Departamento de soltero. Tercer año. Capítulo 9

Departamento de soltero. Tercer año. Capítulo 9

No leíste la primera parte o la segunda de "Departamento de soltero"? En total son 20 capítulos super calientes y te van a encantar! Acá te dejo el link para que entres y te deleites:
PRIMER AÑO. CAPITULO 1
SEGUNDO AÑO. CAPITULO 1

La historia de Lautaro sigue avanzando y enredándose, entre encuentros con amigas, vecinas y amantes que se ponen cada vez más calientes a medida que él descubre nuevos horizontes de placer. Esta historia es ficción, eso no quiere decir que algunos hechos no sean reales…

CAPITULO 1

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Capítulo 9: ¡Basta!
   “¡Basta! Esto no va más” decía el cartel que estaba pegado en el ascensor al día siguiente debajo de una foto en la que se veía como María Paula me estaba chupando la pija en la terraza. Yo miraba hacia abajo, por lo que no se notaba mi rostro, pero el de ella se veía claramente, ya que en esa oportunidad habían decidido no ponerla borrosa. Arranqué la foto con furia y bajé hasta el 5to piso para enfrentar a Tamara y a Darío, quienes estaban seguro que habían colocado dicha foto. Sin embargo, no me atendieron el timbre. No sabía si era porque no estaban o porque decidieron ignorarme, pero la cosa no iba a quedar ahí. Luego bajé al 4to piso y toqué la puerta del departamento de las hermanas, deseando poder hablar con María Paula para ver si había visto el cartel. El problema fue que quien me abrió la puerta fue su hermana y la expresión en su cara lo decía todo.
   Florencia apenas me habló, pero tras unos segundos de silencio me hizo saber que yo no iba a poder seguir tratándolas de estúpidas a ninguna de las dos. Su hermana menor apareció luego y muy enojada me dijo que yo le había mentido y que la había usado. Obviamente no tenía explicación, pues me había estado acostando con las dos a la vez sin que ellas se enteraran de eso. Lo peor de todo es que lo sucedido había quedado reflejado nuevamente en una imagen que hizo que el edificio entero se enterara de ello. Sin saber que responderles, les pedí disculpas a ambas y les dije que no iba a volver a molestarlas, pues claramente lo nuestro había terminado allí.
   Las cosas no quedaron allí, pues a los pocos días me crucé a Tamara en el palier y me dijo que yo era un irrespetuoso y que iba a tomar medidas legales al respecto. “Que vida de mierda que tenés para andar revisando las cámaras de seguridad todos los días” le respondí yo antes de que se cerrara la puerta del ascensor. Lo que más me molestaba era que todos actuaban como si ninguno de ellos tuviera sexo y como sí lo que hubiésemos hecho fuera pecado. Claramente entendía que estaba mal y que ese último año había tenido más de una actitud provocadora aparte de coger en el ascensor y en la terraza. Se me vino a la mente el preservativo que arrojé por la ventana luego de coger con Lucía y que terminó en la baranda del balcón del séptimo piso.
   Tal cual Tamara lo había dicho, a los pocos días me llegó una nota de parte de la administración (la cual ella tenía a cargo) que decía que iban a organizar una asamblea para votar si debían o no expulsarme del edifico. “¿Qué?” grité leyendo la nota por segunda vez pues me parecía totalmente descabellada. Hablé con Juliana y con Ignacio, mis compañeros de trabajo al respecto y le consulté a Franco que trabajaba en el estudio de abogados de su padre. Todos me dijeron que no era posible que me expulsaran del edificio, ya que yo tenía un contrato de alquiler y al parecer el dueño no estaba dispuesto a rescindirlo, pero me sugirieron que fuera a la asamblea. Hablé con el dueño del departamento, a quien le pareció graciosa la situación y hasta se burló diciéndome que si quería me alquilaba otro departamento para usarlo como telo.
