Siete por siete (175): Géminis (X)




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Compendio I


Esa tarde fue bastante singular.
Todos sabíamos (y por ende, consentíamos) el verdadero motivo de la visita de las gemelas y aunque podría haberme llevado a Nery, a Susana o inclusive a Marisol a cualquiera de nuestros aposentos y desfogarnos hasta el cansancio, todas aceptaban que fuera yo el que llevase el ritmo de las actividades, manteniendo la ilusión de una visita normal de amigos, junto con sorpresas y así vivir una experiencia incluso más memorable que un sencillo revolcón por calentura.
Y por esa razón, en el trayecto hacia el North Haven, Susana y yo jugamos, nos hacíamos bromas y cosquillas, nos contábamos chistes y en el fondo, tonteábamos como si fuésemos amigos que se conocen toda una vida, mientras que Nery y Marisol se reían a nuestras expensas, llevando el coche con las pequeñas.
Sin embargo, los 2 nos abochornamos cuando mi esposa me informó que iría a comprar al supermercado con Nery y llevaría a las pequeñas (Ya que desde esa época, se sentía celosa de Emily, la chica que atiende las cajas) y que nos juntaríamos en la juguetería, por lo que quedaríamos a solas.
Nuestra tensión sexual era bastante perceptible por la manera de mirarnos y si antes actuábamos de lo más jocosos, en esos momentos parecíamos novios en una primera cita.
Al llegar a la tienda, me sorprendí por el drástico cambio de las vendedoras del local. Las veces que he ido a comprar con mi esposa han sido muy cordiales y cariñosas. De hecho, inclusive más, las veces que he ido solo con las pequeñas.
Pero en esta oportunidad, se veían bastante molestas. Aunque la falda de Susana era corta y ligera, no mostraba más allá de lo normal, salvo sus preciosas y largas piernas y si bien, su camiseta de “Hello Kitty” translucía su sostén y el contorno de sus bonitos senos, a mi parecer no destacaba demasiado.
No pasaron más de 30 segundos tras el intercambio de saludos para que inspeccionaran a mi curvilínea amiga de pies a cabeza y me preguntaran en dónde se encontraba mi cónyuge y mis hijas.
Ni siquiera les bastó mi explicación (Que de hecho, no era de su incumbencia) que estaba en el supermercado y que en unos minutos más, nos acompañarían, porque a pesar de tener circuito cerrado de cámaras, una de ellas nos siguió y discretamente, nos estuvo espiando.
Pero ajena a todo eso, Susana buscaba comprar un peluche de recuerdo y se conformó con un oso de felpa color crema bastante tierno, que usaba una gorra, un banderín en su pata izquierda y una chaqueta azul, con el nombre de Adelaide.
Una vez satisfecha y dado que he visitado en varias oportunidades el local, memorizando bastante bien la ubicación de las mercancías tanto para niños como niñas, la llevé por un pasillo en particular en nuestro viaje hacia las cajas, deteniéndome para mostrarle un escaparate…
Al ver lo que en este se alojaba, sonrió y me miró con ternura.
“Vos sabés que ya no soy una nena, ¿Verdad?” Preguntó, tratando de sonar seria, pero levemente conmovida por mi atención.
Era el stand de “Pequeño Pony”, el cual lo he recordado bastante bien del sticker que tiene en su tabla de surf, porque a mis pequeñitas les encantan y también, porque hubo un tiempo donde Karen, la escolar que veo cuando salgo a trotar, se tiñó el pelo como el personaje principal.
“Nadie dice que lo seas, pero quiero comprártela, para que te acuerdes de mí…”
Se río y cerró tiernamente sus ojos.
“¡No seas boludo!” dijo, tocándome con el índice en el pecho. “¿Cómo creés que te voy al olvidar?”
“Bueno, entonces déjame comprártela para compensar que no trajiste tu tabla para surfear…”
Se volvió a reír y su palma entera se posó sobre mi pecho, acercando lentamente su rostro frente al mío, con una mirada esquiva.
“¡Andá, pibe! ¡No jodás… que me ponés mala!” replicó, con esa sonrisilla cómplice y esos juegos de miradas que las mujeres bellas saben tan bien manejar, previos para entregarse en un apasionado beso…
Aun así, no era ni el momento ni el lugar propicio…
“¡No te estoy jodiendo y quiero comprártela para que me recuerdes!” respondí, ubicando la caja entre nosotros, para en cierta forma, romper un poco ese seductivo juego. “¡Nadie te pide que lo abras o juegues con ella! ¡Por algo, hay coleccionistas!”
