuando abrí, el chico que traía la comida no dijo nada, ni hizo ningún gesto extraño. Mi primo llegó, le dio el dinero, y recogió la pizza. Los tres nos despedimos. Yo en ningún momento me sentí incomoda. Al contrario, la normalidad de la escena me encantó. Realmente parecía una chica y me sentía como tal. Un chica, no demasiado guapa, pero tampoco fea, que llevaba un vestido corto que se subía y que, en el ultimo momento antes de que el pizzero se volviese al ascensor, decidí bajarme con las manos como ya había hecho antes. El muchacho no puedo evitar fijarse mientras las puertas se cerraban y, mi primo y yo, nos quedamos mirándonos, muertos de risa, como si hubiese ligado con el chico y lo estuviésemos celebrando.

Me sentí eufórica. Lo que parecía que iba a ser el peor momento de mi vida, se estaba convirtiendo en el mejor, gracias a la complicidad de mi primo. En la tele estaba sonando música en ese momento. Yo empecé a bailar con movimientos sinuosos mientras mi primo dejaba la pizza encima de la mesa. Al darse la vuelta y verme contoneandome, no pudo evitar reírse, pero no se reía de mi. Había algo más. La emoción del momento, los nervios que él también habría pasado, y la euforia que sin duda también le afectaba, hacían que estuviese como borracho. Sin perder la mirada, se sentó en el sofá que había al lado de la mesa y se quedó como embobado mirándome, con una sonrisa cómplice que a mi me estaba volviendo loca.

Yo estaba en éxtasis. El chute de adrenalina con el pizzero había sido brutal. La música, el baile que, curiosamente, no solo no me hacía sentir ridícula, si no que me estaba embriagando cada vez más, unidos a la mirada que veía en mi primo, me estaban haciendo perder la cabeza.
Me aproximé. Muy despacio y muy sensual. Al llegar a su lado me puse frente a él, juntando mis rodillas con las suyas, y volví a bajarme un poco el vestido que se había vuelto a subir.
-¿Como lo hace Ana cuando lleva esto? -pregunté con voz divertida- Es imposible, se sube todo el rato.
-Hace lo mismo que tu -contesto mi primo-. Deja que se suba un poco, lo baja, y pone cachondos a todos los tíos.

El corazón empezó a palpitarme muy rápido. Podía estar equivocada, pero tenía la impresión de que mi primo acababa de insinuar que le estaba poniendo cachondo. En realidad, estaba segura de que eso era exactamente lo que había querido decir. Me seguí arrimando. Él seguía sentado en el sofá. Tenia las piernas abierta, y una de sus rodilla apuntaba hacia mi. Me situé encima, mientras seguida bailando, moviendo la cadera lentamente y con los brazos en alto. Su pierna rozaba contra el interior de mis muslos y, muerto de excitación, y supongo que de curiosidad, llevó su mano hacia la rodilla, como si quisiese meterme mano con disimulo.
Para entonces mi respiración se había vuelto tan profunda por la excitación, que empezaba a parecer un jadeo. Él también respiraba con mucha fuerza. Su mano, finalmente contacto con la parte interior de mi muslo derecho. La noté ahí, y sentí tal lujuria que solo pude mirar hacía el techo y cerrar los ojos, mientras mi respiración se aceleraba aún más. Su mano empezó una lenta ascensión. Era como si no estuviese seguro de si realmente quería hacer eso, pero al mismo tiempo una fuerza invisible el obligase, hasta que llegó a la parte baja de las braguitas, y empezó a acariciarla como si allí hubiese un coño.
Si no me desmayéen ese momento, fue de puro milagro. Esa zona, aunque no sea realmente un coño, es bastante sensible. Yo la había explorado alguna vez,simulando ser una chica que se masturba, y había descubierto que, aunque no fuese como hacerse una paja, tenía suficiente morbo y se sentía lo bastante, como para acercame a una estado casi pre-orgásmico.

