Capítulo de "Hogar de los Dioses"

Buenas! Os paso un capítulo erótico que seguro os puede gustar.


En España, hasta el año dos mil cuatro, se divorciaban anualmente alrededor de cincuenta mil personas. Para años más recientes esa cantidad se había más que duplicado, y para ese mismo año dos mil nueve nada indicaba a que fuera ser diferente. Por esa razón muchos pensaban que casarse a esas alturas era una locura. Isabel, sin embargo, no podría estar más contenta por ver como su hermana pequeña contraería matrimonio en menos de una hora. 
    A sus cuarenta y un años Isabel seguía teniendo un cuerpo esbelto. Estaba especialmente delgada tras la exhaustiva dieta a la que se había sometido desde que supo que sería la dama de honor de su hermana. Iba tan elegante con su vestido largo de color rosa, sin mangas, de cuello a un solo hombro y escote en uve, que muchos pensarían que podría eclipsar a la novia. El pelo castaño claro de Isabel le caía suelto y ondulado hasta media altura de la espalda, exquisitamente peinado por el gran talento de su peluquera. Expertamente maquillada sus pocas arrugas habían sido ocultadas, y su semblante alegre y siempre sonriente terminaban de hacerle parecer diez años más joven. Sin duda para la toledana estaba siendo un día memorable.
  La villa donde se celebraría la ceremonia era bastante lujosa. En medio del amplio jardín había una gran piscina decorada con flores abiertas que se mantenían flotando como casas flotantes en movimiento. Decoración muy floral de multitud de colores adornaban las paredes y otros elementos vintage terminaban de darle un aire de fantasía. Había muchas señales y carteles que indicaban a los invitados la disposición de las zonas, y en una pizarra exquisitamente decorada se podían leer palabras de agradecimiento por parte de los novios.  
  La sonrisa pletórica de Isabel fue suavizada un poco cuando casi chocó con su familia. Todos habían venido muy pulcros y aseados, pero su madre, Begoña, tenía el rostro muy serio y parecía incómoda.
  -Mamá, ¿todavía tienes esa cara larga? –la acusó Isabel en un susurro -. Ya te he dicho que casarse con maestro de ceremonias es lo más normal hoy en día.
  -Sí, mamá –confirmó uno de sus hermanos, el más pequeño de los varones -. ¿Acaso no lo ves en las pelis romanticonas que tanto te gustan?
  Begoña contrajo los labios en una mueca de desagrado.
  -De toda la vida de dios la gente se casa ante un cura, en una iglesia. Esto no es más que un paripé.
  Tanto Isabel como el resto de hermanos resoplaron agotados.
  -Os dije que teníamos que habérselo dicho antes –dijo la segunda hermana mayor, después de la propia Isabel -. Haber esperado al día de hoy para hacerlo ha sido mala idea.
  -Sí, claro –objetó sarcástica Isabel para a continuación mirar a su madre -. ¿Habrías dejado que Alba se casara si lo hubieras sabido desde el principio?
  -Naturalmente que no –espetó la matriarca con mirada firme. 
  El novio prometido, Diego Ordoñez, era un ateo empedernido por lo que había insistido en casarse con maestro de ceremonias. A Isabel le parecía bien, ni ella ni su hermana Alba eran católicas especialmente devotas. Pero su madre era harina de otro costal.
  -Es Alba quién decide, madre –le aseguró su primogénita -. A efectos legales esta boda es tan válida como una por la iglesia.  
  -Si vuestro padre levantara la cabeza de su tumba… -lamentó la madre mientras asentía con la mano en el rostro.
  El padre de Isabel había muerto siendo ella niña, y Begoña había radicalizado su fe desde entonces. El luto se había impregnado en ella como el aceite usado se pega al sartén. Pero lo cierto es que Alba ni siquiera había conocido a su padre pues aún quedaban unos meses para que naciera cuando murió. El tercero de los hermanos en antigüedad arqueó las cejas cansado de la discusión.
