Departamento de soltero. Tercer año. Capítulo 7

Departamento de soltero. Tercer año. Capítulo 7

No leíste la primera parte o la segunda de "Departamento de soltero"? En total son 20 capítulos super calientes y te van a encantar! Acá te dejo el link para que entres y te deleites:
PRIMER AÑO. CAPITULO 1
SEGUNDO AÑO. CAPITULO 1

La historia de Lautaro sigue avanzando y enredándose, entre encuentros con amigas, vecinas y amantes que se ponen cada vez más calientes a medida que él descubre nuevos horizontes de placer. Esta historia es ficción, eso no quiere decir que algunos hechos no sean reales…

CAPITULO 1

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Capítulo 7: Quiero más
   - A ver si entendí bien… ¿Tus vecinos te quisieron echar de tu departamento e hicieron una votación para ver si lo conseguían?- Me preguntó Flavia que seguía sorprendida por lo que le estaba contando.
   - Exacto…- Le respondí yo riéndome.
   - Y las vecinas con las que vos estuviste… ¿Votaron a favor de echarte?- Me preguntó aún sin poder creerlo.
   - Así es.- Volví a asentir yo riéndome.
   Esa escena ocurrió a mediados de Noviembre en un bar de la ciudad, luego de que nos encontráramos previo acuerdo y antes de que fuéramos al departamento totalmente desordenado, con cajas en el piso y cogiéramos en la cama sin sábanas. Yo estaba desorbitado, desorientado, sin poder creer lo que había ocurrido esa misma tarde. Mis vecinos habían organizado una asamblea para echarme del edificio y las chicas con las que yo había compartido una intimidad muy grande habían votado a favor de dicha resolución. Riéndome a carcajadas por no terminar de entender lo que había sucedido, me retiré de dicha reunión y fui a encontrarme con Flavia para ver si podía salir un poco de esa locura.
   Es que los meses anteriores a llegar a Noviembre, las cosas se habían puesto aún más locas y salvajes. Tras mi noche de sexo con Lucía en el balcón del edificio, varios vecinos se quejaron diciendo que alguien había cogido a los gritos y no los había dejado dormir. Lo peor fue cuando la pareja del séptimo descubrió el preservativo y era evidente que había sido yo ya que tanto el 8vo como el 10mo estaban desocupados en ese momento. Tamara y Darío, quienes se creían dueños del edificio por administrar sus gatos, me dejaron una nota diciéndome que tenía que cambiar mis hábitos sexuales o iban a tomar medidas al respecto. Yo leí esa carta, me reí de ello y la tiré a la basura pensando en coger en el palier del 5to piso y frente a su puerta.
   Con Lucía las cosas quedaron bastante bien. Al día siguiente hablamos y volvimos a acordar que lo nuestro iba a quedar en secreto para los dos, así no generábamos complicaciones en el grupo. Al mes nos reunimos con Macarena, Facundo, Juan Pablo y Luciano y Estefanía que habían vuelto de su luna de miel y nosotros nos comportamos como si nada hubiese pasado. De hecho, llegamos a bromear sobre lo borracha que Lucía se había puesto en el casamiento, algo que sin lugar a dudas generó varios chistes. “Decí que Lauti te llevó a tu casa” le dijo Macarena que no tenía ni idea que en realidad primero habíamos hecho una parada en el balcón de mi casa.
