Siete por siete (172): Géminis (VII)




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Compendio I


Resultó muy agradable seguir a Nery desnuda hasta la cama. Sus atrayentes curvas hacían invitaciones que mi cuerpo deseaba aceptar y cuando se arrojó sobre la cama (de un solo salto), escondió la mitad de su bello rostro, abrió el ojo descubierto, sonrío coqueta y volvió su torso hacia arriba, dejándome mesmerizado, con sus preciosos pechos excitados, que parecían 2 suculentos postres, listos para devorar.
Mientras tanto, yo me desabrochaba los botones remanentes en mi camisa, que con el ardiente combate previo, había perdido algunos.
“Oye, Nery. Pero tú y Antonio ¿Tienen relaciones así?” pregunté otra vez, a pesar que sospechaba la respuesta.
Como les mencioné, Nery y Susana (Y afortunadamente, la mayoría de las amigas y conocidas de mi esposa) son mujeres inteligentes y responsables, con aspiraciones a futuro, por lo que un embarazo, sin importar lo bueno que sea el sexo, también truncaría sus planes.
Sin embargo, que Nery dijera que Antonio era un mujeriego que se había involucrado con toda su oficina me preocupaba. Aunque he aceptado más y más el juego que me ha propuesto mi esposa, trato de mantenerme en control con mi salud, dado que me odiaría demasiado a mí mismo si llegase a transmitir una enfermedad venérea a mi ruiseñor, a Lizzie o a Hannah.
La respuesta la complicó levemente…
“¡Por supuesto que no, bebé!” prácticamente, me gritoneó. “¡Al boludo le obligo a usar forrito siempre!… porque con un garche, vos te cuidás… pero con vos…”
Ese suspensivo no necesitaba continuación y me hizo sentir un poco orgulloso…
“¿Te incomoda si lo hacemos ahora a lo perrito?” le pregunté, haciéndole que se riera como una chiquilla. “Es que tu trasero es muy sexy…”
“Bueno, bebé… como vos quieras…” replicó ella, más que contenta.
Y diciendo eso, se puso en 4 patas, al borde de la cama. De su fuente seguían derramando algunos jugos y su tentador ano se seguía viendo como un discreto, tentador y estrecho orificio.
“¡Tienes una piel suave, Nery!” le dije, mientras me colocaba tras ella y acariciaba sus nalgas.
“¡Y la pija que tenés es riquísima, bebé!” comentó, mientras me acomodaba en su interior.
Empezamos el lento vaivén con profundos suspiros. Me fijaba en sus preciosas caderas, donde un discreto y blanquecino surco denotaba la delgada tanga que había empleado para asolearse y lo mismo pasaba con su cintura, que si bien mantenían un leve bronceado, me hacía especular si lo habría hecho completamente desnuda o no.
“¡Ahh, bebé!... ¡Ahh, bebé! … ¡Qué duro estás!... ”
Su voz melodiosa me animaba, pero yo disfrutaba de lo lindo de su estrechez. Palpé sus caderas, delgadas, que me recordaban a un reloj de arena y el aroma a crema de coco parecía desbordar de su ser.
La abracé por su vientre, acariciando el contorno de su ombligo, donde sus espasmos se volvieron brevemente más recurrentes. Subí con mis dedos, acariciando someramente su cuerpo, hasta llegar a sus ondulantes senos.
“¡mhm, Bebé!... ¡mhm, Bebé!... ¡Sóbame las lolas!... ¡Por favor!”
Atrapé los pezones entre mis índices y anulares, que estaban demasiado hinchados y sus tetillas se marcaban como blandas bolitas.
“¡Eso, Bebé!... ¡Eso, Bebé!... ¡Así!... ¡Así!... ¡Qué rico!”
Le lamí el cuello y aspiré su piel, haciendo que desbordara de calentura.
“¡Ahh, bebé!... ¡Ahhh, bebé!... ¡Qué polla!... ¡No sabés… cuántas veces… estuve con Toño… queriendo gritar tu nombre!” confesó, en un arrebato de placer.
