Gloria Capítulo 2


Gloria Capítulo 2

 

 

Las complicaciones deeste hombre se multiplican.

 

Se repitieron los mismoshechos durante dos noches más. Se colocaba a lo largo en el sofá, sus pies enmi regazo, se los masajeaba y ella, ya sin el más mínimo pudor, levantaba sucamisón dejando a la vista el cuerpo desnudo, se masturbaba, acariciaba sus pechitosy tras alcanzar el orgasmo, se levantaba, me daba las gracias, un beso y seretiraba a su alcoba.

Por lo demás, mi nuevahija, se comportaba como la mujer de mi casa, realizando todas las tareas queimplicaban estas funciones. Yo me desentendía por completo de la logísticadoméstica.

En ocasiones me abrazabapor la espalda y me decía que me quería. Que yo era su verdadero papito, no eltipo con el que su madre estuvo liada.

Una mañana le pregunté:

—¿Qué te ocurría con esetipo, Sandra? ¿Por qué no te llevabas bien con él?

—Ayyy, papito. No erabueno, maltrataba a mami y…

—¿Y…?

—Quería cogerme, papito.Y me daba asco. Su olor a borracho, su sudor… Era sucio y en cuanto me teníacerca me intentaba manosear.

—¿Y qué decía tu mami?

—Ella no quería enfrentarseprefería no creerme, pero sabía lo que ocurría, le tenía mucho miedo. Yo noentendía por qué y un día me lo dijo. Que era preferible eso a estar sola. Que,en el lugar donde vivíamos, era muy peligroso no tener a nadie que nos pudieradefender si una noche entraban en casa y nos intentaban violar, u otra cosapeor, como a ella le ocurrió siendo casi una niña. Cuando quedó embarazada demí.

Mi abuelo se habíamarchado con mi tía Norma a buscar un lugar más seguro donde vivir y dejó a miabuela y a mi mamá solas en casa. Entraron paramilitares e hicieron lo quequisieron con las dos, las violaron… A mi abuela la mataron, a mi mami, condieciséis años, la dejaron inconsciente, la creyeron muerta y eso la salvó.Nueve meses después nací yo.

Ese mismo día, después decomer, nos sentamos a ver TV.

Llamada en el timbre dela puerta. Sandra se levanta y va a abrir…

—¡¡Aaahh!! ¡¡No, no,déjame…!! ¡¡Qué quieres!! — Los gritos de Sandra me alarmaron.

—¡¡Dónde está la puta detu madre!! ¡Dile que salga… Os voy a matar a las dos después de cogeros! ¡Mehabéis costado mucho dinero! — Era la voz de un hombre… Supuse quien era.

En el recibidor un tiposostiene a Sandra agarrada por el cuello contra la puerta cerrada de lavivienda. Me acerco rápidamente, con la mano que tiene libre sujeta un machetede grandes dimensiones, con el que me amenaza.

Al tener su otra manoocupada con la chica no me es difícil acercarme lo suficiente como para apresarsu mano, retorcerla, aplicando una llave de taijitsu, arte marcial quepractiqué algunos años atrás. Tras obligarle a soltar el cuchillo le apliquéuna patada tras su rodilla que lo desequilibró, al tiempo que provocaba unaluxación en la muñeca. El dolor le hizo soltar a Sandra de inmediato. Retorcíla muñeca que tenía apresada hasta luxar intensamente los tendones dejándoloinmovilizado y arrodillado en el suelo.

—¡Aaaaahh! ¡Aaaaahh!—  Gritaba desaforadamente.

—¡¿Estás bien Sandra?! —Pregunté.

—¡Sí… quería… ma…matarme! — Pudo hablar, entre balbuceos… llorando.

No obstante, al ver altipo en el suelo le propinó una patada en los riñones con toda la fuerza de laque era capaz. No se percató de que estaba descalza y acabó marchándose haciael salón cojeando.

Me acerqué al oído delsujeto…

—Cabrón, como te acerquesa estas mujeres, a mi casa, las molestes lo más mínimo, o las mires… Te mato… Yno bromeo. Esto es un anticipo. Me quedo con tu machete. — Le dije susurrando.