   Con Franco volvimos a hablarnos luego de que él organizara una juntada sin mí y con el resto de las novias del grupo. Aclaramos un poco las diferencias y me pidió disculpas por haberme dejado de lado en dicha reunión. Esa misma semana nos juntamos también con Javier, Facundo y Lucas y nos pusimos al día, contándonos algunas novedades. Allí supimos que Andrea y Facu estaban bastante mal y que al parecer la relación venía de complicación en complicación. “No sé qué le pasa, pero desde el casamiento que no quiere que hagamos nada en público, ni siquiera que salgamos a comer. Como si no quisiera que nos vieran juntos” nos contó él y nos dimos cuenta que ella claramente no estaba cómoda en la relación.
   - ¿Y con tus vecinas? ¿Qué onda?- Me preguntó Franco para saber cómo iba mi vida amorosa o sexual.
   Rápidamente les conté que con Victoria seguía sin hablarme y que de hecho ya no me interesaba hacerlo. Con quien sí me seguía viendo y seguía teniendo encuentros muy calientes, era con Florencia, la pendeja de 20 que vivía en el 4to piso. Luego de que se descubriera que yo había tenido sexo en el balcón y había tirado el preservativo, me hizo una especie de escena de celos que en realidad tenía como objetivo calentarme. Claramente lo logró, pues tan solo unos días después de estar con Lucía, nos encontramos en mi departamento y nos desnudamos al toque para tirarnos a la cama y coger como nos gustaba.
   Ella estaba en cuatro cuando mi mano cayó con fuerza sobre su cola y mis dedos quedaron marcados en sus nalgas. Mi pija entraba y salía de su conchita empapada mientras que la otra mano tiraba de su pelo hacia atrás, levantando su cabeza. “¿Así querías que te coja, putita? ¿Así te gusta?” le pregunté por más que sabía que ella solo respondía con gemidos. Continué cogiéndomela ganas, metiéndosela y sacándosela a toda velocidad mientras que mi cintura rebotaba contra su cuerpo una y otra vez. A pesar de lo silenciosa que era, Flor no podía esconder esos suspiros bien profundos de placer que salían de su boca cada vez que se la metía hasta el fondo.
   Tras darle un buen rato así, le dije que se colocara boca arriba y yo me acomodé encima de ella para seguir cogiéndola a lo bestia. Rápidamente, mi vecina me envolvió con sus piernas y sus brazos y pegó mi cuerpo al suyo, haciéndome sentir sus enormes tetas sobre mi pecho y sus labios en los míos. “¡Dale! ¡Cogeme!” me dijo en un susurro acercando su boca a mi oído y poder escuchar sus palabras mientras cogíamos me terminó de volver loco. Me elevé sobre su cuerpo y aceleré mis movimientos, notando como el placer se hacía infinito y como los dos comenzábamos a gozar más. Ella cerró sus ojos, abrió su boca y sus suspiros resonaban frente a mis ojos que estaban fascinados con su actitud provocadora.
   Acabé de golpe, dándole un azote bien fuerte de mi cintura contra su entrepierna y dejando mi verga enterrada en su conchita empapada. Florencia gimió y se llevó la mano a la boca mientras acababa conmigo. Los dos disfrutamos de nuestros orgasmos, mirándonos a los ojos y sintiendo ese placer bien profundo recorrer todo nuestro cuerpo. Acto seguido nos acostamos el uno al lado del otro y respirando de forma acelerada nos empezamos a reír. Florencia giró la cabeza, me miró y me dijo que había sido nuestro mejor encuentro y el que más había disfrutado desde que empezamos a coger. Acto seguido, me agarró la mano y me regaló una sonrisa que era mucho más que sexual.

