Siete por siete (181): Géminis (Final)




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Compendio I


Lo único que se lamentaba Marisol era no poder escucharnos. Nery, Susana y yo estábamos en ese descanso tras la penetración, donde podíamos conversar.
Según cuenta mi esposa, también necesitaba un alivio, ya que toda la experiencia le produjo una cadena de orgasmos seguidos y se sentía muy cansada.
Llegó a sentir un poco de vergüenza, porque la cantidad de fluidos que manchaban la cama de Susana eran tantos, que a menos que no se apreciara el aroma a mujer, podía creerse que se terminó orinando.
Y mientras nosotros hacíamos silenciosamente esa catarsis del otro lado de la pantalla, reparó que si bien permanecía vestida, su ropa estaba desabrochada y llena de arrugas, pensando que si alguien más la viese, creería que la habían asaltado sexualmente.
Por mi parte, cuando pude despegarme de Susana, todavía la tenía hinchada. Sin pensarlo demasiado ni considerar que los jugos que la manchaban procedían de su misma hermana, Nery se arrojó casi al instante a mamarla…
“¡Me encanta tu pija, bebe! ¡Vivieras más cerca, te la comería todos los días!” exclamó Nery, tras tomar algunas bocanadas de manera muy golosa.
Aunque sentía un hormigueo tibio a nivel testicular, a medida que iban recuperando la carga, tenía la sensación como si mi pene estuviese adormecido: podía sentir su boca subir y bajar con mucho entusiasmo sobre mi miembro viril, pero para mí, era casi tan excitante como que me lamiera uno de mis codos.
Susana, en cambio, nos miraba con cierta preocupación…
“Pero… ¿Vos te tomás una pastillita?... ¿O te tomás algo para el cansancio?” preguntó, contemplando ocasionalmente a su hermana.
“¡No, es algo natural!” respondí con vergüenza. “¡Tú sabes!... Dilatación de vasos capilares o algo así…”
Me dio la extraña impresión que enroscaba sus labios, al mirar más y más a su hermana…
“Pero… ¿A vos te duele?” preguntó, sonriendo al verse sorprendida por mi escrutinio.
“Bueno… para la tercera o cuarta, me empieza a molestar…”
Me contempló atónita…
“¿Vos… te cogés a Mari… 4 veces seguidas?”
“¡Por supuesto que no!” respondí, tratando de bajarle el perfil. “En la semana que tengo libre, me deja hacérselo 2 veces por la noche y algunas arrancadas durante el día, pero el viernes y el sábado me deja hacerlo un poco más…”
Con cada palabra, su mirada se clavaba más y más en el vaivén de su hermana…
“Y a vos… no se te baja…” señaló, mirando con mayor codicia a Nery, que también se dio cuenta…
“¡Disculpá! ¿La querés chupar también?” preguntó Nery, con los labios hinchados y babeando parte de mis jugos.
“¡No!... ¿Cómo creés eso, boluda?... ¿Te parezco una trola?” respondió con nerviosismo.
Nery tuvo un brillo malicioso en su mirada…
“A vos nunca te han dado ganas de chupar una buena pija, ¿Cierto, bonita?”
“¡No seas loca, querida! ¿Cómo te creés eso?” respondió Susana, muy alterada.
Nery , en cambio, se reía a sus expensas…
“¡Susi, sacáte el angelito y relajáte! ¡No estamos en la embajada! Si vos tenés ganas de comerle la verga a Marco, vení, comésela y ya. ”
Susana me miró titubeante…
“¿Vos no te enojás, verdad?”
“¡Por supuesto que no!” respondí, extrañado, porque a pesar de mi fatiga, dudaba que alguien se negara a que una mujer tan bonita como Nery o como ella hiciera algo así.
Y fue así que, con cierto orgullo y colocándose de lado de su hermana, tomó mi glande y lo miró con mayor interés.
