Gloria Capítulo 4


GloriaCapítulo 4

 

 

 

—Sí papá, después de laexperiencia que tuve con el novio de mamá y mi hermano… Aborrecí a los hombres.Aunque también a las mujeres por el comportamiento de mamá. Pero, al contarmeSandra la maravillosa experiencia que vivió… Y lo que he visto con vuestraforma de comportaros, cómo os besáis, cómo hacéis el amor Gloria y tú… Despertómi deseo; yo sé que serás dulce y te portarás bien conmigo, que no me harásdaño, que no correré peligro.

—Mami, la semana queviene es mi cumple, dieciocho, ya sabes. ¿Recuerdas que regalo te he pedido?Pues bien, creo que es el día adecuado para que Pablo y Eloísa… Jijiji.

—Por mí no hay problema,Pablo es quien decide…

—Ya me estáis liando… Nosé qué decir. Tengo que pensarlo.

—No hay nada que pensarpapá. Di que sí, porfii. — Dijo mi hija con un gracioso mohín.

—No te preocupes, prontolo sabrás. Ahora vámonos a dormir que es tarde.

Mi hija aceptó cabizbajala decisión, y fueron a su alcoba. Gloria me arrastró a la escalera paraterminar desnudos los dos en la cama.

—Pablo, no seas duro conella. Ha vivido una experiencia traumática y muy dura; yo sé de eso. No lefalles. Puedes condicionar su desarrollo sexual para toda su vida. Después deestar contigo podrá elegir con entera libertad su preferencia sexual, peroahora te necesita. Quiere que seas su maestro. Te lo pido… No la defraudes.

Inesperadamente Eloísaentró desnuda en la habitación y se tendió a mi lado. Sandra miraba desde lapuerta; Gloria me besó con pasión, acarició mi pene, que reaccionó al contacto,se levantó y se marchó con su hija. Todo fue tan rápido que no pude reaccionar.Me quedé solo con mi niña en la cama. De costado se enfrentó a mí. Sujetó mimano para llevarla a su pecho, duro turgente, suave cómo la seda; coronado porun pezón endurecido por la excitación.

Me besó. Por primera vezsentía los labios de Eloísa en los míos… Y me encantó. Los pómulos arrebolados,los ojos vidriosos, destellando pasión… Acaricié sus hombros, bajé hastasujetar su mano con la mía y llevarla a mi boca para besarla con cariño. Chupésus deditos. Ella acarició mi mejilla y peinó mi cabello con sus dedosprovocándome escalofríos. No podíamos separar nuestros labios. Pasé las yemasde los dedos a lo largo del brazo para terminar en el dorso de su mano. Pude observarcómo se le erizaba la piel… Las manos indiscretas visitaban paraísos ocultos…

No pude evitar besar sucuello, lamer las axilas, facilitando ella la labor elevando los brazos.

Continué por sus pechos,empujándola para que se acostara de espalda y facilitarme la labor. Lamia unomientras acariciaba el otro, después cambiaba, paseando la lengua entre ambos.

Bajé acariciando ybesando su vientre hasta llegar a su pubis poblado por una deliciosa mata devello rizado y suave.

Pasé de largo parasituarme en los pies de la cama, masajear sus pies, besarlos, chupar losdeditos y mordisquearlos subiendo por el empeine del pie hasta el delicadotobillo. Mis manos inquietas acariciaban sus pantorrillas y muslos…

Le indiqué que se girarahasta ponerse boca abajo. De nuevo comencé a besar su nuca, el cuello y laespalda hasta llegar a las nalgas, que besé y pellizque con pasión. Le puse unaalmohada bajo el vientre y abrí sus muslos para embriagarme con el aroma de lagrieta entre sus glúteos blancos. Lamí su pequeño asterisco provocándoleestremecimientos que evidenciaban su excitación

Los suaves quejidos,ronroneos, me indicaban los puntos más sensibles.

La giré de nuevo paraabrir sus piernas y situarme entre los muslos. Mi boca bebía en la fuente delplacer el néctar que ya segregaba en abundancia, derramándose por su perineohacia el ano.

