Siete por siete (186): La despedida de Hannah (Final)




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Durante el almuerzo, todos se fijaban en Hannah, especialmente, el viejo Tom.
Y es que había algo distinto en ella. Por lo general, Hannah era una de las mujeres más rudas en faena, con un carácter fuerte que le permitía expresar sus pensamientos sin preocupaciones y eventualmente, entrar a golpes, si fuese necesario, considerando que es capaz de manejar llaves de hasta 15 kg sin demasiado esfuerzo.
Sin embargo, aparte de permanecer callada, con una amplia y hermosa sonrisa y por el hecho que tambaleaba al caminar, era obvio que despertaba la curiosidad del anciano minero.
“¿Qué hicieron por la mañana?” preguntó, mientras me sentaba en la mesa finalmente, tras haber hecho la fila 2 veces, para conseguirle los alimentos a ella y posteriormente, los míos.
“¡Oh, nada espectacular!” respondí, en un tono jocoso. “Solamente, tonteamos un par de veces alrededor de la cama…”
Pero cuando dije eso, Hannah me miró y sonrió más. Para ella, no había sido un simple jugueteo y probablemente, había sido la vez que más sexo habrá tenido un día, puesto que inclusive cuando estaba conmigo, debíamos restringirlo porque al día siguiente trabajábamos.
Mis hombres, a modo de admiración o tal vez, como una última broma de despedida, me fueron cediendo uno a uno sus postres, dándome palmadas en la espalda para que “recobrara las fuerzas”, ya que seguramente, estaba cumpliendo el deseo de muchos.
A la salida, mientras Hannah todavía permanecía en estado de “placentera embriaguez”, me encontré con Armando, que con una amplia sonrisa me cedió un cooler azul, con el encargo que le pedí.
“¡Sos un diablazo!” fue lo primero que dijo, tras leer los contenidos de la lista que le pedí que comprara en Broken Hill. “Yo pensé que vos, con lo piolita que sos, te besabas con la rubiecita y nada más… pero ahora veo que sos un pervertido de mierda como cualquiera. ¿No querés que te traiga pastillitas, galán?”
“¿Con una mujer como Hannah? ¿En serio?” repliqué, en tono de broma.
“¡Tenés razón!” respondió él, con mayor envidia y bastante sinceridad. “¡Esa mina debe garchar como una loca y debe ser la tremenda hembra en la cama!”
Por breves segundos, se me ocurrió la idea de invitarle para hacer un trio con Hannah. Pero aparte de revolvérseme el estómago de solo pensar en compartirla y en el temor que la terminásemos corrompiendo en una puta, como me ocurrió con mi vecina Fio, tras esa tarde que Ted y yo la cogimos hasta el cansancio, deseché la idea inmediatamente.
Al llegar a la cabaña, seguía mirándome con ternura.
“Voy… quiero ir al baño…” me avisó, sin parar de sonreír y comprendiendo lo que le había explicado durante la semana.
Por mientras, aproveché de tender la cama y verificar que el encargo estaba completo.
Salió del baño titubeante. Mi impresión era que se trataba de una endeble hoja al viento, que tenía miedo de lo que ocurriría después, pero bastó un cálido gesto para que se sentara en la cama.
Ella, con mucho agrado, creyó que se trataba de un picnic, al contemplar la bolsa con cerezas, las cuales depositaba de una en una en sus tiernos labios.
A medida que se fue calmando, me acerqué más hacia ella y la fui besando ocasionalmente, predisponiéndola más al erotizante ambiente que nos envolvía y sin mucha resistencia, fue aceptando que fuese desnudando su camisa.
Cuando desnudé sus sonrosados pechos y coloqué un par de cerezas, al lado de sus areolas, comprendió mejor la alegoría que yo buscaba y me dejó succionar a placer sus tiernos pechitos, haciendo que suspirara relajadamente.
Tras lo experimentado, no tardó en interpretar el significado de las frutillas, una vez que las cerezas se acabaron y que ella, de una manera muy sensual, fue degustando una tras otra, jugueteando con la fruta dentro de sus labios.
