Capítulo de la Reliquia

Buenas. Os presento un capitulito de mi segundo libro de infidelidad no consentida. Pasaré más en breve. Espero que os guste:


  La Navidad del año mil novecientos noventa y nueve estaba siendo muy significativa para todos. No solo era la entrada al nuevo siglo sino también a un nuevo milenio, y todos tenían la impresión de estar viviendo en una fecha muy trascendental. Algunos llevaban ese hecho hasta límites inauditos. Se estaba hablando continuamente de una posible hecatombe en todos los aparatos informáticos, había fanáticos asegurando la llegada de los alienígenas, otros más radicales insistían en que se acercaba la fecha del apocalipsis. Isabel no creía en ninguna de esas habladurías. Para ella sería un feliz año más en su feliz vida.
  -Laura, ve y abre a Conchi -le dijo Isabel a su hija al verla pasar a través de la ventana en dirección a la entrada.
  La pequeña de nueve años era un clon en miniatura de su madre. Tenía el pelo un poco más claro, hasta el punto que se confundía con el rubio, pero era igual de liso y sedoso. Sus ojos eran idénticos a los de Isabel, al igual que las largas pestañas que lo adornaban, y su boca, aunque cubierta con aparatos para corregir la posición de los dientes, era capaz de expresar una amplia sonrisa que se dibujara de un extremo a otro de la cara.   
  Laura, como cualquier niño de su edad, fue a toda carrera hacia la puerta de la entrada, poniendo a prueba la resistencia dela tela de su pijama rosa cuando se quedó trabada en una esquina de uno de los muebles que rozó. Algo de lo que ni siquiera se percataría, para finalmente abrir la puerta con celeridad.
  -¡Conchi! -exclamó Laura con cariño a la vecina a la que trataba como si fuera de la familia.
  La anciana rechoncha llevaba un gorro para el frío y ropa de abrigo, y sonrió a la niña feliz de poder verla. Sin embargo, cuando alzó la vista vio a Isabel y su sorpresa fue aún mayor. Isabel llevaba puesto un vestido rojo muy ceñido al cuerpo de tipo panel, sin mangas, con un diseño de botón bajo con abertura a la altura del muslo que dejaba toda la pierna izquierda expuesta. El pelo suelto de color castaño claro le caía solo por el lado opuesto a la abertura del traje, y un colgante de oro muy fino con una pulsera a juego, más la alianza de casada, eran las únicas joyas que adornaban a la elegante mujer. Isabel Martín, a sus treinta y dos años, era realmente hermosa. Su nariz recta de tipo griega y su enorme boca de estilo tónica transmitían una impresión de bello rostro simétrico. Sus grandes ojos avellana y largas pestañas terminaban de darle un rostro casi escultural. Algo de lo que ella era cada vez más consciente, por lo que solía vestir y maquillar de forma cada vez más profesional.
  -Estás guapísima, Isa -la piropeó Conchi, que pocas veces la había visto tan arreglada -. Espero que no tengas frío.
  Isabel negó con la cabeza a su última afirmación antes de responderle con palabras.
  -Muchas gracias, y gracias también por quedarte esta noche -dijo a modo de saludo.
  -No hay de qué, ya sabes que me encanta pasar tiempo con Laura. Sobre todo en Navidades.
  Isabel sonrió con tristeza en los ojos. Sabía muy bien que Conchi estaba sin familia y si ella no la invitaba en esas fechas se pasaba todas las Navidades sola en su casa. Y eso le parecía muy triste.
  -No tienes que estar pendiente de ella. Tiene la comida ya preparada en la mesa y sabe muy bien cuando tiene que ir adormirse, pero es que prefiero que haya un adulto en casa por si cualquier cosa.
  -Lo sé, querida. No te preocupes por nada.
  Justo en ese momento apareció José en la sala vestido con traje y corbata. Había decidido usar un traje negro en lugar del azul claro que había escogido inicialmente, ya que Isabel le había pedido que usara un color que resaltara más su vestido. La corbata y el pañuelo eran rojos justamente para incidir aún más en eso.
  José era un hombre de pelo corto y oscuro, tenía una nariz y un mentón prominente e iba bien afeitado. Físicamente no resaltaría en ningún sitio, pero no estaba gordo, conservaba todo su pelo, y era considerablemente alto con su metro ochenta de estatura.
