Siete por siete (191): Debbie (I)




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Compendio I


Aún recuerdo esa tibia tarde de marzo…
•¿Has sido un muchacho bueno?- preguntó con esa manera burlona y maternal, mientras se colocaba su guante de látex.
Dudé un poco al responder.
-Creo que sí… solamente estuve con mi esposa y mi niñera… y con mi amante del trabajo, que nos invitó para su primer aniversario de matrimonio a Perth, para San Valentín…
Sus fríos ojos verdes, contemplándome con gran detenimiento, me hicieron titubear un poco en mi respuesta…
-Pero después, una antigua amiga me invitó a Melbourne… y me pidió de favor que la tratara de embarazar…
Bajo la máscara quirúrgica, percibí una sonrisa bastante pícara de su parte…
•¡Muchas millas de viajero!- comentó muy divertida con mi relato.
Esa sonrisa me hizo bajar la guardia y tentando mi suerte, le revelé el resto.
-Y cuando volví a casa, nos visitaron 2 gemelas que conocimos durante las vacaciones, el verano anterior…
Fue en esos momentos que me di cuenta que transgredí algún tipo de principio. Su mirada se mantuvo imparcial y profesional, como siempre, pero algo me decía que me lo haría pagar.
En el fondo, lo buscaba. Era el nexo que nos unía en esa extraña relación…
Caminó por el lado de la camilla, acarició levemente mis glúteos y en lugar de meter el dedo del corazón, como lo hacía cada vez para “auscultar mi próstata”, se las arregló para incrustar también el índice y el anular, sometiéndome a una molestia que me la tenía más que merecida.
Debbie (así se llama la mujer que fue mi uróloga y confidente durante mi estadía en Adelaide) es una maravillosa mujer de 62 años, que aparenta unos 50 y algo, bien llevados o a lo sumo, unos finales de 40, que se marchan con mucho estilo.
Rubia y melenuda, con un busto bastante alzado y desafiante para su edad, una cintura discreta y un trasero plano, pero con 2 muslos carnosos, era la mujer que cada 3 o 4 meses me controlaba por enfermedades venéreas.
Era, sin lugar a dudas, una “especialista en penes”, en todo el sentido médico, aprendiendo muchas cosas bajo su amparo. Y nuestra relación, más que de ser paciente/doctor, era más bien madre adoptiva/ hijo.
Compartíamos muchas visiones morales respecto al matrimonio y me atendía con ella porque era la única capaz de reprenderme por las infidelidades que cometía hacia mi esposa, algo que constantemente necesitaba.
•Entonces, ¿Por qué te casaste, si cada vez engañas más a Marisol?- preguntó en una oportunidad, deteniéndose en su labor.
-Doc, yo estoy enamorado de mi esposa y no me imagino pasar la vida con nadie más…
Sus ojos se afinaron en desconfianza, apretando levemente la base de mi falo, ocasionándome dolor.
-Para mí, ella es única… y le haría el amor todo el tiempo. Pero se agota fácilmente… y sí… tal vez, sea más libidinosa y puta que otras… pero es la que más me gusta.
Fue entonces que retomó la lenta masturbación que durante cada consulta me hacía, un poco más satisfecha con mi respuesta.
-Y no se trata que busque mujeres en todos lados… casi siempre, son algunas y son ellas mismas las que toman la iniciativa…
•Pues, podrías bien decir que no…-reprochaba, con bastante lógica.
-¡Lo sé, Doc! Y créame que cada vez que lo hago, me sigo sintiendo culpable… pero si viera a Marisol en esos momentos, cuando hacemos el amor…
Nuevamente, se detenía y me contemplaba muy interesada…
-¡Se ve hermosa, Doc! ¡Quedamos exhaustos y ella brilla! Se acomoda a mi lado y la siento contenta. Cariñosa y más dulce que nunca, porque está tan satisfecha como yo… y yo, por remordimiento y por culpabilidad, la trato de complacer con golosinas o regalitos, intentando enmendar mi error. ¡Es por eso que le soy infiel, Doc! ¡Porque ella está más feliz!
