Un ganador. Capítulo 39

Un ganador. Capítulo 39

Esta es la historia de Emanuel, un ganador de 24 años que tiene anécdotas muy interesantes para contar, llenas de chicas y amigas y por supuesto con muchas historias sexuales. Esta historia es ficción, sin embargo eso no quiere decir que no se basa en algunos hechos reales…

Capítulo 39: Jugando con fuego
   El casamiento y sus consecuencias fueron tema de conversación durante los siguientes días. El tema principal fue el hecho de que Cristian se acostó con una prima de Giselle, lo que provocó que él y Clara se pelearan definitivamente y terminaran su noviazgo al igual que lo habían hecho en Noviembre del 2010. Por el contrario, Flavia estaba más enamorada que nunca de Juan Ignacio y al comprobar que a todos nos había caído bien, decidieron ponerse en una relación seria empezando un noviazgo que iba a prosperar. Camila se había enamorado del chico con el que había transado, chico con el que iba a salir por un tiempo hasta que él la terminara dejando. Leandro y Victoria habían arreglado un poco su situación y a pesar de que nos dijeron que fue porque hablaron la situación, en realidad fue porque se habían echado un lindo polvo en el auto, pero yo solo sabía eso. Por mi parte, Antonella me agregó al facebook, consiguió mi celular y a pesar de que me acosó durante unos días, le dejé bien en claro que no quería nada con ella y terminó aceptando que yo estaba con Eliana.

   En Octubre la vuelta a la rutina no fue nada agradable. El estudio volví a inundar las mañanas y las noches que me las pasaba en mi casa o en lo de Eli leyendo y resumiendo. Varios fines de semana nos juntábamos con Esteban, con Diego y con Bruno a hacer resúmenes y preparar trabajos prácticos. La relación entre Diego y Andrea llegó a un final bastante abrupto cuando él se enteró que ella se estaba mensajeando con un chico de su pueblo con el cual habían tenido algo serio durante su último año de secundaria y a pesar de que ella insistía en que no pasaba nada, él no le creyó. Rocio y Eliana se terminaron poniendo del lado de Andrea, lo que terminó provocando algunas peleas entre ella y yo.
   El trabajo tampoco era una vía de escape muy agradable. Cintia ya se había olvidado de la mentira de que mi abuela estaba enferma y volvía a seducirme con el fin de que yo le diera mi leche. “¿Cuándo necesites unos masajitos me avisas papi?” me preguntó el lunes después de un finde de puro estudio. Georgina llegó al año de trabajo y decidió renunciar manifestando que le había sacado mucho tiempo que prefería dedicárselo a su cerrera, haciendo que las tardes volvieran a ser solo para mí y para Cintia.
   - ¿No te sentís solito acá?- Me preguntó el primer día después de que Georgina renunciara.
   - Cin, tengo una banda de trabajo.- Le dije con el fin de que no me molestara.
   - Bueno no te enojes. Si querés vengo y te hago compañía. Prometo ser calladita y discreta. Aparte te va a servir para relajarte.- Agregó volviendo a apoyar las manos sobre el escritorio revelando un hermoso escote.- Si sabes que a mí me gusta jugar con fuego.- Agregó y se fue.