A continuación forcé laarticulación de su brazo, doblé el codo y saqué de su posición el hombro,dislocándolo con un ruido espeluznante, dejé su brazo inutilizado y con un dolor espantoso. Chillaba como uncerdo en la matanza. Con la otra mano se sujetaba la articulación dislocada.Abrí la puerta y de una patada lo lancé a la calle.

En el salón, Sandra,lloraba sentada en el sofá. Al acercarme se arrojó en mis brazos.

—¡Gracias papito! ¡De nohaber sido por usted no sé qué me hubiera pasado! — Los hipidos no la dejabanhablar.

—Tranquilízate Sandra, yapasó todo… —  Logré calmarla  —  Me haextrañado lo que decía, ¿qué es eso de que le habíais costado mucho dinero? —Sandra me miró… muy seria.

—Pablo… Hay algunas cosasque mi mamá no le ha dicho… No quería que pensara usted mal de ella y tampocoquiso que yo le hablara de eso, pero, … Ese hombre, Aurelio, se aprovechaba dela debilidad de mi madre. A veces traía amigos bebidos a casa para divertirsecon mi mamá. Ella me decía que cerrara mi dormitorio y no saliera oyera lo queoyera. Pero yo, a veces, salía sin dejarme ver para observar lo que le hacían…Y era horrible. Le ocasionaban mucho daño penetrándola por todos sus agujeros.¡Qué pena! Ya lo dijo mami… después de conocer esto no querrá usted saber nadade nosotras ¿verdad? — Lloraba con autentica aflicción.

Su llanto me conmovió. Laestreché entre mis brazos y besé su frente.

—No tenéis de quépreocuparos, Sandra. Ni tú ni tu mamá. Pero por favor, no le digas que me lohas contado. Es mejor que no lo sepa. Como tampoco debe saber que ese cerdo haestado aquí.

—Pablo, es usted muybueno con nosotras… No sé cómo podemos pagarle.

—No me debéis nadaSandra. Quiero a tu madre. Su vida no ha sido fácil, cuidando de ti,protegiéndote de los salvajes que os acechaban y haciendo lo que fuera parasobrevivir. Tranquila, todo estará bien. Anda, déjame ver tu pie que te lo hastenido que fastidiar al patear al energúmeno.

Me sonrió, su rostrotransmitía amor, me besó con una dulzura desconocida para mí ¿cómo se le puedehacer daño a una criatura así? Puso los pies sobre mis piernas y comencé amasajeárselos. Sobre todo, con el que había propinado la patada. Al principiose quejaba un poco. Mi mirada se desvió hacia la parte superior de sus muslos.Los separó y pude admirar su bello sexo, brillante, húmedo, rojo por laexcitación. Desvié mis ojos pero ella me atrajo hacia los suyos. Tambiénbrillaban, en ellos vi deseo, pasión… No pude más.

Dejé sus pies y melevanté para dirigirme a la cocina a preparar algo para la cena.

Poco después me siguió,abrazándome por la espalda.

—Papito, usted es lomejor que nos ha pasado en la vida a mi mamá y a mí. Quiero que usted sea miprimer hombre.

Un escalofrío recorrió miespalda, incrementado por la sensación que me provocaban sentir sus pechosduros y los pezones rígidos a través de la fina tela del camisón.

—No sabes lo que dicesSandra, yo no puedo hacer eso que me pides. Va en contra de mi sentido moral.Además, eres muy joven, muy hermosa, muy buena y lo que debes hacer esencontrar un chico de tu edad que te quiera y que te haga feliz.

—No papito, usted es elhombre que quiero que me haga mujer… Lo hablé con mami y estuvo de acuerdo.Ella no quiere que mi primera vez sea con un culicagao que me haga daño, que nome haga feliz. Mami lo sufrió y no quiere eso para mí. Pero si usted no quiere…Si no me quiere…

Terminó de hablar y sedeshizo en llanto abrazándome. Percibía los latidos de su corazón en mi pechocomo el aleteo de un pajarillo. La respiración entrecortada, la miradaardiente. Las mejillas encendidas por el deseo…

Su boca se acercabapeligrosamente a la mía.

Un primer beso, luegootro y otro… Llegamos a un punto en el que el retorno era imposible.