No emitía gemidos, ahoraeran grititos que incrementaban su intensidad según mi lengua alcanzaba lugaresrecónditos de su anatomía.

El primer contacto con suclítoris fue premiado con un grito rápido seguido de un lamento gutural,profundo. Sus manos sujetaban mi cabeza asiendo los pelos para estrujar mi caraen su sexo.

Mi rostro quedóaprisionado entre sus muslos impidiendo moverme. Su espalda se curvóconvulsionando. Gritó. Gritó como una posesa abriendo los muslos, liberándomede la presa, tirando de mis pelos para que subiera hacia arriba, sobre ella,lamiendo mi rostro sorbiendo su propio jugo. Nuestras bocas unidas, las lenguasdibujando arabescos, enfrentadas, en pugna.

Mi excitación era tanalta que me producía un intenso dolor la dureza de mi vara.

Dejé que se recuperaradeslizándome a su lado. Se giró hacia mí y me besó deliciosamente entornandolos ojos.

—¡Gracias papi! No sabescuánto te quiero. Abrázame. Pero métemela papá, ya no aguanto más, por favordale más placer a tu hijita.

Nos abrazamos, mi mástilquedó entre sus muslos y sin guiarlo se deslizó en su interior. Abrió los ojosal sentir la intrusión comenzando a realizar movimientos copulatoriosacariciando mi pecho y facilitando mis caricias en sus senos. Los cuerposardían piel con piel. Me coloqué sobre ella sin sacar el miembro de su fundabombeando en su interior. Sus piernas, atrapándome, enlazando sus pies tras miscaderas.

Unos movimientosconvulsos, espasmódicos, gritos, abrazándome con fuerza inusitada fue laculminación de una sesión de sexo que me obligó a eyacular en el interior de suvientre sintiéndome recorrido por descargas eléctricas por mi espalda,extendiéndose desde los pies hasta la coronilla, dejándome totalmentederrotado. Me detuve, acaricié a mi niña y dejé que se repusiera. Ni yocomprendía qué me ocurría. Seguía con una erección brutal. Jamás me habíaocurrido. Continué moviéndome en su interior; poco después otro orgasmorecorría el cuerpo de mi hija, seguido de otro y otro…

—¡Ya… ya papi! Me matasde gusto, pero para… para ya… no puedo más…

Me detuve. La pérdida derigidez facilitó la expulsión.

Tendidos de costado,mirándonos a los ojos, acariciándonos, dándonos besos cortos suaves, con losque manifestábamos el amor que nos unía. El sueño nos sorprendió abrazados.

 

Tenues movimientos medespertaron. Ya había amanecido y el sol entraba por los resquicios de lapersiana. Sandra se tendía junto a Eloísa. A mi espalda otro cuerpo seapretujaba… Gloria…

Me besaba la nuca y losescalofríos acabaron de reanimarme. Era delicioso despertar así.

—¿Cómo lo has pasado amormío? — Susurró a mi oído, Lo que me provocó nuevos estremecimientos.

—¿Cómo crees mi vida? Ha sidofabuloso. Nunca pude imaginar que a mi edad se pudiera disfrutar así con treshermosuras de mujer como vosotras. Este ha sido el colofón, él no va más delplacer, sobre todo con las personas a las que más amo. Pero mi hija es unvolcán. Claro que vosotras no le andáis a la zaga.

—Lo sé, os hemos oído y…visto. Nos hemos puesto muy arrechas y terminamos haciéndonos deditos Sandra yyo.

—Papá, has sido muygentil conmigo… Te quiero. Pero aún hay una cosa que quiero hacer… — DijoEloísa.

—Tú dirás mi amor…

—He visto lo que lehacías a Sandra y a Gloria en el sofá, acariciándoles los pies. Según me diceSandra es una experiencia muy… Caliente. Y debe serlo por la cara que ponen ycómo se corren de gusto.

—Cuando quieras mi vida.Para mí es una gozada daros placer.