   Las noches con Eliana eran cada vez más rutinarias y sencillas. Al estudio excesivo se le sumaba el hecho de que a ella no le gustaba para nada que yo defienda a Diego y manifestaba su disconformidad con respecto a ese tema cada vez que podía. “Me voy a bañar” me dijo después de que le pidiera que no me hablara más del tema. “Capaz que estando solo recapacitas” agregó cerrando de golpe la puerta del baño. Miré fijo los apuntes por un segundo cuando me llegó un whatsapp. Era una foto de Cintia, la primera después de varias semanas. “Que solita que estoy” decía debajo de una imagen de ella tirada en la cama en ropa interior. “Ando necesitando algo de lechita” agregó con una imagen de su cola en el espejo. Pero sonó el celular de Cintia y me distrajo.
   Como pensé que era una llamada, lo tomé, pero era un whatsapp de “Toni”. Lo abrí. “Qué haces preciosa? Estudias?” decía. Me pareció raro, por lo que decidí leer un poco las conversaciones previas, cosa que no fue bueno. “Te me hiciste la difícil, pero bien que te gusto”, “Que ganas de que vuelvas acá para estar otra vez con vos”, “Me dejaste con unas ganas de más” eran algunos de los mensajes que él le había mandado. Los de ella no eran menos: “Obvio que me gustó, siempre me gusta estar con vos”, “Yo también tengo muchas ganas de ir ahí y pasar otra noche con esa” y por último “A mi también me dejaste con ganas de más. Tanto que anoche me tuve que tocar un ratito pensando en vos”.
   “Sí estudio. Vos que haces?” le respondí para ver que pasaba. “Acá, tranqui en casa. Pensando en vos” me constestó enseguida. No supe que decirle a eso, pero él fue más rápido que yo y me mando: “Querés ver una foto?”. “Dale” le contesté. Segundos más tarde mandó una foto de su verga parada con la leyenda de “Mirá lo duro que me pones Eli”. Entré a la imagen y sin pensarlo empecé a ver las anteriores. No era la única. Había varias fotos de él desnudo, frente al espejo, mostrando la pija. Lo reconocí enseguida, era Tomás un chico del pueblo de Eliana, un ex compañero de la secundaria. Ella también le había mandado algunas fotos, en ropa interior, de sus tetas, tocándose. ¡Me estaba cagando!
   Escuché que cerraba la canilla y decidí decirle que tenía que volver a estudiar y él me contestó un “Nos vemos. Chau. Borré toda la conversación para que no quedaran rastros y la imagen que él había mandado. Eliana salió y al ver mi cara me preguntó si pasaba algo. “Nada” le respondí. Pero era obvio que algo me pasaba. Tuvimos una pequeña pelea donde yo me escudé en lo que ella había dicho que tenía que pensar y me terminé yendo a mi casa. ¡Eliana me estaba cagando con un pelotudo de su pueblo! Yo no era el Papa, pero por lo menos hacía lo posible para no hacerlo y peleaba contra Cintia y le había cortado el rostro a Antonella. Pero ella como si nada se mandaba fotos con él y le decía que no paraba de pensar en él.

