Siete por siete (113): Exámenes médicos




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Compendio I


No quería interrumpir a mi ruiseñor con sus vivencias, por lo que aproveché de relajarme.
La curiosa situación que les contaré se viene dando hace un par de meses.
Al principio, se trataban de notificaciones de la enfermería, que no me había presentado a mis exámenes de sangre.
Es un procedimiento estándar, con la intención de evaluar las condiciones del personal para el trabajo en altura.
El año pasado, cuando ingresé a faena, reenvíe los mismos exámenes que me hicieron al ingresar al país y tuve la autorización administrativa para desempeñar mis labores.
Sin embargo, a los 2 meses me llegó una seguidilla de mensajes a través de la intranet que debía presentarme en la enfermería para la evaluación.
Los empecé a ignorar, porque la faena está ubicada a unos 750 m sobre el nivel del mar y los problemas de diferencia de presión empiezan a darse alrededor de 2000 m.
Además, Marisol y yo vivíamos en una ciudad a 543 m, lo que no me ha causado molestias.
Con el pasar del tiempo, los mensajes cesaron y me olvidé del problema.
Pero tras el accidente que tuvo Tom (Quien por cierto, ha vuelto a faena, pero tomando labores administrativas y de coordinación, dado que sigue enyesado de su pierna), los mensajes se reanudaron.
Esta vez, con el detalle que “No he presentado mis exámenes de sangre ANUALES”, significando que los anteriores no son vigentes y que nuevamente, debía presentarme en la enfermería.
Es un procedimiento inútil, que abarca un día completo del turno y me resulta molesto porque me gusta mi trabajo y Marisol no está para acompañarme.
Al principio, los ignoré nuevamente, pero al poco tiempo pasaron a ser tan insistentes (llegando hasta 3 mensajes por semana al buzón), que empecé a preocuparme.
Confundido, le hablé a Hannah si podía hacer algo al respecto.
“¡Esa puta!” fue su reacción y que no me preocupara. Que no pasaría a mayores.
Pero los mensajes seguían llegando e incluso consulté a mi personal.
“¡No, Jefe! ¡Usted no puede!” me respondió uno de ellos.
“¡Sí! ¡Usted ya tiene a “Cargo”!” agregó otro. “¡No puede quedarse con todas!”
Sus comentarios despertaron mi curiosidad y empecé a buscar en las hojas de desempeño.
Resultó que al menos una vez al mes, 2 de mis hombres eran solicitados a enfermería para evaluaciones y haciendo memoria, recordaba lo felices que estaban esos días y las felicitaciones que les daba el resto.
Intuyendo ya el motivo, decidí confrontar a Hannah, pidiendo una explicación.
Fue la noche del jueves del último turno, que la invité al bar de la casa de huéspedes a beber una cerveza.
“¡No! ¡No puedes ir! ¡Eres mío!” me respondió, con un rostro amargado.
Suspiraba y bebía para darse ánimo, pero el tema era demasiado grande para poder manejarlo sola.
“¿Recuerdas cuando era… una perra… contigo?” Preguntó finalmente, con una sonrisa más tibia.
“¡Claro que lo recuerdo!”
“Pues… tú me gustabas… eres un tipo suave y misterioso… y no eras… bueno, no eres como los que vienen para acá…”
El tono de su voz y sus suspiros la hacían ver como una quinceañera enamorada.
Me recordó a Marisol, un par de años atrás.
“Yo no iba a decírtelo… porque… ya sabes… tenía a Dougie… y eso era todo para mí… pero empecé a compartir más y más contigo… hasta que me empecé a enamorar.”
“¡Esa parte ya la sé!” le respondí, para romper la atmósfera.
Sus mejillas estaban rosadas y se veía muy apetecible para robarle un beso. Sin embargo, quería aclarar mis sospechas.
Nos reímos y ella se calmó un poco más.
“El punto es… que no quería meterme contigo…” miró levemente el techo, desechando el prejuicio que diría después. “No quería ser… “Una de tus chicas”… de acá… de la montaña.”
“¡Pero no lo eres!” Respondí pasmado.
Su sonrisa era tan tierna y coqueta, que me sorprendía cómo una belleza como ella, de cabellos rubios y ojos celestes podía conversar conmigo sobre ese tema, con tanta inseguridad.