   Pero no era la única mujer que iba a estar en mi cama en esos días. Un viernes a la tarde llegué a mi casa después de trabajar y recibí un mensaje de Lorena, mi amiga, preguntándome si ese fin de semana quería hacer algo con ella. “Sin Bruno” me aclaró refiriéndome a su novio y por mi cabeza pasó la idea de que estaba buscando algo más que una simple reunión de amigos. A pesar de eso, Lore venía solo con ganas de conversar y de ponernos un poco al día. Me contó que con su novio habían vuelto a experimentar el voyeurismo y que de hecho él tenía ganas de que sea con dos hombres en lugar de uno. Estuve toda la noche esperando una propuesta de parte suya, que me pidiera ser parte de ese juego o me dijera que ella quería que yo fuera uno de esos hombres, pero nunca llegó. Cuando se fue cerca de las dos de la mañana, luego de que habíamos tomado varias cervezas y habíamos hablado de todo, yo estaba súper caliente.
   Esperando en la planta baja a que llegara el ascensor para volver a mi casa luego de que mi amiga se fuera, oigo que se abre la puerta del palier y al darme vuelta veo una cara familiar. Se trataba de María Paula, la hermana menor de Florencia que era muy similar a ella pero con un físico bastante diferente. “Hola” la salude sonriendo y ella se acercó para darme un beso en la mejilla y devolverme el saludo. Le pregunté a donde había ido como para sacarle conversación y me contó que se había encontrado con unas amigas a comer y conversar un rato. “Pero no tengo ganas de irme a dormir” me dijo ni bien el ascensor llegó a la planta baja y nos subimos en este. Apretó el botón del 9no piso pero no lo hizo con el 4to, por lo que yo me incliné hacia adelante para marcarlo cuando ella me frenó de golpe.
   - ¡No, no! ¡Yo también voy al 9no!- Me dijo sonriendo y agarrándome la mano.
   Sin soltarme, mientras el ascensor subía, fue dirigiendo mi mano hasta que apoyó esta sobre su pecho, encima de la remera y bien debajo de su cuello. Mi primera respuesta fue sacar mi mano de allí, pero María Paula me la sujetaba firmemente, por lo que no pude alejarla, a pesar que se dio cuenta de mi intento. “¿Qué pasa? ¿No querés?” me preguntó lanzándose de una y por mi cabeza pasaron las imágenes que me había hecho de ella en mi mente. Me la imaginaba desnuda, completamente mojada y cabalgando mi cuerpo de la misma forma que me la había imaginado un tiempo atrás. Pero no estaba seguro, no quería generar problemas entre ella y su hermana. No daba más.
   El ascensor frenó en el 9no piso y ella se bajó pero yo me quedé parada adentro. Estaba a punto de decirle que se subiera así la acompañaba hasta su casa, cuando María Paula se levantó un poco la remera y noté un arito en su ombligo que me cautivó. Me bajé del ascensor y coloqué mi dedo sobre mis labios para pedirle que hiciera silencio, ya que no paraba de reírse de una forma algo boba. Entramos a mi departamento y cerré la puerta con suavidad para que no se escuchara el ruido. Ni bien giré, la pendeja de apenas 18 años se arrojó sobre mí y me comió la boca de un beso bien caliente que me atrapó enseguida. Mis manos bajaron hasta su colita redondita y perfecta y se la apreté con fuerza mientras nos trasladábamos hasta la habitación ignorando los dos vasos que había en la mesa indicando que hasta hacía nadie yo había estado con alguien más en la casa.
   Entramos y arrojé a María Paula en la cama, de una manera algo brusca y violenta. Ella se sorprendió frente a ese comportamiento de mi parte y luego de colocarme encima suyo, le dije que todavía no era momento de sorprenderse. “Ahora vas a saber lo que es que te coja un verdadero hombre” le dije y ella agudizó su sonrisa morbosa que me volvía loco. Volvimos a besarnos con ganas y las manos se fueron descontrolando. Ella me sacó la remera y yo hice lo mismo, volviendo a ver ese arito que me atrapó la mirada por unos segundos hasta que subí a sus tetas. Le desabroché el corpiño y automáticamente fui en busca de sus preciosos pechos, bien chiquitos y redonditos, para besarlos y lamerlos con ganas. Estaba muy acelerado, la charla sexual con Lorena me había dejado al palo y las provocaciones constantes de mi vecinita me habían hecho estallar de calentura.
   Continué bajando por su cuerpo y cuando llegué a su ombligo, le lamí el arito y jugué con él al mismo tiempo que mis manos seguían acariciando suavemente sus pezones. Ella apenas se reía o emitía algún gesto. Era bastante silenciosa, como su hermana, algo que aumentaba el morbo de estar cogiéndomela tan solo unos días después de haber estado con Florencia. Llegué a la cintura de María Paula y ella abrió sus piernas y levantó su cadera permitiéndome sacarle el pantalón de un tirón y revelando una hermosa tanguita roja que apenas le cubría la conchita. “¡Sos tremenda, pendeja!” le dije levantando la cabeza y mirándola fijo a los ojos. Ella me respondió enfatizando esa risita pícara y mordiéndose los labios mientras recorría su cuerpo con sus manos. Le corrí la tanguita a un costado y agaché mi cabeza para comenzar a disfrutar de su cuerpo.
