Vacaciones con mis primos VI

Día 13. Jueves.

—¡No me jodas! —reaccioné a la mala noticia.

Tras pasar la mañana en la piscina, estaba preparando la comida cuando recibí la llamada de mi esposo. Al parecer había surgido un problema en la empresa y Alejandro debía trabajar el viernes hasta tarde.

—Pero vendrás aunque sea de noche, ¿no? —quise saber, ciertamente preocupada.

—No me apetece darme el palizón. Saldré el sábado por la mañana, temprano.

—¡Mierda! —mascullé.

Estaba cortando una cebolla para el sofrito cuando, supongo que debido al disgusto, se me escapó el cuchillo y me llevé un buen tajo en el dedo. La sangre comenzó a emanar a borbotones y tuve que dejar la conversación a medias, casi sin despedirme y colgando repentinamente.

—¡Dilan! —grité.

El veinteañero corrió en mi auxilio, ayudándome a detener la hemorragia con servilletas de papel. Mientras me presionaba la herida, pensé en Alejandro. Estaba ansiosa esperando su llegada y se me hizo duro asumir que debía aguantar un día más sin el alivio de un orgasmo. Me mareé ligeramente, dejándome caer y encontrando apoyo en el cuerpo de mi primo.

—¿Estás bien, Vero? —pareció preocuparse.

—Sí, es solo que… estoy bien —procuré forzar una sonrisa.

Dilan me curó, poniéndome un pequeño pero aparatoso vendaje en el dedo de la mano derecha, imposibilitándome terminar de hacer la comida. Por suerte los chicos se encargaron.

Por la tarde teníamos previsto ir a la playa, pero a mí no me apeteció debido a las molestias que sentía en el dedo por el corte que me había hecho. Puesto que Siscu insistió, dejé que los tres hermanos se fueran mientras yo me quedaba en el apartamento reposando.

Una vez a solas, pensé en hacerme una paja para aliviarme al fin. Pero maldije mi suerte por tener maltrecha la mano hábil. Intenté hacerme un dedo con la izquierda, mas no me sentí cómoda y lo dejé estar, ligeramente malhumorada. Estaba enfadada conmigo misma por ser tan torpe, pero también con Alejandro por retrasar su llegada. Incluso, aunque no tenían ninguna culpa, la tomé con mis primos pequeños. Simplemente estaba molesta con el mundo.

—¡Hola tata! ¿Cómo estás? —me saludó efusivamente Siscu, entrando directamente a mi encuentro cuando volvieron de la playa.

—Bien, cielo. —Su cariño aplacó ligeramente mi mal humor.

Les pregunté por cómo había ido y, tras una conversación en la que me explicaron lo que habían hecho en la playa, les pedí que se fueran a la ducha. Mientras Fer ocupaba el baño común, Dilan usó el de mi dormitorio. Siscu y yo nos quedamos charlando un rato más.

—¿Podrás bañarte con eso? —me preguntó el peque, refiriéndose a la herida.

—Pues tendré que probarlo —dudé.

—¿Te duele?

—Sí. Y es molesto —me quejé.

—Si quieres, puedo ayudarte.

—¿A qué? —pregunté, completamente desconcertada.

—A ducharte.

Reí a carcajadas debido a la completamente inesperada proposición de mi primo pequeño.

—Te lo debo —me sonrió con picardía, haciendo que aún riera con más ganas.

—Gracias, pero creo que mejor no —me negué.

—¿Qué pasa, te da vergüenza?

¡Joder con el mocoso! Sin duda me estaba poniendo a prueba. Me sentí tentada a entrar en su juego, pero no quise picar. Iba a rechazarle definitivamente, cuando prosiguió con la argumentación.

—No tienes que preocuparte porque te vea, que soy tu primo y hay confianza —dibujó una mueca de suficiencia.

No me podía creer que el peque estuviera usando mis mismas palabras para convencerme, tal y como hice yo con él la semana anterior. Sin duda, al menos me estaba divirtiendo y había conseguido despertarme la curiosidad.

—La diferencia es que yo sí seré la primera mujer que verás desnuda. ¿Me equivoco?

—Vero, que tengo internet en casa…

Reí nuevamente a carcajadas. Mi primo tenía un don para eso.