Ella se volvió a reír, entre confundida y decepcionada con que nuestro juego no hubiese pasado a mayores y les puedo asegurar que durante el resto de la jornada, no deseó despegarse demasiado de mi tacto.
“¡Pero igual sería una lástima que no la sacaras de su caja!” le dije, al verla tan ilusionada con su muñeca. "Porque es tan bonita y me imagino que siempre quisiste jugar con una de ellas, ¿No es así?”
Parecía una tierna quinceañera, que no se decidía actuar como mujer, por la hermosa mirada que me dio.
Lo que si fue un verdadero problema fue llegar a la caja, ya que mientras que con el resto de la escasa clientela mantenían una sonrisa profesional, bastaba un leve descuido para que me miraran con puro escarnio y la manera en que Susana me contemplaba no daba lugar a dudas para saber que ella era ya mía.
No obstante, su sorpresa fue mayúscula al ver que decía la verdad, dado que apenas salíamos de la juguetería, nos encontramos con mi ruiseñor y con Nery, que era una física replica de Susana, salvo que con diferentes ropas.
Durante la cena, la mirada de Susana seguía siendo entre esquiva y tímida, hasta que una vez más, saqué el tema que teníamos pendiente.
“¿Aun querés salir conmigo?” preguntó, levemente enrojecida por vergüenza, mientras que Nery y Marisol no le paraban de sonreír.
“¡Por supuesto! Te lo prometí anoche, ¿No?”
“¡Andá, hermanita, que vos lo necesitás bastante!” insistió Nery, mirándome con ternura. “Marco sabe sacarte el estrés y vos sabés que podés confiar en él.”
“¡Si, Susi! ¡Ve tranquila!” le dijo Marisol, al ver su mirada, como si le pidiese permiso y el gozo de mi mujer parecía hincharla de satisfacción. “Yo iría… pero alguien tiene que cuidar a las peques por si acaso y Nery se ve muy cansada, ¿Verdad?”
“¡Así es!” respondió, forzando un bostezo. “Anoche bailamos mucho y lo único que quiero ahora es dormir, así que ándate vos tranquila y despréocupate un poquito, ¿Querés, princesa?”
Pero en el fondo, todos sabíamos el trasfondo de esa cita y en cierta forma, las 3 tenían curiosidad de cómo llegaríamos eventualmente al lecho, ya que les dejé bien claro que no sería de buenas a primeras…
“¡Lo único que te recomendaría, por favor, es que te cambiaras la falda, que está muy fresco y aunque tus piernas se ven bellísimas, no quisiera que te resfriaras por mi culpa!” añadí, haciendo que las 3 me contemplaran en sorpresa. “¡Ahh! Pero eso sí, déjate la remera puesta, para que luego me expliques…”
La mirada que le dio Nery a su gemela era de un nerviosismo y entusiasmo puro y con bastante premura, se la llevó al dormitorio, para ayudarle en el cambio de vestimenta.
Mientras tanto, mi esposa y yo acarreábamos la loza hasta la cocina y le ayudaba a lavar.
“Entonces… ¿Ya tienes algo en mente?” preguntó, con una mirada deliciosa y una sonrisa muy alegre.
“Algo así… pero no te quiero contar, porque a lo mejor ni siquiera resulta.”
“¿Estás loco? Si Susi está loquita por ti también…” Exclamó, muy exaltada.
“¿Y tú, no?” le dije, mirándola a los ojos.
Me encantó la manera en que sus ojitos de Jade me esquivaron, mirando hacia los lados.
“Es que tú me ves todos los días… y yo no sé por qué te gusto tanto…”
Y le di un beso dulce, con mucha ternura. No quise forzarla, porque eso ya le comprometía demasiado y la respetaba por aquello, pero fue verdaderamente difícil dejar a mi mujer con una mirada que ansiaba más amor.
Cuando salimos de la cocina, Susana se había cambiado a una falda de mezclilla que apenas cubría la mitad de los muslos y que en realidad, ni siquiera ayudaba más que la anterior.
Salvo peinarse un poco y tomarse el pelo (con un moño con cola de caballo, como si alguien le hubiese dado el aviso…), se veía bastante bella.
Nery y Susana son de esas mujeres cuyos rostros refinados no necesitan de maquillajes y sus labios carnosos y sonrosados no dejan de verse apetitosos, ya sea usando labial o al natural.
“¡Disculpáme, querido! Pero no tenía nada mejor…” me explicó, con el rostro de una niñita desamparada.
Y al ver a Marisol salir tras de mí, levemente se sobresaltó.