   En la asamblea las cosas se pusieron muy tirada de los pelos. Envalentonada como si de un político en campaña se tratase, Tamara dio un discurso totalmente exagerado en el que llegó a decir que era costumbre mía tener sexo en el palier del edificio y en varios lugares. Yo traté de explicar lo que había pasado solamente dos veces, pero me quedé callado cuando vi a Victoria aparecer de golpe en dicha asamblea. No podía seguir hablando después de verla entrar al hall del edificio y quedarse observando mi defensa que hacía agua por todos lados. Allí fue cuando Darío aprovechó y propuso una votación para definir si debían o no expulsarme del edificio. En ese momento fue cuando el dueño del mismo dijo que él no tenía intenciones de rescindir el contrato y que la votación no iba a tener ningún valor.
   - Al menos hagámosla para que él sepa si queremos que se quede o no.- Dijo entonces María Paula con cara de odio.
   Allí fue cuando Tamara y Darío levantaron la mano enseguida y el resto de las personas le siguieron. Solo unos pocos no levantaron la mano, algo que me dio tranquilidad al saber que al menos había gente coherente en dicho edificio. Pero lo que más me dolió fue ver a Florencia, a María Paula y a Victoria con sus manos en alto y con expresión de bronca y odio en el rostro. No pude hacer otra cosa que sentirme mal y asentir con la cabeza, pedir disculpas y decir que no iba a volver a pasar. Me retiré de la reunión sintiéndome peor que antes y pensando si debía o no irme del edificio a pesar de que el dueño del departamento no tenía problema con ello.
   A principios de Noviembre las cosas empezaron a ir peor. La gente del edificio no quería subir conmigo al ascensor y me ignoraban por completo. Victoria no me hablaba, Florencia hacía lo mismo y María Paula me insultaba cada vez que me veía. Tamara sonreía feliz cada vez que me cruzaba y solía seguir pegando las fotos de las escenas en el ascensor una y otra vez, dejando bien en claro que había tenido algo con las dos chicas. Lo que más me sorprendía era que nada de la culpa había caído sobre ellas y que yo parecía ser el responsable de todo. Una nueva carta apareció bajo mi puerta con un tono amenazante en la que decía: “No te queremos en este edificio. Andate ya!”. Fue en ese entonces cuando volví a hablar con Franco para que me diera una ayuda a ver si existía la posibilidad de hacer algo de forma legal, ya que me parecía demasiado lo que estaba sucediendo.
   - Te paso el contacto de una ex compañera de la facu que seguramente te pueda dar una mano. Contactala.- Me dijo y me dio el teléfono de una tal Flavia.
   Así fue como contacté a la ex compañera de Franco de la facultad, una abogada que trabajaba en el estudio de un familiar y con quien me junté más que nada para que me dejara tranquilo de que no había nada que mis vecinos pudieran hacer para expulsarme. “A menos que estés haciendo algo ilegal en la propiedad y el dueño del inmueble lo exija, quedate tranquilo” me dijo riéndose luego de que le diera detalles de todo lo que había pasado con mis vecinas. Al igual que a Juliana, a Flavia parecía darle gracia la situación que se había generado y no podía ocultar la risa cada vez que le ampliaba más la historia.
   - Y las vecinas con las que vos estuviste… ¿Votaron a favor de echarte?- Me preguntó ella que seguía sin poder creer la historia
   - Así es.- Le contesté yo riéndome pues también me empezaba a dar risa todo aquello.
   - Igual, debés coger muy bien… Digo, porque estuviste con tres de tus vecinas.- Me dijo ella mirándome fijo a los ojos con una sonrisa pícara en el rostro.
   No le contesté. Era obvio que Flavia estaba provocándome y burlándose de lo sucedido, al fin y al cabo ya me había dicho en el primer encuentro que me quedara tranquilo y a pesar de eso yo seguía yendo a verla. Pero… Entonces me surgió la duda de por qué Flavia seguía aceptando mis visitas a su estudio, en especial una que era viernes a las siete de la tarde. ¿Estaba buscando algo más? Capaz que la historia le había generado la curiosidad y quería morbosear conmigo. Llegué a pensar que capaz que estaba buscando ser ella una de las protagonistas de las fotos que a Tamara tanto le gustaba poner en el ascensor. Me arriesgué y sin pensarlo le propuse ir a tomar algo a un bar y seguir contándole la historia, a pesar de que ella ya conocía todos los detalles. Ella aceptó la invitación y enseguida nos fuimos a un bar a unas pocas cuadras del estudio para seguir hablando de diferentes cosas de la vida.
