Siete por siete (193): Debbie (III)




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Compendio I


Nos besábamos constantemente y ella, más movida por las necesidades de su cuerpo, se dejaba acariciar, pellizcar, lamer y besar a mi gusto, destapando años acumulados de hacer el amor sin excitación ni juegos previos.
Aun así, me sentía lo suficientemente responsable y dominante en la situación para velar que lo que ella sintiese fuera netamente placer y pudiese sacar la frustración que tenía encima.
-Doc… tengo que preguntártelo… - le dije, mientras la tenía prensada sobre la camilla.- Por favor… no pienses que soy perverso… y que lo hago por lascivia… pero necesito saber…
•¿Qué… necesitas saber?- medio preguntó, dejando mis labios momentáneamente para respirar.
-¿Cuándo fue… la última vez… que tuviste sexo… con Wilbur?
Sus ojos se dilataron rápidamente y antes que pudiera colapsar en un episodio de fuertes remordimientos, enterré mi lengua con violencia en sus labios, ahogándola casi de una manera desmesurada y no me detuve hasta que sus ojos empezaron a entrecerrarse.
-Lo hago… para estimar… qué tan estrecha… puedes estar… qué tan receptiva… serás a la penetración.
Esa última palabra le hizo reverberar levemente en un escalofrío. Era un hecho que tendríamos sexo y tanto su desarrollado intelecto, como su acalorado cuerpo, convergían ante aquella conclusión.
•Hacen… 2 años…-confesó, deteniendo un poco sus besos.
Sonreí y le acaricié los cabellos, asegurándole que lo que me acababa de confesar no tenía consecuencias en lo que estaba pasando entre nosotros.
-Bien… entonces, creo que irás tú arriba…- le dije, besándola coquetamente en los labios.
•¿Qué?
-¡Sí, Doc!- le expliqué, mientras seguía jugueteando con besos sobre sus mejillas.- Si voy yo… seré más impulsivo… y puedo lastimarte… si vas tú… podrás acomodarte… como desees…
Y fue en esos momentos que bajó sus manos y comenzó a palpar el instrumento que durante tanto tiempo, estudió y controló.
Todavía no me había desnudado, porque quería enfocarme exclusivamente en ella y me contemplaba con cierta admiración.
Me desabroché el pantalón y para “mi orgullo” (o en mi caso, vergüenza), la punta de mi falo se asomaba dura e hinchada, debajo de mi bóxer.
Cuando me terminé de desnudar, permanecía dura y pendulante, que no tardó mucho en sobar entre sus manos.
Entonces, me arrimé a su lado y casi empujándola de la camilla, le pedí que se acomodara sobre mí, riéndonos muy divertidos de la situación.
Recuerdo que se veía especialmente preciosa, a contraluz del foco. Si apreciaba solamente su sombra, su prominente melena la tornaba de edad indefinida, casi con el cuerpo de una jovencita.
Incluso, su busto no era tan generoso como el de Marisol, pero aun así, se mantenía erguido, haciéndolo llamativo para la vista, algo que no me esperaba para una mujer de su edad.
Sin embargo, lo que más votos se llevaban según mi cuenta era su prominente trasero, que si bien era plano, era bastante amplio y suave para agarrarlo.
No quise que cuando posteriormente colapsara en remordimientos (que era algo que presentía en el fondo de mi ser, acontecería cuando terminásemos), lo hiciera porque ella lo deseó y por ese motivo, fui yo el que sujetó mi falo y dejé que ella se acomodara sobre mí.
Tal vez, piensen que es una apreciación pueril de mi parte, pero si uno como hombre lo comienza a analizar, no hay nada más excitante que una mujer que busca el sexo de su pareja para satisfacerse.
Lo único que hice fue jugar con ella, mientras se acomodaba. Rocé su pubis un poco, antes de encajarla entre sus labios, lo cual disfrutó mucho y lanzó ese largo y maravilloso suspiro, al sentirme cómo entraba.
Empezó a dar breves “brinquitos”, apoyando sus manos en el borde de la camilla, a la altura de mis hombros, permitiéndome ver sus lindos pechos sacudirse, a medida que se iba acomodando.
Pero una vez que se introdujo lo suficiente, terminó irguiéndose perfecta y derecha, sonriéndome con satisfacción.