  -Conchi, que alegría verte -dijo el hombre sonriente -. Gracias por cuidar de Laura a estas horas.
  -No hay de qué. Vosotros salid a divertíos que aún sois jóvenes.
  Isabel le agradeció a su vecina las palabras con un agradable asentimiento y miró a su marido a continuación.
  -¿Ya estás listo?
  -Sí -dijo con energía para hacer amago de marcharse a continuación.
  Isabel se despidió de su hija dándole un beso en la frente, le dio la mano a su marido y salió con él fuera de la casa. Ambos se subieron en el utilitario familiar de gama baja. Un coche que José se había comprado hacía unos seis años y que a Isabel no le gustaba nada. José la había convencido de que en Madrid los coches pequeños eran más útiles por el tráfico y lo cara que se había puesto la gasolina, pero lo cierto es que con su sueldo podría haberse permitido un coche mejor.
  -Se me va a estropear el vestido en este cacharro –afirmó ella ya dentro.
  -El coche está limpio como una patena, amor-le contestó él. Isabel suspiró con amargura como respuesta. José la conocía muy bien y sabía que su reproche estaba más motivado por los nervios que por las comodidades del coche en sí -. ¿Estás nerviosa? La mayoría son los mismos que tú conociste.
  -Por eso estoy nerviosa. Hace muchos años que no los veo, y menos en una cena de esta manera.
  -Lo sé.
  -Sánchez siempre ha sido un tacaño, ¿por qué le ha dado por hacer una comida de empresa este año?
  -Cuando lo veas llámalo Patricio, ya sabes que no le gusta Sánchez -le recordó José para luego contestar la pregunta -. Él dice que es una fecha especial al ser el fin de milenio, pero la realidad es que el restaurante en el que vamos a comer es un nuevo cliente que ha invertido mucho en la empresa, y Patricio quiere agasajarlo haciendo allí la comida-especificó encogiéndose de hombros -. Además, con lo que se va a ahorrar dejándonos sin la típica cesta de navidad al final seguro que sale ganando y todo.
  -A muchos no los he visto desde que me fui hace diez años –insistió Isabel más para sí que para su marido.
  -Siguen igual de feos y tontos. No te preocupes, se les caerá la baba cuando te vean. Estás realmente preciosa -la alagó en tono romántico.
  Isabel miró llena de amor a su marido y le sonrió afectuosamente. Le tocó la mano que él tenía sobre el volante con las yemas de sus dedos de forma delicada, y luego colocó su mano sobre el muslo de él con cariño. Isabel pensó en lo plena que se había sentido en los últimos diez años junto a José y dio gracias a dios por haber dado con un hombre como él. El nacimiento de Laura había sido un bálsamo curativo en el que volcar el consuelo del perdón. El perdón a sí misma. Había logrado redescubrirse a través de su hija y a poder volver a mirar a la cara a su marido sin sentir vergüenza. Amaba cada pestaña, cada lunar y cada arruga del rostro de José. Finalmente, Isabel miró al frente intentando impedir que lágrimas de afecto le estropearan el maquillaje. Tuvo que cerrar los ojos casi todo el trayecto para lograrlo.
  -Ya hemos llegado -declaró José una vez vio los aparcamientos del restaurante.
  La empresa había reservado buena parte del restaurante por lo que si apenas había hueco para aparcar era porque la mayoría ya había llegado.
  Una vez fuera del vehículo el frío les caló los huesos, pero Isabel no protestó por ello. Quería lucir su vestido y para ganar calor dejó rápidamente atrás el utilitario. José entendió que a Isabel le avergonzaba de verdad el coche y se hizo prometer que cuando tocara renovarlo buscaría uno de gama media o alta.
  -Estoy un poco nerviosa -confesó ella finalmente.
  -Pues no deberías. Estás realmente imponente con ese vestido. Deberías sentirte muy segura.
  Curiosamente esas palabras sirvieron como preludio a lo que ocurría cuando entraron al restaurante. Todos los allí presentes, muchos antiguos compañeros de trabajo de Isabel, se quedaron prendados por su presencia cuando la vieron. Ella no era de las que le daban tanta importancia a la apariencia, pero sí que sentía que su presencia imponía a los demás cierta admiración. Esto hizo que Isabel cambiara su estado de ánimo y de repente se sintió más segura que nunca.
