El Cliente de mamá// cap. 4

Capítulo 4
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El Cliente de mamá// cap. 4


Apenas puedo contener la respiración mientras contemplo a mi madre mirándome con cierto deje de tribulación, dudas y pena. Su espalda yace apoyada en el respaldo de mi cama, y sus piernas tendidas, rectas, sobre las sábanas, forradas por un par de medias diáfanas de red que se adhieren perfectamente a su blanquísima piel.

Mientras sus palabras “Entonces desnúdame tú…” hacen eco en mi cabeza, yo no puedo dejar de pensar en que la última vez que una mujer estuvo en esa posición en mi cama, yo me estaba quitando el bóxer, con mi verga tiesa, para luego dársela de comer: y ella, Astrid, mi puta favorita, esperando ansiosa como buena zorrita, con la boca abierta y la lengua de fuera, recibir mi trozo de carne, que ya goteaba de excitación.  

—Perdóname, hijo… es decir, Erik, no debí decirte eso —comenta ella apenada, respirando hondo como si el aire le faltara.

—¿Eh? —farfullo nervioso, casi con timidez, latiéndome fuerte el pecho, apenas entendiendo lo que mi madre me acaba de proponer—. No, no, mam… Akira, está bien, no pasa nada.

—Claro que pasa, por dios —responde ella, y de pronto se ha puesto colorada de las mejillas. Recoge sus piernas hacia sus nalgas y ríe entre asombro y vergüenza—. ¿Cómo voy a pedirte a ti que… me desnudes…? ¡Ay, no, qué loca estoy, amor!

Mi verga está palpitando tan fuerte ante la posibilidad que ha surgido en mi cabeza que tengo que sentarme en la cama, en el borde opuesto a donde ella está, a fin de evitar que mire cómo mi bulto palpita en mi bragueta.

—Es… que ya sabes, Erik… esa tonta costumbre… ¿sabes?, esos juegos raros… entre tu padre y yo… cuando le pedía de favor que me hiciera masajes… pues… yo le pedía que… pues eso…

—Que te desnudara… —termino yo mismo la frase.

—Sí, eso, y… ay, qué pena, mi cielo… —la forma con que mi madre tensa sus piernas me enloquece. La forma en que remueve sus nalgas en mi cama me saca de mis cabales—. ¡Qué vergüenza me da decírtelo, Erik! Qué vas a pensar de mí. Por Dios, qué vergüenza.

A mi madre se le vuelven a teñir las mejillas mientras remueve su grandísimo culo sobre mis almohadas, donde yo suelo colocar mi cabeza por las noches cuando descanso. Y de forma siniestra me llega una fugaz fantasía donde me veo acostado en esa cama, y en lugar de la almohada ahora está mi cabeza en el mismo lugar, mirando hacia arriba, y mi madre está allí, a cuclillas casi sentada sobre mi cara, y mis vistas están embobadas contemplando tamaño culazo, con su coño expuesto ante mí, y mi lengua abriéndole los pliegues vaginales, y mi boca empapada, y mis dientes mordiendo sus labios hinchados, y mi nariz aspirando su olor de madre cachonda…

Y me froto los ojos, respiro hondo y me siento culpable por pensar en estas alucinaciones tan siniestras, tan burdas y tan sucias con mi propia madre. Me obligo a serenarme. Tengo que poner mi cabeza en frío. Esto no está bien. Nada bien.

Intento sonreír, luchando por apagar de mi cabeza esas imágenes lujuriosas donde he logrado imaginarme a mi padre quitándole la ropa a mi madre, muy lentamente, mientras ella se deja hacer, quedando desnuda, desbordante de sus carnes en pechos y nalgas, con su vulva hinchada humedecida, palpitando, y él introduciendo uno de sus dedos dentro de sus labios verticales, hundiéndolos entre esa pegajosa gruta.

—¿Vergüenza por qué, madre? —sonrío nervioso—: si ustedes eran pareja. Es lógico que le pidieras que te desnudara. Es lógico que él… te acariciara todo el cuerpo… es lógico que él… pues… que él…

“Que él te follara como una puta, madre” digo en silencio y de nuevo un aire caliente me sopla en la nuca.

—Quiero decir que es obvio… que él… hiciera lo que fuera que tú le pidieras, porque era tu esposo.

Mamá pestañea y yo con cuidado muevo mi entrepierna, en la cual se alcanza a distinguir mi pene hinchado. Sus ojos se cristalizan y miran hacia otro lado. Mierda, lo último que quiero es lastimarla haciéndola recordar al viejo.

—¡Hey, hermosa, está bien, ¿okey?! No pasa nada. No me has ofendido pidiéndome que te quitara la ropa para hacerte un masaje en tu espalda… cuello y… donde tú quieras.

Me levanto de pronto, sólo para acercarme un poco más a ella. Quiero tranquilizarla. Akira me observa con un gesto de renovada tranquilidad, aunque puedo percibir dolor en su mirada. Pongo mis manos en mi regazo para que mi inflamación en la entrepierna no se vea.

—De cualquier manera no estuvo bien que te lo pidiera, mi soldadito… No, no… corrección, ahora que te veo ya no eres más mi soldadito, eres mi coronel de plomo.

Yo me río ante su ocurrencia mientras poso mi mano en uno de sus tobillos recogidos junto a sus potentes nalgas. Acaricio sus tobillos con la asperidad de mis yemas y percibido excitado la sedosidad de sus medias de rejilla. Meto un dedo entre uno de los rombos y toco su piel desnuda que está extrañamente caliente.