“¡Mirá, Susi! ¡No te sientas mal o sucia si te dan ganas de comer verga!” expuso Nery, para luego mirarme sonriente y profundamente a los ojos. “Si a vos te gusta un flaco… y el flaco es pijón… tenés que aprovechar de chupársela hasta vaciarle las bolas.”
Escucharle decir eso me dio un cierto escalofrío y Nery se percató…
A partir de esos momentos, Susana empezó a mamarme, lentamente, disfrutando de a poco y relamiendo el glande muy despacio. Al verla satisfecha, Nery subió hasta mi rostro.
“¿Querés saber algo que te hará feliz?” me preguntó.
“¡Por supuesto!”
Me miró un tanto estática…
“Vos sos más pijón que Toño… o sea… yo tenía mis dudas… pero, ¿Recordás cuando le pregunté a Susi si me la habías metido entera?”
“Sí…” respondí, levemente complicado, porque si Nery me había chupado por gusto, Susana lo hacía de manera voraz, subiendo y bajando sin descanso y succionando con un vacío hambriento…
Nery, tras sonreír un poco por la manera que su hermana me trabajaba, prosiguió…
“Pensé que era porque no cogíamos del año pasado… pero la noche del martes, vos me calentaste hasta los huesos… y cuando me la clavaste hasta el fondo…” me decía, entrecerrando los ojos.
Por la manera de moverse, escuchar a su hermana ponía de ganas a Susana, que succionaba cada vez más rápido. Nery, en cambio, aprovechó de apoyarse a mi lado y ubicarse de tal manera, que sus voluptuosos pechos parecían tener el tamaño de cocos, sobre mi pecho.
“¡Andá, bebe! ¡Metéme dedos en el culo!” solicitó Nery, con una voz desvalida.
“¿Qué?”
Me besó con una lengua salivosa y sedosa que hasta me cortó la respiración, mientras que Susana succionaba desesperada.
“¡Que quiero que me rompás el culo, por favor!” me pidió claramente.
“¡Nery!” exclamó Susana, haciendo un cambio de boca a manos descomunal, que me tenía nuevamente encaminado hacia la gloria.
“¡Disculpá, bonita, pero como sos virgen por el orto, no sabés lo bien que se siente!”
La mano de Susana se sacudía con frenesí y se notaba su preocupación al mirarme: se me había vuelto a hinchar y endurecer y perfectamente podía tapar la mitad de su rostro con ella.
“Pero Nery… ¿No me jodés?... ¿Te la metés entera por la cola?”
Su hermana solamente le sonrió y se puso en posición de 4 patas.
Marisol me contó que ella también lamía con desesperación el consolador que tiene Lizzie (todavía sin lavarlo), imitando el ritmo que Susana llevaba del otro lado de la cámara y que al momento en que Nery cambió de posición, tuvo que masturbarse incrustándose 3 dedos profundamente en su hendidura, para acabar cuantiosamente una vez más, al saber que yo me preparaba para darle a Nery por detrás.
Debo admitir que en esos momentos, sentía mi cuerpo brevemente confundido: por un lado, el apetitoso trasero con forma de durazno de Nery, con la marca de tanga que me subía la temperatura a niveles insospechados, pero a la vez, me encontraba con la mirada confundida de Susana, que seguía preocupada por la situación.
“Nery… ¿En serio no jodés?... ¿Te la ensartás entera por la cola?” preguntó Susana, al comparar la diferencia de tamaños entre el esfínter de su hermana y mi dilatado glande, que bordeaba el triple del diámetro.
“¡Sí, bonita, así de zorra soy!” respondió Susana, con una voz coqueta, meneándose suavemente para buscar la penetración. “¡Andá, bebe! ¡Rompéme el culo y no me hagás sufrir más!”