  -Es tontería seguir hablando de esto. ¿Cuándo empieza? Los niños se impacientan –dijo él haciendo alusión a sus hijos, que se les veía con mala cara junto a su madre a unos cuantos metros.
  -Pronto. Es que Diego se está retrasando, pero en cuanto llegue, y espere al menos unos minutos a su prometida en el altar, Alba hará su entrada y comenzará la ceremonia –respondió Isabel de nuevo con su amplia sonrisa por la excitación del momento, para acto seguido despedirse y seguir saludando a los invitados -. Cualquier cosa me decís, ¿vale? 
  Isabel siguió andando mientras sonreía afectuosamente a todo el mundo. Lo cierto es que no tenía que fingir en absoluto, las expresiones de alegría le salían de forma natural. Y cuando vio a su marido, junto a sus dos hijos muy cerca de la explanada donde se llevaría a cabo la ceremonia, esta se ensanchó todavía más.
  Laura estaba bellísima con su vestido largo azul cielo, con escote halter bastante cerrado y corpiño de lentejuelas. A sus dieciocho años era ya toda una mujer con un gran parecido a su madre, pero con menos caderas y un poco más enjuta. Aun así, la juventud era radiante en ella, sus ojos brillaban y sus labios, sedosos y seductores, se estiraban con una amplia sonrisa. La bella joven había heredado el atractivo de su madre de buen grado, pero había renunciado al color de su pelo. Con los años se le fue oscureciendo hasta adquirir un tono castaño claro, similar al de Isabel, pero ella había preferido teñírselo de negro desde que le dieron permiso para hacerlo. Ella decía que le daba un aire más elegante y profesional.
  José, en cambio, había ganado un par de kilos y había sacado un poco de barriga. Le habían salido canas en una franja horizontal encima de las patillas, y su frente tenía numerosas arrugas alargadas por el estrés y el trabajo. El pequeño Mateo de ocho años, segundo hijo de Isabel, jugaba con su gameboy completamente absorto de la boda. Tenía el pelo corto y rubio, y nadie era capaz de ponerse de acuerdo en si se parecía más a la madre o al padre. 
  -Isa, el maestro de ceremonias lleva un rato en el altar –le dijo José en voz baja -. Creo que se está impacientando.
  Isabel miró de reojo en dirección a dónde le indicaba su marido. Allí había un hombre con movimientos formales y serios, con postura muy protocolaria, como los camareros cuando acudes a un restaurante de lujo. Sobre él había un arco de ceremonia exquisitamente decorado de flores, que enmarcaría a los novios mientras se daban el sí quiero. También había una mesita donde el maestro de ceremonias colocaba un pequeño libro que no era una biblia, pero que le daba un aire sagrado a la conmemoración. Entonces Isabel se fijó en que ciertamente el maestro de ceremonias miraba impaciente el reloj.
  -Pues que se relaje –susurró ella apretando los dientes -. Que para la pasta que le pagamos bien puede esperar unos minutos.
  -¿Pero qué ocurre? –insistió -. ¿Alba todavía no ha terminado de vestirse?
  -El problema no es ella. Es Diego quién se retrasa. Tenía que haber llegado ya, ahora voy a hablar con su padre para ver si sabe algo.
  -Quizás se ha acobardado –comentó Mateo en un tono poco discreto y sin quitar la mirada de su gameboy.
  -¡Mateo! –le recriminó su hermana -. Habla más bajo.
  Laura tenía un gran sentido de la responsabilidad, y siempre ejercía de madre para con su hermano. Brillante en el instituto, y en el pequeño periódico de estudiantes de este, era siempre la primera de la clase y competía como futura columnista. Aunque bastante tímida y retraída, nunca se separaba de su novio que inusualmente no estaba hoy presente. Y fue solo en ese momento cuando Isabel se percató.
  -¿Y Álvaro? –le preguntó la madre.
  -No me ha dicho que no vaya a venir –confirmó Laura segura de ello.
