Encuentro inesperado...

Al día siguiente en el desayuno todo estuvo más relajado entre nosotros. Beyda tal vez se preguntaba si me quedaría un día más para “intimar” con ella, por eso cuando me levanté y me despedí con un beso me miró extrañada.
—¿Hoy no…? —me susurró al oído mientras mi padre se adelantaba a la salida.
—Hoy no, no te quiero forzar… —dije yo en su oído igualmente bajito.
 Su cara de extrañeza me sorprendió, tal vez tanto como a ella. A veces es sorprendente lo rápido que pueden cambiar las cosas de un día para otro, pero así fue.
Recordando esas leves palabras en la mañana no fui capaz de prestar atención en clase, de modo que me salté las últimas y volví antes a casa. Así me la encontré yendo al supermercado, le planté dos besos para su sorpresa, pues yo no era un hijo besucón y algo colorada me pidió que la acompañara al super del barrio para ayudarle con las bolsas.
Allí en aquellos pasillos atestados de cajitas y bolsas me pegué a ella y le acaricié el culo de improviso por encima del vestido vaporoso que llevaba…
—Aday, ¡estás loco! —me dijo apartándome las manos como si espantara moscas—. ¡Aquí no pueden vernos!
—¡Tan loco como tú que te follas a mi mejor amigo para satisfacer tu sed de sexo! —le espeté en su cara cuando se volvió y quedó tan estupefacta que no dijo nada más.
Seguí comprando con ella y en otras oportunidades le toqué el culo tras lo cual ella me apartaba la mano y se apartaba de mí, pidiéndome que por favor no lo hiciera.
De modo que mientras nuestro juego del gato y el ratón se desarrollaba, nos encontramos a una vecina, la señora Davinia. Cuando la vio mi Beyda se quedó blanca, así que tuve que ser yo quien la saludó.
—Hola vecina, ¡qué tal! —le dije bien sonriente plantándole dos besos.
Ella soltó una carcajada nerviosa y me besó, entonces mi madrastra despertó de su letargo y la besó también.
—Hay que ver Beyda cómo ha crecido tu Aday, está ya hecho todo un hombrecito —dijo la vecina.
—¡Oh si Davinia, está ya muy mayor y alto! —le sonrió disimulando, pero colorada como un tomate por los tocamientos que habíamos protagonizado entre las calles del super pensando en que nos hubiese podido ver sin duda.
—¿Tienes novia hijo? —me preguntó sin reparos, pues la gente mayor es así.
—No señora, aún no —dije yo ufano.
—Pues pronto te saldrán a tiras, porque bien guapo eres y majo —dijo la vieja gorda vecina.
Entonces me enganché a ella por la cintura, no se bien porqué, me salió natural y le reí la gracia.
—Y usted, ¿qué me dice? —le pregunté, pues Davinia era divorciada desde hacía ya unos años—. ¿Está disponible?
Sus risotadas se oyeron en todo el super, sin duda le hizo mucha gracia mis insinuaciones.
—¡Quita, quita! Yo ya estoy mayor para carnes tan jóvenes como las tuyas! —dijo ella dejándose abrazar por mí.
—¡No crea Davinia, usted aún está de buen ver, no diga eso! —le espeté al tiempo que le apreté el culo pellizcándoselo con la mano con la que la rodeaba por la cintura
Beyda me vio cometer la indiscreción y volvió a quedarse pálida.
—Vamos hijo, no seas pesado, y deja en paz a Davinia —dijo apartándome de ella.
—¡Qué va Beyda, si es un encanto! —dijo mientras me estampaba otro beso en la mejilla tras insinuarse y amagar a dármelo en la boca.
Davinia había entrado al trapo y me había dejado tocarle el culo descaradamente, así que decidí aprovecharme y le planté dos besos extra de mi parte acompañados de un restregón de mi pecho contra sus grandes mamas.
—¡Vaya Davinia, cuando va a ir a casa a tomar café! Podemos jugar al parchís —le insinué.
—¡Oh por mi cuando queráis, estaría encantada de pasar el rato contigo! —exclamó dejándose sobar por mí—. Y con tu madre, ¡claro! —agregó para que no pareciese tan descarada su insinuación.