Me llevé parte de mi pelo a la boca, en un gesto nervioso, mientras empezaba a jadear, excitado por las caricias que mi primo estaba haciendo es esa zona. Después, respiré un poco, y decidí ir más lejos. Cogí un pedazo pequeño, de la pizza que estaba nuestro lado, y se la cerque a la boca mientras el seguía masajeándome mi clítoris imaginario.
-¿Tienes hambre? -le pregunté.
Él asintió con la cabeza, y le dio un mordisco al pedazo. Yo le di otro, en el mismo sitio que él había mordido. Trague el pedazo, igual que él, y arrimé mi cara a la suya hasta dejarla a pocos centímetros.
-Aún tengo hambre -le dije-. ¿Y tu?
-Yo también.
Ambos nos miramos y, finalmente, se lanzó a besarme.
Me volví loca mientras él perforaba mi boca con su lengua. Ambos nos besábamos al tiempo que jadeábamos de la excitación. Su mano ya no me acariciaba, porque me había sentado sobre su pierna, pero sus manos recorrían mi cuerpo como si quisiesen describírselo a un ciego. Me tocó el culo y lo agarró con ambas manos mientras yo sonreía por el gesto. Las mías no tardaron en buscar mi siguiente botín.
Comencé a desabrocharle el cinturón, sin dejar de mirarle a la cara. Por unos instantes tuve miedo de estar llegando demasiado lejos y que me rechazase cuando viese lo que me proponía. Al fin y al cabo, en su cabeza tenía que haber un lio descomunal, porque él estaba seguro de su heterosexualidad, pero ahora, se disponía a tener sexo explicito conmigo. Y aunque todo había sido muy gradual, siempre cabía la posibilidad de que, en algún punto, estuviese un límite que él no estuviese dispuesto a pasar, por miedo a sentirse mal después, y que yo me estuviese acercando a él.

Mis manos, a pesar de los nervios, no tuvieron problema para desenganchar la hebilla, ni tampoco hubo complicaciones con el botón del pantalón. Yo seguía mirándole. Buscaba cualquier señal que indicase que debía parar. Me moría de ganas de hacerlo. No dejaba de sentir fuego en la boca por lo besos, y calor en la piernas, cada vez que era consciente de la ropa que llevaba puesta, y de como hacía esta que me viesen. Por descontado el vestido se había vuelto a subir. Siempre lo hacia hasta el borde justo antes de enseñar más de la cuenta, y eso hacía que me sintiese tan increíblemente sexy que, llegada a este punto, ya no me lo recoloqué más.

Comencé a bajar la cremallera con una de mis manos, mientras la otra palpaba el bulto que levantaba el pantalón como si fuese una tienda de campaña. Lo tenia tan duro, que solo de sentirlo supe que no me iba a detener. Debía estar realmente excitado para tener aquella piedra debajo del pantalón. Cuando termine de bajar la cremallera, él levantó un poco el culo, invitándome a quitarle el pantalón. Si hacía falta alguna señal para seguir adelante, era esta sin duda. Tuve que incorporarme un poco para terminar de sacárselo.
Él me miro, de pié, tirando de su pantalón, y con el vestido tan subido que las medias quedaban a medio palmo del borde de la falda, cuando normalmente suelen estar tapadas por ella. Creo que eso le puso aún más cachondo, pero no hizo nada. Sabía lo que venía a continuación, y se dejó hacer.

La primera vez que le pude ver la polla, en todo su esplendor, tras quitarle también el calzoncillo, me quede como hipnotizada. Ahí estaba. La primera polla que iba a tocar en mi vida, aparte de la mía. Tiesa como un palo. Me pareció preciosa. No quise tocarla hasta estar de rodillas frente a ella. Como si fuese un altar al que iba a rezar. Mi primo me observaba y yo creo que no terminaba de creerse lo que estaba apunto de ocurrir. Acerque mi cara a ella, mientras sujetaba la base con los dedos para inclinarla un poco hacia mi. Mi primera polla. Deseaba fervientemente que no fuese la última. Miré a mi primo, le sonreí, y me le dí un lametón en la zona del glande, que es donde yo sé que gusta más a los tíos.
Fue como un primer aviso. Después, comencé a metermela en la boca, muy despacio y con cuidado para que en todo momento fuese placentero para él. Cuando llegué más o menos a la mitad, me detuve. Me recreé un rato, jugando con la lengua. Saboreando cada segundo de lo que estaba viviendo. Disfrutando de la sensación de ser una mujer hermosa, que estaba apunto de darle placer a un hombre. Succioné al empezar a sacarla esa primera vez, y me concentre siempre en no dejar el glande sin estimular más de dos o tres segundos.