   No tardamos en ponernos algo íntimos y en dejar que las cervezas empezaran a hablar por nosotros. Flavia era una mina de 27 años, sumamente seductora, con una actitud bien de abogada que me calentaba muchísimo. Se animó a preguntarme que era lo que hacía yo que provocaba que tantas vecinas quisieran estar conmigo y en ese entonces sí decidí contestarle. “¿Querés averiguarlo?” le respondí levantando las cejas y ella me miró fijo a los ojos y luego terminó el vaso de cerveza. “No sé qué será, pero yo no soy de esas pendejitas que te chupan la pija en cualquier lado” me retrucó con tono serio pero sin dejar de mirarme fijo. Las cartas estaban echadas sobre la mesa y unos minutos más tarde, nos estábamos yendo del bar directo a su departamento.
   “Prefiero que vayamos a mi departamento y no al tuyo, por más que me acabo de mudar” me dijo Flavia teniendo en cuenta la situación y que sabía todo lo que había pasado. Entramos a su departamento, el cual era mucho más grande que el mío pero que estaba completamente lleno de cajas de mudanza y muebles mal acomodados. Se disculpó por el desorden varias veces, pero yo le dije que no había problema. Dejó las cosas sobre la mesa y se dio vuelta para mirarme fijo y volver a preguntarme que era lo que tenía que atrapaba tanto a mis vecinas. Sin decir nada, me acerqué a ella, me paré en frente suyo y comencé a besarla apasionadamente.
   Flavia era totalmente distinta a la mayoría de las mujeres con las que yo había estado y me lo hizo saber desde el principio. Traté de atraparla, de arrinconarla y de hacerla mía, sin embargo ella me agarró de las manos y me fue sacudiendo y haciendo dar marcha atrás hasta que mi espalda tocó la pared de la habitación. “Conmigo no” me dijo alejando su rostro unos centímetros y después volvió a besarme. Esa actitud desafiante me encantó y yo le devolví el beso con agresividad, mientras soltaba mis manos de las suyas y la abrazaba a la altura de la cintura. Nuestros labios no tardaron en descontrolarse y los suyos bajaron hasta mi cuello para besarme y estimularme.
   Le propuse ir a la habitación teniendo en cuenta la cantidad de cajas con ropa y elementos personales que había en ese lugar y ella aceptó. Sin embargo, cuando llegamos allí descubrí que la cama estaba vacía. Esta se encontraba en el centro de la habitación, con las almohadas en su lugar pero sin sábanas. “Me la trajeron hoy a la mañana” aclaró ella y a pesar de eso yo me recosté sobre ella y Flavia se subió encima de mí. Los besos reaparecieron, el toqueteo se hizo más intenso y caliente. Con mis manos recorría su espalda, sus brazos, su cuello y obviamente su cola, la cual era perfecta. La ropa poco a poco fue desapareciendo. Yo le saqué la camisa que tenía puesta y ella se desprendió el corpiño para colocarme sus preciosas tetas en mi cara y así permitirme que las chupe con todas mis ganas.
   Sabía que no podía hacer con Flavia lo mismo que hacía con otras, que no podía dominarla o tratarla de puta como a mí me gustaba hacer, pero estaba sumamente tentado de ello. Ella me demostraba una superioridad y pudo controlar la situación, agarrándome nuevamente de las manos y llevándolas por encima de mi cabeza luego de sacarme la camisa que tenía puesta. Bajó a mi pecho, lo beso, lo acarició y lamió mis pezones generándome unas hermosas cosquillas que me volvía loco. Sabía cómo moverse, cómo utilizar sus labios de la forma adecuada y cómo mirarme a los ojos en el momento exacto para calentarme aún más. Cuando llegó a mi cintura, supe que Flavia no solo iba a dar lo mejor de sí, sino que lo iba a hacer de una manera muy provocadora que a mí me iba a encantar.