Aun así, tampoco miraba con buenos ojos mis acciones y eventos como ese, de meterme con 2 gemelas en una noche, hacían que se desquitara cada vez que me hacía un examen a la próstata.
Mi rutina consistía en presentarme en el mesón con Bianca (su secretaria/ asistente) para que me cediera los recipientes para tomar las muestras, cuyos tamaños eran similares a las antiguas cajas donde guardaban rollos fotográficos.
No sé si hubo otros que protestaron al respecto, pero Debbie me explicó que ese tamaño era el adecuado para las muestras que se enviaban al laboratorio y que en mi caso, terminaba casi desbordándolo y manchándome con mi propio semen, por lo que me cedieron un pote más grande.
Posteriormente, esperaba en la sala de espera hasta que fuese mi turno y Debbie me hacía pasar a la camilla, con los pantalones abajo, porque cada vez, me hacía un examen a la próstata y cada vez, debía confesarle en tan comprometida posición el número de parejas con las que estuve.
Después, me hacía recostarme en la camilla y empezaba a masturbarme a un ritmo parejo y mesurado, que me tenía con una erección latente por unos 45 minutos, donde ella untaba algunos líquidos y soluciones que según ella, cumplían la función de desinfectarme y que “también compensarían a Marisol por ser un niño malo”, según sus propias palabras.
Pero los 2 sabíamos que no era un procedimiento del todo normal, dado que nunca usaba guantes para aplicar dichas sustancias. Tampoco estoy diciendo que había una “relación sexual latente” entre nosotros durante cada sesión, porque a pesar del inusual y poco ético tratamiento de la situación, simplemente conversábamos de los temas más diversos y entre estos, a veces salía su propio matrimonio.
Al igual que a Marisol le pasó conmigo, Debbie se enamoró a los 24 años de Wilbur, un profesor de la universidad de 46 años, divorciado y según ella, un hombre de lo más interesante.
Física y sexualmente no le resultaba demasiado atractivo: era calvo, de lentes, complexión delgada y un verdadero genio en las ramas de la biología. Cada vez que conversaban, se mesmerizaba con los profundos discursos de Wilbur, condensando esa admiración en un enamoramiento de la mente, al punto donde decidió casarse con él.
Sin embargo y a diferencia de muchos de los relatos que se ven por aquí, ella se mantuvo fiel a su marido y poco le importaba que se perdiera un trimestre en otro continente, a causa de una investigación o que sus horarios nunca coincidieran cuando estaban en la misma ciudad, porque el sexo casi no les interesaba.
De hecho, hacían el amor una vez cada 2 semanas, solamente para aliviar tensiones físicas y por la manera que lo expresaba, nunca duró más allá de 2 horas.
De hijos, si es que los desearon, fueron realistas y se dieron cuenta que con los ajetreados estilos de vida que llevaban, sería imposible criarlos, por lo que Debbie pasó a la menopausia sin remordimientos.
Y a pesar que en su rubro, las posibilidades de ser infiel eran bastante amplias, en realidad se enfocaba en la anatomía masculina desde un punto de vista netamente científico.
No recuerdo exactamente cuándo contacté a la consulta, pero imagino que debieron ser los últimos días de noviembre.
-¡Hey, Bianca! ¡Soy yo!- respondí al monótono saludo de la recepcionista, anunciando el nombre de la consulta.
•¡Hey, Marco! ¿Cómo estás? ¿Ha llegado el tiempo de otra revisión?- preguntó en un tono mucho más animoso.
-Sí… bueno… más bien la última.
•¡Ohh! ¿Por qué? ¿Has cambiado de especialista?- comentó con cierta indignación.
-No… no se trata de eso. Es solo que me han ascendido en mi trabajo y debo reubicarme en otra ciudad.
•¡Eso no está bien! ¡Deberías quedarte a vivir aquí!- exclamó alterada.
Debo destacar que la recepcionista tendrá unos 27 años, a lo sumo y que no estaba mal para la vista y que cada vez que iba, me tiraba algún tipo de indirecta erótica, como ayudarme a sacar las muestras de semen con su mano, por ejemplo.