  Dentro ya había empezado el cóctel, y la mayoría de mesas y sillas de la enorme sala habían sido retiradas. Del techo colgaban macetas con plantas de largas hojas verdes, y lámparas de exquisito diseño con colores madera y dorado hacía que la vegetación entonara a la perfección. Gruesas columnas y finas paredes recubiertas de granito de color canela terminaban de darle al restaurante una sensación de modernidad que compaginaba muy bien con lo anterior. Los camareros servían canapés y bebidas frías. Y diferentes grupos de personas reunidas en círculo se habían formado según afinidad. Patricio fue el primero en darles la bienvenida.
  -José, Isabel. Cuanto me alegro de veros aquí-manifestó con los brazos abiertos.
  Patricio Sánchez era un hombre robusto que trataba de compensar su completa calvicie con una abundante barba oscura. Dos veces divorciado y padre de tres hijos rondaba los cincuenta años e iba vestido con un traje de marca oscuro que costaba al menos seis veces más que el vestido de Isabel.
  -Gracias por la invitación, Patricio-agradeció José.
  -De nada compañero. ¿Cómo iba a organizar una cena de empresa sin mis empleados? -cuestionó en tono irónico.
  -Eso es cierto -asintió José.
  Isabel, con muy pocas ganas de fingir aprecio a su antiguo jefe, les dio la espalda a ambos tras disculparse con un cabeceo y buscó a Mercedes, con quien compartió más lazos afectivos mientras estuvo trabajando en la empresa de publicidad y marketing de Patricio. La vio hablando con María, otras de las trabajadoras que estaba en su etapa de asalariada de la empresa, pero con la que no tuvo mucha relación.
  -¿Isa? -preguntó Mercedes contenta -. Cuánto tiempo.
  Isabel esbozó su más sincera sonrisa. Mercedes era tal y como la recordaba. Era una mujer diez años más mayor que ella, con el pelo rizado y rubio, y que no llegaba al metro sesenta por poco. María en cambio se había puesto muy gorda, y se había cortado el pelo tan corto como un hombre. Nunca se había llevado demasiado bien con ella ya que siempre fue muy arisca. Probablemente porque ambas eran candidatas al mismo ascenso en aquellos tiempos.
  -Me alegro de veros, chicas.
  -Estás impresionante -la alagó Mercedes -. La vida de casada te sienta bien. Veo que ser madre no estropeó en lo más mínimo tu figura.
  -Completamente -estuvo de acuerdo María.
  -La tuve bastante joven -. Indicó ella -. Con un poco de ejercicio y dieta recuperé mi peso en poco tiempo.
  -Te veo incluso mejor que cuando trabajabas aquí -dijo Mercedes después de una espontánea risa.
  -¿Y tú qué? José me ha dicho que también podrías casarte en breve.
  -Más o menos, más o menos -dijo ella contenta-. Mi novio y yo ya llevamos un par de años juntos y todo va muy bien.
  -¿Qué tal se porta la pequeña? -quiso saber María que se estaba sintiendo un poco desplazada en la conversación.
  -Es una niña fantástica. Está ya muy grande. Crecen a velocidad de vértigo.
  -¿Qué edad tiene ya? -quiso saber Mercedes.
  -Nueve años. Ya está en tercero de primaria-contestó ella.
  -¿Y no tienes pensado darle ningún hermanito?
  Isabel no pudo evitar sonreír con emoción, mostrando que la idea le agradaba sobremanera.
  -Tuve un parto difícil y criar a Laura los primeros años supuso un gran estrés. Pero desde hace dos años José y yo estamos intentándolo.
  -¿Dos años? -cuestionó Mercedes.
  -Si -confirmó incómoda.
  -Entiendo.
  -No tenemos prisa -matizó Isabel -.Justamente nos hemos hecho unas pruebas recientemente y estamos a la espera delos resultados. Pero no nos preocupa. Cuando tenga que ser será.
  En ese momento Isabel sintió una mano tocándole la espalda y se giró como un resorte. Para su sorpresa no era José, sino Juan. El manipulador compañero de su marido que intentó malmeter en un principio en la relación entre ellos. Al final se obsesionó y ella vivió momentos bastantes desagradables con él.
  A pesar de que Juan tenía el típico aspecto de señorito inglés, rubio, alto, delgado, y bien afeitado, era ladino, envidioso y adulador. Isabel no podía encontrarlo más horrendo. Ella se apartó a un lado con la excusa de integrar a Juan a la conversación, pero sobre todo para apartar la manaza sobre su espalda.
