El diario sexual y morboso de Scarleth, parte 3

Hola! después de una rica follada xD me sentía inspirada, así qe aquí va la continuación.

Pasaron sólo algunos años, durante los cuales me la pasé sola, puesto que mis hermanos se habían ido a vivir con mis tíos para estudiar mejor en una de las más grandes academias del país. Por suerte me habían dejado fuera de todo eso, y mi única preocupación era aprender modales y de sociedad para poder convertirme en la señora de la casa algún día.
Claro que faltaban muchos años para eso. Era raro que mamá no considerara a mi hermana para eso, ya que ella era la mayor. Al parecer habían tenido alguna clase de pelea y mis padres le habían quitado parte de la herencia, por lo que la mayor parte del día, mi hermana andaba de un humor mordaz y apenas tenía tiempo para mí.

—No sé qué es lo que le pasa —le dije a Alfredo, cuando me abrazó cariñosamente—. Toda mi familia se ha ido, y me siento solita.
—No debe temer, mi niña. Yo nunca la dejaré.
—Es un buen amigo —le dije y le di un beso en la boca. Últimamente Alfredo me estaba mostrando cómo hacerlo— ¿Qué le parece?
—Mueve más tu lengua, querida.
—Claro ¿así? —dije, metiendo mi lengua en su boca y dejando que se entrelazara con la suya. Besar se sentía muy rico. Era agradable a todo mi cuerpo y despertaba calor dentro de mi pecho. Qué buen amigo era Alfredo al enseñarme cómo hacerlo. Intercambiamos un poco de saliva, y entonces él me pegó a la pared y sus besos se hicieron más babosos, de modo que incluso lamí su lengua. Me encantaba el intercambio de fluidos.
—Se me ha parado. Mira —se sacó el pene y me lo enseñó. Igual de duro que una piedra lo tenía el señor. Como el de mi papá, el cual no había visto.
—¿Por qué el suyo tiene esta piel aquí? El de papá no lo tiene.
—Es el prepucio —explicó, y tiró de él, para asomar el glande.
—Oh… es como una capucha.
—Sí.
Toqué el pene con la punta de mi dedo. Alfredo se rió.
—¿Le dio cosquillas?
—Creo que es hora de enseñarle bien lo que es un pene. Venga. Siéntese.
Me acomodé con las piernas debajo y él se quitó todos los pantalones. Su entrepierna estaba coronada por su miembro gigante, del cual colgaban unos huevos pesados y cubiertos de una fina y aterciopelada mata de vello. Me gustaba así.
—Explore, con confianza.
—Pero no me hará cosas pervertidas ¿verdad?
—Esto es puramente educativo, señorita. Jamás haría algo malo con usted.
—Bueno.

Sonriendo, me puse a explorar el pene en profundidad. Primero jugué con el tronco, recorriéndolo todo con mis manos y bajando el prepucio para mostrar el glande. Era hermoso. Creo que ser chica ayudaba a que me pareciera genial. Luego, tanteé los huevos, separando el escrito y mirando un poco lo que había debajo. Tomé los dos testículos y los apreté, sacando un espasmo de dolor de Alfredo.
—Lo siento.
—Chúpelo —pidió.
—¿Qué?
—Mis huevos.
—Ahm… yo no sé…
Lo hice, aunque sin mucho querer. Los lamí enérgicamente y me sorprendí de que ¡me encantaban! Eran como dos caramelos grandes, y la saliva los bañaba por completo hasta empapar la arrugada piel. Alfredo empezó a mover su pija de arriba para abajo, mientras yo seguía mordiendo y lamiendo con fuerza, untando mi cara y mis mejillas para sentir sus suaves vellos. Olía rico. A sexo. A adultez. Me metí ambos a la boca, y después Alfredo me acarició la cabeza haciéndome sentir bien.
Luego, me tomó de las mejillas y dirigió mi boca hacia su pene. Yo dudé, pero frunciendo las cejas, me metí el glande a la boca. Era lo más rico que había probado. Un sabor salado, y más que nada, de una calidez y textura suave y firme.
Chupé despacio, sintiendo los sabores y todo. Finalmente, me separé justo cuando un chorro de esperma brotaba de su polla.
—¡Oh, dios, hija! —exclamó mamá al verme.
Ese día fue el último que vi a don Alfredo. Mamá lo corrió de la casa, y se fue triste y dejándome con un gran vacío.
—No puedo creer que lo hicieras con ese anciano.
—Ese anciano era mi mejor amigo —dije, llorando sobre mi cama.
—Era un pervertido que se aprovechaba de tu inocencia.
—Me estaba enseñando sobre hombres.
Se sentó conmigo y me abrazó.
—Scarleth, Scarleth. Habrá tiempo para eso. Todavía no tienes la edad para disfrutar de cosas así. Eres una adulta, lo sé. Pero en tu cabecita tienes la mente de una niña.
—No es cierto —repliqué y oculté mi cara en los pechos de mamá—. No es verdad. Quiero que me reconozcas como mujer.
—Lo eres, mi amor. Para mí siempre lo serás.
Mamá se acomodó conmigo, y entonces se sacó los pechos. Hacía tiempo que no miraba sus hermosos pezones rosados.
—Anda, come, mi amor.
—Pe-pero…
—Anda. Mama un poco. ¿Qué pasa?
—No, nada.
Como cuando era niña, comencé a chupar sus pezones. Después de tantos años, era un instinto que no se me olvidaba. Comí de ellos, aunque no tenían leche ya. Sin embargo, se sentían deliciosos en cuanto a suavidad y firmeza. Exprimí con una mano, amasando como los gatos, mientras que con mi otra mano tiraba de la otra puntita. Mamá soltó una sonrisita mientras me acariciaba la cara.
—Eso es… así se hace, mi amor.