   Apoyé mis labios sobre los suyos y la besé varias veces, comprobando que ella se sacudía en todas direcciones por las cosquillas que sentía al rozar mi cuerpo con el suyo. Entonces la agarré de las piernas y dejándola quieta, lamí toda su conchita de abajo hacia arriba, dejándola húmeda y llena de saliva. “¡Ay!” gimió ella y se llevó una mano a la boca para disimular ese gritito agudo y hermoso que pegó. Volví a lamerle la conchita y esa vez lo hice de forma más intensa, sintiendo el sabor de su cuerpo en mi boca y llegando a mover mi lengua hacia los costados para que ella disfrutara más. María Paula volvió a gemir y su cintura se sacudió de nuevo, pero yo la tenía bien agarrada no iba a escaparse de mi boca tan fácilmente.
   Continué comiéndole la concha con ganas. Movía mi lengua en todas direcciones, subiéndola hasta su clítoris y bajándola hasta meterla adentro de su cuerpo. Como no podía jugar con mis dedos ya que mis manos se encargaban de abrazar sus piernas, decidí darlo todo con mi boca. Mis labios succionaban los suyos, dejaba que la saliva acumulada en su boca se perdiera en su cuerpo y seguía moviendo mi lengua en todas direcciones. Ella gemía por lo bajo, pero con su mano tapaba dichos gemidos, algo que claramente lo hacía porque no quería demostrarme lo mucho que gozaba de esa situación. A mí me encantaba sentir como su cintura se movía en todas direcciones como si intentara escaparse de ello, a pesar de que los dos sabíamos que no quería irse a ningún lado.
   - ¡Que deliciosa conchita que tenés, nena!- Le dije levantándola la cabeza y mirándola a los ojos con los labios mojados.
   Subí de nuevo por su cuerpo y volví a besarla para que probara el sabor de su conchita y sintiera como me había quedado la lengua empapada después de complacerla. Me levanté de la cama y me terminé de sacar lo que me quedaba de ropa mientras ella permanecía acostada en la cama, me miraba y se tocaba suavemente. Me encantaba poder verla por fin desnuda sobre mi colchón, mirándome con una sonrisita preciosa en el rostro y acariciándose las tetitas y el arito del ombligo. Saqué del cajón un preservativo y me lo puse a las apuradas deseando de volver a acostarme sobre ella y poder cogérmela con ganas.
   - ¿Alguna vez te cogieron bien duro, pendeja?- Le pregunté arrodillándome al lado suyo y pasando mi mano sobre su cuerpo, en especial sobre sus pezones duritos.
   María Paula no me respondió, negó con la cabeza y volvió a sonreír de manera pícara. Por un segundo me creí sus palabras, pensando que me estaba diciendo la verdad. Sin embargo, enseguida me di cuenta que era todo parte del juego y que seguramente ya había tenido varios amantes que la habían hecho gozar con ganas. Pero yo decidí dejarme llevar por su actitud y creyendo lo que mi vecinita me decía, me volví a acostar sobre ella entre sus piernas y apoyé mi verga bien dura encima de su conchita. Fui metiéndosela despacio, apreciando como su boquita se abría a medida que esta entraba y como de ella salía un hermoso gemido que resonaba bajo, pero bien claro. Cuando mi cintura chocó con su entrepierna, me incliné hacia adelante, la besé y empecé a moverme.
   Al principio fui lento, despacio, marcando un ritmo constante que iba hacia atrás y hacia delante de forma suave pero intensa. Podía ver el hermoso rostro de mi vecinita que demostraba placer con cada penetración. No gemía, o sí, pero lo hacía de una manera tan sutil que este apenas podía oírse por más que sentía su respiración en mi cara. La besaba. Le besaba los labios, la oreja, el cuello, los hombros, le pasaba la lengua por todos lados mientras que me movía entrando y saliendo de su cuerpo. Mi cabeza estallaba cada vez que por mi mente pasaba el recuerdo de que había estado con su hermana en esa misma cama hacía tan pocos días.
   Poco a poco empecé a acelerar el ritmo y con este, se aceleró mi corazón. Mis movimientos eran más rápidos y mi pija entraba y salía de su conchita casi por completo. Sentía la humedad de su cuerpo y podía oír como sus gemidos se hacían más fuertes a medida que yo me ponía más loco. Volví a besarla, a comerle la boca, pero ella me respondió gimiéndome en los labios y haciéndome saber lo mucho que disfrutaba de aquello. Sus tetitas, pequeñas y redonditas, se movían hacia arriba y hacia abajo con cada azote de mi cuerpo sobre el suyo. “¡Sí pendeja! ¡Me encanta! ¡Sos divina!” le decía yo tanteando que tan dispuesta estaba María Paula a que le hablaran durante el sexo.