Se sentía más apretada y creo que producto de la excitación, llegaba a sentirla casi como una virgen.
“Pero aquí estoy… Nery… metiéndola otra vez…”
Tuvo un orgasmo tremendo, que fluyó generosamente sobre mi acelerado miembro…
“¡Y vos sabés… quién soy… bebé!... ¡Ahh!... ¡Sii, bebé!... ¡Fólllame!... ¡Fóllame!... ¡Y clávame tu polla!” pedía ella.
Y la tomé firmemente de la cintura, embistiéndola con mayor violencia. Se deshacía en mis manos y como algunas veces me ha pasado con mi esposa, el placer le hacía perder fuerza en sus brazos.
Su rostro se arrastraba sobre el cubrecama, con sus ojitos entrecerrados y sus ardientes labios apenas parecían contener el placer por el que el otro orificio entraba. Por cada embestida que le daba, su columna se marcaba sobre la piel al detalle, coronándolo ella con gemidos agónicos, que me daban a entender que tocaba tejidos vírgenes.
“¡Oh, bebé!... ¡Oh, bebé!... ¡Lléname!... ¡Lléname, por favor!... ¡No doy más!” suplicó, casi con desesperación.
Y le di mi segunda carga, enterrándola a fondo en esa posición, llegando a levantar su cintura levemente y me daba la impresión que su colita me desafiaba, pidiéndome revancha del año pasado, por lo que me aferraba a su cintura como si estuviese soldada a ella.
“¡Qué corrida, bebé!...” replicó ella, como si estuviese ebria. “Con razón, Mari tiene esas hermosas nenas…”
Su piel sudorosa y bronceada me seguía atrayendo y a pesar que estaba levemente cansado, ya quería montarla otra vez.
Por eso, me llegó de sorpresa lo que dijo tras despegarnos…
“¡Ha sido un polvazo de lujo, bebé! ¡Me encantó!” exclamó, cubriéndose con la sábana. “¡A lo mejor, mañana repetimos! ¡Que duermas bien! ¡Bye!”
Claramente, recuerdo que quedé de piedra…
“¿Ya te quieres dormir?” pregunté, confundido.
“Sí, ¿Por qué? ¿Vos no?” consultó, mirándome extrañada.
“Es que es temprano…” señalé, viendo que apenas eran la 1:22 de la mañana.
“Es que estoy cansada, cariño y ya no tengo ganas de bailar un lento…” replicó, con una voz suave y mimada.
“¡Yo tampoco! Pero quiero hacerlo otra vez…”
Su mirada se dilató de nuevo…
“¡Marco… no jodás! ¿Quéres más?” preguntó exacerbada.
Y aunque no estaba en su máximo esplendor, seguía hablando por si sola…
“De hecho, me encantaría ir yo arriba, si no te molesta, claro…” le dije, cubriéndome también por la sábana.
Me miraba casi con terror…
“Pero… ¿Cómo querés otra vez? ¿No te cansás?” preguntaba, mientras la besaba en el mentón y trataba de ubicarla dentro de su cálida y húmeda grutita.
Admito que también me lo ha preguntado Marisol, incluso los días que salgo a trotar, que tendría todas las excusas para no querer hacerle el amor a mi esposa.
Y aunque les pueda sonar divertido, creo que efectivamente es porque “estoy ejercitando otros músculos”…
“¿No te gustó? ¡Nery, no te he visto en todo un año! Y ahora, tras todo lo que ha pasado, todavía te tengo ganas…” le dije, mordisqueándole el oído.
Ella empezaba a suspirar más acalorada…
“Pero bebé… vos… cuando lo hago con Toño… ¡Ahh!” balbuceó, para erguirse al ver que no le mentía.
Aproveché de agarrar sus senos, que desde que los vi, me tenían tentados. Ella se quejaba, mientras la cama crujía profundamente por la acción de mi peso.