“¡Ay, Susi! Si no estuviera tan rellenita, hasta te prestaba una falda.” Exclamó mi mujer, para abrazarme suavemente y mirarme con sus traviesos ojos. “Pero supongo que un chico como tú la puede mantener “calientita toda la noche”, para que no se pase de frio, ¿Cierto, mi amor?”
Y me dio un coqueto beso en la mejilla, para posteriormente irse a acostar. Tomé mi cortaviento y marchamos a la camioneta.
Y al igual que lo había hecho la noche anterior, antes de poner el encendido en la camioneta, me sinceré con Susana…
“¡Mira! Ayer llevé a tu hermana a bailar en una discoteca, porque no sabía qué cosas le gustaban y esta noche, me gustaría llevarte a una playa a caminar, porque lo único que sé es que te gusta mucho el mar, ¿No te molesta?”
Ella sonrió suavemente y tomó la mano con la que paso los cambios con mucha tibieza.
“¡No, querido! ¡Me parece perfecto!” y tras un relajado suspiro, agregó. “Donde vos querás llevarme, iré gustosa…”
Dicho eso, hice contacto y salimos del estacionamiento.
En el trayecto, no dijimos demasiado, porque ella aprovechaba a mirar por la ventana las luces de la ciudad y a pesar que trataba de actuar con completa caballerosidad, no podía resistirme a mirar sus piernas perfectas de manera ocasional, acción que debió sorprenderme un par de veces, ya que de una manera sutil y levemente incómoda para ella, terminó levantándolas, para mostrarme más de su prieto muslo.
Y en el mismo semáforo donde la noche anterior, Nery me preguntó su supuesto, Susana hizo lo mismo, esperando que dieran el verde...
“¡Marco, decíme la verdad!…” argumentó ella, mientras frenaba la camioneta. “Imaginá que vos fuiste nuestro vecino y que yo…”
“¡Discúlpame, Susana! ¿Pero también me vas a preguntar lo mismo?” Respondí, riéndome un poco de la situación.
No fue mi intención reírme ni interrumpirle, pero no paraba de causarme gracia que por efectos de la simple casualidad, 2 hermanas, físicamente gemelas idénticas, pero con personalidades completamente distintas, estaban haciendo la misma pregunta, en el mismo lugar, con un día de diferencia, sin que la otra pudiera saberlo.
Por supuesto que le expliqué lo que me ocurría y también empezó a reírse levemente, aunque en el fondo, se puso más nerviosa, porque las 2 inconscientemente buscan actuar de manera diferente a la otra.
“Entonces, vos escogiste a Nery, ¿Cierto?” preguntó, con un leve aire de tristeza cuando dio el cambio de luces.
“¡No!” respondí, haciendo que me mirara ansiosa. “Pero supón que Nery se te hubiese adelantado y me hubiese besado primero… (Que consideraba yo como lo más probable), ¿Qué habrías hecho tú?”
“¿De qué hablás?” preguntó, contrariada y nerviosa.
“Hablo que si te hubieses hecho pasar por tu hermana, para estar conmigo…”
Hubo un silencio extendido, porque ella lo meditó por bastante tiempo.
“Es que vos me distinguís al ojo…” respondió, con tristeza.
“¡Qué lástima!” exclamé yo, levemente desanimado. “Porque si lo hubieses hecho, yo te habría seguido el juego para poder besarte…”
Fue lo último que se dijo, hasta llegar a Somerton.
Es una playa que se ubica en la zona sur de Adelaide, donde las playas son arenosas y que en varias oportunidades, habíamos asistido con mi ruiseñor y las pequeñas, durante el día. Originalmente, había ido porque ocurrió un misterio años atrás, que aún no se resuelve (El hombre de Somerton), pero nunca di con el lugar y esperaba que hacerlo esa noche me permitiera encontrarlo sin tantas personas, lo que tampoco ocurrió.
Como fuese, resultó ser una velada bastante tranquila y romántica, donde tuve que cederle mi chaqueta para que se abrigara y fuimos conversando de su vida en Nápoles.
Me explicaba que debido a su trabajo y sus horarios, no podía darse el tiempo para involucrarse sentimentalmente.
“Ajá… sí… claro…” le repliqué con incredulidad.
“¿Qué?” preguntó ella, pensando que creía sus embustes.
“¡Vamos, Susana! ¡No me mientas con eso, que ni yo mismo me lo creía!”
“¿De qué hablás? ¡Si no te he mentido!” exclamó con nerviosismo.
La tomé por los hombros y la miré bien a los ojos.
“Susana, cuando yo estaba solo, también me decía a mí mismo que era” por mi propio bien”, que “me enfocaba mejor sin una mujer” y todo ese tipo de cosas. Pero en el fondo, me lo decía para consolarme…”
Sus ojitos negros tomaron un brillo más vivo, contemplándome de una manera cálida.