Para ella, cuando desnudé mi falo, fue un momento cargado de satisfacción. Sé que antes, no le gustaba dar mamadas, pero en el transcurso del año, logré convencerla de lo contrario y no tenía dudas que le gustaba más probar la mía que la de su propio esposo, ya que ella misma lo señalaba en numerosas ocasiones.
Fue degustando lentamente mi glande, aunque pronto me di cuenta que deseaba sentirla en lo más profundo de su garganta.
El juego empezó a subir de nivel cuando saqué el envase de crema chantilly.
Al principio, me miró con cierta confusión, creyendo que me había olvidado de usarla con las frutas. Pero al ver mi jugueteo casi infantil, de colocar un poco de crema en sus labios y sacar el relleno, le fue causando mayor gracia y se fue entregando más y más al juego.
Se fue tornando cada vez más osado, al colocar manchitas en su cuello y en sus hombros, de las cuales me dedicaba detalladamente en limpiar, mientras que ella repetía lo mismo con mi pecho.
La primera cota destacable fue cuando envolví sus hermosas cerezas en una espiral de crema, parecidas a las de un verdadero postre y ella, con una expresión de sorpresa inigualable, contemplaba cómo saboreaba cada uno de sus senos, succionando el pezón hasta hacerle respirar de manera agitada.
Eso le hizo nuevamente quedar nuevamente paralizada e indefensa a mis sensuales caricias, que una vez más, se abrían camino hasta el tesoro entre sus piernas y con una cierta expresión de respeto, bordeando casi en el pavor, contempló cómo la fresca línea de crema se trazaba entre sus piernas y su botón, en un estado de completa vulnerabilidad.
No tardó en cerrar los ojos y someterse al placer, al sentir la voracidad de mis lamidas y mis chupones, que se incrustaban sobre su sonrosado canalillo con verdadera pasión.
Hannah se quejaba, agarrándose con fuerza de las sabanas de la cama, pudiendo percibir la intensidad de los espasmos que constantemente le embargaban, en especial, cuando hacía bailar mi lengua sobre su succionante agujerillo.
Y durante un momento en que su cuerpo se contraía constantemente, buscando cada vez más que mi boca ingresara en su ser, me contuve un poco y la contemplé, sonriendo.
La mirada que Hannah me dio fue una de las más bonitas que puedo recordar. Predominaba mayormente la confusión y la codicia, al intentar descubrir por qué me había detenido, pero también, mantenía rasgos de timidez y de vergüenza, manifestándose por el rosado de sus mejillas, de no poder comprender por qué toda esa situación le resultaba tan placentera.
Su sorpresa se tornó mayúscula, al tenderme yo de lado y colocar crema sobre mi glande, ubicándolo muy cerca de su rostro.
Hasta que yo no deposité un poco de crema en su entrepierna y lamí un poco de la crema, me contemplaba inerme y confundida, sin saber lo que yo quería.
Su boquita, titubeante, fue lamiendo con mucho recato mi falo, pero poco a poco, fue concentrándose con mayor entusiasmo.
Hannah sujetaba mis testículos con ternura, meneando la cabeza como un pájaro carpintero y estrujándolos con bastante suavidad, ansiando con mayor entusiasmo que la crema que tantas refrescantes sorpresas le había ocasionado.
Una vez que el ritmo que tomó fue agradable para mí también, retomé sus piernas y empecé a lamerla de igual manera, generando un inesperado “circulo vicioso”: mientras más subía la intensidad de la succión, más succionaba Hannah, engullendo hasta la mitad de mi pene en sus labios. A modo de respuesta, yo lamía vertiginosamente su botón y su sonrosada conchita, incrementando de esta manera la intensidad de su succión.
Y eventualmente, llegamos a la consecuencia de follar con nuestros rostros. Bocas y narices pasaban a ser suplentes adecuados por nuestra ansia libidinosa por el sexo opuesto y el vaivén que llevábamos era netamente el producto de lo bien que retribuía el otro en su labor.
Hannah lamía completamente desaforada, trazando caminos de baba que llegaban hasta la base de mis testículos, mientras que yo, aparte de dedearla de manera incesante, también lograba escabullir un par de dedos en su entrada posterior.
Llegué a un punto donde la ansiedad de Hannah eliminó completamente mi agotamiento y acabé en su boca, de manera despreocupada.