Y así fue. A partir deese día se turnaban las noches de TV para poner sus pies a mi disposición paramasajearlos mientras ellas se masturbaban sin ningún pudor. Cómoacostumbrábamos a estar desnudos en casa, se sentaban unas frente a las demás ymientras yo acariciaba los pies de una las demás se acariciaban los pechos, elsexo, el ano, utilizando dildos, para acabar en una sinfonía de gritos yexclamaciones placenteras. En ocasiones mi excitación era brutal y solicitabade alguna de las tres que se acercara para satisfacerme, bien con las manos ocon cualquier orificio. Petición que era satisfecha con presteza llevándome aaltas cimas de placer.

Pasaba el tiempo y cadadía estábamos más compenetrados, pero algo rondaba mi cabeza. Algo que chirriaba.Una nota disonante.

Una mañana recibí unallamada que esperaba. Nos marchábamos a España. Esa semana celebraríamos elcumpleaños de Sandra y después volaríamos, primero a Bogotá, después a Madrid.Pero opté por no decir nada hasta después del cumpleaños

 

Las tres organizaron lafiesta, engalanaron la casa y prepararon platos deliciosos.

Los cuatro solos, ya queno teníamos amigos ni conocidos a quien invitar, bebimos, comimos, bailamos ynos reímos con las ocurrencias de unas y otras. Desnudos, como estábamos, nosacariciábamos, besábamos, nos lamíamos, revolcándonos en la alfombra del salón.Era una verdadera orgía en la que nos propiciábamos mimos entre nosotros. Porprimera vez pude asistir a una relación lésbica entre ellas. Sandra y Eloísa enun sesenta y nueve delicioso llegando con facilidad al orgasmo las dos. Pero lomás excitante fue admirar a Gloria y su hija Sandra acariciándose, besándose,lamiendo sus chochitos y excitándose hasta el clímax. Yo sentado en el sofá,Eloísa sobre mis rodillas, abrazada a mi cuello y besándonos cómo si noexistiera un mañana.

Gloria se sentó en elsillón colocando sus piernas sobre los brazos, mostrando impúdicamente su sexorojo y empapado. Sandra se arrodilló frente a su madre para encajar su caraentre los muslos y sorber como una posesa los fluidos que manaban. Ver sugrupa, el sexo depilado, brillante, era toda una tentación. Arrodillado trasella lamí su vulva y su ano. Sus gemidos me indicaban que le gustaba. Meincorporé lo suficiente para que mi instrumento rozara su grieta. El líquidopreseminal contribuyó a que la penetración fuera suave, profunda, en su cálidavagina. Mi hija acariciaba los pechos de la madre y la hija.

La excitación de Sandraera tal que, a los pocos minutos de bombear, explotó en un impresionanteorgasmo que la hizo retorcerse presa de espasmos.

Cuando se calmó vi queGloria me hacía gestos. Sandra estaba con la cabeza sobre sus rodillas,abrazada a su cuerpo. Por lo que entendí, Gloria me indicaba que penetrara elano de su hija. Pero previamente llamó a mi hija para que se lo preparara. Estano se hizo esperar. Me apartó, no sin besar mis labios y se dispuso a lamer yperforar el ano de su amiga con un dedo. Recogía licor del sexo para utilizarlocomo lubricante. Poco a poco logró insertar dos dedos. Sandra se giró, en elregazo de su madre, para mirarme y lanzarme un beso, asintiendo.

—Este quiero que sea miregalo de cumpleaños, papito. Te quiero dentro de mi culito. No te preocupes sigrito, no te detengas…

Mi hija se retiró y me indicóque ocupara su lugar. Me chupó el pene para cubrirlo de saliva. Y me empujóhacia su amiga.  Me sentía utilizado,pero… Lo hice. Apunté a su sonrosado asterisco, presioné un poco y unacontracción me impidió la entrada. Gloria me detuvo, se levantó para tenderseen el suelo boca arriba, Sandra sobre ella en un sesenta y nueve, mi hijaacariciando los pechos de las dos y yo repetí el intento.