—Vale, está bien —acepté finalmente, risueña, sin saber muy bien hasta dónde pretendía llegar con todo esto.

Con la estúpida excusa de cambiarme el vendaje mientras Siscu se duchaba, conseguí colarme en el cuarto de baño junto a mi primo pequeño sin levantar mayores sospechas entre los otros dos hermanos. Lo cierto es que la sensación de estar cometiendo una travesura me estaba provocando un nerviosismo placentero que hacía que me lo estuviera pasando exageradamente bien.

—¡Joder, peque! —me sorprendió al bajarse repentinamente el bañador, mostrándome su lustroso cipote completamente erecto.

—¿Te ayudo a desnudarte? —me preguntó mientras se deshacía de la prenda, pateándola para lanzarla a un lado del lavabo.

—¿Hacía falta que te desnudaras tú? —le recriminé con parsimonia, mientras comenzaba a desvestirme sin mayores problemas a pesar de las molestias en el maltrecho dedo.

—Vamos a ducharnos juntos, ¿no? —fue bajando el tono de su voz a medida que veía cómo me desprendía de la camiseta y luego de los pantalones.

Sin tener muy claro lo que estaba haciendo, me planté en ropa interior frente a mi primo, que se había quedado sin habla, completamente embobado, observándome. Aunque no le estaba enseñado más de lo que había visto durante todos los días de vacaciones, estaba claro que la situación era mucho más morbosa y lo había impresionado. Eso me animó a seguir adelante.

Me deshice del sostén y comprobé cómo la verga del peque se estremecía, dando un respingo y pareciendo adquirir aún un mayor volumen, si es que eso era posible. La cara se le puso blanca. Supuse que toda la sangre se le había ido a la entrepierna y por un momento temí que se desmayara. Cuando me bajé las bragas, mostrando la fina y cuidada línea de vello que cubría mi pubis, la rechoncha polla del niño ya babeaba, haciendo oscilar un colgante hilo de abundante líquido preseminal.

Me dirigí a la ducha. El menor de edad me siguió con la mirada, pero no se atrevió a mover un solo músculo. Lo tenía hipnotizado. Y esa sensación de control me hacía sentir tremendamente poderosa.

—¿Vienes? —le pregunté mientras dejaba caer el agua de la ducha sobre mi cuerpo.

Mi primo balbuceó un monosílabo incomprensible, provocándome una oleada de ternura. Al fin y al cabo, no era más que un crío.

—Vaya, ayer en la piscina eras más valiente —le piqué, a ver si reaccionaba.

—Ya… —soltó, aún con el rostro pálido debido al susto de verme completamente desnuda.

—¿Me ayudas? —le propuse, enseñándole el bote de gel.

Pero el chico no me sorprendió, negando con la cabeza. Como supuse, debía estar aterrado. Dejé caer un chorro de jabón entre mis pechos y le di una última oportunidad.

—¿Estás seguro? —le insistí mientras el gel se deslizaba por mi cuerpo, en dirección a mi vagina.

El chico no se atrevió. Volvió a balbucear y yo me llevé una mano a la entrepierna para aseármela. Observé cómo los enormes huevos de Siscu se retraían, haciendo que el mástil se retorciera, dejando caer al suelo del baño el copioso hilo de líquido preseminal. Esa visión y mis propios roces estuvieron a punto de jugarme una mala pasada. Estuve muy cerca de dejarme llevar, masturbándome delante del peque. Pero me contuve. Seguí enjabonándome el resto del cuerpo, acariciándome disimuladamente para darme placer, pero nada más.

—Te toca —le advertí una vez concluida la ducha mientras pasaba a su lado, en dirección a la ropa para volver a vestirme.

No tardé en dejarlo solo. Ya no sé si se hizo una paja pensando en mí, pero sospeché que sí. Y, ciertamente, me gustaba pensar que así había sido.

Día 14. Viernes.

Me desperté completamente empapada en sudor. Prácticamente no había pegado ojo, pues la llegada de Alejandro se acercaba y empezaba a no parar de darle vueltas a todo lo que había pasado durante la semana. Aunque le había contado a mi pareja la borrachera que pillé con Dilan o parte de lo acaecido el miércoles con los dos pequeños en la piscina, por supuesto le había ocultado el resto de acontecimientos.