  -No quería interrumpiros -se disculpó Juan para acto seguido añadir -. Solo quería saludarte, Isa. Te he visto entrar y ha sido como ver un Ferrari rojo en medio de un concesionario de coches de segunda mano -piropeó torpemente en alusión al vestido rojo.
  El comentario hizo que tanto Mercedes como María se dieran por aludidas por lo que ambas esbozaron una mueca de desagrado. Juan intentó rectificar cuando se dio cuenta de ello, pero Isabel quería librarse de él cuanto antes.
  -¿Me has comparado con un coche en venta?-inquirió con sequedad.
  -No, claro que no. Solo quería decirte que estás guapísima. José no sabe la suerte que tiene de tenerte.
  -Pues sí que lo sabe. Sabe cómo valorar a una mujer más de lo que probablemente tú llegues a saber nunca.
  Juan se encogió de hombros, incómodo por los afilados comentarios que le estaba lanzando Isabel.
  -No hay porqué ponerse así, mujer.
  Isabel arqueó la cabeza con desagrado, como si hubiera sentido un latigazo en la nuca, ya que lo consideró un comentario despectivo por su forma de pronunciar la palabra “mujer”.
  -Oye, puedes dejarnos solas por favor -pidió ella, pero con el beneplácito de Mercedes y María que asintieron de acuerdo. Juan sin embargo se mostró aparentemente ofendido.
  -Con la de tiempo que ha pasado desde que nonos veíamos. Creía que nos llevábamos bien.
  Isabel se quedó unos segundos en silencio esperando que tras su comentario se fuera, pero no lo hizo.
  -Pero… ¿no te vas?
  -Si tanto te ha molestado lo del comentario del Ferrari lo siento -se disculpó algo alterado.
  -No somos objetos que se compren, Juan. Veo que no has cambiado nada -dijo en tono burlón antes de darle la espalda y volver a cerrar el círculo en torno a ellas tres. Tanto mercedes como María rieron por el comentario. Pero a Juan no le hizo gracia.
  -Oye, te he pedido disculpas con sinceridad -comenzó diciendo él, avergonzado, mientras la agarró del brazo sin brusquedad para llamar su atención.
  Isabel, que no se giró a pesar de las últimas disculpas, percibió un repentino sentimiento de asco ante el contacto que no remitió, y se giró súbitamente apartando la mano de él de forma violenta.
  -¡Quieres marcharte y dejarme tranquila!-exclamó en voz alta llamando la atención de todos los asistentes en el cóctel.
  Todos alzaron la vista y a Juan se le notó extremadamente incómodo. Se le notó apretando la mandíbula por impotencia.
  -Si estás tan amargada que…
  -¡Quieres irte ya! -insistió ella interrumpiéndole antes de que terminara.
  A Juan se le notó el rubor de las mejillas. Los asistentes cuchicheaban e incluso algunos se reían de él sin ocultarlo, y prácticamente ninguno se compadecía. Era evidente que no caía muy bien en la empresa. Juan finalmente se marchó, completamente humillado, mientras definió a Isabel con un grosero “mal follada” que no escuchó nadie por lo bajo que lo dijo. José miró a su mujer desde la lejanía, pero ella le asintió para que no se preocupara e inmediatamente él siguió su conversación con varios de sus compañeros de trabajo.
  Isabel retomó la conversación con sus dos viejas amigas, pero para su sorpresa, no transcurrió ni un minuto antes de que unas manos masculinas volvieran a tocarla en el brazo. Ella se giró con cara de pocos amigos y pudo ver que esta vez se trataba de Patricio. Alternó su ofendida mirada entre la mano y los ojos de Patricio, hasta que este cogió la indirecta y la quitó.
  -¿Estás bien? -le preguntó.
  -Sí -fue la escueta respuesta de Isabel.
  -Perdona a Juan. No tiene el más mínimo tacto con las mujeres. Bueno, que puedo decirte que ya no sepas. Tú trabajaste con él unos cuantos años.
  -No te preocupes, Patricio. Se defenderme sola -le dijo ella todavía en tono de reproche, pero inmediatamente se controló. No quería perjudicar a su marido con ningún comentario malsonante contra su jefe -. Gracias por haberme invitado a la comida. Es un placer ver a mis antiguos compañeros.
  -Sí, gracias por la invitación Patricio -dijo a su vez Mercedes a lo que María le siguió con un comentario similar.