Y empecé a acariciar mi herramienta en torno al canalillo trazado por su tanga, haciendo que Nery se retorciera de anticipación…
“¡Espéra!” Dijo Susana, tomando mi mano, con bastante preocupación…
No sabía bien qué decir. Miraba hacia los lados, como si procesara todas las variables a su alrededor y sentía cómo la “Navaja de Occam” llegaba a una sola y simple solución…
“¿De verdad… no le va a doler?” preguntó, al ver que las otras alternativas se acababan.
“Solamente un poco.” Admití, con cierta ternura. “Marisol siempre dice que al principio, arde mucho, pero que una vez que entra la cabeza, se empieza a sentir mejor…”
“¡Andá, bebe! ¡Metéla, por favor!” protestaba Nery, con mucha molestia.
Sonreí a Susana, llenándome un poco de cierto morbo y empecé a forzar la retaguardia de su hermana, que empezó a quejarse despacio, con gemidos contenidos.
A pesar que seguía motivado y que efectivamente, avanzaba ensanchando sus tejidos, me sorprendía bastante la resistencia que encontraba.
“Oye, Nery… ¿Toño no te da por la cola?” pregunté, prensando más y más mi cabeza sobre su ano, ayudándome incluso con las manos.
“¡Nooo!... ahhh… ese boludo… ¡Nooo!... le he dado… nuuun… ca la cola.” Respondía, extasiada con su vaivén.
Y un calor mayor, potenciado con un presentimiento, me hizo endurecer más aún…
“¿Lo has hecho solo conmigo?”
“Sí… bebe… con nadie más…”
Y solamente, por la tensión del momento, la incrusté de golpe. El sonido, una vez más, retumbó por el segundo piso, hasta llegar a los oídos de Marisol, que en esos momentos imitaba “como una perra caliente” (Según sus palabras) la manera en que la iba penetrando.
“¡No puede ser! ¡Se la clavaste entera!” señaló Susana, aunque prácticamente no la escuchaba ni veía, sujetándome de esas nalgas divinas que parecían recibir mis embistes con alegorías.
“¡Ay, sí, bebe! ¡Sí, bebe! ¡Metéla duro! ¡Metéla duro!” replicaba ella, de manera constante.
Pero lo único que se enfocaba en mi mente era la idea que Toño nunca había probado la cola de Nery y ahora yo, tras un año de no haberla visto, la machacaba con posesión.
A medida que el meneo ganaba mayor constancia y que los gemidos de Nery empezaban a adquirir tonalidades más placenteras, volteé a mirar Susana, que nos contemplaba por el costado.
Esta, completamente absorta con la vejación que estaba padeciendo su gemela, ni siquiera se daba cuenta de cómo se manoseaba la jugosa y brillante conchita, con una mirada ninfómana, ardiendo en deseo.
“¡Si, bebe! ¡Si, bebe! ¡Metéla entera! ¡Metéla entera! ¡Hasta el fondo! ¡Hasta el fondo! ¡Síii!”
A pesar de la resistencia, los movimientos se volvían más y más fluidos y eventualmente, logré complacerla, lanzando otro jubiloso gemido al sentir mis testículos impactando su ano.
“¡Qué polla, bebe! ¡Qué polla! ¡Andá y dame la lechita!” Solicitaba ella, en un mar de éxtasis.
Sus deseos no tardaron en cumplirse pronto, porque sin importar la sensualidad de la cola de Nery, no podía despegar mis ojos de la manera en que Susana se masturbaba y fue durante de uno de sus buscados orgasmos que yo hice mis descargas en los intestinos de su hermana.
“¡Ay, bebe! ¡Ay, bebe! ¡Qué polla!” repetía Nery, recuperando el aliento.
Pero yo no paraba de mirar a Susana…
“¿Qué? ¿Querés cogerme a mí también?” preguntó, titubeante.
“Ayer me dijiste que me la darías…”
Mis palabras parecían avergonzarla…
“¡Pero si te acabás de coger a Nery por el culo! ¿Cómo me querés coger también a mí?”