  -Quizá venga a la par de Diego –comentó José con desinterés.
  Isabel arqueó las cejas, más preocupada de repente.
  -Iré a preguntar a su padre –dijo finalmente para luego prestar atención al más pequeño -. Y tú deja de darle a la maquinita. 
  La toledana reanudó la marcha saludando sin parar a los diferentes invitados, casi todos familiares del novio. Hasta que llegó hasta el padre de Diego que tenía su móvil a mano, por lo que estaría al tanto de la situación de su hijo. A su lado estaban otros parientes de Diego, tíos en su mayoría.
  -Tan guapa como siempre, Isabel –la saludó con aprecio el barrigudo padre del novio.
  -Gracias, Gregorio. A usted lo buscaba justamente –dijo ella afable -. ¿Sabe si Diego se va a retrasar?
  -Acabo de llamar a mi mujer y ya vienen de camino. El tráfico es el culpable del retraso, pero calculo que en unos minutos llegarán.
  -Fantástico –se alegró ella suspirando más tranquila -. Hace un día magnífico, nubladito para que no haya tanto calor, pero sin viento ni lluvia.
  -Yo también lo creo –convino Gregorio mientras se atusaba el mostacho, sobre todo teniendo en cuenta el calor que había estado haciendo los días anteriores. Algo normal a mediados de junio.
  -Hacen muy buena pareja, va a ser una boda preciosa –dijo una de las tías muy sonriente, a lo que Isabel le devolvió la sonrisa y respondió con un enérgico asentimiento.
  -¿Qué le vas a contar a ella? –dijo a su vez uno de los tíos -. No creo que nadie los conozca mejor.
  Isabel asintió con una risita nerviosa de acompañamiento.
  -Alba comenzó a estudiar filología hispánica en Toledo, pero en cuanto conoció a Diego a mitad de carrera se enamoró como una burra de él y quiso trasladarse a la universidad de Madrid en la que él estudiaba. 
  -Todas hemos hecho locuras de juventud –comentó la tía de Diego.
  -¿Pero ella no estudió periodismo? –preguntó entonces el tío.
  -Sí. Con la excusa de querer empezar periodismo y de que su hermana mayor le permitiría ahorrarse el alquiler no hubo forma de detenerla, por supuesto –terminó de explicar ella hablando de sí misma en tercera persona.  
  -¿Y no fue complicado para ti? –quiso saber de nuevo el tío de Diego.
  -¿Con lo buenos que son los dos? –cuestionó la tía a su propio marido.
  -Para mí volver a cuidar de mi hermana pequeña fue coser y cantar. Me dio mucho más trabajo cuando era una niña y tenía que encargarme de ella –aseguró Isabel en un tono muy cordial. 
  La bella toledana conoció de primera mano la relación de Diego y su hermana. Fue testigo del noviazgo de ambos durante los primeros años. Esa era una de las razones por la que estaba tan contenta por Alba, ya que sabía que Diego sabría hacerla feliz.
  -Eres tú quien la llevará al altar, ¿no es cierto? -preguntó la tía de Diego sin darle tiempo a contestar -. Debe considerarte como a una segunda madre.
  Isabel sonrió con los ojos un poco lacrimosos, pero se contuvo para no estropear su maquillaje. Alba era una mujer muy atrevida y con carisma para serlo. Siendo la más joven de sus hermanos, y como nació al poco tiempo de haber muerto su padre, fue la más mimada por su madre. Eso la hizo más despreocupada de lo normal y dependiente de que alguien que la quisiera recondujera su camino a veces.
  -Es un poco cabra loca, pero tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Solo necesita que la guíen un poco -aseguró Isabel.
  -Para eso es perfecto Diego -aseguró el padre del novio.
  -Estoy de acuerdo -convino Isabel -. Es la serenidad y sobriedad que ella necesita, sin duda.