El aroma de su pelo, elsabor de sus labios, la finura y tersura de su piel… me desquiciaban. No sabíalo que hacía. Me dejé llevar a la habitación donde me empujó a la cama, medesvistió, se desprendió del camisoncito por la cabeza quedando totalmentedesnuda ante mí. Me sentía un hombre sin voluntad, sin fuerzas para negarme.Como drogado. Se deslizó sobre mí, su contacto me enervaba, sus labios mehechizaban. Se detuvo a lamer mi sexo que respondió como un autómata alcontacto. Siguió fluyendo sobre mí, piel sobre piel, hasta llegar a besar miboca, a devorar mi boca…

No hablábamos, solonuestros sentidos estaban implicados en el juego amoroso. Nuestros cuerposardían abrasados por la pasión.

—Ahora, por favor miamor… Hágame suya, quiero sentirlo dentro, muy dentro de mí…

No lo pensé. La coloquéde espaldas y me subí sobre su pequeño cuerpo, sobre la deliciosa hembra que mepedía ser penetrada. Mordisqueé sus labios, el cuello provocándole escalofríos,bajé a sus pechos, besé, lamí, acaricié sus montañitas que cabían en el huecode mis manos. Seguí bajando por su ombligo, me entretuve en sus caderas. Besésu pelvis, acaricié con la lengua toda su grieta deteniéndome en su botoncitodel placer. Debía estar muy excitada porque apenas unos segundos después seretorcía de gusto, recorrido su cuerpo por un orgasmo.

Dejé que se repusieraarrodillándome a los pies de la cama para lamer sus plantas, los deditos,chupar el pulgar de cada pie, ascendiendo por las pantorrillas hasta losmuslos, besando, acariciando, mordisqueando suavemente, pero no me detuve,seguí deslizándome por su cuerpo, deseaba poseerla, fundirme con ellaconvertirnos en un solo ser y desaparecer en su interior. La razón, la lógica,habían desaparecido para dar paso a la pasión, a la lujuria…

Me puse a su altura meadherí a sus labios, paseé la punta de la lengua por sus párpados y embroché surajita con el glande acariciando su suave y rosada dermis. Apunté su cavidad yempujé suavemente hasta sentir que tropezaba con la tela virginal de su himen.Besé su boca, me sumergí en la profundidad de sus bellos ojos. Asintió con ungesto de la cabeza, abracé con fuerza su cuerpo y me desplacé para morder eltierno lóbulo de su orejita. Momento que aproveché para empujar y romper suhimen. Mi excitación era brutal, aun así me obligaba a comportarme de formadelicada. Me detuve…

—¿Estas bien, mi amor? —Pregunté, acariciando sus cabellos.

—He notado como unpequeño pinchazo, pero ya estoy bien. — Y me besó. Jamás me había sentido comoen ese momento, la emoción anegaba mis ojos. La entrega de esta mujer eratotal, sin reservas.

Seguí moviéndomedespacio. Sus piernas abrazaban mis caderas y entrelazaba los pies en misnalgas para empujar, para que la penetrara más profundamente. Con extremalentitud bombeaba en su intimidad forzándola a mantenerse lo más quietaposible, acariciándola, besando sus pechos, lamiendo los pezoncitos rosados quese me ofrecían. No pude evitar sus movimientos, cada vez más rápidos,adelantaba las caderas para empujar hacia mí. Un espasmo violento anunció unnuevo orgasmo aún más fuerte que el anterior.

Mi clímax se acercabapeligrosamente, pero no quise romper la magia del momento, pude controlarmehasta que un nuevo espasmo cimbreó su cuerpo y no pude evitar descargar en suseno.

Jadeantes nos abrazamos ybesamos con pasión, con infinito cariño, con ternura.

 —Creo que me he hecho pipí, papito… Lo siento…Me he corrido otra vez. Y me has hecho muy feliz, la mujer más feliz de latierra.

Su vocecita, comopidiendo perdón, me conmovió. Efectivamente había mojado la sábana, pero noparecía pipí, era como una secreción parecida al líquido preseminal. Mojé undedo y lo probé.