Por alguna razón, me recordó las primeras veces que empecé a hacerlo con mi cuñada Amelia. Al igual que había pasado con mi esposa, habíamos pasado mucho tiempo haciendo el amor con preservativos y las primeras veces para ella, de sentirme adentro y vivo, le causaban sensaciones inconexas.
“Yo… bebé… mi novio… vos… así…” Argumentaba erráticamente Nery, mientras la besaba, como si estuviese casi desvariando.
Su saliva se había puesto tan espesa, que incluso establecíamos esos eróticos puentes de baba entre nuestros labios.
“¡Mhm, Bebé!... ¡Mhm, Bebé!... ¡Qué rico estás!...” se quejaba como si estuviese soñando, abrazándome por mis hombros.
Lo más agradable era sentir sus sedosas piernas, apoyándose sobre mis tobillos, como si alentaran más y más mi penetración.
Y honestamente, creo que le estaba haciendo el amor, porque la calentura original que le tenía ya había disminuido bastante y me encargaba de besar y lamer su rostro y buscar más zonas erógenas.
Pero su voz se alteró levemente al sentir mis labios en la cercanía de sus pechos.
“¡No, bebé!... ¡No, bebé!... ¡Pará!... ¡Pará, por favor!...” me pedía ella, con una voz medianamente tímida, pero cargada de emoción.
Sus guindas carnosas estaban dilatadas al extremo y no dudé en saborearlas con delicadeza.
Su respiración se aceleraba y su diafragma se dilataba al máximo. Me la estaba comiendo suculentamente, devorando sus pechos y succionándolos de manera apasionada, hasta que, repentinamente, empezó a llorar….
“¡Paa-ra!... ¡Por favor!... ¡Paa-aaa-ra!... ¡Bu-ju-ju!” pidió ella, con un llanto entrecortado.
No me fue fácil detenerme. Sentía que estaba muy adentro y disfrutando mucho de esa maravillosa, sensual y joven diosa transandina, para poder frenar.
Pero su llanto incontrolable me asustó.
“¿Qué pasa?” pregunté, aclarando sus suaves, aromáticos y refinados cabellos, que se empeñaban en ocultar su rostro.
“¡Me rompiste, bebé!... ¡Me rompiste… y ahora no me paro de correr!... ¡Bu-ju-ju!” replicaba la pobrecilla, llorando casi desconsolada.
En efecto, podía sentir las contracciones de su cuerpo y el constante flujo que emanaba de sus piernas y no tardé en darme cuenta que Nery estaba teniendo orgasmos múltiples.
La primera vez que estuve con una chica así fue con Pamela. Con Marisol, en esos tiempos, la hacía alcanzar orgasmos espaciados, pero fue con Pamela que viví esa maravillosa experiencia por primera vez.
Con su vagina tan sensible, hasta el sexo más mediocre le brindaba gran placer y llegaba ser una experiencia agotadora y altamente adictiva, motivo por el que en su juventud sexual tuvo muchos amantes.
Sin embargo, a medida que me fui puliendo en mis artes amatorias, aprendí a obtenerlo con varias de las mujeres con las que he estado.
Con mi suegra, por ejemplo, bastaba con succionar sus pezones mientras hacíamos el amor para que una seguidilla de orgasmos me inundara hasta los testículos.
Con Hannah, mientras le abrace fuerte mientras hacemos el amor y lama el lóbulo de su oreja, la hace gotear y algunas veces, desvariar.
Con mi esposa, mientras le doy sexo anal, con pellizcar uno de sus pechos y estimular su clítoris.
Las contracciones orgásmicas pueden resultar muy placenteras, pero a la vez agotadoras y levemente dolorosas.
Acaricié y besé profusamente las mejillas de Nery, a medida que se iba calmando. A ratos, nuestras bocas se encontraban, tranquilizándose con besos apasionados.
Sus ojitos oscuros relucían de satisfacción y su sonrisa llegaba a brillar de dicha.
“¡Sos divino, bebé! ¡Me encantás!” susurró, una vez que se calmó.
“Nery, ¿Me dejas acabar en ti?” le pregunté, sintiendo el rabo a punto de reventar.