  -¿Cómo no iba a invitaros? Con esta comida quiero agradeceros a todos vuestro desempeño en la empresa. Incluso a ti Isabel. Aunque no lo creas eres una verdadera inspiración para tu marido, y sé que buena parte de su productividad se debe a tu estimable labor como esposa.
  Isabel respiró hondamente, algo hastiada. Esa noche estaba un poco discrepante, y todos los comentarios le estaban pareciendo despectivos.
  -Detrás de un buen hombre siempre hay una gran mujer -dijo ella en tono pausado, sin emoción alguna.
  -Eso es muy cierto, aunque yo preferiría que estuvieras delante, con nosotros en la empresa –le confesó él -. Te hemos echado de menos todos estos años y siempre conservarás tu puesto si decides volver.
  -Te agradezco la oferta, Patricio. Pero ahora mismo tengo otras prioridades en la cabeza.
  José llegó en ese momento y saludó a Mercedes y María. Isabel aprovechó para poner su brazo entre el de su marido y se juntó tanto a él que cualquier hubiera podido pensar que eran siameses. Patricio se encogió de hombros y finalmente dijo en voz alta que ya se daba por terminado en cóctel y que comenzaba la cena en las mesas.
  -Bien. Aseguraos de pedir lo que queráis, sin pensar en lo que cueste -les ofreció Patricio con su sonrisa de perfecta dentadura -. Para que luego digáis que no miro por mis trabajadores.
  -Yo en lugar de una cena preferiría que no le hicieras hacer tantas horas extras, sin pagar, a mi marido -le espetó Isabel en tono irónico sin poder reprimirse.
  -¡Isa! -exclamó José avergonzado.
  -No, José. No mandes a callar a tu mujer -le contradijo Sánchez en tono diplomático -. ¿Te sientes presionado a hacer horas de más?
  -Claro que no Patricio. Isa solo estaba bromeando.
  Patricio rio de forma exagerada apoyando esa idea y nadie aportó nada más a la incómoda situación.
  José dio un apretón a su mujer en el brazo en señal de protesta e Isabel le dio un dulce beso en el hombro antes de apoyar la cabeza.
  La cena continuó sin incidentes. Isabel quiso hacer mención a la oferta de su exjefe y pedir los platos más caros de la carta, pero esta estaba recortada y contenía solo algunos menús especialmente seleccionados para el evento, y ninguno era especialmente caro. Por alguna razón Isabel no se sorprendió lo más mínimo. Pasó buena parte de la comida hablando con Mercedes y con otros excompañeros de su época laboral en la empresa.
  José también se sintió mucho más cómodo de lo usual gracias a que su mujer se estaba convirtiendo en el centro de atención en su zona de la mesa. Ella estaba radiante y todos la miraban detenidamente cuando hablaba, y siempre que lo hacía tenían buenas palabras para él. Los halagos e intervenciones de Isabel se hicieron cada vez más frecuentes a medida que los vasos de vino a su lado se iban rellenando. Incluso en ciertos momentos de intimidad Isabel le detalló a su marido el encontronazo que tuvo con Juan y se burló de la cara de humillación que se le puso. José no pudo evitar reírse un buen rato con toda la discreción que pudo.
  Al final los numerosos vasos de vino le pasaron factura a Isabel y sintió la necesidad de orinar. Tras disculparse fue en dirección al baño con paso tambaleante, como si estuviera en un barco de transporte de mercancías, y teniendo que apoyarse en la pared en el último tramo para no caerse.
  Isabel entró en el baño de mujeres y buscó el primer compartimento que vio a su diestra. Ella miró dentro y, aunque no era escrupulosa, vio una compresa ensangrentada a medio salir del cubo de la basura y un trozo de papel higiénico sobre la tapa. Eso le dio una sensación de asco que hizo que mirara en el siguiente cubículo. Cuál fue su sorpresa cuando descubrió que el anterior era un pozo de limpieza comparado con esta. Los excrementos podían verse pegados a la superficie interior de la taza de forma fehaciente, y parecía no ser reciente. Isabel maldijo el servicio de limpieza del restaurante antes de probar suerte en el siguiente compartimento. No tuvo elección esta vez. Un fuerte brazo la rodeó por la cadera y la condujo adentro con brusquedad. Antes de que Isabel se pudiera dar la vuelta la misma mano le levantó el vestido enseñando su delicado culo cubierto únicamente por una tangade encaje rojo a juego con el propio vestido. Ella se giró furiosa y vio a Patricio frente a él con una sonrisa bobalicona.
