La madre se la volvió a chupar al hijo, pero esta vez...

La madre se la volvió a chupar al hijo, pero esta vez...



Marisa preparó el almuerzo con algo de ayuda de Lucía y Fran, quienes más que nada estuvieron picoteando mientras la madre cocinaba.

Tras la comida todos estaban cansados así que se echaron la siesta y dejaron que cayese un poco la tarde para después sentarse simplemente al sol a descansar mientras veían el atardecer.

— ¡Te has fijado qué silencio!— le dijo Marisa, mientras se echaba hacia atrás apoyándose con las palmas de las manos en la piedra y reclinándose sobre ellas.

— Si, es el silencio que se puede oír si te quedas parada, en la ciudad nunca se oye, siempre hay algún ruido cerca— se lamentó Lucía.

— Para mi esto es el paraíso, siempre quise tener una casa en el campo para evadirme los fines de semana.

— Pues si, aquí se está muy bien Marisa. ¿Sabes una cosa?

— ¿Qué? —preguntó su amiga mientras aspiraba aquel aire limpio y fresco que traía la tarde.

— Te confieso que lo estoy pasando muy bien contigo, con Fran... ¡Y que os quiero mucho! —admitió emotivamente Lucía, mientras sentía como sus ojos se humedecían.

— ¡Yo también mi niña, me alegro de tenerte a mi lado! —le dijo Marisa volviéndose hacia ella y abrazándola.

— Me doy cuenta de que os quiero cada vez más, sois como mi familia aquí.

— Gracias Lucía, tú para mi también has sido muy importante, y has llegado en un momento en el que necesitaba alguien en quién apoyarme, una amiga. Verás, en mi trabajo la gente está muy quemada y no te puedes arrimar a nadie, pero qué le voy a hacer tengo que trabajar y ganar dinero para mantenernos a los dos.

— Te entiendo, yo ahora también estoy algo sola, por eso valoro tanto tu amistad y la de tu hijo.

— Gracias, estamos encantados de darte nuestro cariño —añadió dándole un beso en la mejilla.

Mientras hablaban el sol se hundía ya en el horizonte, tiñéndolo de rojos y anaranjados, como si con su calor estuviese quemando el cielo a su alrededor, así poco a poco fue desapareciendo hasta que el último rayo se apagó tras los cerros próximos. El cielo se fue tornando hacia colores violetas y azules y finalmente el negro, que anticipaba la noche, fue apareciendo por el oeste. Comenzaron a brillar los primeros luceros que hacían su incursión como la avanzadilla del cielo estrellado que estaba por venir.

Las dos amigas permanecieron allí sentadas, presenciando el espectáculo, en armonía, en paz consigo mismas, sintiendo como un lazo invisible pero fuerte se había establecido entre ellas, tras sus encuentros, tras sus confesiones, tras sus experiencias, el lazo de la amistad las había unido.

Tras esto entraron en la casa y pasaron a la ducha. Primero entró Fran, quien con la ayuda de Marisa se duchó, luego aprovechó ella para hacerlo y finalmente Lucía pasó a refrescarse tras el paseo del día.

Luego prepararon algo de cenar y mientras lo hacían fueron tomando vino. Tanto las mejillas de Marisa como las de Lucía fueron denotando su estado de embriaguez creciente, lo que les soltó la lengua y las desinhibió a medida que comían y bebían más y más hasta terminar ellas solas las dos la botella de vino que habían traído.

Tras la cena Lucía encontró un radiocassette viejo y algunas cintas de sevillanas, así que lo sacaron por una ventana y pusieron una de ellas. Inmediatamente los ruidos de la noche quedaron apagados por la música y Lucía y Marisa, arrancándose, comenzaron a bailar.

Por supuesto que también sacaron al muchacho a bailar, primero con su querida Lucía y luego, celosa, con su querida Madre. Todos rieron hasta la saciedad, se acaloraron con los bailes y se fueron sacando ropa a medida que se movían fruto del alcohol y los bailes.