Comencé a hacer movimientos cortos, arriba y abajo. Mi primo empezó en ese momento a jadear de verdad. Ya no era una respiración profunda, eran jadeos de autentico placer. Yo también amagaba con jadear, pero su polla ahogaba los sonidos, y la respiración de mi nariz, unido al sonido de chapoteo que hacía mi saliva, atrapada entre su polla y mis labios, hacían que la excitación se me disparase. Era mi primera mamada, pero me resultaba fácil hacerla. Solo tenía que pensar en como me gustaba tocarme a mi, para saber como le podía gustar a el. Movimientos cortos, concentrándose el el glande y la zona posterior, y acelerando el ritmo al compás de sus jadeos, mientras hacía succión para que sintiese tacto en toda la polla.

Cuando empezó proferir exclamaciones como “joder” o “dios”, supe que se acercaba el momento de su orgasmo. Me concentré en acelerar el ritmo todo lo posible para facilitárselo. Sabía que no podría aguantar demasiado ese ritmo sin agotarme, pero estaba segura de que estaba a apunto de llegar, lo que se vio confirmado cuando empezó a gritar que se corría. Supongo que lo hizo para avisarme, por si quería apartarme y que acabará con una paja que se haría él, o le haría yo misma.
Nada más lejos de mis intenciones. Seguí mamando, acelerando todo lo posible, hasta que un chorro de semen inundó mi boca, y sus gritos se hicieron tan fuertes que dudo mucho que no le oyese algún vecino.
Durante unos segundos, el tiempo se detuvo. El orgasmo fue tan severo, que su espalda se arqueó, y sus piernas y brazos se tensaron como si le estuviese dando una descarga. Después, todo su cuerpo se relajó, y yo deje de mover la cabeza, mientras tragaba su semen, cálido y viscoso. No sentí asco alguno. Estaba tan feliz, de sentirme una mujer capaz de dar tanto placer, que su semen me sabía a gloria, hasta el punto de que, habiendo parado ya, y estando ya para relajarnos, un ultimo chorro surgió de la punta de su polla y empezó a caer por el costado y yo, sentí la necesidad de rebañarlo con mi lengua.
Él ya se había corrido, así que ese último lametón no le creó ninguna sensación especial, más allá que la de verme a mi, rebañando aquella ultima gota como si me una deliciosa miel se tratase.

Nos miramos. No sabía lo que vendría a continuación. Habiéndose corrido era posible que no quisiese seguir, y el bajón que suele darnos a los tíos después de corrernos, era probable que le llevase a plantearse que acaba de hacer, y quien sabe si a darse un asco, que podría pagar conmigo. Lejos de ello, me llevo las manos a la cara con ternura, y me la acerco a la suya, volviendo a besarme como antes de la mamada, aunque algo más relajado. Me besaba con lengua, pero también con afecto. Era como si se hubiese enamorado de mi y yo, tenía en ese momento sensaciones también muy fuertes hacia él. Sensaciones de agradecimiento por su complicidad y por su sensibilidad para seguir besándome después de satisfacerle, sabiendo que yo aún seguía caliente porque todo había girado en torno a su orgasmo.