-Bien, Doc, ahora haremos lo siguiente…
•¡Llámame Debbie!- interrumpió, con una mirada coqueta y juvenil, rozando sus labios con su mano derecha, de manera sugestiva y libidinosa.
Originalmente, estas entregas las iba a denominar “La viuda”, pero como ese título iba a ser muy revelador y esta tomaría lugar recién en la segunda parte, decidí renombrarlo por aquella confesión que me dio en esos momentos de calma.
-¡No!- exclamé, igual de sonriente.- Prefiero llamarte “Doc”, para hacerlo más informal… además, esto es solamente sexo entre nosotros.
Aunque mi comentario fue un poco cortante, entendía perfectamente que lo hacía por nuestro mutuo beneficio, para mantener la relación doctor/paciente, por lo que su desagrado duró un par de segundos.
-Doc, quiero que ahora cierres los ojos y te concentres.- le ordené, para que aprendiera la manera en que me sacio, cuando no estoy con Marisol.- Quiero que pienses en Willie y cómo era hacer el amor con él. Que pienses en su cuerpo, en sus movimientos y que trates de recordar su aroma. Yo solamente, te prestaré parte de mi cuerpo y dejaré que tú lo busques y guíes por mí. Tú debes hacer el resto.
•Lo… lo intentaré.- respondió insegura.
Y empezó a moverse lentamente. Se mordía los labios y se veía muy sensual, pero era claro que en esos momentos, no estaba conmigo.
No buscaba mis manos, ni me besaba. Solamente, se concentraba en mover las caderas.
Paulatinamente, su galope comenzó a transformar su rostro en placer, sonriendo muy agradada. Sus suspiros se tornaron más pausados y tranquilos, mientras que sus caderas se movían con una inusual soltura.
•¡Willie!... ¡Síii!... ¡Mi Willie!- empezó a decir de un momento a otro, llenando su rostro de júbilo.
Empezó a tantear mis costados, siempre punteando con su cintura, buscando mi tacto y solamente, le cooperaba. Debbie mantenía los ojos bien cerrados, dado que eso rompería el encantamiento y finalmente, encontró mis manos.
Las acarreó suavemente hasta su cintura y me obligó a afirmarla. Confieso que en esos momentos, se sintió bastante agradable y peculiar, puesto que sus manos se sujetaron a la altura de mis codos y ella se concentró en su movimiento de caderas.
Debo decir que Wilbur fue un amante cálido y pacífico, ya que sus manos me guiaron suavemente a través de sus hombros, hacia su pecho. Sus pezones, erguidos en un maravilloso tono rosado, fueron coronados por mis dedos, que solamente se encargaron de acariciarlos, según la preferencia de Debbie.
Tras esto, comenzó a menearse de manera más serpenteante y rápida, a lo que yo iba descompasado con su placer, puesto que si bien, aún mantenía la erección, apenas me empezaba a calentar.
•¡Sí, Willie! ¡Sí, mi Willie! ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo!... ughh…
Y colapsó en un orgasmo. Con suerte, habrá galopado unos 7 minutos, según mi cuenta. La dejé que lo disfrutara unos minutos y se repusiera. Por su rostro lleno de satisfacción y mansedumbre, podía ver cuánto había disfrutado tener sexo imaginariamente con su marido.
-Bien, Doc, creo que es mi turno…- le dije, apretándola de las caderas.
Me quito el sombrero ante Willie, puesto que parecía tenerla tan gruesa como la mía. Sin embargo, me he acostumbrado a meterla hasta el fondo y todavía quedaba un poco para ingresar.
Ella lanzó un quejido ahogado, como si le hubiesen echado un balde de agua fría…
-¡Doc, mantén la imagen! ¡Mantén la imagen! ¡Piensa que sigo siendo Willie!
Pero la estaba atravesando, rozando piel que seguía siendo virgen.
•¡Oh, Willie!... ¡Oh, Willie!... ¡Estás tan grande!...- comentaba, suspirando y sonriendo muy contenta.
Y la tenía que forzar, porque quería meterla hasta el fondo.
Estimaba que quedaban unos 2 o 3 centímetros afuera, lo suficiente para que pasara un poco de aire entre nosotros y aunque la humedad proveniente de su cuerpo venía con cierta tibieza, estoy acostumbrado al roce de piel.