  La toledana se estaba poniendo muy sentimental y no pudo evitar que una lágrima le saliera de los ojos. Isabel se emancipó siendo Alba muy pequeña, pero durante el tiempo que esta última estuvo en Madrid estudiando periodismo convivieron juntas, y no solo redescubrió a su hermana, sino a una de sus mejores amigas. Tras rezar por que no se le hubiera estropeado el maquillaje con esa lágrima pudo ver cómo, justo en ese momento, Diego hacía su aparición al fondo, junto a su madre. Venían a paso acelerado pero muy felices por haber llegado al fin. Diego llevaba un esmoquin impecable de color negro, pero que brillaba con un tono azulado. Llevaba chaleco y una corbata de bellos estampados a juego. Bien afeitado, y con el pelo recién cortado por un barbero, estaba preparado para uno de los días más importantes de su vida. 
  -Ya están aquí –dijo Gregorio sin poder reprimir el orgullo hacia su hijo.
  -Diego está guapísimo –dijo su tía boquiabierta.
  Isabel respiró más tranquila al verlo llegar y se apuró en salir al encuentro de Alba. Tras despedirse recorrió todo el jardín y llegó hasta la entrada de la villa donde esperaban las otras damas de honor. Isabel las saludó con la cabeza, pero sin frenar su paso para asegurarse de no detenerse. La mayoría eran amigas de Alba, aunque ella había compartido buenas experiencias en los últimos días y ya incluso las consideraba como sus propias amigas.
  -¡Ya ha llegado el novio! -dijo Isabel llena de adrenalina,
pero las damas de honor no reaccionaron de la misma manera, de hecho, se miraron entre ellas con nerviosismo. Isabel arqueó las cejas preocupada -. ¿Qué ocurre?
  Entre todas pareció que querían decir algo, pero ninguna llegó a articular palabra realmente, e Isabel no tenía tiempo en esos momentos para acertar lo que querían decirle. Rápidamente fue hasta la sala de preparación de la novia, y se imaginó lo peor. Desde que el traje de novia se hubiera desgarrado a que la peluquera le hubiera destrozado el peinado a Alba por accidente. Pero nunca se imaginó lo que realmente se encontraría.
  Cuando Isabel abrió la puerta vio al fondo de la habitación a su hermana abierta de piernas mientras era empotrada por el chófer negro de dos metros que la había traído hasta la villa. Alba apoyaba sus manos sobre una mesa y empinaba el culo de espaldas al hombre. Su traje de novia la envolvía casi por completo de cintura para arriba, y de cintura para abajo sus piernas solo llevaban puesto un liguero blanco, unas ligas de novia azul en el muslo derecho, y unas bragas de encaje colgaban de la pierna izquierda de ella a la altura de la rodilla. El culo de Alba estaba colorado y la vagina completamente ensanchada. El chófer tenía un pene tan grande que era imposible que pudiera caber en el coño de ninguna mujer, pero en la de Alba lo hacía milagrosamente. Los gemidos de la novia, aunque amortiguados por un intento de ser discreta, sonaban agudos y cargados de excitación. Isabel cerró la puerta de un plumazo y trancó con la llave para que nadie pudiera entrar. Su rostro de alegría de instantes antes se tornó rápidamente en genuino terror.
  -¡Alba! ¡Pero qué demonios haces! -exclamó Isabel en enérgicos susurros.
  La prometida giró el rostro hacia su hermana, con el semblante descompuesto por el éxtasis lascivo, y lanzó otro gemido cuando el chófer metió todo el pene hasta el fondo. La embestida levantó el culo de la novia obligándola a ponerse de puntillas en el último momento.
  Alba tenía el mismo color de pelo y ojos que su hermana mayor, y ambas eran iguales en constitución, pero eran diferentes físicamente en todo lo demás. La hermana de once años menos tenía la mandíbula más marcada, dándole a la cara una forma única. Su nariz era más puntiaguda hacia un lado y su labio inferior era un poco más grueso. Era un rostro con personalidad y belleza, pero sin esa simetría casi perfecta que tenía el de su hermana mayor.