“¡Ahora ya lo sé!” exclamó, con bastante energía. “Pero antes… no te conocía… y me daba miedo que si me entregaba… pues…”
No era necesario que continuara, porque su mirada perdida y triste en la botella vacía lo decía todo.
Temía que la viera como algo pasajero y de una sola noche.
“¿Y qué tiene que ver con los exámenes?” pregunté.
“¡Ah! ¡Eso!” respondió, recordando mi dilema. “Pues… si a mí me da miedo entregarme… Ruth es todo lo contrario.”
Reaccioné con sorpresa.
“¡No me mires así! ¡Sé que te gusta también!” exclamó, más enfadada.
Se amurró, mirando su botella nuevamente.
Le acaricié por el hombro.
“¡Hannah, yo no la conozco! Incluso, la vi por primera vez cuando pasó lo del viejo.”
Sus ojitos brillaban en ansiedad.
“¿De verdad?”
“¿Con qué tiempo la voy a ver, Hannah? Si no estoy contigo, estoy trabajando.”
E inesperadamente, me dio un beso, porque beber la pone muy alegre.
Mientras caminábamos de regreso a la cabaña, ella iba muy abrazada.
“O sea… ¿Soy tu única chica?” me preguntó.
“¡Por supuesto!” le respondí, añadiendo. “¡Eres mi única chica… acá!”
Creyó que me refería a mi ruiseñor.
“¡Siento sonar como Marisol! ¡Debes oírlo todo el tiempo!” se disculpó, abrazándome con más fuerza.
“En realidad, Marisol no es celosa.”
Me miraba incrédula y/o confundida.
Abrí la puerta y me empujo a la cama, empezando a desabrocharse la camisa.
“¡No puedes verla! ¡Tienes que prometerlo!”
“¡Hannah, no quiero verla! Te tengo a ti… aquí.”
Y nuevamente, me saltó a comerme a besos.
Su ímpetu empezó a calentarme.
Acariciaba su trasero, mientras ella misma se rozaba por encima de mi sexo, deseando que lo hiciéramos una vez más.
Descubrí sus tiernos pechitos, con sus pequeños pezones hinchados, como si quisieran estallar.
“¡Tienes que ser mío! ¡Aquí, solamente mío!... y de nadie más.” Protestaba con obstinación.
La encontraba hermosa y los recuerdos de mi esposa volvían a fluir en mi mente.
Ocasionalmente, a Marisol le dan arrebatos de celos, pero son muy pocos.
Lo que es yo, me resulta un esfuerzo enorme sobreponerme, porque sé que la tentación está ahí mismo, con sus compañeros y profesores.
Y no pienso que sea un arrebato egoísta de mi parte, porque yo le perdonaría si decidiera juntarse con otro hombre.
Su rostro inocente y sincero, con un cuello esbelto que le da la elegancia y belleza de un cisne; sus maravillosos y bamboleantes pechos y su trasero amplio, redondito y perfecto.
Y yo aquí, atrapado 400 kilómetros y una semana para poder acariciarla y besarla a ella y a mis hijitas.
Hannah me gusta y la amo, pero estoy consciente que este amor será pasajero.
Es cosa que su marido le dé más tiempo y que puedan acostumbrarse a la rutina del trabajo, pero es con Marisol con quien imagino mi vejez.
Pero no quiero divagar con mis ansias por regresar.
Hannah sigue siendo la mujer más bonita en la faena y aquí, ella es mi esposa, como yo soy su marido.
Acaricio su trasero y ella suspira mientras me besa.
“¡Eres mío!” vuelve a insistir.
“Si Douglas te engañara, ¿Te pondrías igual de celosa?”
Retrocede ante mi pregunta y lo piensa, pero no me da una respuesta.
La vuelvo a besar, porque no deseo mortificarla.
Aquí, ella es mi chica. ¿Qué me importa lo que pase cuando está con su marido?
Sus pantalones bajan y la muy traviesa usa una prenda rosada muy seductora, que además ya está bastante húmeda.
Ella, en cambio, desabrocha mi pantalón y acaricia con ambas manos mi erección, que está lista para entrar en ella una vez más.
“¡Es… solamente mía!” dice y se abalanza a darme una mamada maravillosa.
Su lengua y su técnica han mejorado, gracias a que su marido y yo la complementamos en su labor.
Pero imagino por la dedicación y su ritmo que es la mía la que más disfruta.