La diferencia era que elclítoris de Sandra era excitado por la lengua de su madre, lo que facilitaba surelajación. Aun así, como era de esperar, ofrecía resistencia. Sandra gemía deplacer con la estimulación materna. Le di una palmada en la nalga que sonóruidosamente, aproveche la sorpresa para insertar el glande en su esfínter.Gritó, pero no se movió. Dejé que se relajara para seguir empujando dandopalmadas y golpes de cadera hasta que, casi sin darme cuenta, mis testículosgolpeaban los labios de su vulva acariciados por las manos de Gloria que a suvez estaba siendo lamida por mi hija, ya que, Sandra no estaba en disposiciónde prestar atención.

Gloria comenzó aconvulsionar con el cunnilingus de Eloísa, con el sexo de su hija en la boca yviendo, en primer plano, cómo penetraba el anito de su amor. Mi excitación eramáxima y ya penetraba el culito de Sandra con facilidad. Los lametones deGloria a su hija y el ambiente creado provocaron un espasmo acompañado de ungrito brutal. Mi hija se sorprendió. Gloria abrazó la cintura de su hija yempujó su sexo hacia Eloísa en busca de un nuevo orgasmo.

Ante el cuadro quepresenciaba no pude por menos que terminar en el intestino de Sandra. Lasensación fue bestial. Tal como si un rayo atravesara mi cuerpo de abajoarriba.

Mi postura inestable mehizo tambalearme, a punto de caer hacia atrás. Mi hija, previéndolo corrió asujetarme, me depositó en el suelo y se inclinó hacia mí, besándome y bañándomeen lágrimas.

Gloria sentada en elsuelo abrazaba a su hija tras su primera experiencia anal. La cara desatisfacción de ambas era todo un poema. Se besaban y acariciaban expresando elamor que sentían.

—Hija, ¿por qué lloras? —Le pregunté a Eloísa sorprendido.

—Papá, lo has hecho conSandra… Yo quería ser la primera…

—Cariño, Sandra no hasido la primera. Fue Gloria y… tu madre la segunda. Sandra ha sido el tercerculito que poseo y… espero que el tuyo sea el cuarto. Aunque lo deseo más queninguno, mi vida. Pero eso será después de una ducha mi amor… No importa quiénsea la primera. Lo importante es quién lo haya disfrutado más. Y tu mamá, estoyseguro, no lo disfrutó cómo lo harás tú.

Gloria y Sandra seguíanabrazadas. Eloísa y yo, con nuestras manos unidas, subimos al baño. En laducha, dejando caer el agua cálida sobre nuestros cuerpos nos enzarzamos en unadeliciosa lucha en la que no había ganadores ni perdedores. Solo amor… Un amorinfinito. Nuevo, desconocido para mí.

Ella intentó salir de laducha para orinar en el WC. Se lo impedí. Me arrodillé ante ella.

—¡Hazlo sobre mí!

—¡Papá, que asco!

—No mi vida… Hazlo.

Dudó, pero le urgía y visalir un chorrito amarillento de su vulva. Le agarre las manos y se las coloquépara que abriera sus labios, facilitando la emisión que se vertía sobre mipecho, sintiendo su calor. Miré hacia arriba. Ella tenía los ojos cerrados.

—Abre los ojos, mi amor,¡mírame!, disfruta de este momento mágico.

Me miró, el chorroaumentó, vi placer en sus ojos, se acariciaba el clítoris. Antes de terminar,un grito me indicó que acababa de experimentar un orgasmo durante la micción.

Tuve que sujetarlaabrazándome a sus caderas. Se le aflojaron las piernas. Dejé que resbalarahasta depositarla suavemente en el plato de la ducha. Besé sus labios mientrasse reponía…

—Ahora te toca a ti.

—Ahora puedes hacer loque quieras conmigo. Eres el propio diablo y me tienes sojuzgada.