“¡No lo sé! Pero te lo quiero desvirgar…”
Y esperamos a que pudiésemos despegarnos. Salvo algunos aromas peculiares, bastaron unas cuantas sacudidas con la sabana para limpiarla decentemente, mientras que Susana todavía me contemplaba impactada cómo no me bajaba…
Tenía temor y por eso mismo, di una breve mirada en dirección a la cámara. Marisol alcanzó a darse cuenta de ello y a pesar que no podía darme una respuesta, aceptó lo que pensaba hacer.
Nery permanecía descansando, mientras que su hermana ofrecía su colita muy temerosa.
Empecé a lamer y besar suavemente sus muslos, deslizando mi lengua a través de su maravilloso surco.
Sus suspiros comenzaban a hacerse más largos y la sensación de terror que en un momento tenía se transmutaba de a poco en un sentimiento de ansiedad.
“Ahhh… Ahhh… ¿Qué hacés… mhm… lindo?” preguntó, en un tono sensualmente confundido.
“¿Recuerdas que anoche te dije que lo que más me gusta es que una mujer desee que la penetren por detrás? Pues, te estoy poniendo de ganas…”
Sus suspiros se tornaron más pausados, a medida que me acercaba al contorno de su anillo posterior. Cuando deslice mi lengua a través de su menuda oquedad, otro quejido más placentero, pero entremezclado con sorpresa y molestia salió a recibirme.
“¡No, mi amor! ¡No metás la lengua ahí, querido!” protestó ella, suavemente, comentario que hice caso omiso.
Seguí enrollando mi lengua y lamiendo el interior con bastante suavidad. Me preocupé bastante de ensalivarla y para mi suerte, no solo aceptaba más y más el roce de mi lengua, sino que se meneaba con discreción, favoreciendo la penetración.
Nery me miraba encantada, recordando que el verano pasado también la terminé poniendo de ganas de esa manera y en cierta forma, se lamentaba haberse apresurado tanto esa noche, sabiendo bien que si ella me lo hubiese pedido, le habría atendido de igual manera, por lo que empezó a rascarse sensualmente entre las piernas.
Recuerdo que llegó un punto en donde solamente deslicé el meñique sobre su anillo trasero. No hubo ni penetración ni forcejeo. Nada más, le hice encajar.
Un estremecimiento enorme la sobrecogió y no pasó demasiado para que su vagina se humedeciera por su propia cuenta.
“¿Me dejas meterte un dedo?” pregunté, con respeto.
Ella no respondió, pero se mantuvo en la misma posición. Arrastré mi índice a través de su muslo izquierdo, como indicándole que ese sería el dedo elegido.
Su cuerpo se colocó rígido y un quejido ahogado salió a recibirme, alcanzando un leve crescendo al momento de tocar su ano. Se escuchó otro quejido, con una entonación más cercana a la aceptación y sumisión completa.
“¡Ahí va!” le avisé y empecé a deslizarlo con lentitud. Con mucha timidez, iba entrando y saliendo de ella. Mi dedo se tomaba su tiempo, para que ella fuese aceptando al extraño invasor y se notaba cada vez más agradada, al sentir que el deslizamiento se tornaba más y más prolongado.
Cuando ya podía meterlo hasta la base con bastante soltura y llevando un ritmo moderado, recuerdo que empecé a preparar el del corazón.
En esa oportunidad, hubo otro estremecimiento y un lamento con tono de sorpresa, al ver que mis dedos se agolpaban para entrar en su estrecho agujero.
“¿Me dejas meterte 2?” pregunté una vez más, pero no hubo respuesta.
Comencé a forzar el esfínter y otro suspiro intenso empezó a sentirse, acompasado más y más con el ritmo cadencioso que llevaba con mi mano.