Mi madre hace un movimiento raro y un sonido que casi parece un gemido. Uno de esos gemidos que necesito para que Alex y su manaba me crean que me la estoy cogiendo.

—¿Qué hay de malo en que me lo pidieras, Akira? Me refiero a lo de desnudarte. Eres mi madre —le susurro esto último acercándome bastante a ella—, estamos en confianza, ¿no?... llevamos la misma sangre. Jamás te miraría con morbosidad, ¿no crees?

Miento en mi última afirmación. Miento porque, por alguna razón desconocida, llevo días pensando en mamá como mujer y no como mi progenitora. Me siento culpable por sentir lo que siento, pero al mismo tiempo no me puedo controlar.

—En efecto… soy… tu madre… y por eso, precisamente… hay cosas que una no puede decirle a su hijo.

—Tú a mí puedes pedirme lo que quieras, Madre, que yo, sin miramientos, obedeceré.  

Mi madre se ha quedado quieta después de decirle aquello. Mi mano derecha cubre mi erección y con la izquierda continúo frotando la piel entre los orificios de sus rejillas.

—Hummm —escucho que sopla desde su boca.

Y yo dejo de tocarla. Me incorporo nuevamente y suspiro. Mi corazón está palpitando muy fuerte. De cerca sus pechos apretados en esa blusa de cebra lucen mucho más gordos y deliciosos. El escote es pronunciado. Los abomba como si fuesen dos enormes pelotas que intenta contener. Mi madre toma un poco de agua y veo cómo una gota cae sobre su enorme canalillo, ese que separa sus dos obesas mamas.

En silencio contemplo cómo la gota se resbala entre tales inmensidades hasta desaparecer debajo. Respiro profundamente y ella deja la botella en el buró y me vuelve a mirar profundamente.

—Yo… estaba tan adormilada, mi muchacho… tan cansada mientras me diste ese masaje en mis pies que apenas me di cuenta del instante en que empecé a… dormitar… y al entreabrir los ojos, y tú a contra luz… cielo, amor mío, te confundí con él. Es que… eres tan parecido a tu padre cuando él era joven.

Que me diga aquello me descompone de momentos. Porque querría que ella me viera como un hombre real, no como su hijo, y mucho menos como mi padre, que tanto daño le ha dicho eso.

—Sí… mam… Akira… me lo has dicho ya pero...

—No me tomes en cuenta mis tonterías, mi hombrezote, pero es que… ¡por Dios!... no sé qué me ha pasado al ser tan atrevida de pedirte que me desnudaras… te juro que no estaba razonando bien. Mi cabeza estaba en todos lados desde que me pediste que gima para que tus… compañeros me oigan y… yo pues…

—Oye, tranquila, ni siquiera tienes que darme explicaciones. No te las estoy pidiendo. Sólo que… me sienta un poco mal que me digas que… me parezco a papá.

Akira ríe de nuevo, presa de la pena y el bochorno. Se cubre la cara para que no la vea, diciéndome:

—Qué loca debo de estar para decirte cosa así, ¿verdad Erik? Porque si bien es cierto que tienes sus ojos y su color de piel… tú, mi muchacho, eres mucho más guapo que él.

Sonrío, aunque no del todo conforme.

—Me alivias un poco, Akira, aunque la verdad es que no me importaría parecerme a él físicamente. En lo que sí no quiero parecerme jamás a mi padre es… en su carácter… y mucho menos en su deslealtad.

—Nunca, mi amor, nunca te parecerás a él en eso tan horrible —me dice, sorpresivamente poniéndose de rodillas sobre la cama para pegar su frente sobre la mía—. Yo no crié a un niño tan guapo, tan responsable, tan aplicado y tan educado para que al final termine pareciéndose a él.

Mi madre tiene puestas sus manos en mis mejillas y me las frota. Su frente con la mía hace un contacto eléctrico que me acelera mis latidos. El aroma de mi madre me intoxica. Entrecierro los ojos mientras ella acaricia mi mentón y luego me dice, sonriéndome:

—Qué bonita barba y… que… rico pica…

—¿Eh? —me sorprendo ante sus palabras.

—Tu barba, mi cielo —vuelve a sonreír, frotándome mi barba y mi mentón—… qué celosa me voy a poner cuando sepa que otra chica tocará tu barba… y la harás… sentir lo que siento.

Mamá retrocede, y de estar de rodillas se vuelve a sentar sobre sus pantorrillas, de manera que sus nalgas se desparraman atrás. En esta postura puedo observar más de cerca las formas gloriosas de sus tetas en esa blusa de cebra.

—De momento no tienes que preocupante, madre, porque la única mujer de la cual tienes que preocuparte es de ti misma.

Ella sonríe. Veo sus labios, los cuales brillan ante la tenue luz de la estancia. Son tan tintos como el vino. Lucen carnosos, apetecibles, húmedos. Mamá intenta decirme algo, pero yo solo puedo advertir su lengua mojada que aparece de repente entre sus labios mientras gesticula. Y yo no entiendo lo que dice, porque estoy hipnotizado viendo su boca, y mientras me recreo en ella entiendo que su lengua debe de tener un sabor delicioso.