El cansancio que sentía era tal, que quedé postrado un par de minutos, pero aun así, Hannah lamía con mucho entusiasmo mi rabo.
Cuando pude concentrar las suficientes fuerzas para volver hacia su lado, me encontré con un jovial par de esmeraldas, cuyos labios recogidos me daban la más sumisa y tierna de las sonrisas, pero con una gran y pegajosa mancha que abarcaba toda su mejilla derecha, hasta su oreja.
Nos besamos una vez más, muy apasionados, agradeciendo el placer que nos brindamos.
Debían ser alrededor de las 5, por el brillo que se colaba por las ventanas. Ciertamente, Armando siguió mis instrucciones al pie de la letra y consiguió una respetable zanahoria, de unos 15 centímetros de largo, gorda y bastante gruesa.
Hannah no concebía el propósito de semejante hortaliza en nuestro juego, pero claramente, la forma le atraía en demasía.
Le pedí que la lamiera, lo cual hizo prácticamente encantada, humedeciéndola de manera considerable. Pero cuando se la retiré de los labios, su rostro hizo un leve ademan de protesta.
Le ordené que se pusiera en cuatro patas, como cuando le hacía la cola, lo cual obedeció con presteza y contoneando su cintura, intuyendo lo que le planeaba hacer.
Ubiqué la hortaliza, a la entrada de su retaguardia y ella se estremecía levemente, ansiosa de palparla con su esfínter.
“Cada vez que vayas al supermercado, quiero que te acuerdes de mí.” Le dije con voz autoritaria, empezando a trabajar su mente y penetrándola con lentitud. “Quiero que no puedas pasar la sección de verduras, sin dejar de apretar tus piernas, recordando lo mucho que disfrutamos juntos…”
Empecé a incrustarle la zanahoria lentamente…
“Que cada vez que veas una banana, recuerdes las veces que probaste mi pene y que recuerdes mi sabor…”
El contoneo se volvía más fuerte y su respiración, más agitada…
“Que cuando compres una zanahoria, no pares de pensar en las veces que me agarraste por las mañanas y por las noches y la cantidad de veces que te hice feliz…”
El avance era cada vez más fuerte y Hannah debía morderse los labios…
“Escogerás solamente las más gordas y las más grandes, pero no las comerás… sino que llegarás a la casa a tocarte con ella…”
Un fuerte espasmo recorrió su cuerpo y una delgada estela de jugo del amor llegó hasta mis manos…
“Te masturbarás con ella, por delante y por detrás, hasta que no puedas más y quiero que recuerdes este día, donde te hice gozar con una zanahoria. ¿Entiendes?”
“S-s-si…” musitó ella, levemente.
“¡No te escucho!” recalqué, incrustando la zanahoria de golpe, sometiéndola a una gran dicha.
“¡Sí!” exclamó ella, más enérgica y con mayor entusiasmo.
“Bien… entonces, no necesitaras esto…” le dije, retirando la hortaliza con bastante descaro y haciendo que me mirara casi horrorizada. “Y más te gustará que use esto otro.”
Incrusté mi pene en la oquedad que quedó en el esfínter de Hannah, de un solo golpe. Sorpresivamente, era más ancho que la hortaliza y Hannah volvió a lanzar otro fuerte quejido.
“¡Lo siento!” me disculpé.
“¡No!... ¡Por favor, sigue!... ¡mhm!... ¡Sigue!... ¡Quiero más!... ¡Máaas!”
Empecé a menearme con insistencia. Tomé a Hannah por su vientre y la alcé, para besarla.
“¡Mira, Hannah, así lo hago, algunas veces que estoy con Marisol!” le dije, al presentar la punta de la zanahoria sobre la vagina de Hannah.
El orgasmo que tuvo fue casi instantáneo. Hannah se sujetaba como poseída de mi cabeza, a medida que sus 2 agujeros inferiores eran invadidos por objetos de gran tamaño.
Sabía que no necesitaba otro hombre y sentía la misma satisfacción que tengo cuando lo hago con Marisol, porque conozco tan bien su cuerpo, que puedo brindarle el ritmo que ella desea.