Al final la risa tonta hizo acto de presencia y en uno de los lances de las sevillanas, movido por la pérdida de coordinación a la que contribuyó definitivamente la graduación alcohólica de la bebida, acabó con Lucía y Marisa por los suelos, echada una encima de la otra.

Se quedaron en silencio, con Marisa encima de Lucía, con sus cuerpos en contacto, sus pechos, sus caderas, allí abrazadas y ambas se miraron sin decirse nada, pues a veces no hacen falta palabras.

Pero finalmente se sintieron algo incómodas por la situación y Marisa se levantó y liberó de su peso a la pequeña Lucía.

La música había terminado, Lucía fue a a cambiar la cinta y por casualidad encontró una de Nino Bravo y la puso porque le sonaba el nombre. Su voz inconfundible, comenzó a sonar en una canción de amor que invitaba a bailar “agarrado”, así que Lucía se enganchó a Fran y bailó con él, cogida a sus hombros y él a su cintura, pegados no tardó en notar el generoso atributo del muchacho presionándole la pelvis, mientras la madre, ajena a aquel detalle los observaba mientras bailaban, con cierta complacencia, pensando en la buena pareja que hacían.

—  ¡Vamos mamá, ahora baila tú él! —la invitó Lucía extendiendo su mano para levantarla.

—  ¿Yo? Pero ahora que se os veía tan acaramelados, ¿cómo dejas a mi pobre Fran sólo?

La madre no pasó por alto el estado de erección del muchacho e intercambiando una sonrisa de complicidad con Lucía se sonrió.

— ¡Vaya, parece que lo has puesto algo malito, no!

— ¡Si, es posible! —rió pícara Lucía—. Me estoy meando, ¡y no aguanto más! Anda entretenlo tú mientras yo hago un pis.

Así que Lucía los dejó solos y Marisa ocupó su lugar comenzando a bailar con su hijo.

Lucía hizo sus necesidades y al salir de la casa decidió pararse un poco y desde la penumbra de una ventana espiar a madre e hijo.

Marisa estaba abrazada a su hijo, pegada a él, bailando con un suave vaivén, denotando entrega total y sentimiento hacia su hijo en el baile.

La visión le pareció conmovedora a Lucía y los dejó un poco más solos mientras los observaba. Luego entró y sin que estos se separasen se abrazó a Fran desde atrás y llevó sus manos hacia su erección.

— ¡Um parece que nuestro semental está a punto esta noche! ¿Lo hacemos ya?

— ¡Oh pues, bueno! Pasamos dentro para estar más íntimos —propuso Marisa.

— ¡Vale, aquí ya empieza a hacer frío!

Ya en el salón encendieron la chimenea y se sentaron en el largo sofá que estaba dispuesto frente a ella. Casi de inmediato, la seca leña empezó a arder con buen tiro y sintieron el calorcillo que les llegaba. Allí estarían muy calentitos.

Marisa bajó sus manos y palpó el pantalón de Fran a la altura de su polla ya excitada y dura, que pugnaba por salir. Luego cruzó una mirada de complicidad con Lucía, quien asintió levemente para que ésta prosiguiera con lo que se disponía a hacer.

Le desabrochó el pantalón y extrajo su erecta polla para masturbarlo. Y allí, a la luz centelleante de la chimenea, su mano comenzó a subir y bajar descubriendo su glande rojo y gordo.

Entonces Lucía se inclinó y se la chupó un poco, para luego recuperar la verticalidad y seguir a su lado.

— ¡Qué me dices mamá! ¿Se la chupas un poco ahora tú?

— ¡Pero niña, tú crees que yo…! —exclamó la madre sorprendida.

— Bueno vale, lo haré yo un poco antes y te lo vas pensando.

Lucía se puso de rodillas y se empleó a fondo en la felación a Fran mientras Marisa la contemplaba a la luz de las llamas de la chimenea. Ésta se sentía muy excitada ante aquella íntima situación y descuidadamente se acariciaba sus prominentes pechos.

— ¡Vamos, es tu turno! —le susurró Lucía al oído tras levantarse.

Con la ligera presión de la mano de Lucía en su cuello Marisa se arrodilló junto a ella y poco a poco se dejó seducir por la incipiente lujuria.