Eran deliciosos los senos de mamá. Olían a mujer, y me encantaba.
Durante varios días, antes de dormir, iba al cuarto de mamá y me acomodaba sobre sus piernas para chupar sus pechos. Un par de semanas, surgió una pequeña gota de leche de ellos. Mamá dijo que había estado tomando medicinas para eso, así que me podría volver a amamantar. Me sentía como una niña de nuevo, pero la lactofilia… bueno. Es una de mis tantas filias ahora, pues mientras te cuento esto, esos recuerdos con mi madre son uno de mis tantos secretos.
Me llenaba la boca con su leche, y quedaba saciada en serio. Ella exprimía sus tetas y sus jugos caían en forma de finas corrientes hacia mi boca. Me reía y trataba de atraparlas. Luego, mamá se apretaba ambas tetas y me bañaba la cara con chorritos que me dejaban la piel azucarada. Reía mientras trataba de atraparlos con la boca, y luego me acostaba sobre ella para que mi cara embarrara de leche todos sus senos. Procedía a lamerlos para recoger hasta la última gota de su sano alimento.
Le conté a Teresita esto, y ella, acariciando a su nuevo pastor alemán, sonrió con coquetería.
—Entonces la leche de tu mami sigue siendo rica.
—Sí… —vi que Teresita dejaba que Largur, su pastor alemán, le lamiera las piernas que asomaban de su vestido. Ella parecía encantada con él.
—Qué lindo. Mi nodriza siempre me trató mal.
—Es raro que mamá se comporte así. Creo que le afectó que mi hermana se fuera.
La chica se rió mientras su perro lamía más allá de sus rodillas, y luego metía la cabeza entre sus piernas.
—¿Qué te está haciendo que te da tanta risa?
—¡Ja,ja,ja! Deberías… dejar que te haga esto.
—No, gracias —me levanté y me alisé el vestido—. Tengo que irme ya, amiga. Nos vemos más tarde.
—Claro… —me fui justo cuando mi amiga se recostaba para seguir jugando con su nueva mascota.
Unos pocos meses más adelante, mamá enfermó gravemente y su vida terminó una mañana de diciembre, poco después de navidad. En ese tiempo, no se sabía qué clase de enfermedad había extinguido su alma, pero al menos ahora sé que es algo que es curable y que nadie más podría volver a pasar por ese sufrimiento.
Me tomó un tiempo acostumbrarme a la ausencia de ella, y toda la casa se había sumergido en la tristeza y la desesperación. Papá bebía como loco, y follaba con las sirvientas. De vez en cuando iba a mirarlo revolcarse con alguna, pensando en que debía de ser realmente un desgraciado por haberse atrevido a eso. Oculta en el armario, miraba a mi padre meter su polla hasta el fondo de la garganta de la chica en cuestión, y dejar que todo su semen le resbalar por el estómago.
—¿Por qué a las mujeres nos gusta tanto el semen? —le pregunté a Teresita, que acariciaba a su perro de una forma más cariñosa de lo usual.
—¿De qué hablas?
—Pues… mi papá sigue con las criadas y todas van a beber de él.
—El semen es algo delicioso, y más cuando sale a chorros. ¿Verdad, mi querido perrito?
—Mimas mucho a ese animal. Mira cómo se le ha puesto.
—Es mi mejor amigo —sonrió, dejando que el pastor le lamiera la boca.
—Tengo una propuesta qué hacerte, Teresita.
—¿Qué cosa, amiga?
—Me iré de casa. Ya no aguanto estar allí, y quisiera que vinieras conmigo, si gustas.
—Mmm.. soy tu mejor amiga, pero no sé si sea correcto irme de mi hogar. Tampoco es como si tuviera muchas cosas aquí, además de mi perro.
—Bueno, puedes traerlo. —en ese momento la idea no sonaba nada mal. Casi tenía todo planeado —¿Qué dices?

