Cuarentena total. Capítulo 4

Cuarentena total. Capítulo 4

Durante la cuarentena total y obligatoria por culpa del COVID-19, un grupo de personas va a descubrir que sus vidas sexuales se ven afectadas de tal manera, que van a encontrarse frente a extrañas emociones y nuevas fronteras de placer. Esta historia es ficción, eso no quiere decir que algunos hechos no sean reales…

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Capítulo 4: El vecino
   No estaba segura si era la falta de sexo o era el hecho de que cada día que pasaba lo conocía más, pero mi vecino comenzaba a interesarme. No lo había visto muchas veces desde que me había mudado al edificio, de hecho en todos estos años me había cruzado con él muy poco y siempre me había parecido un agrandado y un chamuyero. Pero era evidente que esa visión comenzaba a cambiar y con cada día que pasaba, empezaba a sentir curiosidad por él. El hecho de que la cuarentena se hiciera más y más larga no ayudaba en lo más mínimo
   Me llamo Juliana, tengo 28 años y trabajo en el área de recursos humanos de una empresa de venta de electrodomésticos, por lo que la cuarentena hizo que tuviera que quedarme en mi casa por completo. Vivo con mi hermano, Agustín, que es tres años más grande que yo y a pesar de que hace tiempo que vivimos juntos, en encierro fue un problema. Agustín y yo trabajábamos en diferentes horarios y por lo general no nos cruzábamos nunca en la casa. Pero ahora nos veíamos todo el tiempo y eso hacía que tuviéramos varios encontronazos y peleas por cuestiones simples y estúpidas. En una de esas peleas, decidí que no quería verlo más y en vez de encerrarme en mi pieza, salí al balcón para respirar algo de aire fresco. Ahí fue cuando me crucé con Darío, nuestro vecino.
   Vivíamos hace bastante tiempo en ese departamento, sin embargo muy pocas veces me había cruzado con él y las veces lo que había hecho, no habíamos intercambiado muchas palabras. No era alguien que nos cayera mal, de hecho Agustín y Darío se llevaban bastante bien, pero yo lo veía como alguien muy chamuyero. Darío estaba convencido de que yo no me daba cuenta, pero era evidente que cada vez que me veía sus ojos se desviaban a mis tetas o a mi culo, de la misma manera que lo hacían cuando alguna otra vecina subía al ascensor con él. Sus palabras tampoco ayudaban, puesto que siempre intentaba mantener alguna conversación conmigo, pero yo me encargaba de ser lo más cortante posible para no tener que charlar con él. Repito, no me cae mal, de hecho suele ser muy amable y siempre me salva cuando me falta algo a la hora de cocinar. El problema es que Darío y yo compartimos un secreto que ni siquiera somos capaces de sumir que compartimos.
   Empezó hace tanto tiempo, que ya no sé ni cuando arrancó, pero se volvió algo sumamente nuestro. Para no dar tantas vueltas, la cosa es que nuestras habitaciones comparten una pared y cuando alguno de los dos tiene sexo, nos encargamos de hacérselo saber al otro. A él le encanta golpear la cama contra la pared con violencia, dándome a entender que le gusta el sexo bien duro. Por mi parte, me encargo de gemir como loca, exagerando los gritos de placer para que él pueda escucharlos y saber que estoy disfrutando del sexo.
   Yo sé que él está de novio hace bastante tiempo, pues la he visto a la chica en repetidas oportunidades. Él, muy probablemente sepa que estoy saliendo hace bastantes meses con un chico y que es él quien disfruta en primera persona de mis gemidos. Sin embargo es como que los dos pensamos en cierta forma del otro cuando lo hacemos, pues en nuestra cabeza está la idea de hacerle saber al otro que estamos cogiendo, además de disfrutar con nuestras respectivas parejas. Es una conexión muy rara y extraña, pero está claro que a los dos nos excita muchísimo hacerlo y por eso lo seguimos haciendo.