  -Isa… -gimió ella mientras era penetrada -. ¿Ya llegó… Diego?
  Isabel se acercó a la pareja a velocidad de vértigo y con rostro demacrado se dirigió al chófer que había traído a la novia hasta la villa.
  -¡Quieres parar puto idiota! ¿No ves que os he pillado?
  El chófer se quedó quieto un instante, dubitativo y sin saber qué hacer, pero Alba agarró con su mano izquierda el culo del conductor negro y lo zarandeó para que continuara.
  -No… sigue… no pares… -dijo ella muy excitada mientras movía su culo hacia atrás para ayudarlo -. Estoy a punto…
  El chófer no necesitó más indicaciones. Volvió a embestir con completa determinación a no hacer más caso a Isabel. De hecho, las penetraciones del hombretón fueron más profundas que antes. El grueso pene salía de la vagina de la prometida cubierto por una capa blancuzca y densa de característico líquido vaginal, que daba a entender que Alba ya se había corrido al menos una vez. Fue entonces cuando Isabel se dio cuenta de que no estaban usando preservativo.
  -¡A pelo! -exclamó ella sin alzar la voz -. ¿En serio Alba? ¿El día de tu boda? ¿Con tu prometido y toda su familia a menos de cincuenta metros?
  Alba abrió la boca de forma exagerada, pero sin emitir sonido alguno. El maquillaje de su rostro seguía intacto e Isabel era consciente de lo laborioso que había sido el trabajo de la peluquera. La hermana mayor sintió retortijones en el estómago solo con pensar que pudiera estropeársele.
  -Isa… en serio. ¿Le has visto la polla? -cuestionó ella sin dejar de jadear.
  -Diego acaba de llegar, te toca salir ya –se apresuró a decir ella -. No hay tiempo para esto.
  -Ya… estoy a punto…
  Por la vagina de Alba bajaban dos hilillos de líquido vaginal y estos mojaron la liga de novia volviendo el azul aún más oscuro. Isabel comenzó a mirar alarmada el resto del vestido. Estaba tan arremolinado por encima de la cintura de ella que era inevitable que no se arrugase. Entonces ella se fijó en que las medias del ligero tenían manchas de gotas que caían desde la vagina.
  -Vas a mancharte el vestido -le recriminó.
  -Es mi último momento de soltera antes del sí quiero –manifestó con los ojos cerrados por la excitación -. Quiero que me pete bien.
  El chófer tenía sujeta a la prometida por las caderas con sus manoplas, y envolvía casi toda la cintura de manera que los dedos de sus manos casi podían encontrarse. A pesar de que Alba estaba ya dilatada al máximo el hombretón no podía penetrarla todo lo rápido que quisiera. Era un pene exageradamente grande, más adecuado para copular con yeguas que con personas. Aun así la novia parecía disfrutarlo como una niña pequeña, y de forma irracional casi todo el miembro entraba dentro de ella.
  En ese momento un golpeteo en la puerta asustó a Isabel sobremanera.
  -Alba, ¿aún no estás lista? –preguntó la voz de Gregorio al otro lado. El suegro de la novia estaba ansioso por que diera comienzo la ceremonia ahora que todo estaba listo.
  Isabel dio un respingo, alarmada, y su preocupación creció exponencialmente al ver como su hermana no era presa del mismo espanto. Alba en su lugar apretó los puños al sentir como el chófer comenzaba a meter todo su pene al completo, cupiera como cupiera. 
  -¡Ya mismo salimos Gregorio! –exclamó Isabel -. ¡Danos un minuto!
  Isabel era muy consciente de lo que estaba padeciendo su hermana. Ella misma se había dejado llevar por la lujuria muchas veces y sabía que no pararía hasta ver resuelto ese deseo carnal. Sin pensárselo dos veces se puso detrás del chófer y comenzó a acariciarle los huevos con la palma de la mano.