  -¿Pero qué demonios haces?
  Patricio a modo de respuesta le agarró el culo con sus manos y la atrajo hasta su propio pubis. Isabel sintió el pene erecto del pervertido hombre.
  -¿Tú que crees? -dijo él en tono lascivo.
  Isabel arrugó la frente y lo miró fijamente a los ojos antes de contestar.
  -Dijiste que sería cosa de una sola vez -le recriminó ella en un susurro cargado de ira, que buscaba tanto ser contundente como discreta.
  -Eso lo dijiste tú, yo simplemente no lo contradije -le recordó él.
  -¡Estamos en un restaurante y mi marido está ahí fuera! ¿Qué demonios pretendes? -dijo ella roja de furia.
  Justo en ese momento la puerta se abrió y unos tacones entraron dentro del baño con paso firme. El tenso silencio se pudo mascar en el ambiente, que fue interrumpido por el agua de la llave de uno delos lavamanos. Patricio acercó su rostro al de Isabel.
  -Si prefieres dejar nuestro acuerdo atrás a mí me parecerá bien -le susurró -. Este parece un buen momento para irte si quieres. No estás obligada a nada.
  Los pasos de tacones evidenciaron que la mujer se alejó y salió del baño, dejando a la pareja nuevamente solos.
  -Serás hijo de puta -dijo finalmente ella.
  -¿Eso es un sí?
  Isabel no respondió, simplemente bajó la tapa del inodoro y se sentó con mala cara. Desabrochó el pantalón a Patricio, extrajo el grueso pene, de un color muy moreno, y que ya estaba completamente erecto, y se lo metió en la boca sin miramientos. Ayudada por la ebriedad Isabel empezó a succionar con avidez para que Patricio eyaculara lo antes posible. Estuvo casi un minuto sin respirar en ningún momento y por un instante pareció que la estrategia le iba a dar resultado, pero él no se corrió. En su lugar Patricio alargó la mano y le cogió una teta. La fue estrujando más y más a medida que ella relamía todo el falo del pene y el cabezón.
  Isabel quitó la boca y miró el pene de Patricio más atentamente mientras le hacía una paja con su mano. Bien por el exceso de alcohol o bien por la fricción de su mano la polla de Patricio parecía multiplicar su tamaño por momentos. Ella reconoció para sus adentros que le gustaba lo que estaba viendo, y un hilillo de saliva se le resbaló por los labios. Pero otra parte de ella sintió unas imperiosas ganas de estrujarle los huevos con las manos hasta que le estallasen allí mismo. Se contuvo, pero con un fuerte sentimiento de rabia renovada volvió a meterse la polla en la boca y la lamió con avidez, moviendo los dientes de forma deliberada para molestar y hacer daño. Eso, en lugar de molestar a su exjefe, pareció gustarle todavía más, y Patricio gimió de forma contenida. Hasta el punto que se vio obligado esta vez a ser él quién detuviera la felación o se acabaría corriendo antes de loque le gustaría.
  Cuando Isabel se dio cuenta intentó volver a meterse el pene en la boca, pero él la levantó primero por las axilas y luego por los muslos hasta que la entrepierna de ella quedara a la altura de su boca. Isabel traspasó las paredes del compartimento de cuello para arriba y pudo ver desde las alturas todo el cuarto de baño. Las piernas le temblaron por el nerviosismo y las ganas de orinar la volvieron a atosigar.
  -¿Pero qué haces? -le susurró ella -. Si alguien entra me verá de inmediato.
  Patricio no contestó, en su lugar comenzó a comerle el coño con las tangas todavía puestas, de manera que su lengua mojó vulva y tela por igual. La parte de la tanga que cubría su vagina quedó tan apartada que parecía que había desaparecido. Patricio comenzó a meter la lengua sin impedimentos mientras continuaba cargándola en peso con la ayuda del apoyo de la pared, durante varios minutos ya.
  Isabel se quedó impresionada por la fuerza del hombre y reconoció para sus adentros que nunca le habían comido el coño deesa manera tan expuesta y en el aire. La mujer natural de Toledo trató de controlar las ganas de orinar, que por otro lado le estaban añadiendo un placer adicional. La sensación de poder caerse o ser descubierta en cualquier momento hizo que le entrara un escalofrío de placer por todo el cuerpo que la obligó acerrar los ojos mientras se le humedecía en exceso la vagina.
