Siete por siete (192): Debbie (II)




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Compendio I


Creo que los 2 quedamos pasmados. No habían transcurrido más de 15 minutos desde que llegué y me había corrido de una manera bestial sobre la mujer que durante meses, había sido mi uróloga.
Recuerdo que en mi estupor, contemplaba sus lindos ojos verdes, medianamente perdidos. Su mano derecha permanecía agarrotada, con la forma vacía de mi pene, sin poder reaccionar a lo que había pasado recién entre nosotros.
Por mi parte, estaba maravillado. Hasta esa tarde, creía que solamente Marisol me podía hacer eyacular tan rápido y de esa manera tan cuantiosa y que obviamente, no lo hacía siempre, porque terminaba su diversión demasiado pronto.
Aun así, fue ella la que reaccionó primero.
•¡Lo tuyo huele bastante fuerte!- exclamó, percatándose de una mancha de semen que salpicó la manga de su delantal.
-Doc, ¿Qué fue eso? ¿Qué pasó, Doc?
Pero ella simplemente, me ignoró. En realidad, aparte de oler su mancha, relamió de manera inconsciente la comisura de sus labios y se puso de pie, abriendo la puerta y marchando por el pasillo.
Estoy seguro que ni ella misma sabía qué nos pasó. Se encerró en el baño, donde me tomaba las muestras y sentí el agua correr.
Por mi parte, estaba obsesionado con una respuesta y preguntaba lo mismo una y otra y otra vez, golpeando la puerta para que saliera.
-Doc, ¿Qué fue eso? ¿Qué nos pasó?
No obstante, al poco rato regresó mi lógica y curiosamente, también parte de mi frustración: en esos momentos, me sentía bastante molesto, puesto que había “pagado por un servicio” (completamente distinto, aunque probablemente, del mismo precio, por la eficiencia que Debbie me había dado) que todavía no me entregaban.
Lo más curioso e irritante de todo fue que para no llamar la atención a los registros de mi compañía, me atendía de forma particular y cancelaba tanto al contado, como en efectivo (lo cual me resultaba muy complicado), para así poder mantener la discreción de mis visitas.
Y debido a esa obsesión compulsiva que reside en mí y que me impide dejar pasar tan fácil las cosas que se salen de mis planes, había decidido que no me marcharía, hasta que Debbie me hiciera los exámenes correspondientes.
Por su parte, creo que se lavó y esperó un poco, para asentar su lado racional también y una vez que armó una defensa moderada, salió del baño.
•¿Sabías tú que en Junio, quedé viuda?- preguntó, con bastante molestia.
-No, no lo sabía.- exclamé asombrado
•Así fue.- prosiguió imperturbable.- A los 84 años, Wilbur tuvo un colapso cerebro-vascular, en medio de la universidad. Se preparaba para volver a casa y tras 3 horas de buscarle, lo encontraron en el descanso de una escalera, en camino a los estacionamientos, con su gabardina, su sombrero y maletín en mano.
Esos últimos detalles los señaló con una sonrisa cargada de dolor. Me era claro que ella conocía y amaba las manías de su esposo, porque también, mi esposa se ha acostumbrado a las mías.
-¡Lo siento, Doc! ¡Nunca me lo dijiste!
La manera en que me miró, me sorprendió bastante. Era fría y dura, pero había en ella, un estoicismo admirable.
•¿Por qué te preocupas? Eres mi paciente y yo soy tu doctora…
Diciendo eso, marchó de vuelta a la oficina…
-¡Doc, no puedes decir eso!- le dije, ajustando el botón del pantalón.- ¡Te he contado todo sobre mí!
Si bien, Debbie me había hecho desnudar y acabar bastante rápido, su errática manera de actuar y el hecho de irse a encerrar en el baño me forzó a vestirme de nuevo.
Aun así, era admirable la manera en que Debbie cerraba su vida personal, para advocarse netamente a la profesional.