Empezó a acomodarse mejor, para que entrara completa. Eran increíbles los movimientos de caderas y la flexibilidad que Debbie podía dar, para menearse de aquella manera.
Pero también pude notar parte de ese orgullo de mujer, que trata de disfrutar al máximo a su hombre. Esa propia búsqueda de autosatisfacción, al saberse capaz de introducírsela completa y verse qué tan capaz es para disfrutarla y aguantarla en su interior.
Así me pasaba con Hannah, en faena (y a quien espero volver a ver a final de mes, dado un viaje por trabajo, para coordinar las operaciones de costa a costa, tras casi medio año de habernos despedido). Para ella, alrededor del tercer o cuarto mes que compartíamos la cabaña por las noches, se encargaba de acomodarse lo suficiente para que, aparte que entrara completa en ella, rozara con la punta los labios de su útero, algo que su esposo no podía lograr, lo que le resultó altamente adictivo y el motivo de mi constante preocupación porque ella se tomara anticonceptivos, en vista que empezábamos a dejar de lado los preservativos.
Veía en ese rostro ligeramente perverso, que ella ya no buscaba a su cónyuge en mí, sino que empezaba a palpar más y más mi cuerpo, en especial mi vientre, que si bien no está del todo tonificado, se aprecia más llamativo gracias a las rutinas de trote que tenía una vez a la semana.
•¡Sí, mi Willie!... ¡Sí, mi Willie!... ¡Quiero más!... ¡Máas!...- trataba de engañarme, pero podía ver que en su lujurioso rostro de gozo, no lo buscaba ya a él.
Se la empalaba con violencia, gozando cada milímetro que lograba incrustarse, mientras yo me afirmaba de su sedoso trasero, forzándolo más y más a su interior.
No quiero decir que la estaba desgarrando por dentro, pero como ya mencioné, aquella piel estrecha que palpaba en su interior llevaba muchos más años sin sentir la presencia de un hombre y la cantidad de fluidos y la manera en que ella se movía, era la más delatadora muestra que Debbie se estaba enfocando en su propio placer.
Eventualmente, nuestros cuerpos se encontraron y ella halló una gran felicidad al rozar mis hinchados testículos con su entrepierna, serpenteando maravillosamente, deseando que me descargara.
•¡Sí, mi Willie!... ¡Sí, mi Willie!... ¡Dámelo todo!... ¡Todo!- demandó ella.
Y luego de proporcionarle unas 5 o 7 estocadas violentas, logré complacerla, bañando su interior con tibia leche.
Se sacudió un poco, resoplando, como si tratase de albergar mi corrida lo mejor posible.
•¡Ha sido maravilloso! ¡Gracias!- Expresó ella, con una cara de alivio.
-¿De qué hablas? Ha sido solo mi primera vez…- exclamé, fingiendo confusión.
Me miró con un leve temor…
-¿Qué? ¿Nunca te han dado 2 veces seguidas?
Trató de mirar hacia el lado, fingiendo no saber de qué hablaba, pero bastó sentir un suave y cadencioso movimiento de mi parte para saber que seguía vivo en su interior.
•¿Qué… comen los jóvenes de hoy?- preguntó, disfrutando un poco de la inesperada sensación.
-No lo sé. No soy un “millenial”.-respondí, empezando a besarla de nuevo.- Soy del principio de los 80… todavía creo en los valores de familia…
Me empecé a menear suave en su interior. Nos besábamos con dulzura y calma y de a poco, comencé a ubicarla debajo de mi cuerpo.
Nuestras caricias tomaban mayor intensidad y sus ojos abiertos le permitían disfrutar de mí, en lugar del recuerdo de su difunto marido.
Por mi parte, ella traía tanto recuerdos de Hannah, como de mi esposa, al mismo tiempo.
Debbie debe medir 1.73 (un poco más alta que Marisol); rubia teñida (Hannah es rubia natural), pero con cabellos largos y lisos, al igual que los de mi esposa, también con ojos verdes. Sus pechos son un poco más robustos que los de Hannah (quien debe bordear los 86-87 cm., Debbie tendrá alrededor de 92 y Marisol, con unos 98 muy jugosos y coquetos), aunque con la gran diferencia que el trasero de Debbie es mucho más amplio y plano que las 2.
Pero en esos momentos, estaba enfocado en ella. Quería hacerla gozar, no tanto por satisfacer la memoria de su difunto esposo, pero más por las mías.