Me miró desencajada…
“¿Todavía querés más?”
“Es que Nery… no me dejaste acabar…” le expliqué.
Y ella también podía sentir lo hinchado que estaba.
“Pero bebé… ¡Calmáte un poquito!” me pedía, como si fuera tan fácil.
“¡Lo haría, Nery, si no fueras tan estrecha y tan sexy!” le dije, tratando de despegarme, pero no lograba nada.
Ella también lo sentía y me miraba preocupada.
“Es que, bebé… si vos seguís…”
“¡Son solo unas cuántas sacudidas más, Nery!” le interrumpí, implorándole. “¡Te prometo que no será más de 10 minutos!”
Ella se rió levemente…
“¿Lo prometés?”
“¡Lo prometo y trataré de ser delicado!”
Empecé a moverme más profundo y más profundo. El cuerpo de Nery (y el de Susana también) era demasiado sexy para dejarlo pasar.
“¡Ahh, Bebé!... ¡Ahh, Bebé!... ¡Qué cogida!...” replicaba ella, también disfrutando con ojos cerrados.
Esa manera de besarnos…
Sabía que su boca era mía y sin querer, pensaba en su supuesto: Si ella hubiese sido mi vecina, también me habría terminado comiendo, como lo hizo Marisol.
“¡Bien, Nery!... ¡Ya llego!... ¡Ya llego!... ” Le avisé.
“¡Corréte, bebé!... ¡Corréte, mi amor!... ¡Ahh!... ¡Ahhhhh!... ¡Ahhhhhhh!...”
Y colapsamos juntos. Se sentía espectacular estar dentro de ella.
“¡Bebé, nunca me habían cogido así, mi amor!” dijo, besándome sin trapujos. “¡Me volvés loca con tu polla!”
“Bueno… es que Marisol no me ha dado la pasada en estos días…” confesé, agotado.
Lejos de sentirse mal, me miró intrigada.
“Vos amás a Mari un montón, ¿Verdad?”
Le sonreí con humildad…
“¡Es la mujer de mi vida!”
“¿Y cogen así todo el tiempo?”
“Más o menos. Ahora, de vacaciones, lo hacemos más. Pero como Marisol tiene clases y yo tengo turnos, casi siempre lo hacemos así de intenso los viernes y los días que vuelvo de la faena…”
Ella no paraba de sonreír…
“Es que bebé… si vos me cogieras así… yo no te dejaba sola ningún día…”
“¡No, si ella tampoco!” repliqué. “Lo hacemos todas las noches unas 2 veces y cuando tenemos tiempo, unas 2 arrancadas durante el día…”
Ella se rió de buena gana…
“¿Y vos crees que eso es poco?”
“Si entendieras lo mucho que me gusta Marisol, tampoco creerías que es demasiado…”
Y nos acomodamos en la cama, a charlar un poco antes de dormir. Eran pasado las 3 y media y a pesar que estábamos cansados, nuestra conversación era tan amena, que el sueño tardaba un tanto llegar.
“¡Ya quisiera que Toño fuera como vos!” me dijo, suspirando. “¡La tenés más gorda, tirás mejor y los polvos son interminables!”
“Sí… no sé…” respondí, más desanimado.
“¿Qué pasó, bebé?” preguntó, al verme desilusionado.
Y le expliqué lo que tanta risa le da a mi esposa, porque estoy convencido que es así…
“Es que, cuando tú “echas un polvo”, a la larga, te da lo mismo la otra persona. Pero yo no soy así. ¡Tú me interesas, Nery! Y en realidad, me gustaría volver a hacerlo contigo otra vez, porque me preocupas y te quiero y es por eso que yo pienso que “hacemos el amor” a que “echamos un polvo”…”
Su rostro sonrosado era de lo más adorable…
“Bueno… si lo decís vos… debes tener razón…” admitió, con cierta timidez.
Y tras eso y algún par de besos, nos acomodamos para dormir un rato, antes de regresar.


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