Tras un rato de besos, supongo que el bajón se le estaba pasando, y recuperaba un poco las fuerzas. Estuvimos unos segundos hablando. Me preguntó por mi, por como me sentía. Le dije que estaba feliz y contenta con lo que acaba de pasar. Que para mi era un sueño hecho realidad, y que no necesitaba correrme. Él se levantó y fue al cuarto de baño. Quería limpiarse la polla antes de seguir con más besos y, quien sabe si tal vez una segunda ronda.
Cuando volvió, no dudó demasiado. No seguimos hablando, empezó a besarme de nuevo y me pidió que volviese a sentarme sobre su piernas, abriendo las mías para abarcarlas, lo que hacía imposible que mi vestido no se subiese y dejase ver aquellas braguitas blancas, sedosas y con corazones que tanto me habían excitado al ponérmelas. Yo ya me había habituado a esa sensación de excitación permanente. Llevábamos así lo menos una hora entre unas cosas y otras y, en ningún momento había dejado de sentir el morbo que me producía todo ello. Podría hacerme una paja si quería, y sentiría un gran placer, al tiempo que un cierto alivio. Pero no quería hacerlo delante de él. Quería seguir resultándose femenina. Me bastaban sus besos y sus caricias. Cada vez que jadeaba de la emoción, el deslizaba una mano suya por mi muslo, como ya había hecho antes. Tras unos instantes, su mano volvía a acariciarme la entrepierna y yo creía desfallecer. Cada vez me resultaba más difícil resistirme a la idea de hacerme la paja.

Era evidente que el no iba a follarme. Eso era demasiado y más habiéndose corrido ya. Si hubiese parado en mitad de la mamada, y se lo hubiese pedido, seguramente lo habríamos hecho, pero era mi primera mamada, y quería llegar hasta el final. Además no quería intentarlo, y arriesgarme a que me dijese que no.

Ahora, con sus besos, cada vez más húmedos e intensos, y su dedos que me acariciaban en aquella zona donde. No me podría correr, pero si me podía excitar hasta el límite, volvía a estar tan cachonda como cuando empece a hacerle la mamada. Me veía volviéndolo a hacer cuando, en un momento dado, Jose comenzó a deslizar uno de sus dedos por el interior de las braguitas.
Yo me quedé un tanto sorprendida, más que nada porque no me lo esperaba. Me levanté un poco para facilitarle lo que quisiese hacer y, de pronto, me vi con su dedo entrando en mi culo.

Se me pusieron los ojos como platos. ¿En serio me iba a hacer eso? ¿Me iba a penetrar, aunque solo fuese con un dedo? Lo que estaba siendo una segunda sesión de besos, con aparente intención servir para ir relajándonos, se convirtió entonces en un volcán de sensaciones para mi. Su dedo entraba y salia de mi culo, y yo le miraba a los ojos mientras. Miraba los ojos del hombre que, de una forma un tanto singular, me estaba penetrando. Cuando incorporó un segundo dedo, tuve que echarme sobre su hombro, para ahogar el grito de placer que salía de mi boca en ese momento.
Estaba claro que no tenía intención follar. Que eso ya era demasiado para él. Pero tampoco estaba dispuesto que que yo me fuese de vacío.

Sus dedos entraban y salían de mi y yo gemía sobre su hombro muerta de placer, cuando de pronto, paró y los sacó. Yo me quede como si me hubiesen dado el corte de mi vida. ¿Porque para ahora? Si estaba a cien. Entonces lo vi. Un cepillo del pelo, con un mango cilíndrico, de punta redondeada, idéntico en proporciones a una polla. Miré Jose que sonreía.
-Esto lo usa Ana -declaró-. Ella cree que no lo sé, pero si que lo sé.
Era perfecto. Y saber que Ana se lo metía por el coño para masturbarse hacía que fuese sublime. Así que no dije nada, me limité a ver como lo metía por el lateral de mis braguitas, y ponía la punta justo en la boca de mi culo. Previamente le había echado saliva, así que, cuando empezó a meterlo, aunque sentí dolor, y una sensación desagradable que no había tenido con sus dedos, también sentí un morbo tan increíble, que no fui capaz de decirle que parase.