   - Apenas se vaya tu viejo vení a mi oficina. Te voy a coger como a vos te gusta.- Le dije al oído a Cintia ese jueves a la tarde.
   Ella me miró sorprendida y me sonrió mientras yo volvía a la oficina. Seguimos trabajando hasta que Roberto se fue cerca de las 6 de la tarde diciendo que no iba a volver y que nos veía al día siguiente. Apenas cerró la puerta Cintia se paró y entró a mi oficina. Vino caminando hacia el escritorio y se arrodilló frente a mi en el espacio que había dejado cuando alejé la silla.
   Sin decirnos nada me desabrochó el pantalón y me lo bajó hasta los tobillos. Mi pija estaba blanda, pero ella no tuvo problema en metérsela en la boca para chuparla con ganas. ¡Como extrañaba esa boquita, esos labios! Cintia me la mamaba con unas ganas tremendas, haciendo que mi pija se fuera poniendo cada vez más dura con cada lamida que daba, hasta que estuvo completamente parada. La saboreaba como loca, pasándole la lengua por todos lados y dándole besitos a la cabeza. Con una mano se ocupaba de pajearme, mientras que con la otra me acariciaba el cuerpo. Aproveché para desabrocharme la camisa, pero cuando me la estuve a punto de sacar ella me dijo: “No. Dejatela” con media verga en la boca.
   La siguió chupando un buen rato, dándome un placer increíble con sus labios y su lengua. Después de eso se paró y me ocupé de tocarla y besarla toda, levantándole la remera para lamerle la pancita y después la pollera para morderle la tanga que tenía puesta. La incliné un poco hacia adelante así como estaba y metí mi boca entre los cachetes de su cola. Con el hilito de por medio me dediqué a lamerle la conchita y la colita. Ella se abrí el culo con las manos para que yo pudiera chupar tranquilo. Fui jugando con su cuerpo y con mis dedos, haciendo que entraran por ambos agujeros sin ningún problema.
   - Sentate.- Le dije inclinándome hacia atrás.
   Ella se acercó a mi de espaldas y se levantó la pollera. Se agachó sobre mis piernas haciendo que mi verga entrara en su concha. Se inclinó hacia atrás apoyando su cuerpo sobre el mío y comenzó a moverse. Lo hacía de manera sensual, suave, con pasión, como a ella le encantaba hacerlo. Yo le besaba el cuello mientras ella se movía bien suave con las manos sobre los apoyabrazos. Le acariciaba las tetas y la cintura. Que placer volver a sentir esa conchita divina, volver a tocar ese cuerpo.
   Le dije que se parara y ella se inclinó sobre el escritorio levantando su colita. Me paré detrás de ella y volví a metérsela tomándola bien fuerte de la cintura. Al principio iba y venía despacio, pero enseguida aumenté mi velocidad haciendo que mi pija entrara y saliera de su conchita. Un chirlo se me escapó y ella pegó un grito de placer. “¡Sí papi!” gimió mientras agachaba más su cuerpo haciendo que sus tetas tocaran la mesa. Un nuevo chirlo. “¡Ay sí, como me gusta!” volvió a gemir.
   - ¿Así que te gusta jugar con fuego putita?- Le pregunté al oído agarrándola bien fuerte del pelo y haciendo que su cuerpo se levantara.
   - ¡Me encanta!- Me contestó ella entre gemidos de placer y dolor.
   - Te voy a dejar la concha en llamas.- Le dije para después soltarle el pelo haciendo que su cuerpo volviera a caer sobre el escritorio.
   La tomé nuevamente de la cintura con las dos manos y me la empecé a coger bien fuerte. Me movía lo más rápido que podía y mi verga, completamente dura, entraba y salía de su concha a toda velocidad. Mi cintura chocaba contra su cola y ella gemía y gritaba de placer con cada golpe que daba. “¡Sí papi! ¡Cogeme! ¡Así, cogeme!” gritaba ya sin disimulo. Sus palabras me penetraban el cerebro y me volvían loco. Lo hacía de odio, de bronca. Los mensajes de Eliana y Tomás (“Toni”) aparecían en mi mente. “Siempre me gusta estar con vos”, “Te me hiciste la difícil, pero bien que te gusto”, “Anoche me tuve que tocar un ratito pensando en vos”. Era ojo por ojo.
   Me agaché atrás de Cintia y me dediqué a lamerle el culito y la conchita. La agarré completamente de sorpresa y ella pegó un grito de satisfacción pura cuando mi lengua pasó por su cola. Mis labios iban de acá para allá, lamiéndole todo y ella se dedicaba a gozar por completo. Jugué con mis manos, con mis dedos, nuevamente haciendo que entraran en sus dos agujeros. ¡Qué caliente que me ponía esa cola!
   Volví a pararme y nuevamente se la metí para seguir cogiéndomela. Ella no daba más, no paraba de gemir del placer y empezó a acabar. Una vez, dos veces, tres veces casi seguidas pude sentir como llegaba al orgasmo con un grito aturdidor, para después pedirme más y más. “¡Dale papi cogeme!” me gritaba. “Dale que no paro de acabar” insistió.
   Esa frase me calentó tanto que tuve que sacarle la pija porque estaba a punto de llegar. Me pajeé por unos segundos sobre su cola y la leche no tardó en llegar. Una cantidad enorme salió disparada hacia todos lados, manchando su espalda, su cola y sus piernas, pero también el escritorio, algunos papeles y el piso. Volví a metérsela una vez que terminé y bien despacio me la seguí cogiendo hasta largar la última gota de semen que quedaba.
   Nos limpiamos, nos cambiamos y ordenamos todo, dejando la oficina completamente reluciente. “Como extrañaba que me hagas acabar así” me dijo cuando estábamos en el ascensor saliendo del edificio. “¿Me vas a seguir cogiendo papi?” me preguntó caminando por la calle antes de que nos separemos. “Cuando quieras leche, vení y pedímela. Tengo mucha para darte” le contesté.


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