Si bien es cierto que tenía asumido lo que había sucedido con Fer, quedando como un secreto entre Dilan y yo del que Alejandro jamás se enteraría, lo ocurrido con Siscu me tenía preocupada. No es que me sintiera culpable, pues tampoco consideraba que hubiera pasado nada grave, pero no sabía cómo se lo podría llegar a tomar mi marido si decidía contárselo.

Miré la hora. Aún era temprano. Probablemente ni Fernando se habría levantado. Observé al más pequeño de mis primos, que dormía a mi lado, y le di un liviano golpe para despertarlo. El niño siguió durmiendo, con lo que probé a zarandearlo levemente.

—Peque… —susurré— Siscu… —insistí, alzando la voz ligeramente, hasta llamar su atención.

—¿Qué pasa? —sollozó, desperezándose.

—Tenemos que hablar.

Le di una pequeña charla con el objetivo de asegurar que lo que pasó el día anterior en el cuarto de baño quedaba como una anécdota sin mayor importancia de la que nadie tenía por qué enterarse. El chico aceptó sin rechistar. Imaginé que ayudaba que estuviera soñoliento. Me quedé más tranquila.

Tanto por la mañana en la piscina como por la tarde en la playa, evité meterme en el agua con la excusa del vendaje en el dedo. Lo cierto es que ya no me dolía, pero procuré evitar más situaciones embarazosas con mis primos. Lo bueno es que pude dedicarme a la lectura y acabé el primero de los libros que había empezado a leer la anterior semana.

Esa noche Dilan volvió a salir. Yo mandé a los dos pequeños a la habitación doble con la idea de dormir en el salón. El veinteañero se acostaría en mi cuarto para que nadie le molestara al día siguiente por la mañana.

Tumbada en el sofá cama, viendo la tele mientras esperaba a mi primo, comencé a reír yo sola, como una tonta. Pensaba en cómo habían cambiado mis preocupaciones en tan solo unos días. La semana pasada estaba triste porque Alejandro no pudiera estar con nosotros de vacaciones, angustiada por la mala vida de Dilan e incómoda por los sentimientos de Fer. Y ahora prácticamente lo único que me atormentaba era que mi marido se enterara de algunas de las chiquilladas que había vivido con mis primos.

No era tarde cuando el mayor de edad regresó al apartamento. Al escuchar el ruido de la puerta, me incorporé, quedándome sentada en el sofá cama.

—Hola —me saludó con evidente mal humor.

—Huy, huy, huy… a ti han vuelto a dejarte con las ganas. —Comenzaba a interpretar perfectamente las caras de mi primo, como antaño.

Dilan no contestó. Solo gruñó, sentándose a mi lado y confirmando mis sospechas.

—¿Otro calentón? —inquirí.

—Sí. Llevo demasiados días sin descargar —se quejó.

—Pero, ¿la otra noche no…? —gesticulé, imitando el gesto de una paja.

—¡Qué va!

Me reí a carcajadas.

—Entonces debes estar subiéndote por las paredes —me cachondeé.

—¡Ya te digo!

—¿Qué ha pasado esta vez?

—Es una calientapollas.

—¿En serio? —bromeé irónicamente, quedándome a la expectativa.

Dilan comenzó a explicarme lo sucedido y no tuve más remedio que darle la razón. Lo cierto es que, según lo que me contaba, la niñata estaba calentándolo descaradamente. Sonreí para mis adentros, recordando alguna de las veces que yo misma me había comportado de un modo similar, jugando con los chicos que eran capaces de cualquier cosa solo por tener la esperanza de conseguir algo conmigo. Supuse que la calientabraguetas de mi primo debía estar bastante buena.

—¿Hoy no piensas dejarme solo? —me preguntó, sin lugar a dudas, con toda la intención.

—¿Qué pasa, me estás echando? —me hice la ofendida, divertida con la conversación.

—No es eso… es solo que pensaba que me dejarías desfogarme —me sonrió.

—¿Hoy sí piensas…? —volví a cerrar el puño, sacudiéndolo arriba y abajo—. Pues lo siento, esta noche duermo aquí. Además, estoy viendo la peli —no mentí, aunque hacía rato que había perdido el hilo del argumento—. Si quieres puedes irte al lavabo, a la habitación… o hacerlo aquí mismo —bromeé.