—No te has hecho pipí, miamor, no tengo mucha experiencia en esto, pero parece ser que algunas mujeresllegan a eyacular mayor cantidad del líquido con el que lubricáis. Sabe bien.No puedes imaginar lo que me has hecho sentir, Sandra. Soy el hombre con mássuerte del mundo por haberos encontrado. Me has hecho muy feliz.

—Esperaba esto desde quelo vi por primera vez. Lo amo Pablo, con locura, sería capaz de cualquier cosapor usted. No pude evitar enamorarme del amante de mi madre, aun antes de quelo fueras. Cuando mi madre intentaba seducirlo y usted no se enteraba. Lohablamos muchas veces, nos enamoramos las dos y usted, ciego, no lo veía…

La confesión me conmovió.Acaricié su rostro, su pelo.

De todos modos, no podíaevitar un sentimiento de culpa tras haber poseído a esta mujer, más joven quemi hija. ¿Por qué me asaltaban ahora estos pensamientos? Esta era mi nuevavida, distinta a mi anterior existencia… Esta era mi nueva hija… Y acababa detener sexo con ella… ¡Pero qué sexo…!

Los días que siguieronhasta el retorno de Gloria fueron una fiesta continua de sexo, de amor, depasión. Me obligaba a salir de casa a esperarla a la salida de su facultad paracomer en cualquier lugar al paso y volver a casa lo antes posible paradedicarnos a los juegos lúdicos, placenteros. Me sentía como un drogadicto,necesitaba el contacto con esta joven como el heroinómano su dosis.

Las sesiones de sexo eranmaratonianas, en cualquier lugar de la casa, a cualquier hora.

Las horas que estaba ensus clases eran una tortura para mí. La necesitaba como el aire para vivir. Sehabía convertido en una obsesión…

Hasta que un día, alvolver a casa, nos encontramos a Gloria esperándonos sentada en el sofá. Alverla, Sandra se abalanzó en sus brazos y la cubrió de besos. Gloria me miraba.Intuía que algo había pasado en su ausencia. Separó a su hija de sus brazospara mirarla fijamente a los ojos. Sandra asintió con la cabeza.

—Ha sido maravilloso,mamá. Usted me decía que era un buen amante, pero se quedaba corta.

—Ya lo suponía hija.Sabía que estando solos acabaríais… — Me miró.

Yo, avergonzado, bajé lacabeza. No me atrevía a mirarla a la cara.

Vino hacia mí. Levantó mibarbilla para enfrentar nuestras miradas. Con ambas manos acarició mis mejillasy tiró hasta que nuestros labios se unieron en un tierno beso inesperado paramí. Yo esperaba reproches, quejas, lamentos… Y me recibe con besos tiernos,amorosos. No entendía nada.

—En el tiempo quellevamos juntos he llegado a quererle como nunca antes he querido a nadie,Pablo. Y también quiero a mi hija con locura. Si en estos días usted ha hechofeliz a Sandra, yo soy feliz. Solo le pido que no interfiera en su vida, en sufuturo, cuando ella encuentre a otra persona que… también la haga feliz…

—Sabes que soy incapaz deeso, Gloria. Os quiero a las dos, lo que ha ocurrido entre nosotros, estosdías, ha sido fruto de una locura que espero sea pasajera. Por mi parte, quierolo mejor para ella, sea lo que sea. Es Sandra quien decidirá en cada momento.Puedes estar segura de que no interferiré en sus decisiones. La quierodemasiado y sé que su futuro no está conmigo. — Fijé mis ojos en Gloria — ¿Y eltuyo? — Pregunté — Tienes veinte años menos que yo. Eres muy joven aún y yo yaestoy casi en la tercera edad. ¿Tenemos futuro?

—Pablo… He tenido laenorme suerte de encontrarle en mi camino y lo quiero, creo que usted lo sabe,mientras me acepte a su lado, no me separaré de usted. Pero ahora debemosorganizarnos. Sandra, veo a Pablo algo decaído, lo ha exprimido usted demasiadoy si seguimos así nos lo vamos a cargar… Jajajaj.

—Tienes razón mamá. Creoque me he pasado un poco… Pero es tan dulce, tan cariñoso, que no puedo evitarponerme arrecha al tenerlo cerca. Ahora mismo tengo las braguitas mojadas…¡Mira!