Hace rato nos besamos, pero sólo pude sentir sus labios en los míos. Y yo le estrujé sus nalgas. Sus enormísimas y carnosas nalgas…

—¿Me has oído, mi coronel? Te noto distraído.

—¿Eh? ¿Cómo?

—Erik, cielo, te decía que tienes tu camiseta mojada, estás sudando, ¿te pasa algo?

“Pasa que me estoy volviendo loco, madre” quisiera decirle en voz alta “pasa que fue una mala idea que vinieras y que estés expuesta ante mí” “Pasa que tengo deseos extremadamente asquerosos en los cuales fantaseo contigo como si fueses una puta de verdad” “Como si fueras mi puta madre, a la cual yo tengo ansias de desnudar, de echarte en la cama sobre la que estás sentada de pantorrillas ahora, y en la cual, una vez recostada, tengo deseos de abrirte tus gordas piernas, sólo para encontrarme con que debajo de esa falda que llevas puesta no traes más que una tanga, o mejor… nada de bajo… y entonces…”

—¿Erik? ¿Me estás oyendo?

“Y entonces te abro de patas, cual perra en celo, y hundo mi cabeza entre tus piernas, y me encuentro con tu coño expuesto, quizá peludo o quizá depilado, no lo sé, pero sí muy mojado, extremadamente mojado y caliente. Y tu aroma a madre en brama metiéndose entre mis poros de la nariz…”

—¿Estás enfermo, hijo? Tienes tu pecho mojado…

“¡Sí, madre!” quiero gritarle la verdad “estoy enfermo, porque soy un enfermo mental: soy un puto enfermo sexual que fantasea con abrirte de piernas y retacarte mi verga hasta lo más hondo de tus entrañas” “Estoy tan enfermo que incluso estoy fantaseando con follarte en todas las posturas que soportes hasta preñarte… y así engendrarte a mi propio hermanito ¿o sería mi hijo?”

—¿Erik?

—¡NOOOOOOO! —grito de pronto, y me levanto de la cama y me encierro en el baño.

Me quito la camisa y me miro en el espejo. Es verdad que tengo mojado el pecho. Pero es que estoy terriblemente enfermo de la cabeza. Me siento atormentado. Me estoy volviendo loco. ¿Qué putas está pasando por mi mente? ¿Cómo carajos puedo estar tan trastornado no sólo para siquiera imaginar que podría follarme a mi propia madre, sino que además podría preñarla y hacerla parir a mi propio… hijo o hermano?

—¡Erik, por Dios, qué te ocurre! ¿Por qué has salido disparado hacia el baño?

Mi madre está ahora detrás de la puerta del baño.

—Yo… ¡Yo…! Nada… sólo… vuelve a la cama…

—¡Pero gritaste, Erik, por Dios! Dijiste un “Nooooo” ¿Qué te duele?

—Nada… Akira… por favor vuelve a la cama… es solo el calor… me dio ansiedad —le respondo luchando por mostrarme sereno, aunque lo que en realidad siento es una opresión en el pecho y un cosquilleo en las ingles.

—Te dije que tenías la camiseta mojada del pecho, hijo.

—Sí… eso es… calor…

—Sólo quítate la camiseta y vuelve, cielo, por favor, quiero verte. Quiero saber que estás bien.

—Hazme caso, Akira… y vuelve a la cama.

Cuando escucho que mi madre por fin me hace caso y regresa a la cama y escucho los muelles chirriar me vuelvo a mirar al espejo y me quito la camiseta. Aparecen ante mí mis fuertes pectorales empapados de sudor. Abro a la llave del lavabo y me mojo la cara y el pecho, limpiándome el sudor. Afortunadamente el agua sale muy fresca. Necesito refrescarme. Imploro al destino y a mis hormonas masculinas que se controlen. Que por favor me dejen en paz.  

No me perdonaría jamás si pierdo el control y… me sobrepaso con mi madre, ¡con mi propia madre! ¡Joder!

—¿Erik?

—Ya voy.

Aguardo un momento respirando con verdadera calma y luego decido salir del baño. Mamá está sentada con una cara de mortificación, pero es verme con el torso desnudo para que sus ojos se abran como platos, como si se asombrara de algo.

—Ah, madre… mi pecho está mojado pero ya no es sudor, sino agua… quise refrescarme.

Ella me mira con una mueca rarísima. Sus ojos centellan mientras observa mi pecho húmedo. Yo me acerco a ella para aclararle que es agua y no sudor lo que llevo encima pero ella continúa absorta, asombrada, mirándome.

Aprovecho que ella está sentada y yo me pongo de rodillas frente a ella, entre sus piernas, las cuales ella separa para que yo pueda colocarme entre ellas, como cuando era un chiquillo.

—Por Dios… mi vida —me dice entre asustada y maravillada, y no entiendo qué tiene de particular mi pecho para que ella no deje de mirarlo con ese gesto de asombro—… que… cosa más hermosa…

Cuando menos acuerdo, siento cómo las tersas manos de mi progenitora tocan mis pectorales y las empieza a frotar sobre mi piel, ejerciendo una presión suave y cálida, como si quisiera untar los restos de humedad del agua que me impregné en el resto de mi pecho.

—Tu pecho es muy… duro… hijo… lo tienes muy trabajado.

—Ah —me impresiona conocer la razón de su asombro—, normal… aquí uno se ejercita demasiado. Estamos obligados a tener condición. ¿Sabes que la próxima semana tendremos nuestra primera misión? Desmantelar una tiendita del sur, donde venden drogas…

—Eso es peligroso, mi amor —me dice, sin dejar de acariciarme.