•El asunto es, que desde que Wilbur murió, he empezado a obsesionarme más con mi trabajo…- dijo, luego de refugiarse tras su escritorio.- Vale decir, he empezado a sentir cosas… que nunca había sentido antes.
-¿Cómo qué cosas?
•Calores. Deseos. Errores en mi juicio…- comentó ella, de una manera particular y un tanto sobreactuada, que me convenció bastante por su manera analítica de ver las cosas.
-En otras palabras, estás caliente…-repliqué mordaz.
Eso le ofendió.
•¡No! ¡Es solamente mientras trabajo!... ¡Y es con algunos pacientes!
Me esforcé por no reírme y ella me ignoró.
•Tal vez… me estoy poniendo vieja… y deba retirarme.
-¡Doc, estás loca!- respondí, sin poder contener más la risa.- ¡Estás caliente!
•¡No! ¡No puedo estar caliente!- respondió firme y enérgica. -¡Llevo 37 años trabajando y nunca me he excitado por un paciente! ¡Eso no me pasa! ¡No va conmigo!
Y logré recuperar la compostura…
-Solo dime algo, Doc… y sé completamente honesta. ¿Es algo que puedes controlar o te queda dando vueltas en la cabeza?
Su atónita mirada era la única respuesta que necesitaba…
•No puedo evitarlo.- Admitió.- Hay pacientes… que se van… y no paro de pensar en ellos… pero no fantaseo con tener sexo con ellos… ¡Y no estoy caliente!…
Me dio lástima contemplarla tan perturbada. Se estaba dando golpes con la única respuesta, que por muy inverosímil que le pareciera, debía ser la verdad y que su obtusa y analítica mentalidad se rehusaba a aceptar.
-Doc, pienso que es normal. Extrañas la intimidad con tu marido…- señalé en un tono más serio.
•¡Wilbur y yo apenas teníamos sexo! ¿Cómo puedes pensar eso?- exclamó ofendida.
-¡Te equivocas!- respondí, con cara de póker.
Sus ojitos verdes dilatados al fin acallaban a sus impertinentes labios, en busca de una respuesta.
-Es lo que nunca me has creído de la relación que tengo con Marisol.- Señalé de forma pausada.- ¡Doc, yo no busco otras! ¡Yo proyecto a mi esposa en mis amantes!
•Pero eso es distinto…- interrumpió enfadada.- Willie y yo nos amábamos y nos comprendíamos y sabíamos que no podíamos tener sexo por nuestras ocupaciones.
-¡Doc, te equivocas de nuevo!- repliqué, manteniéndome serio.- Para ustedes, la abstinencia era una opción… y si me dejas terminar, tal vez comprendas por qué veo lógica en lo que sientes.
Posó sus manos sobre el escritorio y apoyó las muñecas, bajando más los hombros, en clara señal que sería más receptiva. Me miraba molesta, pero sabía que yo era una de las pocas personas que realmente, podía darle una explicación coherente a lo que estaba sintiendo.
-Doc, para ti y para Wilbur, escogieron no tener sexo y fue su elección. Si Wilbur sintió lo mismo que yo siento por mi esposa, puedo decirte que trató de ser delicado.- confesé, sincerándome a corazón abierto.- Para mí, Marisol es una flor suave y me preocupa constantemente que por mi imprudencia o por mi permanente lujuria hacia ella, la termine alejando. Trato de contener al máximo mis impulsos y me postro ante sus más sublimes deseos y si ella no está de ganas, intento contenerme.
En muchos aspectos, pienso que Marisol y mis pequeñas son una droga para mí, que me tienen atado a la realidad. Sin mi esposa y mejor amiga, dudo que hubiese esforzado lo suficiente para salir al extranjero o inclusive, adquirir el cargo que manejo ahora.
Por otro lado, de no ser por mi esposa y mis pequeñas, lo más seguro es que sería un trabajólico compulsivo que vería pasar la vida por el lado, sin disfrutarla, tal cual debió pasarle a Wilbur.
-Antes, Doc, tú podías decidir no tener sexo con Wilbur y eso no te importaba, porque permanecía a tu lado. Pero ahora, no tienes opción y aquella “sed por intimidad”, que pospusiste por tanto tiempo, te está afectando.