Se sube la falda, y nosmuestra una mancha en la entrepierna de sus bragas, que me hace reaccionarinvoluntariamente al ver sus preciosos muslos. Los mismos que he acariciado ybesado tantas veces en estos días.

—Por favor Sandra, queestá tu madre delante. — Le digo avergonzado.

—Arrecha la hija, arrechala madre… ¡Miren ustedes!

Gloria se arremanga lafalda y nos muestra… su mancha…

La visión de madre e hijacon las faldas a la cintura. Los suaves y blancos muslos, las manchas de lasbragas… ¡Uuff! Fue demasiado. Se formó una tienda de campaña en mi pantalón,que no pasó desapercibido por las dos ninfas que lo causaban.

Se abalanzaron sobre mí,me agarraron cada una de un brazo y me arrastraron escaleras arriba hasta eldormitorio. Se deshicieron de sus ropas, quedando ambas desnudas, me desnudaronen un santiamén y ya tendido en la cama se dedicaron a acariciarme por todaspartes. Gloria besaba el glande, mientras Sandra mordisqueaba mis tetillas,algo que había descubierto recientemente, que endurecía mis pezones y me proporcionabaplacer.

Mi pene dolía de duro.Gloria se colocó invertida sobre mí dejando su vulva al alcance de mi boca. Yaemitía jugos que no tardé en degustar, lamiendo su interior, llegando hasta elbotoncito del gusto. Sandra ayudaba a la madre en la felación, dejando alalcance de mi mano su trasero; no tardé en encontrar el camino hacia sualmejita y el anito, masajeando los dos orificios con mis dedos empapados defluidos del coño de la madre. Poco a poco introduje dos dedos en su vagina,mientras otro entraba en su anito, despacio, parsimoniosamente. Gloria yapresentaba síntomas de estar llegando al clímax con mi lengua asaeteando elclítoris. Y estalló. Con una mano agarro mis pelos y tiró de ellos paraapartarme de su trasero, dejándose caer a mi lado, cambiando de postura parabesarme y acariciar mis cabellos.

Pero no me dejarondescansar. Sandra se puso en pie abriendo sus piernas sobre mi cabeza, flexionósus rodillas y bajó hasta poner su papaya sobre mi boca. Ya chorreaba. Me sabíaa miel celestial. Chupé, lamí, mordisqueé suavemente el delicioso manjar que seme ofrecía y en medio de mi festín, Gloria, se abre de piernas, sus rodillas alos lados de mis caderas y su sexo tragándose el mío despacio…

Creo que no existe en laTierra mayor goce que el que yo sentía en ese momento. Madre e hijautilizándome, a su antojo, para su placer y el mío.

Yo, afanado en mi laborcon la hija, soporté los embates de la fiereza materna empalada en mi mástil.No sé quien llegó primero, ni cuantas veces alcanzamos el súmmum delplacer,  solo sé que terminamosderrotados… Pero felices. Dormimos varias horas, juntos, abrazados, sintiendoel íntimo contacto de nuestras pieles.

Había anochecido cuandodesperté, estaba solo en la cama. Me puse un pantalón corto y bajé a ver quehacían las chicas. Al acercarme a la cocina las escuché hablar.

—Mamá, no tuve másremedio que platicárselo. El maldito Aurelio casi me mata con un cuchillo yPablo me salvó. Me sentía obligada, aun así no se lo dije todo, pero…

—Pero qué, Sandra. No ledirías que Aurelio me llevaba a un prostíbulo para venderme al que quisierapagar para coger conmigo ¿no? Y que por eso me vi obligada a salir a buscartrabajo para darle el dinero a Aurelio, para que no me obligara a ir alprostíbulo y que nos dejara en paz.

—No mamá, solo le dijeque llevaba a sus amigos para que la cogieran en casa. Pero no pareciótomárselo a mal. Creo que comprendió que no tuvo más remedio que hacerlo acambio de protección. Aunque maldita protección. Ese malnacido la vendía, laexplotaba sexualmente y usted…

—¿Yo qué, Sandra? ¿Ustedcree que disfrutaba con lo que me hacían? Me he visto obligada a hacer cosasque la horrorizarían si las supieras. No quiero que lo sepa usted y menos queviva esas experiencias. Por eso estamos aquí. Por eso y por qué quiero a Pabloy no me gustaría que su lio con él lo estropee todo.