Si alguna vez alguien sintió las cálidas palmas de una hermosa dama refinada acariciando su piel… pues se tiene que multiplicar esa deliciosa sensación por cuatro. O al menos esa impresión tengo ahora… sintiendo una tersura inusitada que me tiene casi sin aire. Y si a ese morbo le agregamos el hecho de que quien te acaricia es tu propia madre, que pasa sus uñas entre tus pectorales, y delinea los contornos con las puntas, pues todo se vuelve mucho más excitante.

—Se te ha crispado la piel, corazón, lo siento —me dije en un susurro discreto, sonriendo como una traviesita.  

—No lo sientas… Akira…mejor sigue. Continúa, que me hace bien —le digo, reteniendo sus manos en mi pecho, al tiempo que un helado escalofrío me cruza todo el cuerpo mientras experimento sus uñas y sus yemas frotándome en mi carne.

—¿Qué te hace bien, querido? —susurra ella.

Noto sus labios babear. ¿Por qué, Dios mío, por qué me pones estas pruebas?

—Tus caricias… madre… me hacen bien…

—Pero…

—Por favor… continúa…

Si ella mirara más hacia debajo de mi torso se daría cuenta que en mi entrepierna se ha levantado una durísima y amplia tienda de campaña.

—Eres todo… un hombre, Erik… —me dice de pronto, aferrando sus palmas ardientes en mi pecho.

¿Es mi impresión o mi madre se ha mordido el labio inferior mientras me lo decía?

—¿S…í? —balbuceo.

—Oh… sí… Es que… Tu pecho… es tan duro… tan áspero… tan masculino… ufff.

—Mmmmm —gimo sin poderlo evitar.

Y es justo mi gemido lo que produce que ella reaccione y separe sus manos de mi piel. Y yo quisiera retenerlas y dejar que ella me siga frotando. Que continúe por mis pectorales y luego baje suavemente por mis abdominales, para luego… descender hasta mi bulto. Pero entiendo que dejarnos llevar sería contraproducente, además de incorrecto.  

—Ay, perdón, perdón… Erik… yo…

—¿Perdón por qué, Akira?

—Yo… por… ay, Dios…

De un momento a otro mi madre se ha subido por completo hasta la cama, como huyendo de mí, y ha vuelto quedar en la misma postura en la que estaba antes: sus nalgas sobre mis almohadas, sus piernas tendidas y su espalda apoyada en el respaldo de la cama.

—¿Estás bien, madre? —le pregunto preocupado, sin alzar la voz para que los de afuera no me escuchen llamarla así.

Y ella, sin mirarme, me responde con otra pregunta.

—¿Será que tus compañeros siguen afuera, escuchando?

—Buena pregunta —digo.

Me dirijo a la puerta y pego la oreja. Los escucho cuchicheando. Desde ahí miro a la cama y encuentro que mi madre se ve mucho más deliciosa desde aquí. Es una mujer hermosa, seductora. Sus gordos pechos permanecen temblando bajo su blusa de cebra. Sus piernas gordas y guardadas en esas sensuales medias de rejilla la hacen lucir terriblemente sexosa.

Y no sé yo por qué digo lo que digo, si por la presión de saber que esa manada de cabrones está fisgoneando afuera de mi cuarto… o porque… de verdad estoy perdiendo el horizonte por mamá.

—Ya ha sido suficiente tanta habladera, Akira.

Ella levanta la cara y me mira extrañada, mientras yo, con el torso desnudo y el culo pegado a la puerta, le digo sin dudar:

—Tú has venido aquí para que yo te folle duro, muy duro contra la cama y contra la pared, así que…

Mi madre me observa con tanta estupefacción que casi creo que su cara se quebrará como si fuese de cristal.

—¡Así que acomódate bien, que voy a montarte y a darte la cogida de tu vida!

Y la reacción de los de afuera la logra percibir incluso Akira, cuando ellos dicen “Wooooowww” “Ahora sí comenzará la acción, maldita sea.”

Pero mi madre continúa sumamente extrañada por lo que le he exclamado, aunque cuando sonríe me doy cuenta que ha entendido que mis palabras tienen como intención saciar la curiosidad de aquellos cabrones, y no una connotación sexual verdadera.

Dicho esto confirmo que la puerta esté cerrada con pestillo y regreso a la cama, donde Akira me espera con ese mismo gesto que denota turbación y comprensión a la vez.  

—Lo siento —le susurro.

Ella sólo asiente con la cabeza, diciéndome que lo entiende.  

—Mira… Akira… es momento de que gimas… y que lo hagas muy fuerte… por favor.

Aguardo un instante a que ella procese mi petición y luego me dice:

—Pero… como te dije, Erik, necesito que me hagas masajes con las cremas que te traje, por lo menos hazlo en mi espalda. Es preciso sentirme estimulada para… esbozar gemidos reales. De lo contrario me sentiré ridícula y con una pena brutal.

Entender que voy a tener la oportunidad de sobar a mi madre me deja loco. Mi mente trabaja vertiginosamente y mi verga nuevamente comienza a palpitar.

—Sí, aquí las tengo, las cremas que me hiciste.

Y las busco en la cajonera y las extraigo.

—¿Cuál quieres que use en tu piel, Madre? ¿La verde o la transparente?