Su mirada se tornó grave y preocupada. En su ajetreada y calculadora vida, parecía no haberse dado el tiempo para sopesar lo suficiente a quién tenía al lado.
•¿Y qué hago?- preguntó, conmoviéndose en lágrimas.- No puedo pensar. No puedo comer. No sé qué hacer.
-No lo sé, Doc.- respondí con franqueza.- Es algo que te perseguirá por el resto de tu vida y la única opción que se me ocurre… es el sexo.
Me dio una mirada de odio profundo…
•¡Nunca fui infiel a Wilbur y no lo voy a ser ahora!- replicó enérgica y colerizada.
-Tú misma lo dijiste, Doc: Nunca lo fui.- exclamé impasible.- Cuando me casé con Marisol, prometí amarla hasta el final de mis días y así ha sido. Pero en tu caso, Wilbur partió primero y ya cumpliste y él, si te amó tanto como yo amo a mi esposa, le gustaría que rehicieras tu vida.
Se mantuvo en silencio por unos momentos. Había experimentado demasiadas emociones y debía decantar un poco sus ideas.
Revisé el reloj y apenas eran las 7:15. Había perdido media hora desde que llegué y comenzaba a resignarme que no me haría los exámenes.
•¿Y cómo… cómo lo hago?- preguntó, casi con un hilo de voz, que rompió el silencio.
Me miró sorprendida y avergonzada. Imaginen a una dama, buscando saber los pecaminosos y mundanos placeres de la carne…
-Hay varias maneras, Doc.- respondí enérgico.- Si necesitas un desahogo rápido, puedes ir a un bar. Podrás ser mayor, Doc, pero eres bastante sexy…
Que le dijera “Sexy” hizo aflorar una tímida y coqueta sonrisilla.
-Si quieres algo más discreto y duradero, existe el internet. Hay foros donde no necesariamente tienes que conocer al individuo con el que sales y puedes tener sexo virtual, si lo deseas. Claro, te recomendaría antes que compraras un buen consolador, antes de empezar…
•Tú pareces saber mucho de esto…- comentó, con mayor interés...
-Doc, no en vano dejé de ser virgen a los 28.- respondí, riéndome un poco de mi vida.
Y la conversación la comenzó a girar ella, hacia los derroteros que me obligan a relatarla…
•Pero, ¿Sabes?... yo no quiero una relación duradera. Necesito algo… vigoroso… fuerte…- exclamó, como si buscase inspiración.- algo casual… pasajero.
A pesar que me miraba en todo momento, no me daba por aludido, ya que seguíamos conversando con seriedad.
-Pues, el internet y los sitios de citas deben ser lo tuyo…
Se puso de pie, caminando despacio alrededor de su escritorio y se apoyó en este, sentándose a mi izquierda.
•En realidad… preferiría que fuese uno de mis pacientes…- exclamó, mirándome directamente a los ojos con deseo.- Alguien sano… experimentado… que no le importase acostarse con cualquiera.
Eso último me ofendió…
-¡Wooo! ¡Wooow, Doc! Entonces, no me estás entendiendo.- le aclaré.- Yo no me acuesto con cualquiera. Por lo general, siempre siento algo antes.
•¿Y sientes algo por mí?
Le miré con benevolencia.
-Doc, por supuesto que sí. ¿Piensas que le diría todas las cosas que conversamos a cualquiera?
Su lindo semblante tuvo el más tierno de los enrojecimientos, contrayéndose levemente en una mueca de quinceañera.
-Doc, eres sexy… e imagino que debes ser una fiera en la cama. Esos pechos… ese trasero… no habría nada que no te hiciera.
Podía darme cuenta que se empezaba a prender. Aun así, mantenía ese aire de mujer recatada.
•¡Cuidado! ¡Podría ser tu madre!