Cuando inserté el tercero, el vaivén era prácticamente frenético. No me cabían dudas que era la primera vez que masturbaban analmente a Susana y si a ella le estaba gustando tanto como a su hermana Nery o como a mi esposa, no sería la última vez.
La penetré con mis dedos hasta donde dio abasto. Sus meneos y sonidos denotaban una cantidad de gozo y placer insospechada para su mente centrada y calculadora y para esas alturas, sus temores que la considerase una pervertida o una puta por disfrutar por detrás se habían desvanecido por completo.
Llegó incluso a alcanzar un orgasmo y cuando sus piernas se tornaron laxas y empezaron a bajar, que decidí sacar mis dedos y enfilar con el órgano de verdad.
El proceso en sí no debió durar más allá de 15 minutos y cuando empecé a juguetear mi glande con su ano, no lo hice hasta que ella me diera una respuesta formal.
“¿Quieres que te lo meta?” pregunté, casi igual de tentado que antes, porque si bien las marcas de su tanga no estaban tan marcadas como las de Nery, el contraste de su piel blanquecina con su bronceado llamaba a desflorarla de manera salvaje.
Más y más suspiros lastimeros, a medida que subía y bajaba mi hinchada herramienta, hambrienta de explorar tejidos vírgenes, la iban debilitando de a poco, hasta que eventualmente, dejó escapar el más sublime de los comentarios.
“¡Metéla!” esbozó, en casi un lívido susurro y empecé a forzarla.
Nery contemplaba cómo su hermana la iba recibiendo por detrás, impactada por la expresión de dolor que parecía tolerar.
“¿Estás bien, bonita?” preguntó, con mucha preocupación.
“¡Sí!... si vos podés… aguantarla… yo también… puedo…” escuché su respuesta.
El dolor parecía tan fuerte que ni siquiera Nery se seguía tocando y yo trataba de hacerlo lo más lento y pausado que me era posible.
“¡No la saqués, querido!” replicó Susana, en una oportunidad que el dolor parecía demasiado intenso para ella y que podía notarla por la rigidez de sus muslos. “¡Metéla entera! ¡Te falta poco!”
Decidí seguir su consejo. Estaba bastante estrecha, ardiente y sorpresivamente, húmeda, pero no lo suficiente para facilitar el deslizamiento y como quien alcanza la cima de una cumbre, alcancé a incrustar la cabeza entera en su esfínter.
La labor fue agotadora para ambos y me tomé un poco mi tiempo para que los 2 nos aclimatáramos a la experiencia. Entonces, empecé a menearme despacio y con suavidad.
Empezó a soltarse de a poco, al sentir cómo yo sondeaba aquel extremo indómito e insospechadamente placentero de su cuerpo, con un grado de parsimonia del cual ella estaba muy agradecida.
Por mi parte, yo lo disfrutaba tremendamente. A diferencia de Nery, Susana había tenido pocas parejas, pero nadie le había propuesto algo como lo que estaba viviendo y ahí estaba yo, degustando ese placer tan agradable, como si se tratase del mejor de los regalos.
Las caricias de Nery volvieron a reanudarse y su mirada lujuriosa hacía que mis movimientos se tornaran más acelerados e impetuosos.
La cama se mecía cada vez más fuerte y toda la abstinencia contenida de Susana empezó a desatarse de manera agitada.
“¡Ensartáme, querido! ¡Rompéme el culo, por favor! ¡Hacéme tu puta!” vociferaba ella de manera muy potente…
A unos 15 metros de distancia, mi esposa escuchaba esos gritos, mientras que seguía su propia cabalgata alocada, incrustando insaciablemente el consolador por su ano.
Para cuando la inserté hasta la base, el meneo era frenético. El marco de la cama se azotaba con violencia con la pared y me sentía agradecido que la hubiésemos ubicado en la pared de la ventana, para recibir el sol del atardecer, en lugar de la que colindaba con la habitación de nuestras pequeñas.