—La transparente es mejor, Erik —me dice, aunque la noto terriblemente nerviosa—. El ungüento trasparente quita la tensión al cuerpo. Además como es más líquida, se puede manejar mucho menor en la piel.

—Ah… —respondo como un estúpido.

Es que no puedo quitarme de la cabeza lo que será ver el espectáculo del ungüento transparente, como agua, resbalando por el cuerpo de mi sacrosanta madre con esa consistencia líquida que posee. Y yo frotándola con mis manos ásperas, deslizando mis dedos hasta hundirlos en su delicada carne.    

—Oye… mad… Akira… pero… ¿entonces quieres que te lo unte en tu espalda?

—Sí, amor, y si no es mucho abusar, por favor, querría también que me sobaras mis piernas.

—¿TUS PIERNAS? —mi grito la alarma, pero es que su petición me ha dejado perplejo. Es más… arriesgado y atrevido de lo que habíamos planteado originalmente. Pero la verdad es que no sé si me pueda controlar.

 —Es que, mi cielo… tú me entiendes. Yo con mi edad y tanto tiempo de pie… siento mis piernas cansadas e hinchadas. Ahora que si piensas que estoy abusando pues…

—¡No, no, no! ¿Cómo se te ocurre, Akira? Yo… encantado… te sobo tus piernas también.

Mi pene vuelve a palpitar mientras le hago esa promesa. Y me quedo de pie junto a ella, pensando en cómo abordar el tema de que… necesito que se quite su blusa… y luego… su falda y sus medias. Así que intento decirle que se desvista y sólo se quede en ropa interior.

***
—Oye, madre, no pensarás que te voy a untar este ungüento sobre la ropa, ¿verdad? —le digo tras elegir mil opciones para pedirle que se quite la blusa, las medias y la falda.

Si alguien tiene idea de lo que es saber que tu madre quedará en ropa interior frente a ti, casi completamente desnuda, y teniendo el cuerpo voluptuoso que tiene, entonces puede imaginar lo que yo estoy sintiendo en este preciso instante.

—No… no… claro que no.

De no ser porque esta mujer que está delante de mí es mi madre, podría casi jurar que tiene en su mirada y en su expresión una mueca de… ¿acaso lujuria?, ¿acaso deseo? No, no, debe de ser mi propia lascivia lo que me hace mirar cosas que no son.

—¿Te paso algo, madr… Akira? Te noto nerviosa.

Ella sonríe. Sus ojos orientales son más expresivos de lo que uno pudiera pensar. Ella está nerviosa, tanto o más de lo que lo estoy yo.

—¿Por qué iba a estar nerviosa, tesoro mío? —se ríe sarcástica—. Vas a mirarme… en ropa interior… ¿por qué habría de estar nerviosa?

—Recuerdo que un día le dijiste a una de tus amigas que de joven solías andar desnuda por la casa, incluso en mi presencia.

Le devuelvo una sonrisa para indicarle que yo estoy igual.

—Pero antes eras bebé, mi amor, sin malicia y sin… las hormonas maduras.

—¿Crees que te miraría con morbo, madre? —finjo indignarme, aunque no sé si me sale bien mi actuación.

—¿Cómo?

—¿Te cohíbe el hecho de que tu hijo vaya a mirarte… semidesnuda? ¿Crees que yo… podría… siquiera… verte con morbo cuando… eres mi propia… madre…?

—Oh, no, mi vida, no es eso.

—¿No? ¿Entonces?

—Bueno, hijo… verás…

—¿Qué pasa, madre?

Ella aspira oxígeno. Se peina las puntas de su pelo y me responde:

—Es que… me da mucha pena que vayas a verme con tan poca ropa… hijo. Yo ya tengo una edad… tengo carnes abundantes por todos lados y… tú pues… Vamos, Erik, que me siento acomplejada al saber que en esta cama has tenido… a otras mujeres… jóvenes, supongo… con cuerpos bonitos, armónicos… no así de desproporcionados como el mío y…

—Madre… ¿te digo la verdad?

—¿La verdad?

—Sí, la verdad —suspiro—. Y aunque me da mucha pena decírtelo, pues lo haré. De hecho creo que te lo dije antes, pero sino… te lo vuelvo a repetir: mi prototipo de mujer no son las mujeres de mi edad, sino las maduras… —Y añado para enfatizar—. Como tú.  

—¿Qué? ¿Pero de qué hablas, hijo?

—Por esta cama, como tú dices (y perdón si suena un poco vulgar) han pasado… sólo mujeres… de tu edad. Mujeres maduras, abundantes, como tú, con cuerpos y complexiones desbordantes, como el tuyo…

—¿Pero…? ¿Es posible?

—Mi prototipo de mujeres son las milf… es decir, las mujeres maduras. Las que tienen tu edad, madre. En otras palabras, no tienes por qué sentir ningún complejo, porque estoy acostumbrado a admirar esos cuerpos gloriosos como el tuyo, Akira, que no hacen sino ser más apetecibles con el tiempo, con los años, con la experiencia… ¡a mí me fascinan esos cuerpos, madre y…!

—¡Erik, basta, por Dios!

Su respuesta me deja perplejo.

—P…erdón...