   Entonces me dejé llevar por la calentura y empecé a cogerme con ganas, metiendo y sacando mi verga bien dura de su conchita mojada. A los pocos golpes que le di con mi cuerpo, ella empezó a gemir con fuerza y pareció que sus gritos la sorprendieron a ella misma, pues se llevó una mano a la boca para taparlos. Rápidamente y sin pensarlo, le saqué la mano de la boca, pero María Paula junto con fuerza los labios. “¡Gemí pendeja! ¡Quiero escucharte gozar! ¡Dale!” le dije con voz firme y automáticamente mi vecinita empezó a gemir sin control. No gritaba, no lo hacía de forma violenta como otras mujeres con las que había estado, pero me fascinaba escuchar sus grititos de placer cada vez que mi verga entraba bien a fondo de su conchita.
   Tras cogerla con fuerza y escuchar como podía gemir si se soltaba, le dije que se pusiera en cuatro y me arrodillé detrás de ella. Volví a metérsela bien a fondo y a moverme a lo bestia hace adelante y hacia atrás, sintiendo como su conchita empapada se abría ante mi pija. Coloqué mis manos en su cintura y la sujeté con fuerza al mismo tiempo que ella volvía a gemir, a pesar de que estaba seguro que ahogaba sus gritos. Yo llevé la vista desde su pelo hasta su cola, la cual me encantaba de lo redondita y perfecta que era. Podía ver su culito hermoso abrirse cada vez que mi cuerpo chocaba contra sus nalgas y llegué a pensar si María Paula era como su hermana. Estuve tentado de meterle un dedito en el culo y ver si así gemía como loca, pero decidí en su lugar pegarle un chirlo suave, pero que terminó sacándole un gritito.
   Entonces recordé la noche en la que me toqué pensando en ella y como me había imaginado una pendeja salvaje y atrevida cabalgando mi cuerpo. “¡Vení pendeja! Quiero que me cojas vos a mí ahora” le dije corriéndome a un lado y acostándome boca arriba sobre la cama. De forma obediente, María Paula se sentó encima de mi cintura e hizo desaparecer mi verga adentro de su cuerpo. Me regaló un nuevo gemido bien fuerte y empezó a moverse hacia adelante y hacia atrás gozando del momento. Yo recorría todo su cuerpo con mis manos, manoseaba sus preciosas tetas y llegaba hasta su cuello, el cual acariciaba con la punta de los dedos. Ella me miraba fijo a los ojos, gemía con la boca entreabierta y se movía suavemente hacia adelante y hacia atrás, disfrutando de ese momento divino.
   Ayudándome con mis manos, empecé a mover su cuerpo hacia arriba y hacia debajo de forma rápida. Ella entendió enseguida lo que estaba buscando y comenzó a saltar sobre mi cintura, clavándose mi pija con fuerza cada vez que caía de golpe. “¡Así pendeja! ¡Dale que me encanta!” le dije yo viendo cómo se motivaba y se movía cada vez más rápido, con más ganas. Sus gemidos se hacían más fuertes y eso me encantaba, me volvía loco y podía ver como su rostro me regalaba hermosas expresiones de satisfacción. No era tan salvaje como me la había imaginado aquella noche de calentura, pero se sentía increíble y me encantaba ver sus pequeñas tetas rebotando frente a mis ojos cada vez que ella se movía.
   Terminé levantando mi cuerpo y sentándome frente a ella, abrazándola con mis manos y colocando estas sobre su cola. Con fuerza empecé a levantar y a bajar su cuerpo y ella me ayudaba con sus piernas, moviéndolas hacia arriba y hacia abajo, pegando hermosos saltos sobre mi pija. “¡Así pendeja! ¡Dale!” le decía yo que tenía su pecho frente a mi rostro y le lamía los pezones chiquititos y duritos. Le apretaba los cachetes del culo con fuerza, sintiendo esa manzanita hermosa entre mis dedos. Ella subía y bajaba a toda velocidad, gemía con ganas y me calentaba cada parte del cuerpo. “¡Dale pendeja! ¡Dale que voy a acabar!” le grité sintiendo su conchita toda empapada comiéndose mi verga que estaba al palo.
   Levanté bien alto su cuerpo y lo dejé caer encima de mi cintura, sintiendo nuevamente mi pija clavarse en su entrepierna. Acabé con ganas, llenando el preservativo de leche y lanzando un gemido que rebotó en su pecho y resonó en toda la habitación. María Paula suspiraba una y otra vez, con la respiración acelerada y el pecho agitado. Nuestros cuerpos transpirados se fundían en un abrazo que no podíamos dejar de darnos hasta que terminamos de disfrutar de nuestros respectivos orgasmos. Entonces la acosté al lado mío, me levanté de la cama y fui al baño para sacarme el preservativo y relajarme un poco. Me lavé la cara, me miré unos segundos al espejo y sonreí sabiendo que había cumplido el sueño de muchos de poder estar con dos hermanas, las cuales estaban tremendas. Volví a la habitación y mi vecinita me esperaba aún desnuda en la cama con una sonrisa gigante en el rostro.
   - Quiero más.- Me dijo ni bien me acosté al lado de ella y se me tiró encima.


SIGUIENTE


OTRAS HISTORIAS:
CHICA DE CIUDAD: SEGUNDO AÑO. CAPÍTULO 1
EL TOP 10 DEL SEXO. CAPITULO 1
PLACER 2.0. CAPÍTULO 1


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1 comentario - Departamento de soltero. Tercer año. Capítulo 7

garcheskikpo +1
hay que tener buena convivencia entre vecinos
HistoriasDe
Jajaja claramente!