Al principio lo hacia muy despacio. Lo metía y lo sacaba con suavidad, mientras yo notaba como mi culo, poco a poco, se empezaba a abrir, y aceptaba aquel objeto que simulaba perfectamente una polla. Aquel objeto que había estado tantas veces en la vagina de mi prima, y ahora me penetraba a mi.
Poco a poco, lo que era un sensación desagradable empezó a dejar de serlo y, en su lugar, la excitación comenzó a dar lugar a un placer único, que jamas en la vida había experimentado. Yo, acostumbrado a centrar todo mi placer en mi polla, estaba descubriendo que se podían tener sensaciones realmente placenteras en otras partes del cuerpo. Pedí a mi primo que acelerase, lo que él obedeció con entusiasmo. Creo que deseaba darme gusto igual que yo lo había deseado antes con él.
Las sensaciones empezaban a ir en aumento. No sabía si realmente se podía tener un orgasmo así. No estaba segura. Al fin y al cabo nunca había llegado tan lejos. Pero si, poco a poco me fui dando cuenta de que estaba en medio de un coito y de que las sensaciones se asemejan mucho a las de una paja, pero multiplicadas por diez.
Cuando empece a sentir las primeras contracciones orgásmicas, no me lo podía creer. Me estaban follando con una suerte de consolador, y me estaban haciendo llegar al orgasmo.
Grité, como nunca antes había gritado corriéndome. Grité de pura necesidad. Fue tal la descarga de placer, tan intensa y brutal, que mis gemidos y gritos no eran por estar excitada, si no por haber sobrepasado por completo el umbral del placer que normalmente pensaba que se podía sentir, y verme completamente superado, mientras ese cepillo entraba y salia de mi culo a toda velocidad.

Debieron se lo menos quince o veinte segundos de un orgasmo tal, que creo que casi me desmayo. Cuando pasó, mi primo seguía metiendo y sacando el cepillo y, aunque no me daba ya más placer, tampoco me molestaba como me molesta cuando toco la polla justo después de correrme. Podía seguir allí hasta que se me pasase el bajón y volviese.

Decidí probarlo. Quería saber si era posible correrse dos veces seguidas por el culo. Le pedí quese detuviese para que no se agotase, pero que no lo sacase. Que lo dejase allí, como si fuese su polla, mientras yo empezaba a moverme y le cabalgaba.
Seguí un buen rato, sin ser capaz de reproducir el orgasmo, pero encantada de verme así, como una chica follándose a su novio. Le besé mientras me movía y el contesto a mis besos con pasión. Se estaba excitando de nuevo. Podía notarlo. Tras la primera mamada se había quedado solo con sus calzoncillos y su polla volvía a asomar imperiosa.

Verle así hizo que me volviese a excitar muchísimo y, mi culo reaccionó a esa excitación, recuperando las sensaciones que había tenido.
-Vuelve a moverlo -le dije a mi primo-. Y te prometo que luego te hago otra mamada.
Él, que estaba otra vez muerto de pasión. Me beso mientras empezaba otra vez a meterme y sacarme el cepillo. Lo hacía con fuerza y velocidad, y me volvía loca de placer. No tardé en volver a tener un orgasmo increíble, que me puso de nuevo a gritar como una loca.
Lo había hecho. Me había corrido dos veces de una tacada mientras me follaba. Me daba igual que no fuese su polla realmente, me había follado. Yo lo sabía, y él también.

Después de aquello, estuvimos un rato besándonos y, por supuesto, cumplí mi promesa. Le hice otra mamada que disfrutó a tope. Se volvió a correr en mi boca y después, estuve un ratillo dándole lametones y limpiándosela, hasta que, finalmente caímos rendidos.
Ya no podíamos más. Nos fuimos a la cama, no sin que antes devolviese toda la ropa que le había cogido a mi prima, y nos quedamos profundamente dormidos.

Al día siguiente llegó su padre y nos fuimos al pueblo. Cuando vi a mi prima no pude evitar sentir algo muy especial. Como una complicidad invisible, de la que ella no era consciente. En cierto modo, había experimentado sensaciones parecidas a las que tiene cuando practica sexo, y eso me gustaba.

Había perdido la ocasión de disfrutar de la ropa de Wendy.
Gracias a Dios por ello.

1 comentario - Lucia Reynier: Un adolescente crossdresser III

pelodepupo
Hermosa historia y que la pudiste disfrutar a pleno