—¡Vamos hijo, que nos tenemos que marchar ya! —insistió mi madrastra retirándome de su lado.
Le sonreí y nos marchamos. Llevé las bolsas y como si Beyda presintiera que había llegado tan temprano con otras intenciones me dijo de tomar algo en el bar. Así que me invitó  un refresco y ella tomó una cerveza.
Sentados en la terraza no sabía qué decirme y yo tampoco tenía nada que decirle salvo mostrarle una vez más mis oscuras y secretas intenciones.
—Hay que ver cómo te has pasado con Davinia, ¿eh? Te he visto tocarle el culo y restregarte con sus tetas. ¡Qué vergüenza hijo! ¿Qué pensará ahora de mí? —me confesó escandalizada.
—Por qué Beyda, tú no has hecho nada y ella se ha dejado sobar, para mí ha sido del todo insospechado, yo creo que me dejaría follármela, ¿tú que crees? ¿La invitamos a jugar al parchís?
—¡Eso me hacía falta a mí! —dijo ella tomando un largo trago de su cerveza—. Pero, ¿en serio que te la follarías? —añadió.
—Por qué no, es vieja pero tiene sus encantos y un polvo es un polvo, ¿no? —respondí despertando su sonrisa.
—Ante todo eres práctico, ¿no?
Nos quedamos un ratito callados, tras el bochorno que había pasado en el super, yo esperé y entonces saqué otro tema, ya familiar:
—¿Sabes? Nunca sospeché que tú y Cael hubieseis intimado hasta ese punto.
Ella calló por respuesta.
—Ni cuando él me confesaba lo estabas buena con tus enormes tetas y tu hermoso culo —le confesé.
—¿Te decía eso de mí? —preguntó con interés.
—¡Oh si, cuando nos masturbábamos juntos en casa viendo los porno de papá! —le aclaré sin remilgos.
—¿Os masturbabais juntos? —se interesó de nuevo.
—Si claro —dije yo sonriente, sintiendo su curiosidad.
—Pero cómo, uno junto a otro.
Noté su abierto interés por el tema así que decidí montar una fantasía morbosa para ver si picaba.
—Bueno al principio nos daba más vergüenza, sólo nos enseñamos las pollas, pero luego nos fuimos abriendo a masturbarnos juntos viendo las porno.
—¡Ah sí! Parece excitante, ¿no? ¿Y os corríais?
—¡Claro! Hasta llegamos a intimar tanto que un día nos propusimos que uno se la meneara al otro, por aquello de buscar más placer, ¿sabes?
—¡No me digas! ¿Y lo hiciste?
—¡Oh si! Y luego él a mí —admití falsamente.
—¡Uf Aday, qué conversación estamos teniendo! Eso sí que yo no lo habría sospechado nunca, porque a tu amigo le gusta darme… bueno que le gusta hacerlo conmigo.
—Bueno, pero tú no le hables de esto a él, ¿vale? —le dije manteniendo su inquietud.
—¡Oh no claro! —dijo ella muy convencida.
De nuevo tomamos un sorbo de nuestras bebidas, y por unos instantes vimos la gente pasear.
—¿Y te gusta que él te la coja? —preguntó ella insistiendo una vez más.
—¡Oh claro, el que te la toque otro da más placer Beyda! Pero lo que más placer da es que… te la chupé el otro —le dije haciendo una pausa para darle más emoción a la falsa confesión.
—¡Venga ya! ¿Os las habéis…? —insinuó ella sin llegar a terminar la pregunta.
Simplemente asentí con la cabeza y no dije más, sintiendo cómo la mentira calaba cada vez más hondo en ella.
—¡Pero es un secreto! Se moriría de vergüenza si supiera que te lo he dicho —le dije entre susurros mirando a los lados.
—¡Oh bueno, no le diré nada entonces! —replicó ella usando mí mismo tono de voz mientras sonreía.
Pagamos las cervezas y nos volvimos al piso, cuyo portal estaba justo en frente de nosotros.
Nota del autor: Este relato corresponde al capítulo nº8 de mi novela La Madrastra, si quieres saber más, visita mi blog, lo tienes en mi perfil...

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