Su glande penetró en su boca virgen suavemente y ésta lo saboreó con lengua y labios unos momentos. Su sabor suave y algo empalagoso no la atrajo mucho, pero la excitación desatada que corría por sus venas la impulsó, como el corazón empujaba la sangre por ellas en aquellos instantes.

La boca de Marisa arropó el glande de la polla de su hijo, chupándolo despacio, con dulzura y se complació con aquel acto tan obsceno como morboso, sintiendo como su calentura iba in crechendo.

Tras unos momentos de entrega, la madre decidió darse un respiro, mientras sentía pálpitos en el corazón, fruto de la fuerza con que éste latía, fruto de en una excitación desbocada, como nunca antes había sentido.

Lucía aprovechó para darle relevo degustando un rato más tan delicioso manjar. Fran estaba muy excitado y las miraba a ambas arrodilladas ante él, sumisas y dispuestas a colmarlo de placer.

Finalmente ambas se miraron la una a la otra, ante la verga erecta del muchacho, excitadas como él, en silencio ante el crepitar de la leña ardiendo que calentaba la escena.

— ¡Me lo voy a follar! —afirmó Lucía.

Marisa asintió y permaneció sentada al lado de la chimenea en un cojín, mientras su amiga se desvestía y se quedaba tan desnuda como vino al mundo. La madre se maravillo al ver el precioso cuerpo de la joven muchacha y guardó silencio ante la escena que se disponía a contemplar.

Agarrando con sus delicados dedos la gruesa polla, se puso en cuclillas de cara a la chimenea, dándole la espalda a Fran, y se frotó su sexo con el gran hongo de su polla. Lucía suspiró de puro placer, y chupándose los dedos lo lubricó con su propia saliva para después, poco a poco irlo introduciendo en su sexo depilada rajita.

Ésta protestó y gimió ante el esfuerzo de elongación al que la hizo someterse, pero el placer se desató en la joven puta, quien disfrutó de la penetración de Fran hasta sus ovarios, bien adentro.

Sentada, subió y bajó ante la atónita mirada de Marisa, que no podía creer que tal cosa estuviese pasando delante suyo. Mientras esta, de soslayo se subía el vestido y se masturbaba un poco por encima de la tela de sus bragas, para luego apartarla y frotarse sus gruesos labios vaginales.

— ¡Vamos mamá, ahora es tu turno! —le dijo sacándosela del coño tras disfrutar de una buena follada.

— ¡Mira Lucía, sé lo que intentas! Pero, yo no puedo hacer eso con mi propio hijo, ¡me muero de vergüenza! —le confesó.

—  Pero mujer, ahora vas a dejarlo así... él te desea y tú lo deseas también, ¡vamos no te eches atrás ahora! —le susurró Lucía al oído para que Fran no las escuchara.

— ¡Que no Lucía, yo te aprecio mucho, pero creo que no estoy preparada, esto me puede afectar psicológicamente, me da mucho cargo de conciencia! ¡Anda termínalo tú!— replicó Marisa, sin dar su brazo a torcer.

— Pero mujer, no ves como tienes el coño —le dijo mientras le metía la mano entre los muslos y atravesando su poblado Monte de Venus se deslizaba con descaro sus dedos por unos labios vaginales que chorreaban excitación.

— ¡Oh Lucía, no me hagas eso! —suspiró Marisa, quien sentía algo más por Lucía y ésta ya lo sabía, pues aún recordaba aquel beso a la despedida de su piso.

Como una niña traviesa Lucía introdujo sus dedos en el coño de Marisa, desatando una retahíla de gemidos y pequeños gritos mientras sus brazos la agarraban por el hombro a punto de desplomarse sobre el suelo de piedras de la casa rural.

— ¡Oh Lucía, para que me voy a correr hija! —le dijo para que se detuviese—. ¡Créeme! Por una parte lo deseo, pero por otra estoy llena de miedos, ¿entiendes? ¿Qué te parece si hoy se lo haces tú? Yo quiero que se lo hagas tú, quién mejor que tú para hacerlo con mi hijo, él te idolatra y yo te tengo mucho cariño mi niña, así que, ¡por favor hazlo disfrutar! —le imploró Marisa.

