Pajas

Teníamos que hacer un trabajo juntos. llegué a su casa, puntualmente, con algunos libros bajo el brazo para poder llevar adelante la preparación de un ensayo que teníamos que presentar en una universidad. El saludo fue a distancia, con mucho cariño pero a distancia. No hubo beso ni abrazo. Un toque de puños cerrados y nuestras miradas mirándose. Y no es menor este dato porque siempre nuestras miradas supieron encontrarse y, a partir de esas miradas cruzadas, siempre supimos de la tensión que se generaba estando juntos. Si bien nunca hablamos de eso, siempre supimos de nuestra cercanía, de la intuición del uno sobre el otro, de cierta sensualidad que se podía apreciar en los gestos, en los pequeños detalles. Nos sentamos en comedor de su casa, enfrentados y teniendo la mesa de por medio. Es un ambiente hermoso con cuadros, buena música y con algo de los sonidos de la calle filtrándose entre las paredes de ese departamento. Las cortinas de las ventanas impedían la entrada de luz franca y comenzamos la charla, acerca del ensayo, tomando café. A medida que pasaba el tiempo, la charla se extendía pero nunca llegábamos al punto en que pudiésemos trabajar, puntualmente, sobre el ensayo. Y entre esas palabras, lo primero que hicimos, instintivamente, fue descalzarnos. Ella tiene unos pies exquisitos, delicados, sin esmalte, cuidados. Es imposible resistir el mirarlos. Mirarlos es una instancia de placer y ella siempre lo supo porque siempre le miré sus pies con el deseo en la expresión. También me cuido los pies y también ella me los ha mirado cada vez que se dio la oportunidad de hacerlo. Diría que ha sido nuestro secreto nunca revelado entre nosotros. Nuestros pies son la imagen viva de nuestro erotismo de silencio. Y es así que no pudimos dejar de mirar nuestros pies. Movíamos los dedos, movíamos los pies para atención del otro. Corrí la silla para que no tuviésemos la mesa entre nosotros. Quedamos frente a frente, sin tener que decir palabra. Todo se iba dando de acuerdo al deseo que existía entre nosotros en ese momento. No hablábamos. Nos rozamos los pies. Jugábamos con nuestros pies y los pies del otro. Nos mirábamos los pies y nos mirábamos a los ojos. Se abrió levemente la camisa y comenzó a acariciarse los pechos mientras yo me acariciaba por encima del pantalón. Y todo fue sucediendo con una naturalidad esperada porque sabíamos, siempre supimos, que habría de darse de éste modo nuestro acercamiento. Y todo se fue dando, manteniendo siempre la distancia entre nosotros, solo con el roce de los pies al alcance del deseo. Nos desvestimos con la delicadeza del apuro hasta quedar desnudos frente a frente. Suavemente fuimos masturbándonos mientras nuestros pies se rozaban y nuestras miradas estaban detenidas en nuestras acciones. Sin palabras, nos masturbamos frente a frente, de modo delicado al principio y de modo intenso con el pasar del tiempo. Quiero toda tu paja, le dije. Te doy mi paja y vos dame la tuya, me respondió. Y nos dimos las pajas a distancia. Nos miramos las pajas y sus detalles. El movimiento de sus dedos, la erección de sus pezones. El movimiento de mi mano derecha, la caricia en mis huevos. Y hubo mucha paja mutua. Cuando estábamos por acabarnos nos deteníamos para extender el placer. Y recomenzábamos. Así durante más de una hora. Un extensa paja mutua ante la mirada del otro y el roce de los pies. Finalmente, ella me dijo: nos acabamos? Fuimos dando los detalles de las acabadas. Fuimos diciendo cómo escalaban las acabadas nuestra sexualidad. Y nos acabamos. Mucho. El uno para el otro. Algo de mi leche fue a parar a sus pies, algo de su flujo recorrió sus piernas hasta ellos también, mezclándose nuestras acabadas, nuestras leches. Nos relajamos después de esas acabadas mutuas y fuimos al baño asearnos. Nos vestimos, Y sin decir ya nada más, continuamos con nuestro trabajo

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