Pillada, ¡mi madrastra con mi mejor amigo!

Pillada, ¡mi madrastra con mi mejor amigo!


Cuando oí la puertade mi casa cerrarse, supe que mi amigo se había marchado. Así que,sigilosamente salí de mi cuarto. Todo estaba en silencio de modo que meencaminé hacia el dormitorio donde había tenido lugar la pillada.
 
Como un gato,pisaba suavemente el suelo, sin zapatillas para no hacer ruido. Fue entoncescuando volví a oír a mi madrastra hacer pis en el baño que había contiguo a sudormitorio, así que entré como un gato por su casa y ni corto ni perezoso asoméla cabeza por la puerta.
 
Cuando me vio, desnuda, dio un grito.
—¡Pero hijo! ¡Me has dado un susto de muerte!—dijo mientras con una mano se tapaba sus enormes pechos y con la otra.
 
Desnuda, apenas podía tapar tantaexuberancia, con un brazo tapó sus pechos y con la otra mano su monte de venus.
 
—Bueno no si hubiese sido Cael, no tehabrías asustado, ¿verdad? —pregunté con ironía, sin piedad.
—¡Cómo dices! —exclamóponiéndose nerviosa.
—Que si hubiesesido Cael en lugar de yo, no te hubieses asustado, ¿verdad?
 
Mi madrastra se quedó petrificada.
—¿Pero… pero, porqué me preguntas eso hijo? —dijo por fin levantándose y girándose hastaalcanzar un albornoz para taparse pudorosamente su cuerpo desnudo.
 
Al girarse pudecontemplar su gran culo y me sorprendió su redondez y tersura, por no hablar desus hermosos pechos y su Monte de Venus peludo, que aunque tapados, a tan cortadistancia distrajeron mi atención y me hicieron sacar detalles sutiles yexcitantes de su fugaz visión.
 
Cubierto ya su cuerpo salió del baño y sedirigió hacia la cama, donde momentos antes se lo habían montado los amantes,el lugar sin duda parecía el campo de batalla, con todo revuelto, incluyendosus ropas mezcladas con las sábanas y el tanga más allá. Discretamente lo cogióy lo metió en uno de los bolsillos del albornoz.
—Vamos Beyda, dejaya de fingir, nunca pensé que podrías pedirle a mi amigo que se corriera en sustetas, ¡eso sí que ha tenido gracia! —le espeté a bocajarro.
 
De nuevo ella se quedó más petrificada queante la descarnada descripción del zafio acto que había contemplado, tras locual se me quedó mirando con los ojos muy abiertos.
—Pero, ¿es que noshas visto? —preguntó temerosa con tanta cautela como le fue posible.
—¡Pues claro mamá! —exclamé—.¡Qué buen polvo! ¿no? —le dije sonriendo.
—¡No me he dadocuenta! —dijo con franqueza—. Por favor, ¡no se lo digas a tu padre! —añadió acontinuación con una expresión de incredulidad y estupefacción reflejada en surostro.
—¿Ahora te preocupaeso? Y yo que pensé que estarías preocupada por lo que pensaría tu hijo adoptivoal verte follando con su mejor amigo —dije con todo el sarcasmo que fui capazde sacar de dentro de mí.
 
La expresión de su cara volvió a cambiar yme miró directamente a los ojos.
—¡Por supuesto quelo siento Aday! —dijo entre sollozos—. Espero que puedas perdonarme por lo quete he hecho —añadió muy políticamente correcta.
—¡Ah que te perdone!Vale, ¡ya estás perdonada! —repliqué con sarcasmo explícito.
 
A continuación ellase desplomó sobre la cama más que sentarse y apartó la incómoda mirada de mí.
—Lo siento hijo, yasé que es muy fuerte, es tu amigo y entiendo cómo te debes sentir. ¡Oh, no sécómo he podido! —repetía con cierta exageración a mi entender.
 
Hasta me dio pena verla tan abatida, peroen realidad lo que tenía por dentro era una mezcla entre rabia y excitación.Así que di los pasos necesarios para acercarme a ella y sentarme al borde de lacama a su lado.
—Venga Beyda, teperdono, no pasa nada, ¿vale? —le dije mientras le cogía la mano.
 
Entonces ella me miró y por fin pareciócalmarse un poco.
—No se lo dirás atu padre, ¿verdad? —me preguntó de nuevo.
 
Esto me puso un poco nervioso, pues intuíque todas sus lágrimas no eran más que una actuación encaminada a ganar misilencio por medio de la lástima.
—Bueno Beyda, verásyo no tengo inconveniente en olvidar este incidente —le dije con voz rotunda.
—¿En serio, loharías? —dijo mientras me besaba la mejilla.
—Si, pero quieroque sigas viéndolo, pues me ha gustado mucho veros follar, ¿sabes? —confesé sintapujos.
 
Beyda quedó denuevo petrificada y girándose hacia mí se apartó un poco escandalizada por miafirmación.
—Pero, ¡cómo puedesdecirme eso! —dijo con cara de espanto.
—Vamos Beyda, hevisto cómo gozabas jodiendo con él, ¿por qué iba yo a privarte de un placerasí? —le dije pasándole la mano por los hombros.
 