— ¡Está bien, pero sólo lo haré con una condición! ¡Quiero que tú estés a nuestro lado, que nos veas follar, y que lo disfrutes tú también! ¿De acuerdo?

— ¡Claro Lucía! —añadió Marisa sonriendo.

Lucía sacó un condón de su bolso y se lo dio su madre para que se la enfundara mientras ella subía a las habitaciones a por una manta. Cuando bajó la tiró al suelo, frente a la chimenea. Allí le indicó a Fran que se tumbara y saltó encima del muchacho como una gata para clavarse su polla sentándose sobre esta.

Marisa se sentó en el sofá y espatarrándose con cierta obscenidad se dispuso a masturbarse delante de ellos. La chica vio su sexo algo peludo aunque recortado delicadamente y observó cómo la  madre se metía sus dedos y se frotaba su clítoris ante ellos. Esta visión turbadora la incitó a follar con más ahínco al joven Fran.

Echada sobre el gran muchacho le ofreció sus pequeños pechos para que se los chupase, bajo la atenta mirada de su madre y su culito respingón comenzó a bajar y subir clavándose en su tierna rajita su enorme verga.

Tras un rato, Lucía se puso a cuatro patas e intentó que Fran se la metiera desde atrás, pero él no pareció comprender sus intenciones así que Marisa salió al quite y se arrodilló al lado de la joven pareja para facilitar la postura.

Delicadamente Marisa tomó la polla en su mano y acercándola al culito de Lucía la frotó sobre su sexo hasta asegurarse que estaba correctamente colocada, entonces empujó su culo con la otra para que el muchacho la metiese en aquel joven coño.

Lucía exhaló al sentirla entrar y fue entonces cuando sintió las fuertes manos de Fran en sus pequeñas caderas.

El impetuoso muchacho estaba desatado y en aquella postura apretó sus caderas con fuerza y empezó a follarla propinándole fuertes embestidas.

Casi de inmediato Lucía comenzó a gritar, alarmando a Marisa, quien a su lado pensó que su hijo le estaba haciendo daño y le regañó por su brusquedad.

— ¡No importa Marisa! —le gritó Lucía sujetando sus brazos—. Lo hace como un animal, pero… ¡me gusta!

Así que Fran siguió con sus embestidas, Lucía con sus gemidos y una extrañada Marisa se enceló con su raja, tremendamente excitada ante la escena de sexo desbocado, masturbándose de rodillas simplemente abriendo sus muslos y permaneciendo a su lado.

Cuando Fran gruñó ambas supieron de su orgasmo, ahí Lucía comenzó a frotarse su clítoris con frenesí y cayó de bruces contra la manta mientras se corría y gozaba de la polla de Fran y Marisa, secretamente también aceleró sus caricias y sus muslos temblaron teniendo que aferrarse a Fran para no caer al suelo.

Cuando se levantó, Lucía tomó sus ropas y le pidió a su madre que por favor lo limpiase, ella iría a asearse mientras tanto. Marisa no puso objeciones así que Lucía salió de la habitación y de nuevo los expió en la oscuridad del pasillo.

Así fue testigo de la delicadeza con la que la madre escurría el glande a su hijo, para evitar que el semen se esparciera y fue sacándole el condón con cuidado hasta dejarlo libre. A continuación, tomó varios clínex y lo limpió delicadamente, especialmente de los restos de semen en el glande.

Luego le ayudó a vestirse y se dispusieron a subir para acostarse, momento en el que Lucía corrió para no ser descubierta.

De nuevo le había resultado especialmente placentero ver un momento tan intimo y excitante entre madre y el hijo, no sabía porqué pero esto la había vuelto a poner cachonda, a pesar del buen polvo que acababa de echar.

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Acabas de leer un fragmento de mi novela Soy Puta, una obra donde conocerás a Lucía y a Marisa, la madre que se la chupa al hijo y que tanto apuro le da follárselo, ¿lo hará finalmente?

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