—Déjame pensarlo —no dejaba de acariciar a profundidad a su querido Largur, y he de admitir que la situación estaba tornándose un poco confusa. Más cuando el perro metió el hocico de nuevo, y Teresita hizo a un lado su vestido.
—¡Oh, no hagas eso!
—¿Qué?
—Que te coma allí es asqueroso.
—Pff ¿Tú lo harías mejor?
—Obvio.
—Entonces, ven —hizo a un lado el perro, y me expuso una raja totalmente lampiña y húmeda. No tenía problemas comiendo el coño de mi mejor amiga. Era una vagina que había visto desde que éramos niñitas. Así pues, me acomodé entre sus piernas y comencé a recoger todos los juguitos que el virginal cuerpo de Teresita echaba.
En realidad, mi amiga sabía muy bien. Estaba yo levemente excitada nada más. Su sexo no me parecía ni delicioso ni asqueroso. Era como darle besos en la cara. Teresa, sin embargo, estaba sonrojada y me miraba sorprendida cómo mi lengua entraba dentro de su hendidura y tocaba su diminuto clítoris rosado. Largur se acercó y comenzó a lamerle la cara, de tal forma que hasta ella le respondió.
De repente estaba en una situación algo rara. Mordí uno de los pliegues de Teresita para hacerla reaccionar, y ella dio un gritito.
—¡Dios! Me lastimaste.
—¿entonces? —pregunté, aburrida mientras jugaba con su coñito pequeño— ¿Vendrás conmigo?
—Sí, sí. Iré contigo, pero deja de tratar de meterme los dedos, o vas a desvirgarme.
—Bueno, bueno —le di un beso en la boca para sellar nuestro pacto, y el pastor metió su hocito.
—Dale un beso a Largur.
—¡Ay! Está bien —dije, dándole un sonoro beso a la mascota de Teresita, y después de eso, volví a casa a empacar mis cosas.

Total que escapamos esa misma noche, y no sabíamos hacia donde ir luego de bajarnos en la estación de la siguiente ciudad. Teresita y Largur parecían demasiado unidos, y por suerte, el perro nos daba una buena dosis de protección, y ningun hombre se acercaba a nosotras.
Llevábamos unas pocas maletas mientras mirábamos el mapa del país.
—¿A dónde van? —una señora de gabardina negra y mirada severa y dulce a la vez nos interceptó. Tendría unos treinta años, y llevaba un apretujado vestido con corsé.
—Ahm… no lo sabemos —dijo Teresita.
—¿Están solas?