Mamá se lleva las manos a la cara, respira hondo. Se incorpora de nuevo. Busca la botella de agua y da nuevos tragos. Pasan dos… cinco… diez segundos y luego me dice:

—Perdóname tú a mí… Erik… pero de pronto me sentí… un poco… incómoda, por el cómo… expresabas tus sentires respecto a las mujeres de mi edad.

—Sólo he pretendido quitarte esos complejos, mamá.

Ella suspira. La noto agitada. Nuevos sorbos al agua y finalmente desestrés.

—Está… bien, tesoro, está bien… sólo hagámoslo… y ya.

—Y ya… —repito, y la miro, recordándole después—; ¿entonces te puedes quitar… tu ropa?

—Sí, sí, lo olvidaba —sonríe, un poco más relajada.

Aunque ahora el que está tenso soy yo, sobre todo cuando me dice:

—Por favor, Erik, ayúdame con las medias, o las voy a romper.

—¿Cómo dices, mamá?

Igual que como pasó cuando me pidió que le quitara los tacones, esta vez siento nuevamente que el glande me palpita y que una adrenalina en forma de sangre caliente se arrastra hasta mi cabeza. A pesar de no llevar camisa encima, el calor se apodera de mi pecho y de mi espalda.

—Si no es mucho pedir, hijo, ¿me ayudarías a quitarme las medias… y luego la falda?

—Eh… sí… yo…

—Pero Erik, hijo, ¿es posible que ahora el que está nervioso eres tú? Vamos, cariño… que yo te parí —sonríe, repentinamente sin inhibiciones—. No habría problema, ¿verdad? Además ya estoy vieja, mucho más de las maduras esas que dices que estás acostumbrado… a ver. Así que en mi caso dudo que te atrevieras a mirarme con morbosidad, ¿verdad, mi tesoro?

Pero antes de responderle ya estoy más empalmado que un poste de luz. Las manos me sudan cuando deduzco que antes de quitarle las medias de red primero debo de retirar los broches de cuero que mantienen cerrada su sensual falda oscura.

—Pues claro, madre… —me echo a reír como si de verdad estuviera relajado—, qué cosas dices. Eres mi progenitora, jamás… te vería con ojos de… —“De zorra, te veo con ojos de una puta zorra”—. De mujer. Y de vieja nada, Akira, eres una mujer muy guapa… muchas jovencitas querrían tener tu cuerpo de — “De zorra viciosa, madre, ya querrían tener tu cuerpo de zorra en celo.”—… De mujer voluminosa.

Clic, clic, se oye cuando ella misma quita los broches de esa minifalda de cuero que se unta desde sus voluptuosas caderas.  

—Ven, corazón, súbete a la cama para que me estires la falda hacia abajo —me dice.

Y yo, con la sangre ardiente, me trepo de rodillas y gateo hasta ella. Mi madre se desata los siguientes broches de manera que del lado izquierdo la falda de cuero se afloja y se abre. Sólo será cuestión de agarrar el cuero de los bordes y tirar de él para sacársela.

En cada movimiento mi madre agita sus deliciosos pechos, todavía resguardados en el escote de cebra, y yo no sé qué pasará si mi verga sigue creciendo, estimulado por mis vistas. Entonces cojo los costados del cuero e intento tirar hacia afuera, pero ella tiene unas nalgas muy gordas y unas piernas bastante voluminosas para que salgan a la primera.

—¿Puedes intentar levantar tu… ? —“Tu culote de puta que tienes madre, levanta tu enorme culote de puta”—… sentaderas, Akira… por favor, para poder arrastrar hacia abajo tu falda.

—Claro, claro, cielo, ahora voy.  

Con visible esfuerzo mi madre levanta sus enormísimas nalgas y de esa manera yo puedo bajarle la falda hasta los tobillos, tirando con fuerza de las costuras.

Doblo la falda sobre mi costado y entonces me vuelvo hasta ella… hasta mi hermosa progenitora, y al contemplarla casi se me sale el corazón por la boca.

 ¡Joder, joder y joder!

“¡Pero qué carnes tienes, madre…!” “¡Mira qué anchas caderas! ¡Mira qué muslos tan gordos y tan duros tienes!”

Sus piernas extendidas sobre la cama, enguantadas con ese par de medias de rejilla que la hacen lucir putísima (perdón, madre, por llamarte puta…). Su piel tan blanca como la leche. Sus piernas que se van engrosando más y más a medida que llegamos a sus muslos. Y allí, a la mitad de ellos, las costuras de las medias que se adhieren a su piel.

—Wooow —no puedo evitar susurrar.

Hay una desnudez muy erótica entre el espacio de sus muslos superiores y el espacio donde unas braguitas negras de encaje cubren el chocho de mi madre.

Las braguitas son de un corte triangular que apenas cubre su pubis. Casi puedo apreciar, por la diafanidad de los encajes, una capa recortada y muy fina de vellosidad púbica. Si tuviera unos binoculares ahora mismo mis ojos estarían hurgando su centro, intentando captar entre las transparencias sus labios vaginales. ¿Serán rosas? ¿Serán oscuros? ¿Estarán gorditos, carnudos, brotados? ¿La tela estará mojada?

Petrificado mirando la sensualidad de sus piernas y sus braguitas, trago saliva. Mi verga está tan dura e hinchada que siento que en cualquier momento reventará dentro de mi pantalón. Si mi madre tuviera los ojos abiertos estaría mirando el gran bulto que guardo debajo, como una anaconda violenta que busca escapar de la bragueta para luego saltar y sepultarse en su jugoso chocho.