Me puse en pie, apunté asus pechos y comencé a orinar. Al principio se sorprendió. Pero pronto seadaptó y abrió la boca. Apunté y se la llené. Se derramaba por su rostro, sucuerpo, su vientre, hasta caer por su pubis.

Me sorprendió lavelocidad con que se incorporó, me rodeó con sus brazos y me besó en la boca…¡Depositando en ella mi propio pis!

La sorpresa me hizotoser, al tragar un poco. Pero la risa de Eloísa me encantó. Estallamos encarcajadas los dos. Era su primera experiencia con lluvia dorada y… Vaya si loaceptó.

Nos lavamos uno al otro,nos secamos y entramos en el dormitorio. Pero ya estaba ocupado. Madre e hijase besaban con amor. Reímos y nos dirigimos a la otra alcoba.

Abrazados nos devoramoscon frenesí. Mamé sus pechos como un bebé famélico. Gemía. Mis dedos en sugarbancito le producían ligeros espasmos.

Pasé mi dedo por surajita y comprobé que estaba anegada. Me situé a su espalda, le indiqué queadoptara la posición fetal ofreciéndome sus nalgas. Acoplado tras ella, mi dedoexcitó su sobresaliente clítoris, pasando la humedad de su vagina a su ano,donde introduje la primera falange del dedo corazón. Mi pequeña se abría lasnalgas para facilitar mi intrusión.

—¡Poséeme papá! ¡Soy tuyapara siempre!

Al escuchar sus palabrasun escalofrío recorrió mi espalda.

—Acaríciate la almejita,cariño.

Sus dedos excitando subultito del placer, mis dedos entrando y saliendo en su ano… Mi pene, de nuevoexcitado, erecto y dispuesto, apuntando al orificio, empujando suavemente,entrando con relativa facilidad. Cuando llevaba la mitad insertada me detuve.Percibía los movimientos masturbatorios en su vulva… Seguí empujando hastacompletar la penetración. En ese momento fue ella quien se movía, al principiocon lentitud, incrementando la velocidad hasta convertirse en una loca carrerachocando sus nalgas con mi vientre y llevándome a las cimas del placer. Tuveque pensar en otra cosa para evitar mi orgasmo prematuro. Y lo logré.

Eloísa gritó y presa demovimientos espasmódicos se estiraba y encogía como enloquecida. Apenas pudesujetarla para que no cayera de la cama, hasta que se calmó.

Se giró hacia mí laabracé y besé su frente.

—¿No era tu primera vez,¿verdad? — Me miró sorprendida.

—Ya te dije que Carlos…

—No es un reproche mivida. Pero tú dijiste que fue una vez. Y han sido más ¿verdad?… — Se refugió enmis brazos.

—Con Carlos, solo fue unavez… Pero tuve un novio, Alberto, que quería… Lo que quieren todos, yo menegaba hasta que, para mantenerme virgen, le dejé que lo hiciera por detrás. Ylo hicimos varias veces… No muchas. No era tan delicado como tú, me dolía yrompimos.

 Utilizando mi hombro como almohada se acurrucóy se dejó llevar en brazos de Morfeo.

Estuvimos en la camahasta casi mediodía. Me levanté y ella aún dormía. Era una mujer bellísima, conun cuerpo para el pecado. Dejé que descansara y bajé a la cocina. Gloria estabalimpiando y cocinando.

—Una noche dura ¡Eh! — Medijo al verme entrar

Me abracé a ella por laespalda y besé su cuello. El aroma de su pelo era embriagador. Se giró y nosbesamos con ternura.

—Dura y placenteraGloria. No todos los hombres pueden decir que en una noche han vivido lo queyo. No puedes imaginar cómo me siento. Me hacéis muy feliz Gloria. Habéiscambiado mi vida por completo. Gracias.

—No me las des Pablo. Túsi nos has cambiado la vida y has logrado que seamos felices, contigo.

—Gloria, ¿te gustaríaconocer España?

—¿Cómo? ¿Vamos a viajar?