   Me desabrochó el pantalón y me lo fue bajando de a poco hasta sacármelo. Algo similar hizo con el bóxer, pero antes de sacármelo se encargó de masajearme mucho las piernas y de pasarme varias veces la mano por encima del bulto que se había formado. Cuando por fin se deshizo de toda mi ropa, descubrió mi pija bien dura y completamente al palo, la cual volvió a esquivar en varias oportunidades hasta que terminó agarrándomela con su mano derecha. “Mmm” gimió sonriendo y mirándome fijo para luego inclinarse hacia adelante. Pero la muy desgraciada no se la metió en la boca de una y en su lugar amagó a hacerlo no una, no dos, no tres, sino cuatro veces. Se inclinaba hacia adelante, se acercaba lo más que podía y terminaba besándome la cintura, dejándome la marca de sus labios sobre mi piel. Yo no daba más, me encantaba ese juego pero quería disfrutar de su boquita en mi verga.
   Entonces Flavia sacó la lengua y a la quinta vez la pude sentir pasar lentamente desde la base hasta la punta, llegando a la cabecita y haciéndome temblar de placer. “¡Uhhh sí!” le dije sin resistirme y colocando mis manos detrás de mi cabeza para relajarme y poder disfrutar al máximo. Ella abrió la boca y empezó a chuparla lentamente, comiéndose primero la cabeza y bajando poquito a poco hasta llegar lo más a fondo que pudo. Poco a poco comenzó a subir y a bajar una y otra vez, haciéndolo a un ritmo constante y dándome un placer que aumentaba a cada segundo. Me vi tentado de agarrarle la cabeza, de sujetarla y obligarla a ir al ritmo que yo quería, pero la abogada me había dejado bien en claro que eso no iba a suceder.
   Sus labios me atrapaban y su lengua me volvía loco. Flavia subía y bajaba su cabeza cada vez más rápido y mi pija bien dura entraba y salía de su boquita que se llenaba más de saliva a cada movimiento. “¡Ay sí! ¡Dale!” le dije sin controlar mis palabras y ella levantó si mirada y la clavó en mis ojos. En sus labios se dibujó una sonrisa morbosa, que siguió subiendo y bajando por mi verga a toda velocidad y a mí me encantó. Era evidente que sabía cómo calentar a un hombre, cómo volverlo loco de placer y hacerlo llegar al punto máximo de excitación. Su mano también seguía subiendo y bajando por mi cuerpo y todo eso me estaba descontrolando, me había temblar y me generaba escalofríos que me recorrían todo el cuerpo.
   Luego de dejarme toda la pija mojada y cubierta de su saliva, Flavia volvió a subir por mi cuerpo y a besarme la boca con sus labios babosos. Yo la abracé con ganas y giré para colocarme encima de ella, algo que causó un pequeño gritito de sorpresa de su parte. La abogada me miró con una sonrisa y tras darle un nuevo beso, hice el mismo recorrido que ella había hecho, bajando por su cuerpo con mis labios. Obviamente hice una parada importante sobre sus tetas, para lamerlas, manosearlas y chuparle los pezones hasta ponerlos bien duritos. Después continué por su pancita y cuando llegué a la cintura, me deshice del pantalón y de la tanguita que tenía puesta, pues no quería perder el tiempo.
   Fui directo a su concha, la cual empecé a lamer y a chupar con ganas. Le pasé la lengua varias veces y dejé caer saliva sobre su entrepierna para después esparcirla por todos lados. Con las manos la agarraba de los muslos, los cuales amagaban a cerrarse todo el tiempo, mientras que mi boca y mi lengua se concentraban en su hermosa conchita. De más está decir que llegué a su clítoris rápidamente y que fui jugando con este, haciendo presión sobre el mismo y rozándolo hacia un lado y hacia el otro. Ella apuntó la cabeza hacia arriba, cerró los labios y se dedicó a disfrutar de ese momento casi en silencio, regalándome pequeños gemidos que sonaban muy de vez en cuando.