   El problema era que la cuarentena nos agarró a los dos en solitario (a mí con mi hermano) y sin la posibilidad de tener sexo. Cada noche cuando me iba a dormir, esperaba escuchar el golpe de la cama contra la pared, de la misma manera que seguramente él debía estar esperando mis gemidos. Sin embargo ninguno de los dos podía sorprender al otro, pues nuestras parejas estaban en sus respectivas casas y no podíamos disfrutar de hacerle saber al otro que estábamos cogiendo.
   Ese día que me lo crucé en el balcón hicimos algo que no habíamos hecho nunca, nos quedamos hablando por un buen rato. Me contó un poco de su trabajo, el cual hacía de manera remota, de lo mucho que estaba cocinando en estas circunstancias y de que estaba viendo muchísimas series y películas. Yo le confesé que estaba bastante pajera en cuanto al trabajo y que me la pasaba viendo la tele o en las redes sociales. Por último, terminamos hablando de nuestras parejas, ya que el tema se hiso imposible de mantener oculto.
   “¿Tu novia?” le pregunté y Darío me contó que ella estaba en su casa y que solamente charlaban por mensajes o videollamada. Luego, él me preguntó por mi novio y después de aclararle que no estaba de novia, le conté que él también estaba en su casa y que hablábamos menos de lo que pensé que íbamos a hacerlo. Tras contarle eso, nos quedamos callados por unos segundos y tuve la sensación de que los dos estábamos pensando lo mismo. “Extraño los golpes de tu cama” pensé mientras que estaba convencida que por su cabeza sonaban las palabras “extraño tus gemidos”. Luego de eso, cada uno entró a su departamento y nos saludamos con un vago “chau” que quedó en el aire.
   Tras ese primer encuentro, volvimos a cruzarnos en el balcón en más de una oportunidad. Siempre que lo hacíamos, intercambiábamos algunas palabras y conversábamos un poco sobre lo que estábamos haciendo o como nos sentíamos acerca de la cuarentena. En una oportunidad nos cruzamos en el palier, yo volviendo del supermercado y él saliendo para hacer las compras. “Uhh la próxima avísame y voy yo así no salís” me dijo y a pesar de que en otra oportunidad ese comentario me hubiese parecido de un chamuyero, en ese momento me pareció amable y hasta tierno.

   En los siguientes días Darío parecía ser mucho más interesante de lo que en realidad era. Aparte de amable y agradable, comenzaba a atraerme físicamente a tal punto de pensar en él y excitarme. El punto crítico se dio cuando, luego de tres días de no mandarme un mensaje, el chico con el que yo estaba saliendo en ese momento, me escribió con el fin directo de tener sexo virtual. “Querés que nos toquemos?” me escribió sin siquiera saludarme y en ese momento pensé que era un idiota. Le dije que no estaba de humor y en vez de entenderme me puso algo que me terminó de hacer pensar que era un tarado: “Qué pasa? Te vino?”.
   El problema es que yo estaba muy caliente a esas alturas y la cuarentena parecía prorrogarse de manera infinita. Ya me había tocado en algunas oportunidades, pero al estar mi hermano en la habitación de al lado, me bajaba la lívido y no me sentía con ganas de hacerlo. No hasta que una noche Agustín decidió que necesitaba hacer algo diferente. Él estaba acostumbrado a quedarse despierto de noche, pues laburaba en horario nocturno, por lo que solía dormir de día y quedarse hasta altas horas de la madrugada haciendo cosas. En esa oportunidad me dijo que iba a pasar la noche en la terraza.
   - ¿Querés venir?- Me preguntó cerca de las once cuando me dijo que se iba.- Podemos fumar algo y quedarnos charlando unas horas. Tengo ganas de ver el amanecer.
   Yo rechacé su invitación y ni bien cerró la puerta, me fui a mi habitación, me desnudé por completo y me acosté en la cama. Tardé unos segundos en encontrar una motivación, pero la imagen de Darío apoyado contra la pared del balcón apareció en mi menté y sentí la necesidad de tocarme. Él no me miraba, sus ojos estaban clavados en el horizonte y una leve sonrisa se dibujaba en su rostro. Por alguna razón esa escena me estimulaba y me excitaba de una manera en la que nada antes lo había hecho.