—Si todo va como preveo…Sí. Hay algunos asuntos que debo resolver y me gustaría que fuéramos…

—¡¿Adónde vamos?! — DijoEloísa que llegaba acompañada de Sandra.

—A la madre patria,chicas, a Madrid.

Gloria y Sandrarecibieron la noticia con alegría, pero a Eloísa no le hacía tanta gracia.

Lo noté en su mirada.

—¿Qué te ocurre Eloísa?¿No quieres volver? — Pregunté.

—Pues si te digo laverdad… No. No fui feliz en Madrid entonces y no creo que pueda serlo ahora.Sin embargo aquí, con vosotras, contigo papá, he vivido los mejores momentos demi vida. El amor que siento por todos vosotros no lo he sentido nunca…

—Eloísa, te comprendo, yotampoco fui feliz en España, pero eso no significa que no podamos serlo. Sobretodo si vamos juntos, si seguimos como hasta ahora no hay motivo para serinfelices.

—Espero que sea sí, papá.Espero y deseo que no te equivoques. Pero ¿a santo de qué? ¿Ha pasado algo?

—Ya os lo explicarécuando lleguemos. Quiero que sea una sorpresa. Eloísa, concédeme el beneficiode la duda. Si no eres feliz allí… volveremos.

—Perdóname papá. Haré loque tú digas.

—No es eso lo que quieroEloísa, no quiero obligarte a nada, quiero que estés agusto. Ya te digo, si loque encuentres no te gusta… Volveremos. Pero ahora mismo necesito ir yresolver… Bueno, ya lo sabrás.

Gloria y Sandra estabanexultantes. Yo intentaba alegrar a mi hija, pero sin lograrlo del todo.

El viaje fue pesado, almenos para mí. El vuelo de Palo Alto a El Dorado es de menos de una hora. Perotener que estar a tan temprano en el aeropuerto para llegar a Bogotá a tiempopara enlazar con el vuelo a Madrid, las esperas en las terminales. Las horas devuelo… Pero por fin llegamos a la terminal madrileña. Teníamos un vehículo dealquiler contratado. La gestión fue fácil y pudimos salir, a pesar del tráfico,con bastante rapidez del aeropuerto y llegamos a…

—¡Papá! ¡¿Qué hacemosaquí?! ¡La casa está embargada! — La cara de mi hija era la sorpresapersonificada.

—Ya no preciosa. Se larecompre al banco liquidando la deuda. Ahora es nuestra. ¿Qué te parece? ¿Lavendemos o nos quedamos con ella?

—Bu… bueno, esto es otracosa papá. Pero, ¿mamá y Carlos?

—Están fuera. No tienenderecho a nada hija. Bastante daño han hecho ya. ¡Vamos, a descargar!

La operación fuerealizada a través de mi abogado que se encargó de localizar el banco que lahabía embargado. El importe que pedía el banco era inferior al valor real. Trasnegociarlo se realizó la operación sin problemas.

Las chicas corríangritando por toda la casa. Eloísa mostraba a Sandra sus lugares preferidos, sudormitorio. Ayudaba a elegir a su… hermana, el suyo.

—¡Papito, esta casa esmaravillosa…! ¡Mamiii. Tenemos un dormitorio para cada una de nosotras y conpantallas de TV, ordenador, ¡fibra óptica! ¡Y mira el jardín con piscina!¡Vamos a bañarnos hermanita! Papito, ¿podemos bañarnos desnudas?

—Claro que sí, mi amor.La pared del cerramiento es muy alta y no hay edificios cercanos desde los quepuedan vernos.

Mi hija no se habíabañado jamás desnuda. Ahora, sin embargo, no lo dudó. Las dos ninfas selibraron de sus ropas en un santiamén, sus cuerpos jóvenes, majestuosos, selanzaron al agua. Gloria las miraba, una lágrima rodaba por su mejilla. Meacerqué a ella y rodeé sus hombros con mi brazo. Me miró con sus ojos que ahoraparecían de color verde.

—¿Qué te pasa, Gloria?¿Por qué lloras?

—De felicidad Pablo. Vera nuestras hijas felices me llena de dicha.