—Pero yo también loquiero mamá. Aun así, tratare de no interferir en vuestra relación. Solo lepido que me deje estar con él de cuando en cuando porfi… Me vuelve loca cómo mehace el amor…

—La entiendo a usted miamor, pero debemos tener cuidado, si se entera de lo que he hecho, a lo que mehe dedicado los últimos meses, antes de conocerlo…

—Por mí no lo sabrá. Peropueden ocurrir cosas…

—Ya está bien. Ande subay despiértelo que vamos a cenar. Tiene que reponer fuerzas… Me lo ha dejadousted casi en los huesos… Jajaja.

Subí corriendo, medesnudé y me acosté.

Poco después, Sandra, mebesaba y acariciaba mi pecho. Seguía desnuda. Pasé mi mano por su conejito y seseparó de mí con un gracioso mohín.

—Vamos a cenar Pablo, poresta noche se acabó la fiesta. Tiene usted que reponer fuerzas.

Y se fue moviendograciosamente su culito respingón. Me levanté y bajé a cenar.

Cumplieron con lo quedijeron, aquella noche no hubo más jaleo. Aun así, dormimos los tres juntos…Para mí era suficiente fiesta, sentir los cuerpos de las dos ninfas a mi lado.

Pasaban los días y yovivía en un paraíso con dos huríes que satisfacían los más mínimos deseos. Mesentía feliz y, por lo que podía comprobar, ellas también.

Hasta ese día…

Llamaron a la puerta,Sandra estaba en la universidad y fue a abrir Gloria.

—¡¡Pablo, ¿puede venirusted?!! — Me gritó.

Al asomarme casi medesmayo de la sorpresa. Allí estaban mi exmujer y mis dos hijos…

—¡¿Quiénes sois?! ¡¿Quéqueréis?! — Les grité

—Pablo, por favor,déjenos pasar, se lo explicaremos todo. — La carita llorosa y suplicante de mihija me desarmó.

Entró y se lanzó a misbrazos… Era la primera vez, que yo recordara, que se dejaba abrazar. ¡Y mebesó! Era el primer beso que recibía de mi hija.

—Te pareces mucho a mipadre… — Dijo la chica. No me reconocían.

—Déjalos pasar Gloria… —Me miró de forma extraña.

—Pablo, el abogado de mimarido, Juan Pablo, nos dijo que usted era el mejor amigo de Martin, que quizáspodría ayudarnos. — Explicó Marta. —¿Es su criada, Pablo? — Dijo mi ex conaires de superioridad, refiriéndose a Gloria.

—¡Gloria es mi mujer! —Dije alzando la voz, acercándome a Gloria y pasando un brazo por sus hombrosatrayéndola hacia mí.

Se les descolgó la cara alos tres, agacharon la cabeza y entraron al salón. Yo seguí abrazando a Gloriay besándola en los labios.

—Bien, repito las preguntas.Ya sé que sois la familia de Martin ¿Qué queréis?

—Pablo, no tenemos nada,el novio de mamá se lo quitó todo y nos dejó con lo justo para venir en subusca. — La vocecita de Eloísa, el nudo en su garganta… Y rompió a llorarlanzándose, de nuevo, a mis brazos.

Gloria se apartó y semantuvo a cierta distancia.

—¿Ya les has dicho a tushijos por qué se marchó tu marido… Y tal vez ¿por qué se suicidó? — Me encarécon Marta.

—No, pero se lo imaginan.— Respondió, ya no tan altanera.

—¿Entonces no sabíais que,mientras él se mataba a trabajar para que no os faltara de nada, vuestra madrese dedicaba a follar con su instructor de tenis, que le cobraba por clase y porpolvo? ¿Qué se marchó dejándoos medios para que vivierais bien el resto devuestras vidas? ¿Y qué tal vez no pudo soportar el engaño y por eso se despeñócon su coche?

—¡Mamá, ¿eso es verdad?!— Preguntó mi hija sorprendida.