“¡No… puedes… meterla… en nadie… más!” exclama, sujetándose fuertemente de mis muñecas, a medida que la voy penetrando.
Me encantaría que Marisol me dijera lo mismo alguna vez.
“Entonces… ¿Soy sólo tuya?” le pregunto, moviéndome lentamente.
“¡Ahh!... Solamente… mía…” exhala su respuesta.
Me empieza a calentar.
“Entonces… ¿Nada de putas para mí?” le pregunto, ingresando más adentro.
Por la manera de estremecerse, sé que su marido no la ensancha así.
“¡No!... Ninguna puta…” se esfuerza en responderme, sin dar un gemido.
“¿Ni siquiera… Ruth?” le pregunto, subiendo la velocidad.
El enojo de su rostro se refleja en la mayor presión de su vagina en mi pene.
“¡Ahhh!... ¡Ni siquiera… Ruth!”
Voy ingresando cada vez más adentro.
“Entonces… ¿Quién será… mi puta?” le pregunto, afirmándome fuertemente de su cintura.
“¿Qué?” pregunta exaltada, sin dejar de disfrutar del placer de hacer el amor enojado.
“Pues… todos mis hombres… irán a ver putas… y yo me quedaré solo…” respondo, con la intención de hostigarla.
Pero ella también me conoce bien.
“¡Vamos… Marco!... ¡No lo diré!...”
“¡Tendré que conformarme… con mi esposa… en casa!” Le incito, bombeando con locura.
“¡Marco!... ¡Por favor!...” Me imploraba, mordiéndose los labios.
Pero en el fondo, sabía que lo diría.
“¡Ella me deja… hacerle la cola… en su boca… en la ducha… y donde yo pueda desearla!”
Hannah se quejaba increíblemente.
“¡Está bien!... ¡Está bien!... ¡Seré tu puta!... ¡Seré tu puta!...”
Y la besé.
Su lengua se revolvía desbocada en mi boca, pero por la manera de mirarme, se notaba que le gustaba.
“De cualquier manera… ya soy tu puta… acá, en la mina…” agregó abrazándome, con una mirada más sumisa.
Me corrí en ella terriblemente.
Nos besamos y ella se fue calmando.
“¡Tendrás que satisfacerme en todo!” le dije, para molestarla, mientras seguíamos pegados.
“¡Cállate!” me respondió, pero apoyando su cabeza encima de mi corazón, sin dejar de abrazarme.
Y le tomé la palabra al instante que me despegué.
A pesar que ella se rehusaba, apoyó sus manos en la cama y me ofreció su redondito trasero, porque resulta que su pose favorita es el doggy style.
Los orgasmos que alcanzó de esa manera no podían haber sido fingidos ni por la mejor de las putas.
Pero cuando nos acomodamos para dormir, la noté mucho más cariñosa.
“Hannah, si quieres, los exámenes los haré en el hospital.”
“¿De verdad?” me preguntó, con sus ojitos brillantes.
Pero tuve que darle la mala noticia del por qué debía hacerlo.
Afortunadamente, las pequeñas están sanas, al igual que Marisol y Lizzie.
Sin embargo, el vuelo sale a las 8 de la mañana, con la escala en Sydney y por lo que me ha contado mi ruiseñor, la estrategia de cambiarle las horas de comidas y de siestas no ha sido muy efectiva, preocupándome un poco el Jet-Lag.
Lo bueno es que durante nuestro viaje a Japón, mis hijas apenas se quejaron y supimos entretenerlas bien y en esta ocasión, Lizzie viaja con nosotros, que ellas simplemente adoran.
Lamentablemente, ausentarme una semana en el trabajo me significa no ver a Hannah durante casi un mes, porque regresamos el 22, que es semana de descanso.
Pero lo hemos compensado haciendo el amor 2 veces por noche, más la infaltable inspección a mediodía.
Además, el regreso del viejo Tom le ha subido los ánimos y solamente espero que nada peculiar pase en mi ausencia, junto con que las notificaciones de la enfermería cesen definitivamente.


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1 comentario - Siete por siete (113): Exámenes médicos

profezonasur
Excelente sus crónicas tamisadas con su condimento erótico.
metalchono
La lengua de Cervantes fluye por nuestra sangre. ¡Un gusto volver a saber de usted!