—Anda, vamos a recorrerla casa que quiero que conozcas todos los rincones.

Bajamos al sótano dondela casa disponía de un recinto acondicionado para fiesta, juegos… Un cuartitose dedicaba a bodega. Al abrir la puerta pude comprobar que Juampe, mi abogadoy el que había acondicionado la casa tras la adquisición, se había preocupadopor llenarla de botellas de buen vino. Escogí una de ellas, la descorché yescancié en dos copas. Le ofrecí una a Gloria que me lo agradeció con un cálidobeso.

—Ummmm… Qué vino másbueno… — Dijo al probarlo.

—Sí… Juampe tiene buengusto eligiendo vinos. Quiero invitarlo un día.

—Cuando quieras, mi amor.Prepararemos una barbacoa.

—¡Aquí os queríamos ver,borrachos! — Gritó Eloísa estallando en risas que nos contagiaron.

—Vaya, habéis llegado enbuen momento. Probad  este vino. — Vertíel rojo licor en otras dos copas y se las ofrecí a las chicas que las probaron;los gestos de sus caras no parecían haber apreciado la bondad de la bebida.

—Papá, ya sabes que no megusta mucho el vino. Pero este sabe bastante bien. Será porqué hace tiempo queno lo cataba. ¿A ti te gusta Sandra?

—Pues perdóname papito,pero prefiero el jugo de guayaba… Jajaja… ¿Mami, has visto lo que hay aquí?Esta sala es el doble de nuestra casa de Bucara… — Gloria no la dejó terminar.

—¡Ya Sandra! ¡Déjalo! —Gritó Gloria.

—Gloria, comprendo que note resulte agradable recordar donde habéis vivido, pero no debes avergonzartepor ello. — Le dije al ver cómo Sandra bajaba la cabeza abochornada. — Ven Sandra.Abrázame.

La chica me abrazóllorando. Miré a Gloria que estaba a punto de llorar. La atraje hacia mí y lasbesé a las dos.

—No me gusta que hayasecretos entre nosotros. Y menos que nadie se sienta avergonzado por las cosasque haya hecho, vivido o sentido en el pasado. Es más, podemos hablar de ellocon libertad y aprender de esas experiencias por muy duras que hayan sido. Besaa tu madre Sandra. Estamos muy cansados y necesitamos dormir. El jet-lag nosestá pasando factura. A la cama todo el mundo, cada cual con quien quieradormir… Tú conmigo, Gloria. Aún no te he mostrado nuestro nidito de amor…Jajaja.

La cuestión se saldó conrisas. Al subir a la primera planta, Gloria quedó pasmada. Seis dormitorios,tres de ellos con baño y un baño más en el pasillo.

—¡Diosito, Pablo, ¡estedormitorio es enorme…! — La cara de sorpresa de Gloria era deliciosa.

—Mira el baño, cariño.Solo para nosotros. Las chicas tienen el suyo propio.

La exclamación fue mayoraún al ver el yacusi, ya lleno de agua burbujeando. La desnudé y empujé paraque entrara en el baño y yo con ella.

Nos relajamos en el agua.Casi nos dormíamos cuando entraron las dos filibusteras riendo; desnudas.Sandra se abrió de piernas sobre mi cara, bajando hasta posar su sexo en miboca. Eloísa hizo lo mismo con Gloria. Esta, riendo, la atrajo para lamer susbelfos, cómo yo lo hacía con su hija. La extrema humedad de sus sexos meindicaba que ya habían hecho travesuras las dos.

Sandra se dobló paraalcanzar mi pene y masturbarme dentro del agua. Al verlo, Eloísa, hizo lo mismocon Gloria. Una sinfonía de suspiros y grititos inundó el amplio baño, paraterminar con una cacofonía de gritos y gemidos placenteros correspondientes alos orgasmos que recorrían nuestros cuerpos.

Me vi obligado a sacarlasdel baño, secarlas y llevarlas a la enorme cama donde las acosté y yo conellas.

 

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