El reencuentro

Salí de bañarme y ahí estaba ella, con un conjunto de lencería blanco impoluto, con medias y portaligas incluido. Llevabamos más de un año conviviendo y yo recién volvía de un ejercicio militar de 30 días.
Ella es Paula, mí novia. Mide 1.65 aprox, caderona y con dos tetas que volverían loco a cualquier hombre. Yo mido poco más de 1.80, y a pesar de ser delgado, por mi profesión de oficial de Ejército tengo un porte atlético. Ambos tenemos 25 años y disfrutamos mucho del sexo, pero esta vez sería especial.
Se acercó y me beso de manera muy apasionada. La agarre por la cintura y la acerqué a mí cuerpo. Extrañaba su piel suave y cálida. Mientras la besaba la lleve contra la pared y comencé a recorrer su cuerpo con la punta de mis dedos. Los muslos suaves, subiendo hasta el borde de su tanga en la ingle, los cachetes de ese hermoso culo grande y terso. Volví a tomarla por la cintura y le apoyé mí creciente miembro contra su pelvis.
Subí mis manos y tome sus tetas por debajo. Entre besos se notaba su respiración acelerada, sus suspiros al apretar esos hermosos pechos.
La lleve a la pieza, donde todo había sido preparado a la medida. Se dejó caer en la cama y yo encima de ella. Tomé su mano izquierda y llevándola al extremo superior de la cama la até firmemente. Repetí el proceso con la mano derecha y ya era mía. Con suaves caricias por los costados del cuerpo fui bajando, hasta darle un beso en el monte de Venus, justo sobre la fina línea, en la tela de encaje que cubría su sexo. Continué por las piernas, que amarré a los extremos inferiores de la cama. Tomé un par de auriculares inalámbricos y se los coloqué luego de vendar sus ojos.
Ya no podía moverse, solo relajarse y entregarse a la larga noche que teníamos por delante. La besé, un interminable beso mientras acariciaba su vientre, los lados de su cuerpo y ella intentaba arquearse pidiendo que mí mano baje más. No le dí el gusto. Seguí con besos suaves en el cuello, y bajando lentamente al pecho. Besé el reducido espacio entre esas grandes tetas, y luego me dirigí a la de la izquierda, mientras apretaba como amasando la derecha. De a poco su respiración entrecortada se transformó en gemidos, y mis besos en mordiscos y lamidos sobre sus pezones ya erectos. Sabía bien cuánto le gusta que le dedique tiempo a sus pechos. Ningún hombre se hubiera permitido pasar ese placer de largo. Besé aún más sus tetas y me tomé el atrevimiento de dejarle algunos chupones pequeños. Cambie de lado y comencé a chupar su teta derecha, y luego las junté y mordí ambos pezones a la vez. Paula se arqueó y gimió. Todo iba por el camino correcto. Seguí un largo rato besando sus pechos, pero comencé a bajar las caricias a su abdomen, sus muslos, pasaba la mano por el borde de su tanga pero sin llegar a tocar su sexo, haciéndola desear que llegue ese momento. Su piel blanca y suave es en si un placer. Comencé a masajear por encima de su tanga y al instante sentí el calor y la humedad que ya había. Al pasar los dedos por sus labios se arqueaba, buscando más presión.
Corrí suavemente la fina tela de su ropa interior y metí un dedo. Estaba empapada como nunca antes. Su sexo increíblemente mojado permitió que mí mano entre fácilmente y la comencé a masturbar. Recorrí cada centímetro de su vulva, froté su clítoris y metí un dedo en la vagina. Los gemidos iban en aumento y su cuerpo se arqueaba y retorcía pidiendo más.
Me detuve.
Desaté sus tobillos, que la obligaban a estar completamente extendida en forma de X, solo para atar sus rodillas a las esquinas superiores de la cama, obligándola a estar con las piernas abiertas y levantadas. Tomé de la mesa de luz un pequeño vibrador a control remoto y lo llevé a su boca. Automáticamente entendió que debía lubricarlo con su saliva, aunque claramente no hacía falta. Lo metí en su sexo y lo encendí. Respondió con un gemido suave y sus piernas contrayendose.
Volví a bajar y comencé con mí tarea favorita. El sexo oral siempre había sido la parte que más disfruto, casi tanto como coger. Pase la lengua por sus muslos hasta llegar al centro. Comencé besando su ano, virgen hasta el momento. Subí con mí lengua a su vagina, recorriendo sus finos labios empapados con ese sabor característico que me encanta. Lamí como si no hubiera un mañana. Pasaba la lengua de arriba hacia abajo y en círculos mientras subía la frecuencia del vibrador. Mientras chupaba sin parar comencé a masajear con mí dedo en su ano. Ya relajado y húmedo iba sediendo de a poco y mí dedo gordo lograba entrar de a poco. No lo negó y comenzó a mover su cadera a ritmo para que meta y saque mí dedo. No paré un segundo de comerle el sexo, sus gemidos crecieron, sus piernas se tensaron, y terminó en un fuerte orgasmo que me mojó toda la cara.
Apagué el vibrador y lo saqué lentamente al igual que mí dedo, que seguía dentro de ella.
Le había tocado hasta acá gozar a ella, y yo con la pija en su máximo punto de esplendor, aún no me había aprovechado.
La desaté, la tomé del pelo y le llevé la cara a mí pija. Luego de más de un mes sin acción moría de ganas de sentirla. Lamió el tronco, los testículos y luego el glande. Se la metió completa en la boca, tanto como podiá fue por voluntad, y los últimos dos centímetros llegaron cuando presioné su cabeza y empujé con mí cadera. Amo coger su boca y sentir como babea mí pija y caen lágrimas en su hermosa cara luego de ahogarse.
Le permití salir a respirar y luego siguió lamiendo y chupando a gusto, sin mí presión. Me paré al lado de la cama y ella en cuatro chupaba. Tomé una fusta y azoté su culo cuando ella tenía todo mí miembro en su boca. El gemido salió ahogado, pero desató su pasión y comenzó a chupar con más fuerza y subir y bajar su cabeza sin parar. Se sentía increíble su lengua jugando en mí pija, rodeando el glande, metiendose todo el miembro en la boca.
Luego de un rato, con mí pene muy erecto y babeado le ordené que me de la espalda y se ponga en cuatro. Obediente lo hizo, lleve sus manos a la espalda y la esposé. Nuevamente me dediqué a lamer su sexo, especialmente la entrada de la vagina metiendo la punta de mí lengua. Me retiré un poco, tomé una crema humectante de la mesa de luz y coloqué en sus nalgas. Comencé a masajearlas y darle chirlos de manera intercalada. La tomé por la cadera e introduje mí pene casi completamente. Sabía que si intentaba entrar hasta el fondo podría lastimarla. Su reacción fue inmediata y mientras yo la nalgueaba comenzó con su frenético meneo que tanto me gusta. Continúe por un rato con mí bombeo mientras la tomaba por la cadera, sus gemidos aumentaban y yo estaba por acabar. Decidí que era el momento de llegar y aumenté el ritmo. Me aferré a ella, enterré mí pija tanto como podiá y con un profundo gemido acabé dentro de ella. Fue el orgasmo más fuerte que recuerdo. Luego de tantos días de abstinencia mí semen salía con fuerza y en cantidad. Me derrumbe sobre su espalda y desaté sus manos sin salir. Mí miembro seguía dentro de ella, semierecto y caliente. Mis manos debajo de su abdomen, tocando su clítoris, produciendo lentos y suaves gemidos.
Fue la primera parte de una larga noche.

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