—Vale…

Dilan se recostó sobre el sofá cama, echándose ligeramente hacia atrás. Yo, sin moverme, de cara al televisor, le miraba de reojo. ¡No me lo podía creer! El veinteañero se abrió la bragueta y, sin cortarse un pelo, se sacó la verga. ¿Es que nunca iba a aprender a dejar de hacer según qué clase de bromas con mis primos?

Aunque no tenía una visión clara, me dio la impresión de que no estaba empalmado. Aún así, como ya intuí la mañana que le vi el paquete, tenía una buena tranca. Estaba alucinando, sobre todo al descubrir que el bultito del glande que entreví mientras dormía parecía ser un piercing. ¿Mi pequeño Dilan se había agujereado la punta del pene? No sabía si esa idea me provocaba rechazo o admiración, no lo tenía claro.

Empecé a escuchar el característico sonido de la masturbación. Toda digna, de frente a la caja tonta, decidí no decir nada, manteniendo la compostura, aunque lo cierto es que no dejaba de observar de reojo, contemplando cómo la polla de mi primo se endurecía y crecía hasta lo que supuse era su máximo esplendor. El corazón me palpitaba a toda velocidad mientras a mis fosas nasales comenzaba a llegar el inconfundible olor a polla. Lógicamente, estaba completamente excitada una vez más.

—Si quieres puedes mirar —me sorprendió, rompiendo la mezcolanza de sonidos provocados por el televisor y el chapoteo que producía su mano al deslizarse a lo largo del tronco de la verga.

Casi como una autómata, sin poder de decisión, me giré ligeramente, recostándome junto a mi primo y adquiriendo una visión privilegiada de la paja que se estaba haciendo. El veinteañero retiró completamente los pantalones y los calzoncillos, dejándolos a la altura de sus rodillas, pudiendo fijarme en sus genitales con detalle.

Dilan tenía unos huevos bien gordos enfundados en unas prominentes y rugosas bolsas testiculares. Estaba totalmente rasurado con lo que incluso daba la sensación de que su vigorosa polla medía más de los 20 centímetros por los que debía rondar. Estaba circuncidado y se apreciaba claramente el ampallang, una barra recta que cruzaba horizontalmente a través de su grueso glande. Visto más cerca ya no tenía dudas. Ese piercing me ponía cachondísima.

Al veinteañero también pareció gustarle que le mirara, pues comenzó a estremecerse. Le pedí silencio con un suave chistido, sin poder evitar una sonrisa temblorosa por lo morbosa que me parecía la situación. Estábamos a una sola puerta y unos pocos pasos de pasillo de ser descubiertos por alguno de los hermanos pequeños de Dilan.

—Tranquilo… —murmuré, intentando calmar sus gemidos, que iban en aumento.

A continuación, todo pasó muy rápido. Mi instinto me hizo reaccionar y, sin pensar, con la idea de que no se manchara nada, cogí un par de servilletas del rollo de papel que había en la mesa del salón, cubriendo con ellas el rechoncho y ardiente bálano de mi primo pequeño. Sentí el frío acero del piercing clavándose en mi palma y cómo se me humedecía la mano a medida que el semen impregnaba los escasos paños.

—Chis… chis… —le susurraba, procurando aplacar los suspiros de placer de Dilan.

Tuve que restregar las empapadas servilletas por parte del tronco de la enorme verga para recoger los brotes de esperma que la improvisada contención no había podido retener. Lo cierto es que disfruté del brevísimo pero intenso masaje de polla. Me alcé.

—Creo que al final duermes tú aquí —me despedí sin decir nada más, dirigiéndome a la habitación de matrimonio.

Entré al cuarto de baño y lancé las pringosas servilletas al wáter. Me observé en el espejo y contemplé mis mejillas completamente sonrosadas. Estaba muy caliente. Me bajé de golpe el pantalón corto y las bragas. Estas últimas quedaron enrolladas a la altura de la mitad mis muslos. Apoyándome con una mano en el lavabo, con la otra me acaricié la empapada entrepierna, escuchando el casi imperceptible sonido de mis pliegues separándose levemente debido a la viscosidad que los mantenía unidos. Gemí. Me mordí un labio, tratando de no hacer demasiado ruido.