“¡Ahh, mi amor! ¡Ah, mi amor! ¡Me corro! ¡Me corro!” exclamaba Susana a ratos, extasiada tremendamente pero producto de mi fatiga, a mí todavía me faltaba.
Por alguna razón que todavía no comprendo, Marisol se excitaba tremendamente al escuchar a Susana llamarme “mi amor”, lo que la predisponía a sendos orgasmos prolongados, de los cuales no descansaba al verme bombear constantemente.
Pero la presión que sentía en mi herramienta alcanzó su cúspide y afirmándome fuertemente de esas nalgas moderadamente prietas y firmes, descargué mis fluidos de manera abismal.
Susana fue recibiendo espasmo por espasmo cada detonación que vaciaba en su interior con profundos quejidos guturales. Quedé exhausto y de no ser por mera voluntad y por ejercitarme constantemente, la habría aplastado con mi cuerpo.
Logramos acomodarnos de lado, lo que nos benefició a ambos, porque le permitió palpar mis cálidos fluidos en la base de su estómago y a mí, recibir las caricias y besos de Nery, que restregaba lentamente sus suaves pechos sobre mi hombro.
No debieron pasar más de 3 minutos tras despegarnos, que Susana se puso rápidamente de pie y marchó casi corriendo al baño, oportunidad que aproveché para asearme.
Al encontrarla sentada y desnuda, me trajo recuerdos de la primera vez que se la metí a Pamela y cómo ella se había enojado por haber acabado dentro de ella, sin dejarle ir a evacuar.
Eché a correr el agua y me lavé los tenues restos de nuestra contienda, ante su mirada nuevamente tímida.
“¿Te dolió mucho?” pregunté, restregándome la erección con un poco de jabón líquido.
Ella me miraba absorta la manera en que me limpiaba…
“No… ¿Y vos?” preguntó, al verme esperar su prolongado silencio.
“¡Yo estoy bien! ¡Esto es solo estética! ¡Necesito unas horas para reponerme!”
No nos sorprendió encontrar a Nery ya dormida. Había sido una noche agotadora para todos y ubicándome entre ellas, apagamos la luz, pensando que todo había acabado…
Pero no fue así. Tal vez, dormí un poco o a lo mejor, solamente empezaba a adormecerme, cuando empecé a sentir una tibia y delicada mano sobarme una vez más.
“¡Disculpá, querido!” escuché el suave susurro de Susana, mientras me besaba y se ubicaba una vez más sobre mí. “Pero no voy a coger en un buen tiempo y quiero coger una vez más contigo…”
Marisol, para esas alturas, estaba durmiendo y aunque estuviese despierta, no podría vernos, porque estábamos con las luces apagadas. Hicimos el amor lentamente, como verdaderos enamorados y mis manos se encontraban constantemente aferrados a esas suaves y redondeadas nalgas, mientras besos discretos, lamidas escondidas de orejas y una sinfonía de aromas de deseo, afecto y delicadeza nos envolvían.
Me hizo acabar una vez más y nos quedamos apegados, besándonos hasta que el sueño volvió a embargarme y nos despegamos.
E imagino que debieron pasar unos 10 o 15 minutos, cuando otro par de manos repite el espectáculo…
“¡Lo siento, bebe! ¡Pero tu pija es más rica y dura que la de Toño y quiero probarla una vez más!”
Y nuevamente, empezábamos a besuquearnos, a acariciarnos y sobar ese otro par de nalgas, mientras que esos maravillosos pechos se apoyaban sobre mi tórax.
No tenía dudas que ambas hermanas se habían escuchado mutuamente y mis fuerzas se extinguieron como la llama de una vela ante el viento.
Lo más frustrante fue levantarme casi al mediodía del día siguiente (viernes), solo y hambriento. Abajo, junto con mis pequeñas, las 3 mujeres parecían resplandecer con miradas doradas, sonriendo al verme bajar por las escaleras.