“Es que… yo no soy como Nery…” me explicó con completa honestidad. “ A mí no me basta un mino para garchar… necesito un mino que me haga sentir bonita… que me ame… y me ponga muy caliente, ¿Entendés?”
Percibí que por la manera de mirarme, buscaba mi simpatía. Sin embargo, en esos momentos se levantó una leve ráfaga helada, que le produjo un escalofrío.
“Por eso te estoy diciendo que no deberías cerrarte.” Respondí, subiéndole la cremallera de mi chaqueta, al ver que levemente temblaba. “Las mujeres siempre van a tener una ventaja por encima de los hombres, porque siempre llevan el ritmo en una relación… (ella se rió, pero yo proseguí en tono serio) si una mujer realmente no quiere tener relaciones, no las tendrá, a menos que la fuercen, mientras que un hombre siempre andará caliente…”
Y fue así que sorpresivamente, me besó: apoyó sus manos en la base de mi cuello, cerró sus ojos y guío mis labios hasta los suyos, suspirando delicadamente mientras nos fundíamos por la boca.
“¿Cómo vos, también?... ¿También te he puesto cachondo?” preguntó ella, para volver a besarme con insistencia, abalanzando su cuerpo sobre el mío. “¡Me tenés arrecha del día que llegué!”
Y me empezó a empujar literalmente hacia la parte más oscura del camino.
Podía sentir sus blandos senos, prácticamente cabalgando mi pecho, mientras que con su brazo izquierdo tenía mi cabeza de rehén, besándome de una manera muy ardiente y con su derecha, apretaba la base de mi pene y mis testículos, como si fuese una chicharra.
“¡No he parado de pensar en esta pija en todo el año!” replicó ella, mientras me desabrochaba el pantalón con desesperación. “Vos no sabés las pajas que nos hemos hecho Nery y yo, pensando en vos…”
Pero podía adivinarlo, por la manera de chuparme…
No recuerdo si terminé apoyado en un poste, un banco o una pared. Pero sí recuerdo la manera en que Susana empezó a lamerme desde la base hasta la punta y sujetando mi glande entre sus dedos.
En nada se asemejaba a la “mamada aristocrática”, que Susana me había dado el verano del año pasado. Me chupaba con verdadera gula, como si estuviera hambrienta, succionando hasta un punto que llegaba a dolerme maravillosamente el glande y mirándome de una manera libidinosa, que parecía una verdadera perra en celo o la más promiscua de las putas, que contrastaba bastante con la tierna, recatada y analítica radióloga que conocí en Sumba.
Pero lo que me hacía desvariar de placer era cuando enterraba su nariz entre mis hinchados testículos y le daba intensos chupetones.
Eso endureció mi herramienta a niveles dolorosos y por fortuna, podía su sentir su tibia lengua lamer el contorno de mi falo y prácticamente, martillarse la cabeza con la punta de mi glande.
Y fue en esos momentos que, al verme con la respiración entrecortada, tomó firmemente mi pene, lamió con la punta de su lengua la punta de mi glande, sonrió con mucha picardía y preguntó:
“¿Así que esta es la pija que Mari se traga por las mañanas?”
Y como si se tratara de una demostración, abrió ampliamente su boca, para depositarla entre sus fauces.
La sensación que me producía era semejante a llegar a la cúspide en una montaña rusa y bajar por una fuerte y prolongada pendiente, casi en caída libre.
Y su manera de devorarme era simplemente espectacular: se la metía con violencia y a ratos, sentía sus labios sobre mi falo; en otras, sus dientes y en algunas, hasta el arco de su garganta, que si bien le producían arcadas, aun proseguía tragando como si estuviese desesperada.
Pero lo que más le encantaba, sin lugar a dudas, eran mis testículos hinchados, los cuales no paraba de estrujar ocasionalmente.
“¡Qué huevos, querido! ¡Qué huevos!” exclamaba, mientras los besaba por los lados, baboseando levemente de mis jugos y su saliva. “¿Sabés que los de Giacopo ni siquiera daban tanta leche como los tuyos?”
De alguna manera, Susana se había desenfrenado y besaba el glande de una manera increíble. Honestamente, en esos momentos, tenía una lucha titánica por no acabar prematuramente.
“¡Dame lechita, querido! ¡Dame lechita!” demandó en un tono infantil, sin parar de meneármela, lo que más duro me templaba. “¿No ves que la nenita quiere leche?”