   Comencé tocándome lentamente por alrededor de mi entrepierna, rozando mis muslos y mi cintura con la yema de mis dedos. Pero enseguida tuve el deseo de darme un placer mucho más intenso, por lo que mis dedos se trasladaron a mi clítoris y empezaron a rozarlo suavemente de arriba hacia abajo. Mi cintura comenzó a retorcerse en todas direcciones y mis piernas vibraban con cada roce de mis dedos. Mi otra mano se encontraba a la altura de mi pecho, sujetando con delicadeza mis tetas y apretando mis pezones los cuales estaban bien duritos. Por mi mente seguía pasando una y otra vez la imagen de Darío, quien miraba despreocupado al horizonte sin saber que yo lo estaba viendo desde mi balcón.
   Entonces pude oír el golpe de su cama contra mi pared. Estaba segura que era producto de mi imaginación, pero se sentía tan real que aumentaba mi excitación. Recordé que mi hermano no estaba en la casa y que no iba a volver hasta que el sol saliera y dejé que mi boca se abriera y de ella saliera un primer gemido. Fue suave, casi silencioso y sabía que mi vecino no lo había escuchado, por lo que dejé que otro grito se escapara de mi boca y este fue totalmente distinto. “¡Ay sí!” gemí intensamente y noté como estas palabras invadían de lleno mis orejas.
   El calor subía por mi cuerpo una y otra vez, provocando que mis dedos se mojaran y que mi cuerpo se descontrolara. Estaba completamente excitada y no podía controlar mi calentura. Por mi cabeza seguía circulando la imagen de Darío mirando al horizonte y su rostro seguro me ponía como loca. Una de mis manos no dejaba de apretar mis pezones, mientras que la otra penetraba mi cuerpo y estimulaba mi clítoris a la vez. De mi boca salían gemidos de placer que se escuchaban cada vez más fuerte, a tal punto que estaba segura que mi vecino podía escucharlos.
   Mis dedos no paraban de entrar y salir de mi cuerpo, haciéndolo cada vez más rápido. Bajé mi otra mano hasta mi entrepierna y esta comenzó a acariciar mi clítoris a toda velocidad, logrando que me mojara por completo, empapando las sábanas que estaban debajo de mí. Entonces todo sucedió de pronto. Darío giró suavemente la cabeza y me miró con una leve sonrisa dibujada en su rostro para después guiñarme el ojo. Tras es gesto, un grito de placer puro salió de mi boca y mis dedos sintieron el calor de mi cuerpo llegando al orgasmo.
   Tardé en caer en la cuenta de lo que acababa de pasar, pero cuando lo hice no pude evitar sonreír. Acababa de tener un hermoso orgasmo tocándome a mi misma mientras pensaba en Darío, mi vecino, por el cual siempre había sentido un rechazo físico. Pero estando acostada en la cama, con las manos completamente mojadas y mi cuerpo agitado, entendí que la conexión sexual que tenía con él era mucho más grande de lo que yo imaginaba. Sin poder evitarlo, comencé a reír sin controlarlo.

   Al día siguiente me levanté y recordé el placer que había sentido la noche anterior luego de tocarme pensando en mi vecino. Estuve todo el día pensando en ello y cada vez que en mi cabeza pasaba la imagen de él mirándome, sentía un cosquilleo en la entrepierna. La cara de felicidad alertó a mi hermano, quien volvió a eso de las diez de la mañana y quien no entendía por qué estaba tan contenta y relajada. Luego del almuerzo, él fue a acostarse un rato ya que no había dormido en toda la noche y yo decidí salir al balcón para tomar un poco de aire. Tras estar unos minutos allí, Darío se asomó en el balcón de en frente y tras unos segundos de silencio, habló.
   - ¿Anduvieron rompiendo la cuarentena anoche?- Me preguntó y yo enseguida pensé que se refería a que mi hermano había ido a la terraza cuando supuestamente estaba prohibido.