   Mis dedos no tardaron en entrar en acción. Fui corriendo una de mis manos hacia el centro de su cuerpo y cuando llegué, comencé a jugar con un dedito sobre su concha. Primero iba acariciando sus labios, apenas tocándolos y rozándolos con la yema de mi dedo. Pero poco a poco lo fui metiendo, sintiendo como este iba entrando en su conchita totalmente mojada. Con mi lengua me ocupaba de su clítoris, el cual lamía y acariciaba frecuentemente mientras que con un dedito empezaba a cogérmela a ritmo constante. Allí fue cuando Flavia empezó a gemir más y a hacerlo de una forma fascinante, ya que se notaba que lo que estaba haciendo le encantaba y lo disfrutaba muchísimo.
   - ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Síii! ¡Ay sí!- Decía cada vez que mi dedo entraba bien a fondo y yo me motivaba y seguía más y más metido entre sus piernas.
   Una vez que los dos estábamos al palo y que la calentura había llegado al máximo en una previa muy salvaje y agresiva, Flavia sacó un preservativo de su mesita de luz y me lo alcanzó. “Eso si llegaste a ordenar” le dije bromeándola teniendo en cuenta que el resto de la casa era un desastre. Ella sonrió y rápidamente me aclaró que los tenía siempre a mano en caso de que algo sucediera, algo que me calentó aún más. Me lo puse y volví a acomodarme encima de ella, para darnos unos cuantos besos y tocarnos con ganas. Apoyé mi pija sobre su conchita y sola fue entrando en el cuerpo de mi amante, hasta que esta la tuvo toda adentro. Flavia abrió la boca y dejó escapar un gemido hermoso que me encantó y yo se lo callé comiéndole la boca, sintiendo como este sonaba en mis labios.
   Empezamos a coger con ganas. Yo movía mi cintura hacia adelante y hacia atrás cada vez más rápido, provocando que mi pija entrara y saliera de su conchita totalmente empapada. Nuestros labios se juntaban, se separaban, se volvían a juntar y buscaban la piel del otro en besos húmedos y apasionados. Con mis manos también recorría su cuerpo, tocándole el rostro, el cuello, los hombros y las tetas, al mismo tiempo que ella se aferraba de mi espalda y me acariciaba el pecho. Yo me moría por decirle algo, por maltratarla y dominarla, pero por alguna razón no lo hacía y no poder hacerlo me calentaba más y me ponía más loco. Flavia se daba cuenta de ello y me provocaba con gemidos cada vez más agudos y feroces que me encantaban.
   Cambiamos de posición y ella tomó el control de las cosas. Se sentó sobre mi cuerpo y empezó a cogerme con ganas, moviéndose hacia atrás y hacia adelante con mi pija adentro suyo. Aprovechando que estaba acostado, levanté mis manos y las llevé directo a sus tetas, para tocarlas todas y acariciarlas con ganas. Ahí me solté un poco más y empecé a decirle cosas, regalándole algunas palabras sueltas y haciéndole saber lo mucho que le gustaba que me cogiera de esa manera. La abogada se ponía cada vez más loca con mis palabras y se descontrolaba, llevando su cintura al extremo y pegando saltos sobre mi cuerpo. “¡Sí! ¡Así! ¡Me encanta!” le repetía yo mientras que ella gemía agarrándose de mis brazos y tirando el cuerpo hacia atrás.
   De golpe todo se fue al carajo. Flavia comenzó a saltar a toda velocidad sobre mi cuerpo y pareció perder el control de su propio cuerpo. Sus ojos se cerraron, su boca se abrió aún más y de ella empezaron a salir gemidos más fuertes y gritos de placer que envolvieron toda la habitación. Yo apenas pude sostenerla de la cintura, pero dándome cuenta lo que estaba pasando me dejé llevar por el momento y comencé a hablar. “¡Dale nena! ¡Dale, acabá! ¡Acabame toda la pija!” le decía con firmeza para que mis palabras se escucharan por encima de sus gemidos. Flavia se movía descontrolada, gritaba, gemía, daba saltos y golpes sobre mi cuerpo mientras que sus manos me sujetaban con fuerza de los brazos. Entonces acabó. Lo hizo de una manera hermosa, mojándose por completo y mojándome a mí también para luego caer rendida en mi pecho, respirando agitada y jadeando de placer.