Y al final, terminé forzándosela en la boca. No quería hacerlo e incluso, ella me miraba un poco asustada, al verme tan violento sobre ella, pero poco a poco, fue acostumbrándose y succionando con mayor agrado. No me importaba si me sorprendía un policía o alguien me asaltaba, siempre y cuando me dejaran acabar en la insaciable boca de Susana.
Se la terminé enterrando hasta la punta de la garganta y ella hizo esos quejidos propios a cuando se ahogan por la úvula y eyaculé, sin soltar su cabeza.
A pesar que sus ojos lagrimeaban y seguía escupiendo parte de mi corrida, que para más remate, también escapaba por la comisura de sus labios, dándole un mayor aspecto de viciosa y con una mirada felina como que recién empezaba la acción, esbozó la más maliciosa de sus sonrisas.
“¡Qué cojida, papá! ¡Mirá toda la lefa que me hiciste tragar!” dijo, chupeteando levemente la punta de mi herramienta. “¡Y todavía la tenés durísima, campeón!… ¡No sabés las ganas que tengo que me cojas, guachón!”
Y lo siguiente que hizo fue besarme muy apasionada, con el sabor de mi propio semen en sus labios.
Aun así, no queríamos hacerlo ahí y trotamos alrededor de 3 minutos hacia la camioneta, lo que caminando nos había tomado más de 15.
Siendo yo más elegante y deseoso atenderla como se lo merece, quería llevarla al hotel con el que fui con su hermana.
No esperaba que ella abriera la puerta de la cabina trasera y se acostara, levantando su falda y abriéndose de piernas, para revelar una delgada tanga negra.
“¡Cogéme, papito! ¡Cogéme, por favor!” suplicaba ella, con las piernas abiertas y acomodando su menuda prenda, para mostrarme su tierno felpudo y su mojada y sonrosada feminidad.
No pensé que lo tomaría mal, pero conozco la cabina de mi vehículo.
Con chicas pequeñas, como Hannah o Diana (la amiga azafata de Marisol), no es tanto problema porque queda suficiente espacio.
Pero con muchachas más altas, como mi esposa, mi cuñada o Pamela, es más difícil, porque quedo a presión.
Y por ese motivo, la tomé de la cintura y me afirmé de su rotundo trasero, para acercar su vulva a mi glande. También, debo reconocer que en esos momentos, ni siquiera pensé en preservativos, porque me había puesto muy caliente.

Nunca pensé que hacer esto sería perjudicial…
“¡Pará, querido!... ¡Pará!...” demandó de repente y mirándome con mucho enfado, demandó. “¡Soltáme la cola!”
Yo trataba de componerme, porque tenía una erección latente y a pesar que estaba enfadada, los tibios y carnosos labios de Susana me buscaron.
“¿Qué te pasa, querido? ¿Por qué querés darme por el culo?” preguntó ella, con una expresión adolorida del corazón.
“¡No es eso, Susana! Yo…”
Me interrumpió, poniéndome los dedos en los labios.
“¡Marco, te voy a dar el orto, pero no quiero que sea hoy!” Señaló, con una coqueta sonrisa.
“¿Qué?”
“Que te lo voy a dar… pero no hoy…” repitió ella, levemente abochornada. “Nery me ha contado que le encantó… y yo también quiero que me lo rompás… pero esta noche, quiero solo dormir con vos… que me hagas el amor como lo hicimos en la playa, ¿Entendés? ¿Por qué no te basta con eso? ¿Por qué querés solo darme por el culo?”
“Susana… no se trata de eso.” Le expliqué, también abochornado. “Es que quiero sujetarte, porque eres demasiado grande y no puedo meterla bien.”
Nos reímos y nos volvimos a mirar con mayor ternura, haciendo que el momento de calentura se disipara.
“Mira, Susana… yo también quiero hacer el amor contigo… pero me gustaría más hacerlo en una cama…” le expliqué. “La cabina es pequeña y quedaríamos muy incomodos, además que puede aparecer un policía y arrestarnos… ¿Te molesta si te llevo al mismo hotel que llevé a tu hermana ayer?”
Ella sonrió y se cubrió las piernas, besándome una vez más.
“¡Claro que no, querido! ¡Donde vos queras llevarme, estará más que bien!”
Y tras tomarla de la mano y abrir la puerta del copiloto, aceleré a toda marcha, para pedir una habitación…


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2 comentarios - Siete por siete (175): Géminis (X)

FaradayD
sos lo mejor!
metalchono
Gracias. Trato de esforzarme lo mejor que puedo y parece que da frutos.
pepeluchelopez
Que calentura! Excelente como siempre
metalchono
¡Gracias, amigo! Pero ya estamos bordeando el "Por qué" no lo escribí a su debido tiempo. Saludos y que te mejores bien.