  Entonces los pasos de una persona se oyeron justo detrás de la puerta e Isabel reaccionó como un resorte dando varias palmadas a Patricio en la espalda, cada una con más insistencia que la anterior. Su exjefe captó la señal de inmediato, pero aunque pudo bajarla antes de que la nueva persona que entraba la viera, no pudo hacerlo en silencio. De hecho, Patricio acabó con la cara aplastada en la taza del váter con ambas nalgas de ella sobre su cogote. La persona que entró en el baño se quedó alarmada por el ruido.
  -¿Hola? ¿Se encuentra bien? -dijo una voz femenina que Isabel identificó como la de María.
  Al principio pensó en no contestar, pero pensó que eso sería peor.
  -Sí, María. Estoy bien.
  -¿Y qué ha sido ese ruido? -quiso saber ella.
 -Nada, me he resbalado -dijo en tono incómodo-. Estos malditos zapatos.
  -Ah ¿De veras que estás bien?
  -Sí, no te preocupes.
  María, más tranquila entró en el compartimento más cercano y exclamó de inmediato con una mueca de asco.
  -¡Pero quién ha sido la asquerosa!
  -Sí -dijo Isabel en tono nervioso -. Yo también lo he visto. La gente es muy cochina.
  Patricio comenzó a acariciar el culo de Isabel y ella le retiró la mano alarmada de que se atreviera a hacer algo con otra persona en el baño. Inmediatamente se escuchó a María abrir la puerta del cubículo de al lado y poco después el sonido de la orina caer a raudales. En ese momento Patricio metió los dedos de su mano en la vagina de Isabel aprovechando que el sonido estaría amortiguado. Aunque el chorro de orina duró muy poco tiempo e Isabel apartó con más ahínco los dedos de Patricio. Él volvió a insistir y ella no se lo impidió nuevamente.
  -Bueno -dijo María a modo de despedida -.Date prisa que van a servir ya el postre.
  -Ya mismo voy.
  Tan pronto se escuchó cerrar la puerta Patricio le bajó la tanga y se las quitó completamente. Isabel, que quería acabar cuanto antes, no puso ningún impedimento. Al contrario, abrió las piernas mientras se subía ampliamente el vestido y apoyaba la mano que le quedaba en la pared del compartimento. El coño de Isabel quedó completamente expuesto. Estaba depilado y sus labios tenían un tono rosado junto a una piel mojada por los lascivos fluidos vaginales. La vagina se abría y cerraba como si respirase excitada, y el culo liso y perfecto encendía aún más la pasión de Patricio. Este no pudo evitar meter el pene dentro de la lubricada vagina y comenzó a penetrarla. El hombre se llevó la tanga que le había retirado a Isabel y la olió con efusividad. Cuando Sánchez detenía un poco el ritmo la toledana movía la cadera para estimularlo, no solo por las prisas sino porque sentía que ella pronto llegaría al orgasmo. Una vez más la puerta se abrió, y esta vez fue la voz de Mercedes la que habló directamente preguntado por ella.
  -¿Isabel? ¿Estás bien?
  A ella se le hizo un nudo en la garganta, pero inmediatamente contestó.
  -Sí, perfectamente.
  -Es que María me dijo que seguías en el baño, y como te fuiste hace rato…
  -Sí. Es solo que tengo problema de estreñimiento, pero dentro de poco salgo. No te preocupes.
  Patricio continuó metiendo su pene a un ritmo más lento. Isabel intentó frenarlo con su mano, sin demasiado éxito.
  -¿No necesitas nada?
  -No -dijo tras un gemido que no pudo evitar al sentir como el pene de su exjefe la penetró hasta el fondo -. Solo necesito un poco de intimidad y ya salgo -terminó pidiendo, a la vez que trataba de disimular el gemido anterior con otros más lógicos.
  -De acuerdo. Me quedo más tranquila entonces. Cualquier cosa me avisas.