Cerré los ojos, procurando pensar en Alejandro, pero a mi mente vino Dilan. No podía quitarme de la cabeza a mi primo pequeño y la magnífica polla que hacía tan solo unos minutos había estado entre mis dedos. Luché brevemente contra mi imaginación, pero no tardé en dejarme llevar por la fantasía. Era una de las pocas veces que iba a masturbarme sin pensar en mi pareja y, por supuesto, la primera vez que pensaba hacerlo soñando con mi primo, el pequeño al que siempre había considerado como un hermano.

Introduje un par de dedos en mi raja, soltando un sonoro gemido imposible de evitar. Tenía claro que Dilan me había escuchado, pero no pude parar. Aumenté la presión de mis dedos, metiéndomelos hasta el fondo y haciendo que parte de los cuantiosos flujos vaginales que me inundaban se deslizaran por mis muslos. Volví a gemir. Y esta vez temí que me escucharan los dos menores.

No tardé en correrme. Lo hice con la imagen de la polla de Dilan grabada en mi cabeza. Pero durante el éxtasis hubo un momento para acordarme de mis otros dos primos. Aunque muy brevemente, mientras explotaba de placer, me gustó recordar todo lo vivido con ellos durante las dos primeras semanas de vacaciones de verano. Fue un orgasmo demasiado bueno, muy por encima de la media de los que solía tener con Alejandro.

Saqué los dedos completamente empapados de mi coño, con las piernas aún temblorosas debido a la reciente corrida. Me lavé las manos mientras observaba las perlas de sudor que recorrían mi rostro. Me limpié los muslos y la entrepierna con un poco de papel higiénico, antes de recolocarme las bragas y subirme los pantalones. Me dirigí a la cama y me tumbé. Pero no me dormí. Estaba absolutamente arrepentida.

Día 15. Sábado.

Me costó levantarme. Una mezcla de remordimientos y cansancio hacía que me apeteciera quedarme en la cama. Mi marido había salido en dirección al apartamento temprano, con lo que no debía tardar en llegar. No tenía claro si eso me tranquilizaba, pues con lo ocurrido hacía tan solo unas horas ya eran demasiadas cosas que ocultarle. Y eso no me gustaba en absoluto.

A pesar de mis temores, cuando Alejandro llegó todo transcurrió con normalidad. Aprovechando que entre semana no teníamos coche, decidimos pasar el día haciendo un poco de turismo por los alrededores. Recorrimos algunos de los pueblos cercanos, visitando las zonas más emblemáticas. Comimos fuera y, a petición del peque, por la tarde pasamos un rato en la playa.

Mientras mis primos se bañaban en el mar, Alejandro y yo nos quedamos solos, tomando el sol en la arena. Aunque quería escuchar a mi marido, que me detallaba algunos de los acontecimientos transcurridos durante la semana en su trabajo, estaba distraída, no pudiendo evitar la inquietud que me reconcomía por dentro.

—Los chicos están un poco salidos —reconduje la conversación, haciendo reír a Alejandro.

—¿Y eso? —preguntó, risueño.

—Creo que los tengo un poco revolucionados —confesé, forzando un tono más bien de queja.

Ahora Alejandro rio a carcajadas.

—Bueno, es normal. Con la edad que tienen y la pedazo de hembra con la que están compartiendo vacaciones… —le quitó hierro al asunto, haciéndome sentir un poco mejor.

—Tal vez tengas razón…

—Claro. No te preocupes. Probablemente fantaseen contigo y se hagan alguna pajilla esporádica. Eso lo hemos hecho todos con alguna prima mayor en nuestra infancia —confesó, haciéndome reír—. ¡Ojalá hubiera tenido yo la oportunidad de bañarme desnudo en una piscina con una prima que tenía en el pueblo! —bromeó, ahora sí, reconfortándome definitivamente al ver que se tomaba tan bien la idea de que los niños pudieran estar tonteando conmigo.

Aunque no le había contado prácticamente nada, la escueta conversación había servido para desahogarme. Observé a mi marido y, como siempre, su actitud entusiasta acabó por tranquilizarme. Recordé una vez más por qué lo quería tanto y dejé en un segundo plano lo ocurrido con mis primos.

—Tengo ganas de llegar a casa —le besé, sonriente, dejándole bien claro que quería sexo.