—Y---a, y---a est---á, mamá… Ya está —le digo dando una fuerte exhalación.

—Ahora las medias, mi vida —me insinúa sin pudor.

Y se recuesta, separa un poco las piernas para que yo pueda tener mejor acceso y veo cómo sus braguitas negras resplandecen desde el núcleo interior, como si estuviesen mojadas. ¡Claro que es humedad! Por Dios. ¿Por qué mi madre estaría mojada de la entrepierna? Aunque sus braguitas son oscuras puedo apreciar el resplandor a contra luz. De hecho casi soy capaz de distinguir su fina vellosidad castaña pegándose a los encajes.

Y entonces gateo un poco más hacia sus muslos, a fin de que mis manos alcancen los elásticos de sus medias. Mi verga palpita más fuerte. Ella cierra los ojos y yo sin pensarlo apoyo mis dos manos en su gordo muslo y lo aprieto. “Hummm” jadea mi madre. Entierro mis yemas en su piel y ella vuelve a jadear “uffff…” Ante cada gemido recuerdo el color candente en la voz de Astrid.

Y mientras agarro los elásticos de las medias de red y tiro de ellas hacia abajo me pregunto cómo serán sus gemidos sexuales. ¿Cómo será su color de voz mientras la están penetrando? ¿Qué clase de jadeos emitirá mientras le muerden las tetas al tiempo que le clavan el pene hasta el útero? ¿Qué tipo de palabras o frases guarras es capaz de emitir cuando está caliente?

¡Joder!

Cuando le quito la segunda media aproximo mi cabeza muy cerca de su entrepierna. Me aseguro de que ella mantenga los ojos cerrados y yo rápidamente bajo mi nariz hacia su braguita. ¡Y uffffffff! El aroma de sus genitales están encendidos. Es un aroma fuerte a sexo y a flujos eróticos. Es un aroma que ya he olido antes en mis putas personales cuando están calientes y deseosas de ser folladas como perras.

Sin casi aire para respirar termino de quitarle la otra media de red y no reparo en frotamientos. Restriego mis manos, mis dedos, mis yemas en su tersa piel. Sus “haummmh” me indican su complacencia. Así que continúo y la acaricio sin parecer tan obvio. Yo sólo quiero seguir percibiendo la tez ardiente de sus piernas y sus pantorrillas.

Al llegar al empeine de su pie lo acaricio. Poso mis yemas en cada uno de sus perfectos y níveos deditos y suspiro su aroma a hembra.

Y así es que por fin queda sin medias, sólo con sus piernas desnudas, blancas como la leche, brillantes por el calor.

—L…isto… madre… las medias ya están… fuera…

Apenas puedo respirar. Apenas puedo sentir mis propios latidos. Me estoy quemando por dentro. Akira entre abre los ojos, y emite una media sonrisa, como si estuviera satisfecha.

—La blusa, querido, la blusa —me dice ahora, con la tranquilidad de quien habla sobre los horóscopos.

Imagino que mis ojos brillan ante la nueva solicitud que me demanda mi progenitora. Y de nuevo mi trozo tiembla bajo mi bóxer, y esta vez comienza a dar golpecitos a la bragueta. Más dura no puede estar.

—De acuerdo… —le digo.

Habría querido subirme a horcadas encima de mi madre, para proceder en mi nueva labor de forma más amena, pero no sé hasta qué punto se asustaría o, por el contrario, se mostraría receptiva; así que opto por ir de rodillas hasta el costado derecho de la cama, y allí, de cerca, admiro los gruesos labios de aquella mujer, esponjosos, mullidos, pintados con un labial vino que los hace lucir más grandes y definidos. 

“Tienes boca de mamadora, madre. Realmente son unos ricos labios de mamona como una actriz asiática porno. ¿Habrás chupado las bolas de papá alguna vez? Yo creo que sí, con esos labios tan gruesos y mamones, ya lo creo que sí.”

Por fortuna la blusa tiene botones laterales de abajo hacia arriba, hasta la altura de su pecho, así que no encuentro problema en desabotonar esa prenda de estampado de cebra de forma ascendente. Y me maravilla contemplar que poco a poco queda al descubierto su lateral, y al tiempo que voy desabotonando voy enrollando la prenda hasta descubrir su ombligo y su abdomen.

Y continúo desabotonando más hacia arriba.

A medida que voy llegando a su pecho la blusa parece encogerse, apretarse entre sí, y a mí por poco me da un infarto cuando finalmente llego a la altura de la blusa donde ya no hay botones, sino que se precisa que mamá se incorpore para podérsela sacar.

—Ehhh… ¿podrías sentarte, madre?

Ella abre los ojos, asiente con la cabeza y se incorpora.

—Muy bien, ahora levanta los brazos que yo te saco la blusa por arriba de la cabeza.

Su escote está apretadísimo. Si sus tetas se inflaran un poco más estoy seguro de que reventaría. Finalmente ella hace lo que le pido y yo le saco la blusa por arriba.

—Ufff… —dice ella sonriendo—, creí que no saldría.

Al mirarla finalmente en ropa interior siento que mi corazón estallará en mil pedazos.

 Sus gordos y pesados pechos se aplastaban debajo de un minúsculo sostén negro que apenas ocultan la mitad de su redondez. Supongo que eligió ese diseño para que pudiera lucirle el escote. Igual que sus braguitas, el sostén también está confeccionado con encajes muy finos que dejan entrever sus amplias areolas y sus puntiagudos pezones de color aparentemente asalmonado. 

