Siete por siete (197): Mis acuerdos con Lizzie… (III)




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Compendio I

Durante estos últimos meses, he comprendido más de la naturaleza erótica de mi esposa.


Si bien es agradable tener su permiso para intentar seducir a casi todas las mujeres que me rodeen, también tiene sus inconvenientes.

Particularmente, me “sentía celoso” que Marisol se calentase más con las cosas que yo podía hacer con otras, que cuando estaba con ella, puesto que era un verdadero espectáculo volver a la habitación donde durmió mi cónyuge y apreciar que una bomba había estallado: las sabanas arrugadas y manchadas olorosamente con sus fluidos, su consolador brilloso y húmedo y mi esposa, prácticamente avasallada por sí misma, mientras que conmigo hacíamos el amor 2 veces y para cuando lehacía la colita, pedía paz y se rendía.

Sin embargo, en estos periodos de “tregua”, donde he podido llevar una vida de casado más normal, hemos podido canalizar parte de esa fogosidad en un jueguecito de dormitorio.

Consiste, más que nada, en que ella me describe una mujer que haya visto (una compañera de trabajo, una mujer que vio por la calle, alguna de las vecinas de nuestro edificio, etc.), tanto su aspecto físico como la impresión de personalidad que le dio y me pregunta qué cosas hablaría con ella, cómo la miraría, de qué manera empezaría a seducirla, a besarla, a tocarla y las cosas que le haría.

Me sorprende la facilidad con la que Marisol se humedece y la forma que su cuerpo se sacude, a medida que la voy tocando, conforme le describo mi forma de actuar. Incluso sus labios los noto temblorosos en esos momentos, a pesar que nos besamos con bastante frecuencia y sus pechos, complementados con su respiración, me terminan hipnotizando, con sus fresitas erectas y duras como diamantes, contenidos bajo su camisón de dormir.

A veces, también tengo que describirle cómo fue Gloria (mi secretaria) vestida ese día, qué cosas hablamos, cómo me miró o se comportó conmigo.

De hecho, algo que desbordó de calentura a mi esposa fue una simple broma que le jugué a Gloria, respecto si tendría inconvenientes a que compartiéramos habitación en nuestro próximo viaje a Sydney…

Mi secretaria respondió que las habitaciones son muy espaciosas y que “sería más cómodo para ambos, si es que ella tuviese dudas durante la noche…”

O bien, debo describirle con lujo de detalles las reuniones que tengo en la oficina de Sonia…

Aunque todavía lo mantenemos de manera profesional, reportándole el desarrollo de mis proyectos, cotejando sus correcciones y sugerencias y explicándole los motivos de algunas de mis decisiones, Sonia aun juega conmigo, intentando calentarme.

Basta decir que esos días, por lo general, usa faldas de cuero hasta las rodillas, las cuales les quedan bastante ceñidas y blusas blancas, que demarcan perfectamente sus pujantes pechos de madre lactante y no es de extrañarse que se termine apoyando en su escritorio a mi lado, exponiendo sus deliciosas caderas y apetitosos muslos, mientras conversamos.

Puedo notar, por la manera en que mira seriamente a través de sus lentes de marco cuadrado (los cuales le brindan una cualidad de “tigresa sexy e insaciable”), cómo me va tasando, viendo si caigo en sus encantos y ya van un par de ocasiones donde asegura tener un arrebato de calor (por lo que termina desabrochándose algunos botones de su blusa) o que se lleva un lápiz a la bocay comienza a succionarlo moderadamente, aduciendo que “necesita concentrarse”.

Pero en noches como esas (que estoy con otra mujer), Marisol me pide que no piense en ella o en mis niñas. Que me enfoque con la chica que estoy y “que la haga disfrutar”.

Y precisamente eso sucedió aquella noche con Lizzie.

Puedo decir con cierta satisfacción que aquel maravilloso elemental de la naturaleza se depilaba en sus partes nobles, tornándolas suaves y apetitosamente encantadoras para el tacto.

Recuerdo que se contoneaba despacio, mientras mis manos exploraban aquel preciado tesoro, restregándose con bastante gracia sobre mi hinchada hombría. Sin embargo (y tal como a Marisol le encanta), quería disfrutarla.

Su pelvis intentaba guiar hasta la punta de mi falo, pero el suave meneo de mis dedos la retenía y le robaba algunos suspiros en la reyerta.

Me incorporé un poco hacia la altura de sus mamas, pero solamente para soltar unos cuantos respiros y contemplarla a los ojos, en la más magnifica expresión de dicha, paz y satisfacción.

Para ilustrarles lo que sentía en esos momentos, su sonrisa pícara y mirada gatuna, con ojos entrecerrados, se jactaba de “llevar el mando de la situación”. Pero al mismo tiempo, esa leve desesperación porque su “caramelo” no llegaba donde ella quería.

Evidentemente, nuestra respiración se empezó a agitar y mis exploraciones ya le arrebataban quejidos más profundos de gozo. Sus manos se posaron sobre mis hombros y persistía saltando con ansiedad, deseando que ya ingresara en su interior como era mi costumbre.

Aunque puedo contenerme bastante, llegué a un punto que si ella no hubiese tomado la iniciativa, lo habría terminado haciendo yo: mi herramienta estaba tan hinchada, dura y venosa, que los más sutiles brincos de Lizzie me causaban dolor.

Por otra parte, la visión para ella era un tanto inusual: un pene erecto y muy excitado parecía nacerle de la unión de nuestros sexos, aunque estaba a la inversa de lo normal. Por este motivo, cuando se acomodó para ensartárselo, me dio una sonrisilla más maliciosa, en vista que yo también lo necesitaba con urgencia.