Nos besábamos con furia, enroscando nuestras lenguas sin orden alguno y bombeaba cada vez más fuerte en su interior. Amasaba sus pechos con un poco de violencia, pellizcando sus enhiestos pezones, brindándole un gozo inalcanzado para ella.
Mi compás la desgastaba frenéticamente, percibiéndolo en los alargados suspiros que salían entre sus besos.
Mis manos recorrían su cintura, su espalda y trataban de llegar a sus redondeados glúteos, deseosos de estirarlos y comprimirlos a placer.
Contemplaba sus pechos erguidos y los mordisqueaba y la lamía de una manera descontrolada, pero refrescante para ella, quien no paraba de gozar la sensación que nacía entremedio de sus piernas.
Estaba convencido que podía pedirle casi todo, cuando la incrustaba hasta el fondo. Se le notaba completamente entregada al placer.
Luego de acabar una vez más, enterrado profundamente en su interior, pude sentir el palpitar de su cuerpo, al recibir el cálido jugo de la vida en su vientre.
Colapsamos en silencio, con lamidas ocasionales en los brazos, hombros y lo que quedase al alcance de nuestras bocas y nos volvimos a mirar.
•¡No puedo más!... ¡No puedo más!...- exclamó un poco desesperada.
-¡Vamos, Doc! ¡Estás fuera de forma!- respondí en tono de broma.- ¿Cómo pretendes salir con hombres, si no aguantas tener sexo 2 veces?
Evidentemente, era algo que la sobrepasaba de sus fuerzas…
•¡Yo… ya no puedo! ¡Estoy muerta!
-¿Lo ves, Doc? Lo mismo me pasa con mi esposa… y ella puede aguantar 4 horas conmigo…
•¿4 horas?- preguntó, completamente desconcertada y sin siquiera dudarlo.- ¿Y no te cansas?
-¿De ella, Doc? ¿De la mujer que escogí para toda la vida? ¡Para nada!- le dije, sonriendo maliciosamente, llegando hasta estremecerme en la punta de mi rabo.- ¡Doc, con mi esposa felizmente podría pasar 8 horas, sin cansarme, disfrutando de todos sus agujeros!
Y es cierto: las pocas oportunidades en que los hemos hecho, así ha sido. Sin embargo, ella termina adolorida y demasiado cansada, por lo que ha sido algo que nos ha salido de manera esporádica o en condiciones muy especiales, al menos una vez al año. Aun así, no me retracto ni me canso de dormir con ella.
•No… yo estoy muy vieja… no puedo hacer esto…
-¡No digas eso, Doc! Es solamente falta de practica…- Le dije, punteándola una vez más, con mi aletargado, pero vivo falo entremetido en su interior.- Eres sexy, Doc… e imagino que con el hombre adecuado, podrás disfrutarlo más de lo que tú piensas…
Ella me miró más tranquila…
•¡No! Con esto, ya estoy bien…
Y empezó a sacársela entremedio de sus piernas, disfrutando un poco más del roce en su canal vaginal.
Esbozó otra leve sonrisa al verla semi- erguida, dispuesta a la acción. Creo que pensó en mamarla un poco más, pero desechó lamentablemente rápida esa idea.
Sin embargo, cuando se agachó (tras trastabillar un poco al caminar) para recoger su calzón banco de encaje, aprecié ese rotunda calabaza que se destacaba por detrás y un vigor intenso, combinado por una sed de venganza descomunal, me volvía a templar…
Posándome detrás de ella, silencioso y sin atisbo de querer vestirme, le agarré de la cintura, antes que levantase su prenda y le pregunté.
-Dime, Doc… ¿Alguien te ha hecho un examen a la próstata?


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1 comentario - Siete por siete (193): Debbie (III)

pepeluchelopez +1
Genial¡ abrazos
metalchono
Gracias. Imagino que debes estar igual, pero no pierdas el optimismo. A mí, una preciosa "niña gato" me dijo que el amor estaba a la vuelta de la esquina, que había que abrir bien los ojos y tu propio manga romantico se desencadenaría. Por supuesto, ella tuvo que tomar iniciativa y estrenar su primer beso en mis labios para demostrarlo, pero ese ligero cambio alteró completamente mi mundo. Saludos y que estés bien.