—Y yo.

Alejandro se tocó el paquete disimuladamente, mostrándome la erección que se le marcaba bajo la tela del bañador. Sonreí, satisfecha. Parecía que le había hecho gracia saber que mis primos andaban revoloteándome. Aunque me sentía más aliviada debido al dedo que me hice la noche anterior, me entraron unas repentinas y enormes ganas de volver al apartamento.

—Vámonos —concluí, alzándome para llamar a los chicos.

De regreso a casa paramos para tomar un helado por petición expresa del peque. Era tarde así que, una vez en el apartamento, ya no cenamos. Alejandro y yo aprovechamos para acostarnos los primeros, dejando a mis primos viendo la televisión en el salón.

No hizo falta ningún tipo de preliminares. Estaba completamente lista cuando comenzamos a desnudarnos. Me tumbé en la cama boca arriba y, procurando no hacer mucho ruido, mi marido me penetró. El hombre parecía más fogoso que de costumbre. No habían pasado un par de minutos cuando ahogó los gemidos contra la almohada, descargando toda su simiente en mi interior.

Con el cuerpo sudoroso de Alejandro encima de mí, chafándome, me quedé a cuadros. Vale que mi marido nunca había sido una máquina en la cama, pero al menos tenía aguante, lo suficiente como para que habitualmente me diera tiempo a alcanzar el orgasmo. Mi cara debía ser un poema. Se retiró a un costado, resoplando.

—Estaba muy excitado —se excusó—. ¿Tú…?

—Sí —mentí, no sabiendo muy bien cómo reaccionar—. Yo también.

—Está… bien… —bufaba.

¿Cómo podía estar asfixiado si prácticamente no había hecho nada? Llevaba una semana como loca esperando ese momento y, a la hora de la verdad, mi marido me había dejado a medias. Resoplé, hastiada, pero no dije nada, no queriendo importunarle. Me levanté para echarme un agua en el cuarto de baño, dejándolo en la cama medio muerto.

Una vez acostada junto a mi pareja, que ya dormía, me costó conciliar el sueño. Por fin había follado, pero había sido el peor polvo que recordaba en mucho tiempo. Sin duda, me había quedado con ganas de más.

Quise ser positiva. Lo bueno era que Alejandro no se había enterado de nada de lo sucedido con mis primos durante la semana. Además, mis remordimientos por haber tocado a Dilan y haber fantaseado con ello habían remitido. Intenté concentrarme en esas ideas, procurando olvidar lo sucedido, para finalmente acabar cayendo en un sueño, por desgracia, extremadamente ligero.

Día 16. Domingo.

Día de mercadillo. Me gustaba ir de compras y los puestos típicos de los mercados de pueblo me encantaban. Sin embargo, a pesar del plan mañanero, me levanté de mal humor, pues no había pasado buena noche. Le había dado demasiadas vueltas al momento eyaculación precoz de mi marido, despertándome con mal cuerpo.

Acompañada de Alejandro y los chicos, recorrimos los diferentes pasillos del rastro, atestados de gente. Tener que abrirme hueco entre la muchedumbre no ayudaba a que me relajara. Tampoco me entusiasmaba que Siscu se parara cada dos por tres para pedir que le compráramos alguna de las gilipolleces que se le antojaban.

—Anda, píllale algo, a ver si se calla de una vez —le comenté a mi marido por lo bajo, procurando que no me escuchara el aludido ni sus hermanos.

Tras comprarle una muñequera al niño, llegamos a un puesto de ropa. Era el típico que vendía camisetas, bikinis, pareos… básicamente prendas de verano.

—Necesito un bañador —Siscu volvió a pedir.

—¡Tres bañadores, 10 leuros! —gritó la gitana que estaba atendiendo.

Me fijé en el género, que no me pareció gran cosa.

—¿Qué le pasa al tuyo? —pregunté.

—Va, Vero, que están tirados de precio —argumentó Alejandro.

—¿Vosotros queréis uno? —me dirigí a mis otros dos primos, que asintieron, aceptando sin más.

—¿Tres bañadores? —preguntó la dependienta, que ya estaba cogiendo unos para mostrarlos.

—A ver qué tienes… — le reclamé.

