Hotel

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I
La charla que tuvieron durante la cena sirvió como preludio de lo que vendría después. Comenzaron, un poco tímidos ambos, a hablar de trivialidades a cerca del trabajo y la familia, pero poco a poco, en parte por su forma de ser, en parte ayudados por el vino, la conversación se fue tornando más cálida y deshinbida para terminar siendo una orgía de sensaciones no solo para sus oídos sino también para los de los comensales cercanos, que disimuladamente se esforzaban en captar aquellos eróticos susurros. Lo más divertido fue cuando esas palabras fueron captadas de forma furtiva por un camarero que al volverse sorprendido chocó con una señora que volvía a su mesa llenándole el despampante escote de sopa y no se lo ocurrió otra cosa que comenzar a secárselo con una servilleta.
Ambos se miraron riéndose a carcajadas, pidieron la cuenta y salieron del local. Llamaron a un taxi y se acomodaron en el asiento trasero. Al hotel Plaza por favor dijo él, el taxista sin decir nada arrancó el vehículo y se dirigió al destino que le habían ordenado.
-Qué mala eres, dijo sonriendo.
-¿Solo por decirte que mi coño estaba empapado? si era, y es, la verdad-.
Ese vocabulario tan explícito, soltado así de repente, por una elegante mujer de modales refinados, lejos de parecerle basto le excitaba muchísimo. Era como si le inyectasen directamente un chute de adrenalina en el corazón. La libido se le disparaba y ya no había marcha atrás. Ella lo sabía y lo hacía de forma magistral. Le encantaba ver el efecto provocado en sus ojos.
-Sí, pero lo has hecho a posta para que te oyera el camarero- rieron.
Se besaron apasionadamente. Por el rabillo del ojo ella vio como el conductor miraba disimuladamente a través del retrovisor interior -te gusta lo que ves ¿eh?- pensaba, mientras se dejaba devorar el cuello.
Una vez llegaron a su destino y estuvieron en el ascensor la acorraló contra el fondo y le susurró es hora de comprobar si decías la verdad y sujetándole los brazos con una mano, la otra se introdujo debajo de su falda buscando su sexo. Primero lo exploró a través de sus bragas -cierto, estaban muy mojadas- después sus dedos -expertos- se deslizaron en su interior sin apenas resistencia.
Cuando sonó el clink de haber llegado su planta salieron y a trompicones llegaron a la habitación que había reservado. Abrió la puerta y entraron.

II
Discúlpame un segundo, tengo que empolvarme la nariz y guiñándole un ojo cerró la puerta del baño tras de sí. Él se quedó de pie mirando la habitación y reparó en el champanera que había encargado con una botella de Moët & Chandon. Se acercó a comprobar que estaba perfecto y se dirigió a la terraza. Hacía una magnífica noche, algo calurosa pero perfecta para lo que tenía pensado. Se apoyó en la barandilla y contempló la noche. Desde allí había una preciosa vista de la plaza de España y de las luces de la Gran Vía.
-¿En qué piensas? le interrumpió ella. Se volvió y la vio con la botella en una mano y con dos copas en la otra. Le brillaban los ojos y estaba radiante
-No pensaba en nada, solo disfrutaba de la vista.
¿Y qué vista te gusta más la que tienes a tu espalda o la que tienes frente a ti? dijo ella mimosa, un poco decepcionada por no haber escuchado "en ti".
-Ambas, respondió soltando una carcajada.
-¿Con qué esas tenemos? Pues dile a esas preciosas vistas que...
Y sin dejar que terminara la frase la besó con pasión.
Abramos el champan antes de que se caliente -dijo- nada más separar sus labios de los de ella.
Sirvió un poco en las copas, chin-chin y bebieron mirándose a los ojos.
¡Bájate las bragas! Ella dudó por unos instantes por lo inesperado de la orden pero no podía resistirse al tono cálido y sensual de su voz, se subió un poco el ceñido vestido rojo para llegar con facilidad a ellas y agachándose un poco se las quitó sin dejar de mirarlo a los ojos.
¿Y ahora, qué manda el señor? preguntó burlona.
Dio otro trago a su copa y se sentó en el suelo apoyándose contra la barandilla le dijo que se acercara y tomándola por las nalgas acercó su vulva a su boca. Aspiró profundamente y el olor que percibió -a sexo antes del sexo mezclado con el de su perfume- le enloqueció. Sus manos se aferraron con fuerza sobre sus nalgas mientras que su nariz no dejaba escapar ni un ápice de ese aroma tan cautivador.
Ella fue subiéndose lentamente el vestido hasta que el embriagador objeto de deseo estuvo liberado. Sus labios, anhelantes, se fundieron con los de ella en besos amplios pero tiernos, apasionados pero dulces. La boca de él se llenaba de aquel precioso coño coronado en el pubis por un elegante y discreto vello. Su lengua lo lamía con lentitud de arriba a abajo y de abajo arriba, recorría pícara los pliegues de sus ingles y daba vueltas alrededor de su clítoris, hinchado y excitado. Sara notó que las piernas no la podían sujetar más y se agarró con fuerza a la barandilla de aquella terraza del piso 36, la mezcla de alcohol y placer le hizo perder la noción del espacio y el tiempo y cuando sus propios gemidos la hicieron volver en sí, se percató de que estaba sentada encima de la boca de su amante mientras movía alocadamente sus caderas para que aquella lengua habilidosa le ofreciera lo que más deseaba en esos momentos: un profundo e intenso orgasmo.

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