Entré en la cocina y desesperado, tomé un plátano y abrí el refrigerador para armarme un emparedado. A los pocos momentos, entró Marisol.
“¿Todo bien?” preguntó, con timidez.
Y creo que se veía más bonita todavía, sin saber por qué. Tal vez, haya sido que no hubiésemos hecho el amor por 3 días o porque había encontrado el placer por su propia cuenta, pero sus mejillas sonrosadas, sus esmeraldas muy pacíficas y esos labios tiernos y delicados, me miraban con una belleza enternecedora.
“¡Todo bien… salvo que tengo hambre!” repliqué, con un guiño cómplice que recibió de buena gana.
Acordó, entonces, en pedir unas pizzas a domicilio, para luego ir a dejar a las gemelas.
Alrededor de las 5 de la tarde, estábamos en la terminal, despidiendo a las gemelas. Nuevamente, se habían vestido de la misma manera, con faldas blancas largas que bajaban sobre las rodillas, una camisa azul marino con franjas blancas, que a contraluz destacaba el tamaño de sus bustos, sus anteojos oscuros, sus sombreros blancos y labiales de rojo intenso.
Por algún motivo que ya no me acuerdo, me agaché a revisar a mis pequeñas, sin percatarme de cómo se despedían de mi esposa, dándoles la espalda.
“¡Gracias Mari por la invitación!” se despidió Nery con un abrazo. “¡La pasé re bien contigo y con tu marido!”
Susana, en cambio, fue más escueta…
“¡Disculpá las molestias que te causé! Espero volver a verlos pronto…” se despidió de igual manera de su hermana.
Y se quedaron esperándome a que les despidiera, manteniendo el silencio con el que habían llegado.
“Bueno, Nery. Gracias por visitarnos… y Susana, ha sido un encanto tenerte en casa.”
Aunque no las vimos directamente, las gemelas se miraron a las caras, bastante confundidas…
“¿No se han dado cuenta que sus tonos de voz son diferentes, verdad?” pregunté, iluminando su confusión.
Y para mi mayor molestia, me llenaron de besos con labial, manchándome la cara de manera traviesa, algo que repletó de carcajadas a mi esposa.
Sé que Susana lloró y Nery se aguantó al menos hasta la entrada a la manga del avión. En cambio nosotros, no hablamos hasta que volvimos a la camioneta.
“¿Y qué te pareció todo?” preguntó Marisol, muy ansiosa. “¿Lo disfrutaste?”
“Sí, mucho… pero no me gustaría volver a hacerlo en un buen tiempo.”
“¿Por qué?”
“Porque cuando me casé contigo, quise hacerte la mujer más feliz. Pero si a ti lo que más feliz te hace es verme con otra mujer, tal vez tengamos que divorciarnos y me case con otra, ¿No crees?”
Mi esposa guardó silencio, intentando en vano resolver la paradoja dentro de sus emociones y en cambio yo, dejé sus ideas marinar, disfrutando de las pequeñas el poco rato que nos quedaba.
Fiel a su promesa, Marisol se entregó a mí esa y las siguientes noches y disfruté alrededor de unos 10 días de su sola compañía, algo que para mí, resulto invaluable y un verdadero descanso de vacaciones.


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2 comentarios - Siete por siete (181): Géminis (Final)

Gran_OSO
Gracias!! Muy bueno. Muy esperado.
metalchono
¡De nada! Ahora, trato de ponerme al día con lo demás. Saludos y gracias por comentar.
pepeluchelopez
Que vida! Muy buena la serie de vivencias, saludos
metalchono
No pienses que todo es dulce, camarada. También tenemos momentos amargos y como mencioné al principio, esto fue lo que pasó en febrero. No pierdas las esperanzas y sigue adelante. Saludos
pepeluchelopez
@metalchono momentos amargos no faltan pero lo .mejor siempre sera superarlos. Un abrazo