  Mercedes salió del baño y, nuevamente solos, tras unos instantes por discreción, las penetraciones fueron más fuertes que nunca. Patricio la sujetó por los hombros y la alzó colocando la espalda de ella recta y moviendo su rostro a un lado, frente al suyo, sin que ella se tuviera que girar. Las respiraciones de ambos golpearon sus respectivos rostros y entonces Patricio le comió la boca. La lengua de Isabel fue emboscada y diezmada con avidez. Ella sintió como toda su mandíbula era forzada por la enorme lengua de Patricio y los minutos pasaron deprisa sin que en ningún momento el miembro de él dejara de penetrarla desde atrás. Isabel comenzó a sentir como ya le venía el orgasmo. Ese cosquilleo firme y creciente que le hizo temblar cada músculo de su cuerpo, pero entonces, sin previo aviso, Patricio retiró el pene y se corrió sobre sus nalgas. Ella miró hacia atrás para mirarse el culo lleno de semen. Le bajaba por sus nalgas, caliente y viscoso, pero se sentía muy insatisfecha por que hubiera acabado justo en ese momento.
  Patricio, sin resuello se agachó para subirse los pantalones, pero Isabel aprovechó la posición para colocarlo sobre la taza empujándolo por los hombros, con la intención de sentarse sobre el pene erecto de él. Justo cuando iba a montarse encima se fijó en el cabezón del miembro de su exjefe y vio un pegote de semen como sombrero, así como lenguas de lechere corriéndole el falo.
  -Espera un momento -dijo ella retirándose justo cuando iba a colocarse encima. Ella sabía que sin condón no podía arriesgarse.
  Isabel se puso de rodillas y se metió de nuevo el pene de Patricio en la boca. Chupó a consciencia succionando todo el semen. Este se le pegó a los dientes y sabía a yogurt caducado, pero en el estado de excitación en el que se encontraba lo disfrutó como si fuera sirope de caramelo. En apenas unos segundos lo dejó completamente limpio y fue entonces cuando se subió sobre él.
  Isabel comenzó a cabalgar sin ningún cuidado ni reparo por la situación de Patricio. Ella comenzó a mover las caderas a cada vez más velocidad y cerró los ojos cuando comenzó a sentir de nuevo esa ola afrodisíaca recorrer su cuerpo. La mente le daba vueltas por el alcohol y las ganas de orinar ejercían una presión en el pubis que estaba enriqueciendo el coito. El rostro de Patricio era inmutable, y en algunas ocasiones ponía una mueca de dolor, pero no duraba demasiado. Isabel sintió como su coño ardía hasta que un profundo orgasmo le arrebató toda su energía de golpe. Se corrió durante varios segundos y, tras levantar bien su vestido, comenzó a mearse con la polla de Patricio todavía dentro de ella. El pubis y los huevos de él se empaparon de orina, y sus bonitos pantalones y zapatos fueron los siguientes. La toledana había estado gimiendo en todo momento y tras terminar de mear se calló abruptamente. Solo entonces fue consciente del ruido que había hecho tanto con los gemidos finales como con la presión ejercida sobre la taza. Se quedó en silencio unos instantes para asegurarse de que estaban solos en el baño, y solo entonces se levantó.
  -¿Ahora estamos en paz? -jadeó ella mirando fijamente a Patricio que no mostró gesto alguno, lo que enfureció a Isabel -.Te he dicho…
  -Me has meado encima.
  Isabel estiró el brazo para coger su tanga, que Patricio mantenía aferrado en su mano, pero este se lo negó.
  -Me lo quedo como recuerdo.
  Isabel bufó descontenta, pero no quería forzar una discusión con él. Se colocó el vestido a medida que se salía del compartimento y se ató los botones que se habían liberado. Se miró en el espejo, que parecía temblar por la borrachera, y se recolocó el pelo y el maquillaje dela cara.
  Cuando Isabel salió del baño una Mercedes con cara de asombro la miró fijamente. La toledana le aguantó la mirada un segundo con el mismo sentido de alarma que ella, e inmediatamente retiró el rostro y se tapó la cara, avergonzada. Era evidente que la había escuchado. Con la mano todavía en la cara, y muy cerca ya de llegar a su asiento junto a un José preocupado, sintió su propio aliento y percibió el fuerte olor a semen. Vio el tiramisú de postre que todavía seguía en su sitio intacto y, antes de mediar palabra ni dar explicaciones a su marido por el retraso, se sentó y devoró el dulce asegurándose de restregárselo con la lengua por toda la boca. Agradeció que el tiramisú hubiera venido con arándanos.
  Patricio tardaría casi una hora más en aparecer, con un traje nuevo.




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1 comentario - Capítulo de la Reliquia