Ella no podía creer lo que estaba oyendo,a su propio hijo animándola a follar con su mejor amigo y engañar a su marido.Esto sin duda la descolocó.
—Pero hijo, me davergüenza oírte animarme a hacer algo así con tu amigo —dijo mirando sus manosrecogidas en su regazo.
—No pasa nada Beyda,el sexo es como la comida, lo necesitamos. Lo único que pido a cambio es podermirar mientras lo hacéis, como he hecho hoy —le dije mirándola a los ojos.
 
Esto ya no pareció gustarle y la expresiónde su cara cambió desde la extrañeza hasta la ira.
—¿Tú mirando?—preguntó ella muy escandalizada—. ¡Imposible, me moriría de la vergüenza! —exclamóacalorada.
—Qué va Beyda, perosi lo haces genial con él, ya te acostumbrarás —le aseguré apretando su hombro conmi mano, intentando convencerla de mi propuesta.
—¡No lo creo! —meespetó ella rotundamente levantándose y dándome la espalda.
 
Me quedé sentado enla cama y la dejé que me diese la espalda uno tiempo, esto sin duda la pusoalgo nerviosa y tensó la situación, nos miramos pero luego apartó la mirada
—Verás Beyda, antes,cuando te he visto desnuda me ha maravillado ver tu culo, tan redondito yterso, le dije mientras inadvertidamente le metía la mano bajo el albornoz y leacariciaba suavemente el cachete derecho.
—¡Cómo te atreves! —dijomi madrastra separándose de mí rápidamente y como por acto reflejo lanzó sumano contra mi cara y una bofetada resonó con estrépito en el silencio de lahabitación.
 
Admito que no me lo esperaba, me sentí tandesconcertado que en un principio no supe cómo reaccionar, hasta que sentíprender la mecha de la furia en mi interior. ¡Cómo había podido hacerlo! —medije a mí mismo.
 
Me levanté y la empujé con brusquedadtirándola literalmente encima de la cama. Luego me acerqué a ella y me coloquéentre sus muslos abiertos.
—¡Tú no eres mimadre! ¿Entiendes? Así que harás lo que yo diga o se lo contaré todo a Danilo—dije, Danilo era mi padre adoptivo.
 
Fueron unossegundos eternos, los dos respirábamos agitadamente cuando fui consciente deque el albornoz se había abierto y su sexo peludo se dejaba entrever en lospliegues de la tela. Entonces cogí la cinta que lo anudaba y de un tiróndeshice el nudo abriéndolo de par en par para mostrar su cuerpo desnudo bajoél.
 
Ella lo cogió e inmediatamente lo cerrópara cubrirse, pero una vez más agarré sus brazos y con furia los separé,llevándome el albornoz con dicha acción y abriendo de nuevo las puertas haciasu cuerpo desnudo frente a mí.
—¡Tú estás locoAday!
—Harás lo que yodiga o se lo contaré todo a mi padre, ¡te lo prometo! —bufé en su caraligeramente inclinado sobre su cuerpo desnudo.
 
Mis palabras cayeroncomo una losa en su cara y ésta quedó inmóvil y desnuda frente a mí, ya no secubrió más.
 
Entonces bajé mibragueta e introduje mi mano en ella sacando mi tremenda erección. Al verla,Beyda quedó estupefacta. Luego comencé a masturbarme delante suyo, mientrasesta yacía inmóvil, desnuda y boca arriba tumbada en la cama. Respirandoagitadamente, sorprendida por mi tempestuosa reacción. Ya no luchaba, sóloobservaba, me observaba a mi masturbándome con frenesí encima suyo, observabacómo empuñaba mi miembro y como, con furia, me la meneaba frente a ella.
 
Aquello era superior a todo lo que habíaimaginado, el morbo me hacía tragar una saliva que mi boca no tenía en aquellosmomentos de excitación extrema. Los segundos parecieron estirarse y el tiempodetenerse, no tardé mucho en acercarme a mi clímax mientras ella, expectante,yacía abierta de piernas frente a mí, mostrándome su cuerpo desnudo, susgrandes pechos y su coño peludo, respirando agitadamente, seguramente presa aúnde la sorpresa por mi atrevida acción.
 
Finalmente estallé, me dejé ir y loschorros salieron de mi glande con gran fuerza, impactando por todo su cuerpo.Su barriga, sus grandes tetas y finalmente los últimos, con menos fuerza, en susexo peludo.  La escurrí hasta la últimagota mientras ella, atónita era testigo de toda mi corrida.
 
Sentía que las piernas me fallaban, todomi cuerpo temblaba tras el tremendo frenesí y el estrés sufrido. Fue como si elorgasmo hubiese sido el final y ahora, cada músculo de él, se aflojará yamenazara con derrumbar toda la estructura.
 
Ella no dijo nada, quedó inmóvil hasta quehube acabado y luego simplemente cerró su albornoz cubriendo todo eldesaguisado sobre su piel y se deslizó por un lado de la cama, levantándose yentrando en el baño para ducharse.
 
Para cuando terminó, yo ya me había marchado…
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Este caliente relato forma parte de mi obra La madrastra, ¡una historia tan real como la vida misma!

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