Sus quejidos eran de lo más locuaces que le había escuchado y se meneaba como una loca, subiendo y bajando, sin darse un descanso.
“¡Te siento!... ¡Te siento!... ¡Estás tan adentro!... ohhh…” exclamaba desvariando, casi a punto de romper en lágrimas.
Cuando rellené sus intestinos, ella desbordaba de júbilo y experimento un poderoso orgasmo, que la dejó prácticamente desarmada en la cama. Sonreía entre lágrimas y no podía contener la saliva de su boca.
Le hice algunas caricias y ella sonreía como una chiquilla.
“¡Nunca tuve un día así!” comentó ella, con su rubia cabellera desparramada y sus labios sonrosados, deseando ser besados.
“¿No te gustaría otra más?” le pregunté, si bien, sintiendo ya dolor por usar tanto mi herramienta, pero también, deseoso de una vez más.
Hannah me contemplaba maravillada…
“¿Todavía quieres más?”
“Será nuestra última noche juntos… y sería un desperdicio que no lo hiciéramos, ¿No crees?”
Volvimos a hacerlo sentados en la cama, como lo habíamos hecho en la mañana. La salvedad, no obstante, es que la zanahoria entró por su retaguardia, haciendo que acabara potentemente un par de veces más.
Completamente agotada y casi desvariando, le sugerí que se diese una ducha, mientras yo preparaba la cena. En efecto, al poco rato se volvieron a escuchar las potentes voces de los mineros y más de alguna sombra se asomó para contemplar por las cortinas.
Cenamos tranquilamente un par de tortillas de zanahorias (que cociné con zanahorias bebes que había comprado de antemano y la otra, terminó en el basurero) y posteriormente, nos retiramos a nuestro catre, a revisar videos por internet.
No queríamos dormir. El cansancio nos pesaba y se nos cerraban los ojos. Pero el reposo nos significaba nuestra inevitable partida.
“Hannah, ¿Te gustaría hacerlo una vez más?” le propuse, cerca de medianoche.
Ella dio un profundo suspiro…
“¿Aun no tienes suficiente?” consultó avergonzada, pero aceptando de antemano.
“Es que no te veré en meses… y créeme, que te extrañaré…” respondí, acariciando su rostro angelical.
Ella también se conmovió por ello y nos besamos, suavemente.
“¡De acuerdo!” aceptó ella, y nos fuimos besando más y más.
Hicimos el amor en regla. Nos amábamos y no queríamos separarnos, pero debíamos seguir con nuestras vidas. Lamí su cuerpo y todos sus puntos placenteros y ella me afirmó con posesión, como la esposa que tuve en la mina y que siempre fue.
Nuestras miradas iban cargadas de sentimiento y de conformidad, por las numerosas experiencias que habíamos compartido y que nos hacían sentir verdaderamente casados.
El clímax nos llegó de forma cálida y natural. No tengo más palabras para describirlo.
A la mañana siguiente, más fresca de lo habitual, la acompañé hasta su bus y nos besamos cálidamente. No nos preocupaba el resto, ni Roland, ni el mundo entero, porque estábamos los 2 y dejarnos partir era una de las experiencias más difíciles que nos había tocado vivir.
Compartimos lágrimas y el abrazo nos duró hasta que el chofer avisó su inevitable partida.


Post siguiente

2 comentarios - Siete por siete (186): La despedida de Hannah (Final)

Gran_OSO +1
Impresionante, gracias!! Espero que Hannah siga siendo protagonista de tanto en tanto.
metalchono
Yo también espero lo mismo. De hecho, están estudiando que vaya a Perth a finales de mayo o principios de junio, porque necesitamos armar unas conexiones con esa oficina y es muy probable que tenga que lidiar con Hannah en otra faceta. Gracias por comentar.
pepeluchelopez +1
Wow esta si es una despedida como dios manda, se que ella te lo dira pero estoy seguro que hanna lloró en el autobús por todas las emociones juntadas
metalchono
En realidad, no lo sé. Traté de ponerme en contacto con ella apenas me instalé en mi puesto, pero parece que estaba de vacaciones. Es probable que en estos días tenga noticias de ella. Saludos, amigo.