-¡Lo sé, Bianca!... pero solo necesito una hora de consulta.- repliqué, cansado de dar explicaciones a alguien que no las iba a aceptar.
Y me cedió una, para el día martes, a las 5 de la tarde.
Sin embargo, alrededor de las 8 y media de la noche del mismo día que llamé, mientras lavaba la loza y Marisol acostaba a las pequeñas, el teléfono repicó.
•¿Aló? ¿Se encuentra Marco?
-¿Doc?- Pregunté confundido por la voz en el teléfono.
•¡Sí, soy yo!- respondió en un tono más dulce y maternal.- Bianca dijo que solicitaste una hora para el martes. ¿Es eso cierto?
-¡Sí! Me la dio para las 5.
Hubo un breve silencio.
•Temo que no será posible atenderte a esa hora. Estoy muy ocupada, pero podría atenderte el viernes, a las 7, si no tienes problemas.
Me hizo ruido esa sugerencia, porque la consulta cerraba a las 6. Pero aun así, acepté.
Al poco rato, llegó mi esposa.
+¿Quién llamaba?
-Era mi doctora, para decirme que me cambiaron la hora de atención.
+¡Ohhh!- exclamó, con una sonrisa naciente.- Y dime, ¿Por qué el cambio?
-Dijo que estaba muy ocupada.
+Pero tú dices que a esa hora no atienden…- replicó, al instante, con su sonrisilla más marcada.- ¿Y por qué te llamó ella y no la asistente?
-¿A dónde quieres llegar, Marisol?
Sonrió con modestia.
+No digo nada… solo digo que a lo mejor, quiere darte una despedida. Eso es todo.
-Ya hemos hablado de esto y sabes bien que no tenemos ese tipo de relación.
Me miró con un poco de lástima y me acarició la mejilla.
+¡Ay, amor! ¡Eres lindo y joven! Y apuesto que a ella, también le gustas… solo que tú no te das cuenta.
-¡Te digo que no es así!
+¡Está bien! ¡Está bien!- rezongó cariñosamente, llamándome a la mesura.- Solo que… si algo pasa esa noche, acuérdate de volver antes que Lizzie termine sus clases.
Y llegó el día. Lo primero que me llamó la atención fue que el letrero de la consulta estaba apagado, aunque la luz en la consulta de la doctora estaba encendida.
La consulta era una pequeña casa particular de ladrillos y tejado, con un letrero en el jardín, aunque en el interior había sido modificado para las consultas, donde solamente la cocina mantenía su misma función.
El living hacía la función de recibidor. Uno de los dormitorios tenía equipamiento médico, con el que creo que hacían ultrasonidos; otro, estaba habilitado como sala de estar y comedor para Debbie y Bianca, almacenando las muestras en el refrigerador; el dormitorio matrimonial era la oficina y consulta de Debbie y el baño también servía para tomar las muestras de semen.
Luego de llamar al timbre, me encontré a Debbie con una falda ligera, hasta las rodillas y una camisa manga larga y escotada, ambas de color verde, bajo su delantal médico, lo cual también me llamó la atención, puesto que siempre lo tenía abrochado.
-¡Hey, doc! ¿Cómo estás?
•¡Bien, bien! ¡Adelante!- respondió, mirando hacia el vecindario con preocupación.
-¿Pasa algo?- pregunté, al verla tan nerviosa.
•¡No, nada! ¡Pasa a mi consulta!- respondió con impaciencia.
-¡Espera! ¡No me he tomado las muestras!
•¿Cuáles muestras?
-Las de semen… para que las mandes al laboratorio.
Me miró rápidamente, de pies a cabeza.
•Será mejor que te las tome yo…
Y sujetándome de la mano, me jaló hacia su consulta, cerrando la puerta tras ingresar.
En esos momentos, las palabras de Marisol martillaban fuertemente en mi cabeza, puesto que Debbie buscaba demasiado ansiosa los frascos para las muestras, ordenándome autoritariamente que me bajara los pantalones y calzoncillos.