No me gustaba ninguno de lo que nos había enseñado y mis primos no se decidían. Estaba empezando a hartarme de la situación. Así que, tras diez minutos de mi vida perdidos frente al puesto de la gitana, exploté.

—¡Venga ya, chavales! Que no puede ser tan difícil escoger unos malditos bañadores.

Observé el rostro perplejo de mi marido y los dos pequeños. Sin embargo, Dilan me miraba sonriente.

—A ver… estos mismos —cogí tres al azar—. Si son todos igual de feos.

—¡Cucha la paya! —se quejó la calé.

—Verónica, ¿estás bien? —se preocupó Alejandro.

—Sí. Paga. Os espero en el coche. —Y, ni corta ni perezosa, me marché sin dar opción a réplica.

Tras mi enfado, aprovechamos para comer fuera, en la plaza mayor del pueblo. Eran los últimos momentos de la semana acompañada de mi esposo antes de que volviera a irse nuevamente. Aunque seguía sabiéndome mal que nos separáramos, sabedora de que volvería a echarle de menos, ya estaba acostumbrada y no me lo tomaba tan a pecho.

Antes de marcharse, Alejandro nos dejó en la playa. Yo me quedé tomando el sol mientras mis primos se bañaban en el mar. Estaba relajada, prácticamente dormida, cuando me salpicaron, llenándome el vientre de agua, que me pareció helada.

—¡Dilan, joder! —me quejé al descubrir que había sido mi primo, que se reía a carcajadas.

—Vaya día llevas. ¿Se puede saber qué te pasa?

—¿A mí? Nada.

—¿Entonces por qué te enfadas? —volvió a salpicarme, alterándome.

—Vete a la mierda —le reprendí seriamente.

—¿Qué pasa, que Alejandro no te ha dado lo tuyo?

Me dejó a cuadros. Supuse que únicamente se estaba cachondeando de mí, pero había dado en el clavo.

—No te pases —le quise frenar.

—¡Vamos! Resulta que yo tengo que explicártelo todo y tú no puedes decirme qué te pasa…

Dilan tenía razón. No solo era injusto que él me contara sus intimidades y yo no lo hiciera, sino que ahora no podía poner en riesgo todo lo que había conseguido, acercándome a él nuevamente. Además, debía reconocer que me había comportado como una idiota durante todo el día. Vale que estuviera decepcionada por lo que había pasado con mi marido, pero tampoco era para ponerme como me había puesto.

—Está bien…

Me abrí ante mi primo, detallándole cómo me sentía y los motivos que lo habían provocado. Cuando conocí a Alejandro acababa de salir de una relación complicada. Mi anterior pareja era un macho con mayúsculas. Guapo, con buen cuerpo, tremendamente bien dotado y muy, muy bueno en la cama. Mas era un gilipollas, el típico chulito con el que pasas muy buenos ratos pero que sabes que no es para toda la vida. Aún así, consiguió hacerme el suficiente daño como para necesitar un cambio radical en mi vida. Y ese vuelco sentimental me lo ofreció mi actual marido. Alejandro supo darme todo lo que me faltaba. Y, a pesar de que no podía compararse sexualmente hablando, a mí me valía, aunque la fogosidad inicial fue menguando con el tiempo, convirtiéndose en un gustoso tedio. Los encuentros amorosos con mi esposo eran puras matemáticas, tan exactas y funcionales como frías y aburridas. Para mí, suficiente. Hasta lo ocurrido el día anterior.

—Estoy mal follada —confesé definitivamente, desahogándome al fin.

Dilan me miró fijamente sin decir nada, sonriendo con cierta picardía. No me pareció la reacción más adecuada, decepcionándome ligeramente. Supuse que la mala hostia aún no se me había pasado del todo.

—Pues menudo desperdicio —soltó finalmente, piropeándome mientras marcaba aún más la sonrisa, con evidentes intenciones seductoras.

Aunque me lo tomé a broma, mi primo lo había arreglado. Me sentí adulada.

—¡Tata, he visto una medusa y he salido por patas!

El peque, que había llegado corriendo, nos cortó. Pero su comentario me hizo tanta gracia que se lo perdoné. Mi mal humor había desaparecido.

2 comentarios - Vacaciones con mis primos VI

reivaj75
Buena serie pero no dejes por contar la mejor parte