-Pero no lo eres…- repliqué enérgico.- Mi madre es bajita, más gordita y de cabello oscuro. En cambio tú, eres más joven, más alta, con una curvilínea figura y rubia…
Eso la terminó de encender. Nos dimos un beso apasionado y candente, donde primó la succión de los labios.
Logré forzar mi lengua, para su sorpresa, mientras ella se colgaba de mis hombros y yo sobaba su trasero, apegándola hacia mí.
Nos mirábamos, devorándonos mutuamente la lengua, teniendo a nuestra completa merced nuestros cuerpos y sabiendo de antemano que, sin importar lo que hiciera la otra persona, lo disfrutaríamos en su plenitud.
-Doc… quiero verte los pechos… necesito verlos…- le dije, mientras la iba desabrochando de su camisa y lamiendo mi camino hacia ellos.
Ella lanzaba unos quejidos de lo más sensuales, que jamás los hubiera imaginado.
•¿Te gustan?... siento que están ardiendo en fuego… por favor, lámelos…
Al desabrochar lo suficiente su camisa, encontré un sostén blanco, que por un momento pensé que sería un “push- up”…
Pero para mi mayor sorpresa, estaban rellenos de una blanquecina y suave carne, que tenía una contextura particular, completamente desconocida para mí.
Cuando se lo dije a Marisol, le expliqué que no eran como sus senos, que se mantienen pujantes y rellenitos, que prácticamente se hacen destacar por sí mismos.
Los de Debbie eran más blandos y maleables, con una tibieza que brinda el paso de los años y la mesura de mantenerlos ocultos.
No me fue fácil describirlos…
Pero mientras me prendía del pezón y lo succionaba, brindándole un placer completamente insospechado, mi derecha ya se hacía paso entre medio de su falda y acariciaba su calzón humedecido.
Lanzó un poderoso alarido, porque su atención seguía enfocada a mi boca chupando su pezón y cuando le bajé la falda, su cuerpo era un verdadero maniquí a mi disposición, decidiendo apoyarse semi-desnuda en el escritorio, como yo se lo ordenaba.
Cuando vio que le dejaba de succionar el pecho y comenzaba a agacharme, me dio la más adolorida de sus miradas. Sin embargo, al percatarse que estaba de frente a su vulva desnuda, cubierta por largos cabellos negros, humedecidos por los jugos del placer, su rostro se llenó de espanto y otro poderoso alarido retumbó por las paredes, cuando sintió mi lengua retorcerse en su interior.
Estaba apretada y mis dedos apenas lograban entrar por su vagina. No obstante, la marejada de sensaciones placenteras e insospechadas que la estaban bombardeando, ocasionaban una seguidilla de pequeños y discretos orgasmos, que se iban consolidando en grupos más grandes.
•¡Ahhhh!... ¡Ahhhhhhh!... ¡Máaaaas!- pedía ella, jadeando sin parar.
Y cuando finalmente, logré abrir sus labios y deslizar por primera vez la lengua por el interior de su cuerpo, un poderoso escalofrío la recorrió, desde las piernas hasta la cabeza, desembocando en una poderosa detonación proveniente de su interior.
•¡Gaaaah!- fue lo único que exclamó, ante aquel enorme orgasmo expansivo, que inundó mi rostro.
E inconscientemente, empezó a deslizar su sexo sobre mi boca.
•¡Por favor, no pares!... ¡No pares!... ¡Lo necesito!... ¡Lo necesito!- exclamaba ella, impaciente y libre de toda atadura psicológica.
Pero empecé a besarla, subiendo por su vientre, sin parar de meterle dedo. Me acurruqué entre sus senos y ella lanzó un profundo suspiro.
-¡Doc, tengo que metértela!- le dije, con una sonrisa bastante seria.
•¡Sí!... ¡Lo que quieras!... ¡Donde quieras!... pero, por favor… no pares… no vayas a parar…
Y así fue que la ubiqué en su propia camilla…


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1 comentario - Siete por siete (192): Debbie (II)

moshang +1
Excelente continuación...
Gracias por compartir!
metalchono
¡De nada! Acabo de subir la 3ª parte y muchas gracias por comentar.