—Escapamos —aclaré, un poco intimidada a la mirada severa de esa mujer—. Buscamos trabajo, y un sitio donde quedarnos.
—Mmm… entonces ¿quieren trabajar? ¿Qué saben hacer?
—De todo —mentimos las dos.
—Bien, es suficiente para mí. Me llamo Green. Puede decirme señorita Green. Vengan. Las llevaré a la ciudad.
—¿En serio? —exclamé—. ¡Gracias! ¿Puede venir el perro?
Miró al animal con una ceja arqueada. Teresa lo abrazó con cariño y el animal le empezó a lamer la cara. Ella se portó igual de cariñosa, dándole besos en el hocico.
—Lo siento —dije como disculpa a Green—. Ama mucho a su perro. Demasiado, creo.
—Mejor así. Vengan.
Ese fue el inicio de nuestra vida con la señorita Green. Y desde allí, la vida para Teresa y para mí, cambió por completo.
Nos llevó hasta la ciudad a bordo de un coche de lujo, con asientos de piel. Bajamos frente a una apretujada y lujosa casa que se alzaba unos cuatro pisos, y parecía haber sido diseñada por un arquitecto borracho.
—Entren.
—¿Qué vamos a hacer exactamente? —preguntó Teresa.
—No molestes —le dije, golpeándole el codo—. Vamos a hacer nuestro mejor trabajo ¿vale?
Al entrar, nos vimos rodeadas por un montón de gente. Hombres de traje fumando cigarrillos o bebiendo tragos mientras jugaban al billar o los naipes. Parecían gánsters u otra cosa más. Teresita se sintió un poco asustada y su perro gruñó. Lo que más me llamó la atención a mí, fue que habían varias chicas semidesnudas, algunas incluso menores que nosotras, deambulando por entre los clientes vendiéndoles más insumos de perdición, como puros cubanos y botellas de wiski. Se dejaban tocar por ellos, y algunas hasta estaban sentadas en las piernas de esos sujetos.
—¿Lindo? ´—preguntó Green.
—Hermoso —sonreí sin alegría.
—¿Alejandra? ¿Puedes venir?
Una chica de tez blanca y con pelo en forma de hongo se acercó corriendo. Sus tetas pequeñas se balanceaban alegremente debajo de su vestido transparente. Llevaba una dimunuta tanga.
—Estas señoritas quieren trabajar. Estarán a tu cargo ¿vale? Dales algo sencillo.
—Sí, señora. Vengan, primores. Entremos por aquí.
Nos llevó a una habitación, que estaba ocupada cuando entramos. Una de las chicas de Green cabalgaba sobre un hombre desnudo.
—Están cogiendo —dijo Teresa, asombrada y sin dejar de ver cómo la muchacha se movía fuertemente sobre la pinga erecta del señor. Ambos ni nos tomaron en cuenta.
—Mira eso —golpeé a Teresa de brazo, y vi un montón de billetes esparcidos por el piso.
—Ese es mi dinero —dijo la mujer, mirándonos por encima del hombro. Su rostro demostraba un rictus de placer mientras la taladraban por completo.
—Ven, amor —llamó Alejandra a Teresa, y cruzaron al otro cuarto. Yo me quedé allí, mirando el coño dilatado de la otra muchacha. Se tragaba la pija entera, hasta la base. De inmediato comparé los huevos del señor con los de Alfredo, y eran un poco más pequeños los de él en comparación con los de mi viejo amigo. De todos modos, se sacudían cuando penetraba.
El ano marrón de la chica estaba algo diltado, y para mi sorpresa, se llevó el pene del tipo hasta esa cavidad apretada. Pensé que gritaría de dolor, pero no. Se abrió completito y se engulló el miembro.
—¿Te han enculado? —me preguntó, mirándome con curiosidad sin dejar de mover las caderas en círculos. Eso debería de estar destrozándole los intestinos.
—No…. Nunca.

—Me llamo Alondra.
—Scarleth.
—Ah… qué bonito nombre. Ah… ah… sí… así amor así…
—Eh… veo que estás ocupada.
—Enseguida termino.
Se movió con más velocidad, y después se quedó quieta. El hombre gimió fuertemente, como un toro, y cuando sacó su pija, chorros de leche espesa y blanca surgieron del anito de Alondra. Sus frondosas nalgas tenían la mano del tipo marcada.
La chica se levantó, con semen todavía chorreándole del culo. Recogió sus billetes y se puso una bata.
—Ven, sígueme.
—Ah, vale.
—Alejandra te dejó a mi cargo, y voy a enseñarte lo básico.
—Eres muy linda —fue lo que dije al ver sus turgentes senos.
—Gracias. Puedo ser tu mejor amiga si quieres ¡jeje! Ven.
Mi primer día en ese sitio fue… inolvidable.
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Listo! la vida de Scarleth cada vez se pone mas interesante ajaj
saludos, besos en sus lindas y ricas pijas, y espero verles pronto

4 comentarios - El diario sexual y morboso de Scarleth, parte 3

mirageeeeeeeee
increíble!!..no puedo dejar de leer
te vino bien esa follada jej
Soyyo277
Uuuuffff se va poniendo cada vez mejor, sabes como me pones 😉