   Nos quedamos unos segundos en esa posición, rendidos en un abrazo transpirado y agitado mientras ella recuperaba la respiración. Pero la noche todavía no había terminado y ahora que ella había acabado, yo estaba más caliente que nunca. Le dije que se colocara en cuatro y Flavia lo hizo para darme lugar entre sus piernas. Se la metí de golpe, sin perder el tiempo ni dar vueltas y empecé a cogérmela a toda velocidad. Sus gemidos volvieron a aparecer, pero ahora era yo quien los provocaba y los controlaba. Me agarré con fuerza de su cintura y seguí cogiéndola bien dura y a toda velocidad. Mi cabeza deliraba frente a esa situación. Flavia era tremenda, tenía un cuerpo divino y una actitud que me había llevado al máximo de placer. Me incliné hacia adelante, me acerqué a su oído y dejándome llevar por el momento le pregunté:
   - ¡¿Te gusta?! ¡¿Te gusta así, putita?!
   - ¡Ay sí! ¡Me encanta! ¡No pares!- Me respondió ella gritando como loca.
   Sus palabras penetraron en mi cabeza de una forma única y la locura me absorbió por completo. “¡Tomá puta! ¡Tomá!” empecé a gritarle mientras me la cogía a lo bestia dándole hacia adelante y hacia atrás. Flavia gemía como loca, gritaba y cada palabra que salía de su boca era vitamina para mi cuerpo que estaba descontrolado. Sentía un placer enorme y poder llevarlo al juego que a mí me gustaba había revolucionado todo. “¡Ahí viene la leche! ¡Ahí viene, pedazo de puta!” le grité y ella me devolvió las palabras pidiéndomela, rogándome que se la diera. “¡Ay sí! ¡Dame la lechita! ¡Dámela toda!” me dijo y esas palabras fueron éxtasis para mis oídos.
   Acabé dando un golpe seco contra su cuerpo y clavando mi pija bien adentro de su conchita. Sentí como el preservativo se llenaba de leche y como Flavia jadeaba de placer, seguramente por un segundo orgasmo que acababa de tener luego de esa tremenda cogida. Me alejé de ella, la miré en cuatro y sin resistirme le pegué un chirlo bien fuerte en la cola que le sacó un gritito agudo. La abogada giró la cabeza y en su expresión morbosa se notaba una sonrisa de placer puro que indicaba lo bien que la había pasado. Yo me fui al baño, el cual también estaba desordenado, me saqué el preservativo y me lavé la cara para salir y comprobar que ella ya se estaba cambiando.
   Me vestí lo más rápido que pude y tras unas palabras de ella en las que me aclaraba que no teníamos más nada que tratar sobre asuntos profesionales, me fui. Salí caminando con una sonrisa en el rostro después de una noche que había resultado ser increíble. Pero a medida que me iba acercando al edificio donde vivía empecé a pensar si de verdad quería seguir viviendo ahí, si de verdad quería seguir teniendo ese lugar al que había bautizado “mi departamento de soltero”. Pensé en mis vecinas y como las relaciones se habían arruinado con todas. Ya no me hablaba con Victoria, ni con Florencia y mucho menos con María Paula. Entonces me pregunté qué hubiese hecho Sofía, la chica policía con la que me había acostado hacía ya más de un año. ¿Qué hubiese hecho ella? ¿Qué hubiese votado? Recordé nuestra relación, nuestros encuentros y hasta como había llegado a sentir algo por ella más allá de lo sexual. La recordé tanto, que de pronto la vi parada en la puerta del edificio saludándome con una mano.


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