—Bueno… Si… Pero en midescargo os diré que jamás tuve un orgasmo con vuestro padre y Damián me losproporcionaba. ¿Qué podía hacer yo? — El cinismo de mi exmujer me sacaba dequicio.

—Bueno, ¿qué es eso deque el novio de vuestra madre se quedó con todo? — Pregunté.

—Pues eso Pablo. QueDamián le propuso un negocio con el que ganarían millones, le dio el dinero quepapá dejó en el banco e hipotecaron la casa. El dinero desapareció. Damiándesapareció y no tenemos por donde tirar. No tenemos ni para ir a un hotel apasar la noche. — Al finalizar su explicación mi hija se desvaneció. No lleguéa tiempo para evitar que se cayera al suelo.

En brazos la levanté y ladeposité en el sofá. Carlos se arrodilló a su lado tratando de despertarla. Measusté.

—¿Qué le ocurre? —Pregunté.

—Hace unos meses tuvo unaccidente con unos amigos en un coche y desde entonces se desmaya de vez en cuando.La hemos llevado al médico y dicen que no encuentran nada. Que con el tiempo sele pasará. — Dijo fríamente Marta.

—¿Y ya está? ¿No se hainvestigado el posible daño neurológico? — Pregunté.

—Dijeron que no eranecesario. Los escáneres no reflejaban ninguna alteración cerebral. Mira, ya sele ha pasado. — Marta se apartó de su lado. — ¿Qué vamos a hacer ahora Pablo?

—Yo no sé lo que vais ahacer. Aquí no tenemos espacio para todos y aunque lo hubiera…

—¡¿Nos va a echar a lacalle?! ¡Mi padre era su mejor amigo y le facilitó negocios con grandesbeneficios, según nos dijo el abogado cuando nos facilitó su dirección! — GritóCarlos, encarándose conmigo.

—Pues sería lo lógico.¿No queríais quedaros con vuestra madre? Pues ahora responsabilizaros devuestros actos. Ella tiene la patria potestad, luego dependéis de ella. No soismi responsabilidad. Vuestro padre os dejó lo suficiente para poder vivir y a tumadre se le ha ido todo por el coño. Tendréis que apañároslas solos… Como muchoesta noche nos arreglaremos aquí, pero cuanto antes estáis fuera de esta casa.¡¿Queda claro?! — Bajaron la cabeza.

—Pablo, quiero hablar conusted… — Dijo Gloria arrastrándome por un brazo hasta la salita.

—Dime ¿qué quieres?

—Creo que está ustedsiendo muy duro con ellos. A pesar de todo son los hijos de su amigo Martin yno creo que deba abandonarlos a su suerte por el calentón de Marta. Claro queusted decide. Si cambia de idea podemos apañárnoslas hasta que encuentrentrabajo ¿No?

—Ya lo tenía pensadoGloria. Y no por Carlos o Marta, que sinceramente no me importan, pero su hija…Anda, dame un beso que te lo mereces.

Entramos en el salón dela mano. Si las miradas quemaran la de Marta nos habría fundido.

—Bien, arriba hay solotres dormitorios. El grande estaremos Gloria y yo. En el segundo duerme Sandray se quedará con él. Y en el que utilizamos como despacho os tendréis que aviarlos tres. No hay camas, dormiréis en colchones en el suelo. Carlos, tienes quebuscar trabajo, aquí no podéis estar mucho tiempo. Marta… tengo un trabajo parati. Serás nuestra criada. Obedecerás a Gloria, sin rechistar… Y con Eloísa yaveremos que hacemos.

—¡¿Tú estás loco?! ¡¿Cómovoy a ser la criada de… Gloria?!

—Muérdete la lenguaMarta, pero con cuidado no te vayas a envenenar. ¡Estas son mis condiciones!¡Las tomas o ya sabes… puerta! — Los tuteaba y me tuteaban.

Mi ex tragó saliva,rindió la cabeza, roja como un tomate. Carlos trató de decir algo, pero sumadre lo frenó.

—Déjalo Carlos, pasaremosla noche aquí y mañana ya veremos.

Cont.

 

 

0 comentarios - Gloria Capítulo 2