   - Si, mi hermano no se aguanta mucho el encierro.- Le respondí yo.- Pero fue solo a la terraza. No salió del edificio.
   - No, no me refería a eso.- Me dijo él mirando al horizonte.- Sino a que anoche vino tu novio a visitarte.- Agregó y giró la cabeza lentamente, tal cual yo me lo había imaginado.- Tranquila, no los voy a mandar al frente.
   - No vino nadie ayer.- Le respondí yo y el silencio reinó nuevamente.
   Había logrado mi objetivo, Darío me había escuchado mientras me tocaba y gemía. Lo que él seguramente no se imaginaba, es que lo había hecho pensando en él y que en ese momento sentía el deseo de cruzarme de balcón y arrancarle la ropa. Respiré hondo y le dije que la noche anterior me había quedado sola en el departamento ya que Agustín había decidido pasar la noche en la terraza. Pude ver como él levantaba las cejas mientras seguía mirando hacia adelante y estaba segura que por su mente debían de pasar algunas imágenes muy excitantes.
   Nos quedamos unos minutos en silencio, sin que ninguno de los dos se moviera y luego él decidió dar el siguiente paso. “Si tu hermano se vuelve a ir toda la noche, podes venir a comer a casa. Así no comés sola” me dijo y aclaró después al ver mi cara de sorpresa. Le agradecí la invitación y le dije que lo iba a tener en cuenta. Lo que Darío no sabía, era que en ese momento mi mayor deseo era que Agustín decidiera ir a pasar otra noche a la terraza. Por más que se lo intuía de algunas maneras, mi hermano no decidió repetir su experiencia hasta que ya se había cumplido un mes de cuarentena.
   - ¡Dale! ¡Venite conmigo!- Me dijo insistiéndome esa noche.
   Sin encontrar una excusa válida para no ir, le dije que estaba dispuesta a estar un rato con él pero que no se hiciera la idea de que me iba a quedar toda la noche. Conforme, Agustín armó unos sándwiches, agarró algo para tomar y una campera de abrigo y subió mientras que yo terminaba de vestirme. Salí del departamento y decidida le toqué el timbre a Darío. Esperé unos segundos hasta que se abrió la puerta y él me saludó con una sonrisa en el rostro. Sin titubear, le comí la boca de un beso y luego me alejé para pararme nuevamente frente a él.
   - Mi hermano quiere que vaya a pasar un rato con él a la terraza.- Comencé diciéndole mientras que él me miraba algo atónito.- Voy a subir un rato y después voy a bajar para que me tires en tu cama y me cojas bien fuerte golpeando la pared como se lo hacés a tu novia.

   La cama se movía violentamente hacia adelante y hacia atrás, haciendo que el respaldar golpeara contra la pared que daba a mi habitación. Darío se movía encima de mí de manera acelerada, metiendo y sacando su pija de mi conchita la cual estaba totalmente empapada. Mis manos se agarraban con fuerza de las sábanas y de mi boca salían gemidos de placer que seguramente se debían escuchar en todo el edificio. Su verga bien dura me penetraba una y otra vez, haciéndome sentir un placer mucho más inmenso que el que había sentido la noche en la que me había tocado pensando en él.
   Me costaba creer que una hora antes estaba sentada en el piso de la terraza con mi hermano. Me había escapado de allí con la excusa de que tenía frío, pero en realidad estaba muy caliente, ya que no veía la hora de estar con mi vecino. Ni bien bajé, él escuchó la puerta del ascensor abrirse y me dejó pasar a su casa, para comerme la boca de un beso antes de que pudiera decirle algo. Nos fuimos sacando la ropa al mismo tiempo que nos trasladábamos hasta la habitación y ni bien entramos Darío me empujó sobre la cama, para después comerme la conchita de una manera increíble. Me dejó toda mojada y completamente excitada para luego acostarse sobre mí y penetrarme con su pija, la cual estaba completamente dura.