Se quedó observando mi creciente erección un par de segundos, antes de arrodillarse…
•No te preocupes. Seré rápida…
La tomó en sus manos con desesperación, descubriendo el prepucio y sacudiéndola bastante rápida. Podía sentir las palpitaciones de la cabeza de mi glande y la manera en que mi hinchada herramienta parecía desbordarla de su mano.
-¡Oh, Doc!... ¡Sigue!... ¡No te detengas!
Lo que más me llamaba la atención en esos momentos eran sus generosos pechos, que parecían sacudirse con cada movimiento y en mi mente, cavilaba mis deseos porque me hiciera un paizuri entre ellos.
Pero también no me pasaba desapercibida la lujuriosa cara de mi especialista, que parecía luchar contra sus impulsos. Se relamía constantemente sus labios y abría despacio su boca, como si desease probar aquella fruta prohibida en la brevedad...
Y cuando esto ocurrió, yo perdí la razón…
-¡Sí, Doc!... ¡Chupa!... ¡Chupa!... ¡Cómela entera!
Debbie se ahogaba y se notaba que era la primera vez que se comía un pene (posteriormente, me lo confirmaría), porque durante un par de ocasiones me mordió. Pero al poco rato, le agarró el ritmo y lo hizo con mayor delicadeza.
Trataba de comérsela entera, pero su falta de costumbre la atosigaba constantemente, mirándome con desesperación a los ojos, por lo que yo tenía que apretar los dientes e intentar sacársela. Sin embargo, ella seguía mi movimiento, sin parar de succionar.
Pero a medida que se acostumbraba más y más a mi ritmo, sentí sus manos apretándome los testículos y restregándolos suavemente. Se enfocó en esos momentos en solo chupar la cabeza y masturbarme el sobrante con una mano, mientras que con la otra, jugaba con los pelillos ensortijados de mis testículos.
Le agarré su rubia cabellera, que se meneaba lado a lado, impidiéndola que la sacara de su boca. Al parecer, esto calentó más a Debbie, que empezó a mover más rápido su cabeza y podía sentir mi glande rozando el contorno de su úvula.
-¡Vamos, Doc!... ¡Me matas!... ¡Me matas!...- le pedía yo, empezando a perder la lucha por contener mi corrida por más tiempo.
Y lo que siguió, casi me hace estallar: soltando la mano con la que me sujetaba los testículos, empezó a restregársela sobre sus pechos, que parecían a punto de estallar. Debía apretar las piernas y acariciarme la cabeza y ojos, si no quería correrme en su cara.
Y llegó a un punto que empezó a chupar con más desesperación si es que cabe, casi clavándosela en la punta de la garganta. Prácticamente, era una sanguijuela apegada a mi pene, chupándola sin parar.
-¡Doc!... ¡Doc!... ¡Saca la cabeza!... ¡Voy a acabar!...
Y de una manera que me pasó completamente desapercibida en su momento, sentí la leve presión de un dedo un poco más debajo de la base de mis testículos, que me hizo detonar de una manera increíble y sin igual.
El primer chorro pegó de lleno en la cara de Debbie, pero el segundo, tercero, cuarto e incluso quinto llegaron a desbordar el recipiente de las muestras y aun así, seguía descargándome como si fuese leche condensada.
Con Marisol, intentamos replicar la experiencia pero a pesar de la experticia de mi mujer, no logró dar con el punto objetivo.
Agotado y con el glande doliendo gratamente, producto de la explosiva presión, contemplaba cómo Debbie miraba mi hombría soltar los últimos restos de mi corrida y sin siquiera pensarlo o preguntarme, se arrojó sobre ella, para limpiarla y chuparla un poco más.
Y sin temor ni arrepentimiento, admito que hasta ese día, miraba a Debbie con el respeto que se merece mi misma madre…
Pero afortunadamente, no lo era.


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2 comentarios - Siete por siete (191): Debbie (I)

Gran_OSO +1
Gracias Marco!!
Gracias por compartir!!
metalchono +1
¡De nada! ¡Muchas gracias por comentar!
moshang
Excelente relato, muy cachondo. Van puntos...
Gracias por compartir!