  -Me va a reventar –susurró Alba entre un jadeo ahogado cargado de deseo.
  La hermana mayor abrió las nalgas negras del hombretón y comenzó a acariciarle con el pulgar el ano. Eso pareció gustar al conductor negro, que inclinó la cabeza hacia atrás con satisfacción.
  -Vamos, termina ya grandullón –dijo a su vez Isabel igual de bajo.
  El chófer, extasiado de placer, elevó a la novia sosteniéndola por las caderas y siguió penetrándola sin que esta tocara el suelo. Alba empezó a contraer el cuerpo y unos espasmos movieron sus piernas como si tuviera calambres eléctricos. Se estaba corriendo en silencio, e Isabel comenzó a frotar con energía el ano del hombretón hasta que, a la desesperada, metió dos dedos en el interior de su culo. Inmediatamente el chófer, como si hubiera perdido las fuerzas como sansón cuando le cortaron el pelo, dejó a la novia en el suelo y lanzó en gemido gutural como un león cuando ruge en la sabana. 
  A Isabel se le erizaron todos los pelos de la nuca ante el sonoro gemido, pero no tuvo tiempo de recriminar o reaccionar por que inmediatamente vio que el chófer no retiraba el pene del interior de Alba. Al contrario, estaba profundamente anclado hasta el fondo, y se estaba corriendo dentro. La hermana mayor reaccionó como un resorte y agarró los huevos del hombretón para jalar hacia atrás, pero el pene del chófer era tan grande que solo logró retirar tres cuartas partes, lo suficiente como para que un enorme pegote de semen se desparramara sobre las bragas de encaje de Alba que tenía en su rodilla izquierda. Isabel abrió los ojos como platos, espantada porque manchara de semen el traje de novia. Por lo que inmediatamente volvió a empujar hacia adelante, mientras seguía agarrando los huevos del hombretón, volviendo a meter así el grueso pene en la vagina de su hermana. La metida provocó que se escuchara un chapoteo, como el que hace unas botas de agua cuando pisa fuertemente en el fango.
  Isabel pudo sentir, mientras agarraba la entrepierna del chófer, como la leche del hombretón regaba el interior de su hermana como una manguera de bombero. Alba movía ligeramente la cadera como si quisiera acomodar todo el semen en su interior. La corrida, más normal en un caballo que en un hombre, pronto se desbordó del interior de Alba y su vulva comenzó a quedar envuelta de lavas de leche trasparente.
  -¿Isa? –preguntó Gregorio al otro lado -. ¿Está todo bien?
  Isabel soltó los huevos del chófer y avanzó unos pasos hacia la puerta para que pudiera ser escuchada con claridad.
  -Sí. Todo bien –se apresuró a decir -. Es que el traje de novia se ha encogido un poco de repente, pero en un momento salimos. 
  A Isabel le temblaban las manos y se dio la vuelta para tratar de vestir a su hermana lo antes posible. Casi le da un desmayo cuando la vio arrodillada intentando meterse todo el pene del chófer en la boca. Sus labios se ensanchaban tanto que parecía un pez besugo. Alba saboreaba los restos de semen en su lengua a la vez que podía meterse algo más de la mitad del pollón. Se notaba que la punta le había llegado hasta lo más hondo de la garganta porque su cuello se abultaba ligeramente, como si tuviera una gruesa nuez. No podía respirar y parte del maquillaje se había distorsionado. Sus ojos lagrimeaban por el esfuerzo de meterse tanta polla en la boca, y su pintura de labios manchaba el pene del hombretón que a su vez le había manchado las mejillas. La vagina, que había quedado muy abierta, expulsaba una cascada de semen que caía sobre la parte interior de la falda del vestido de novia. Tanto la liga de prometida, como las bragas, chapoteaban ya en lodo blanco. Isabel tuvo que taparse la boca con la mano para reprimir un grito de horror. Finalmente se cayó de rodillas abatida mientras se pregunta cómo habían llegado a esto.


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