Y como siempre, fue bajando despacio. Nunca era una labor fácil y Lizzie disfrutaba cómo iba tensando sus tejidos levemente. Sin importar que yo estuviese a punto de eyacular, de alguna forma lograba contenerme, entrecerrando los ojos, pero perdiéndome en esa maravillosa calidez y refrescante viscosidad que emanaba desde su interior.

Con mis ojos cerrados y serenándome un poco de la experiencia, reflexionaba que la punta de mi pene se sentía como el mini-submarino del “Calypso”, adentrándose en las profundidades del mar (Algo que a mi esposa le causa gracia, en vista que ella nació años después de la muerte de Jacques Costeau).

Pero en aquella sublime experiencia, donde sus movimientos se ralentizaban, descendiendo solo por el apoyo de la gravedad, nos encontrábamos en el maravilloso Nirvana.

No sé por qué, pero cuando abrí los ojos, noté su labio inferior un tanto hinchado. Probablemente, se lo chupó durante su versión de los sucesos, pero también se notaba con ese “cansancio agradable”, previa al placer.

Un nuevo par de miradas con complicidad y nos empezamos a menear, subiendo ybajando. Sus pechos pendulaban maravillosos, con sus pezones bastante hinchadosy el movimiento era suave y calmado. Sin prisas. Era la noche y la íbamos adisfrutar.

Agarré sus suaves nalgas, subiendo y bajando, guiándola al ritmo que yo quería. Sus ojos se volvían a cerrar con gran placer…

*¡Nooo!- esbozó suave y lujuriosamente.

Pero era algo inevitable. Nuestro ritmo iba creciendo y el vaivén de la cama lo empezaba a manifestar.

*¡Por favor… para!- soltaba en suaves suspiros,implorando detener algo que le era completamente grato.- ¡Marisol… me va a escuchar!

Recuerdo que me causó gracia y eyaculé un poco, pero logré recuperar la compostura.

-¡Lizzie… Lizzie! ¡Marisol te quiere escuchar!-le insistía yo, con la voz suave que uso con mis pequeñas.

*¡No!... ¡Ya no sigas!... ¡No tan fuerte!- se quejaba desvalida.

Me reí un poco más y me afirmé de su cintura de reloj de arena.

-¡Lizzie!... ¡Lizzie!... ¿Piensas que Marisol se va a enojar si te escucha gritar?

Y eso, estoy seguro que sí le hizo acabar por primera vez. Como les menciono, al menos una vez al mes durante ese periodo, Marisol, Lizzie y yo montábamos un trio y ya no nos resultaba tan extraño e incómodo tener a mi esposa contemplándonos, mientras Lizzie y yo nos besábamos como verdaderos enamorados, teniendo relaciones delante de ella.

De hecho, era un poco incómodo y perturbador para nosotros apreciar a mi ruiseñor masturbarse con tanto entusiasmo.

Pero a pesar de todo (y supongo que yo influí bastante en ello), Lizzie respetaba a mi mujer y por esos motivos, los días eran exclusivamente de mi niñera y las noches, completamente de mi esposa.

Sin embargo, en algunas oportunidades sentí como que Marisol deseaba que durmiese con Lizzie, algo que realmente no me entusiasmaba, en vista que duermo mejor con mi esposa.

Pero regresando a los hechos, Lizzie se empezó a cargar como una olla a presión: yo persistía embistiéndola y estaba bastante profundo dentro de ella. Sus “No” se iban transmutando lentamente en “¡Ahh! ¡Ahh! ¡Ahh!” más enfáticos, doblegando sus prejuicios.

*¡No tan fuerte, Marco! ¡No tan fuerte! ¡Estás muy adentro!- insistía ella, dándome más carbón para mis movimientos.

-¡Vamos, Lizzie, grita! ¡Grita! ¡Mi esposa quiere escucharte gozar!- Le dije, embistiendo con perfidia.

*¡No, Marco! ¡Por favor, no! ¡Las niñas! ¡Las niñas me van a escuchar!- respondía, ya empezando el crescendo…

Mis manos bajaron hasta sus muslos y el ritmo que llevábamos era frenético. Prácticamente, no la dejaba escapar y eso la estaba desesperando.

-¡La puerta está cerrada y Marisol y yo tenemos sexo todo el tiempo! ¿Qué esperas?- le desafié una vez más…

Y con un estruendoso “¡Ahhh!”, Lizzie se desbandó…

*¡Más adentro! ¡Más adentro! ¡Lléname más rápido!¡Vamos! ¡Vamos! ¡Vamos!

El ruido era tempestivo y la atmosfera, húmeda, densa y pesada. Nuestros ojos se encontraban y ella ya no era la chica coqueta y risueña de todos los días.

Tampoco era de una pérdida o desequilibrada por el placer. Era de una mujer exigiendo su ración de sexo con prontitud…

La contienda la pude extender por solamente un par de minutos. El apriete de sus piernas realmente lastimaba mi cadera y cuando estallé, ella lo proclamó a los cuatro vientos.

*¡Síiiii! ¡Síiii! ¡Lléname! ¡Lléname otra vez!¡Oh, no! ¡Te siento! ¡Te siento tibio, en mi vientre!

Y arremetió con “besos animales”. De esos, donde la lengua es demasiado impaciente para permanecer en la boca.

Su cabello brillante estaba húmedo y desordenado, con un poderoso aroma a transpiración. En algún momento, su cola de caballo saltó hacia los lados…

Nos miramos y nos besamos nuevamente.

*¡Esto lo voy a extrañar!- decía con el entusiasmo eufórico de una subida de azúcar.- ¡Nadie me ha follado así!

La besé de nuevo y acaricié su mejilla, para que me mirara más calmada.

-¡Para mí, tampoco es fácil hacer esto!- le dije con sincero desanimo.

Y nos miramos con una sonrisa confundida…


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