Mi problema es que… ¡joder!, esas riquísimas tetas parecen querer explotar.  

“¡Qué melones tan grandes tienes, madre! Dios mío, y cómo te cuelgan en el pecho. Si pudieras ver cómo me has puesto. ¿Te imaginas cómo se vería mi verga entre tus tetas haciéndote una cubana, madre…? Vaciándote el esperma justo encima de tus pezones? ¿De qué color serán? ¿Me pedirás que te quite el sostén, madre? Por favor, pídemelo ya, que quiero verte los pezones.”

—Hijo, pero qué cara más traviesa tienes… ¿qué tanto miras aquí, pequeño diablillo? —me pregunta ella entre sonrisas, señalando con su mirada esos grandes melones blancos que le cuelgan en el pecho y que se sacuden cuando hace un movimiento brusco—. ¿Es que… me estás morboseándo… cariño?

Yo no sé dónde meter la cabeza de la vergüenza. Me ha descubierto mirándole las tetas.

—¿Eh…? No, no, ¿cómo se te ocurre… madre? —río entre dientes—.  Yo… bueno… es que… no sé… creo que me he impresionado… el tamaño de tus pechos.

—¿Sí? —me pregunta esbozando una mirada de fingida inocencia.

—Oh, sí… Son muy grandes, ¿sabes, madre? Tus pechos son enormes…

Mi cara la siento caliente. Mamá pestañea. No deja de mirarme a los ojos.

—¿Te lo parece? —me pregunta nuevamente sacudiéndolos.

Y sus tetazas vuelven a rebotar sobre sí mismas en tanto mis pupilas siguen el trayecto con perfecta sincronía. Mi entrepierna vibra de gusto.

—Es que… con todo respeto, madre… no puedo evitar pensar que… todo lo tienes grande… me refiero no sólo a tus… senos, sino también a tus areolas y pezones.

Su rostro es un perfecto poema.

—¿Pero es que me estás mirando con tanta atención, cariño? —dice, simulando pena—. Por Dios, cariño, los hijos buenos no miran los senos de sus madres.  

Akira se recoge los pechos con sus brazos como si pretendiera ocultarlos de mi vista, pero lo único que provoca es que estos se abomben y se vean mucho más gordos. Puedo advertir que sus pezones se han endurecido. Es una extraña caricia visual mirar sus interiores detrás de esa prenda negra de encajes.

—Es… normal… que… te las vea —digo casi sin aliento—… son bastante… llamativas… además… si mis amigos preguntan… cómo son… querría poder tenerles una respuesta.

—¿De verdad, mi coronel? —me pregunta con los ojos bien abiertos, y cada vez que ella me llama “mi coronel” mi verga se me enciende y la sangre se me calienta más de lo normal. Su voz maternal permuta a una voz más… seductora y guarra.

—Claro… porque lo harán —me sincero—. Me preguntarán que cómo son tus… senos. De momento sólo podré decirles que son… enormes, que tienen las formas de dos peras gigantescas, cayendo muy pesadas por el pecho. 

La boca se me hace agua. Mi madre se suelta los pechos y éstos rebotan sobre su torso. El sostén se tensa. Ambas peras carnosas se balancean y yo no puedo parar de mirar. Esta atmósfera es morbosísima.

—Pero no sé… cómo explicarles cómo son debajo de tu sostén de encajes. Quiero decir… ¿cómo describirles el color de tus pezones y areolas…?, el tamaño… los lunares, si es que los tienes por ahí.

Le estoy hablando en susurros mientras ella respira como si estuviera congestionada. Respira muy rápido. Sus pechos se balancean al ritmo de sus respiraciones.

—No sé cómo podré decirles si tus pechos son duros… o si son suaves, madre. No sé qué les contaré cuando me pregunten si para abarcarlos necesité ambas manos… o solo una, aunque me imagino que sí se necesitarían las dos. Ufff, madre… me siento imposibilitado para responder a todas esas morbosas preguntas… porque… es evidente que nunca lo sabré, y si invento las respuestas probablemente comenta inconsistencias… 

Mi madre empieza a secretar en su canalillo, en su cuello, en toda la parte posterior de sus pechos. No sé si es una reacción derivada de los nervios o del calor. Lo cierto es que ella está casi farfullando.

Entonces, en un susurro, me dice…

—¿Quieres verlas, hijo?

Su pregunta me paraliza, me enciende desde las entrañas. Su proposición me arranca un gemido prolongado y una ligera sensación de fuego en las manos.

—S…í… —respondo con la boca empapada.

—¿Quieres tocarlas, mi amor? —y en esta entonación su voz surge mucho más cachonda y caliente que antes.

—S…í…

Sus ojos están ardiendo. Sus tetas están botando. Mi verga está más tiesa que antes.

—Pues… entonces… mi coronel, te las enseñaré, y luego dejaré que me las toques… pero…

—¿Pero…?

Ese “pero” me preocupa demasiado. Pero ella parece muy segura de sí misma. Sus labios carnosos se abren. Noto cómo cierra sus muslos con ansiedad.

—Pero… primero, hijo… quiero que por favor te quites el pantalón, que si sigues con esa erección… vas a lastimarte.

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1 comentario - El Cliente de mamá// cap. 4