   Entonces me empezó a coger de la misma manera en la que seguramente se debía coger a su novia, pues la cama no tardó en empezar a chocar contra la pared provocando el ruido que yo escuchaba frecuentemente desde el otro lado. Se movía bien rápido, azotándome con su cintura y clavándome su pija con fuerza, provocándome gemidos de placer que yo largaba frente a su rostro. Él me besaba y me mordía el cuello, pasándome su lengua por todos lados mientras que nuestros cuerpos rozaban a cada momento. Yo no paraba de disfrutar, totalmente sorprendida con la dureza con la que me cogía Darío.
   Él se levantó y se arrodilló sobre el borde de la cama, ordenándome que me pusiera en cuatro. Ni bien lo hice, me pegó un chirlo bien fuerte que me sacó un grito y me dejó ardiendo la cola. Sin embargo, no perdió el tiempo y volvió a penetrarme para seguirme cogiendo con firmeza. Su pija entraba y salía de mi conchita a toda velocidad y mientras se movía, me seguía pegando chirlos que me ponían la cola completamente roja. “Que atrevida resultaste ser, vecinita” me dijo luego de cogerme en silencio por un buen rato. Su voz gruesa y firme penetró en mi cabeza y me hiso sentir un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.
   Luego de eso, decidí demostrarle lo atrevida que podía ser. Le dije que se acostara en la cama y enseguida me subí encima suyo para cabalgarlo como una verdadera vaquera. Comencé a mover mi cuerpo a toda velocidad y en todas direcciones, dejándome llevar por la calentura y por los gemidos que salían de mi boca sin control. Darío apoyó sus manos en mi cintura y lentamente las fue subiendo hasta mis pechos, los cuales sujetó con firmeza mientras que estos saltaban por mis movimientos. Yo tiré mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos dejándome llevar por el placer. Estaba prendida fuego y gozando de una manera increíble, deshaciéndome de toda la calentura acumulada por esos días de encierro.
   Entonces acabé de una manera increíble, ahogando un grito de placer que largué tras unos segundos de silencio. Bajé la cabeza para mirar a Darío, quien me observaba con una sonrisa de felicidad pura. Agaché mi cuerpo y lo besé apasionadamente mientras disfrutaba de mi orgasmo y luego trasladé mi boca hasta su cuello. Poco a poco fui subiendo mis labios hasta que estos llegaron a su oreja. Le lamí el lóbulo y luego me acerqué a su oído y en voz bajita pero clara le dije que deseaba que me diera su semen. “Quiero que me des toda la lechita” le susurré y el efecto fue casi inmediato.
   Él me levantó con sus brazos y me arrojó sobre el colchón al mismo tiempo que se arrodillaba al lado mío. Antes de que yo pudiera reaccionar, Darío ya había tomado su pija con su mano y se masturbaba a toda velocidad sobre mi pecho. Enseguida comenzó a largar todo el semen, el cual cayó sobre mi cuerpo, manchándome el pecho y las tetas de blanco. Se notaba que la cuarentena lo tenía alejado de su novia, puesto que acabó una cantidad increíble de leche, algo que nunca había visto. Una vez que terminó, en su cara se volvió a dibujar una sonrisa de felicidad y me lanzó un beso a la distancia.
   Me levanté y fui al baño a limpiarme el enchastre que Darío había hecho sobre mi cuerpo. Cuando salí, él ya se había puesto el pantalón, así que supuse que nuestra noche ya había terminado, por lo que me empecé a vestir. “¿Ya te vas?” me preguntó Darío de golpe. Lo miré desentendida, pero él enseguida me dijo que seguramente mi hermano no iba a volver hasta dentro de varias horas, por lo que podíamos aprovechar ese tiempo para seguir disfrutando juntos. Algo sorprendida por su propuesta indecente, le regalé una sonrisa y me volví a subir a la cama con la idea de moverla para que golpeara contra mi pared. La sola idea de pensar en ese sonido, hizo que me excitara en un instante.


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1 comentario - Cuarentena total. Capítulo 4

daros82 +1
gloria a las vecinas que cogen fuerte para que las escuches, y no te joden si vos haces ruido
HistoriasDe
Gloria!!