Siete por siete (105): Vivencias de cornudos

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Compendio I


Me he tardado un poco, porque no es un tema fácil de abordar. Además, entre otras cosillas, da la “casualidad” que la Administración está haciendo “Informes de desempeño de Jefes de Departamento”, por lo que todos nosotros (Desde Hannah hasta Nelson e incluso algunos contratistas) estamos trabajando a toda máquina para demostrar nuestras labores.
Puede ser coincidencia, pero sospecho de Roland.
Confieso que me encantan los relatos de cornudos. En especial (e imagino que como a muchos), los de mujeres corneadoras, que se dan el tiempo y orquestan verdaderas conspiraciones para encontrarse con sus otros machos.
Prefiero particularmente los que la mujer lo hace a escondidas, porque me da lástima por el marido cornudo, ya que no muchas veces se lo merecen, encuentro cruel cuando el marido se da cuenta y ahora que me ha tocado el caso (de ponerle los cuernos a mi vecino con su esposa), mi conciencia me llena de remordimientos.
Marisol respeta y estima a Kevin como persona. No obstante, lo detesta y humilla en el ámbito sexual, porque según ella, representa a todo lo malo que encontró en los amigos de su papá cuando joven.
Es decir, un amante insensible y egoísta, que privilegiaba el placer propio por el de la otra persona.
Para mí, es un alivio, porque Kevin físicamente es atractivo para mi ruiseñor y sin importar las libertades que me ha dado para meterme con una y otra mujer, sigo prefiriendo que ella sea mía y solamente mía (aunque seré comprensible si ella desea involucrarse con alguien más).
Pero para la “fiesta oficial” de cumpleaños de las pequeñas (el cumpleaños cayó un jueves, pero para que todos pudieran asistir sin problemas, la celebramos el sábado), quise equilibrar la balanza a favor de mi amigo.
Ese día, Marisol invitó a los vecinos con su bebito, a sus 3 nuevas amigas (con las que me quiere involucrar también), a Megan, a Liz y sorpresivamente, a Diana y a Ryan.
Aunque el centro de la atención fueron las pequeñas, los ojos de las antiguas amistades de mi Ruiseñor convergían ocasionalmente en mí, con sonrisas disimuladas y miradas peculiares, como si desearan una aventurilla más entre medio de la celebración.
De hecho, mientras juntaba los platos para servir el pastel, Diana se coló conmigo en la cocina.
“¡No necesito que me ayudes!” Le dije.
“¡Oye! ¡Recuerda que vivía aquí!”
Se notaba que ya no era la misma. Sigue luciendo como quinceañera, (20 años, pechos pequeños, cintura fina y un trasero respingón, con forma de durazno), pero su nueva relación con Ryan le había cambiado.
A diferencia de antes, se maquilla con un tono rosáceo sus finos labios y aunque sus ojos castaños siguen mansos, hay mayor chispa, seguridad y travesura en su mirar.
“Así que esa es la nueva amiga de Marisol…” suspiró, refiriéndose a Liz.
“Algo así. Pero ¿Por qué te quejas? ¡Tienes a Ryan para ti sola!”
“¡Lo sé!” respondió, poniéndose colorada. “Pero hay veces que una necesita… “Un ángel de la guarda” que te cuide… y el primer beso y la primera vez nunca más se olvidan.”
Me sorprende que a pesar de todo, siga recordando lo que vivimos en Uluru el año pasado.
Permanecía una tensión extraña entre nosotros. Me dio la impresión que quería una sesión de besos más.
“Pues… yo estaré a tu lado para lo que necesites y trataré de apoyarte siempre…” le abracé, rechazando su invitación.
No es que no la siga queriendo. Pero ella ya tiene a alguien más...
Salí al patio y encontré a mi buen vecino armando el asado. A pesar que es mucho más sencillo de lo que muchas veces termino cocinando yo, no tengo paciencia con el humo.
“¿Y qué tal todo?” le pregunto, ofreciéndole una cerveza.
Era una cerveza sin alcohol, light, de colores azul, blanco y dorado.
“Si… está todo bien.” respondió, mirando la lata y dejándola de lado, con un tono más bajo.
“¿Estás seguro? La compraron exclusivamente para ti.”
Ahora que lo pienso, ser emasculado por una cerveza sin alcohol debió ser el colmo para él.
Nos miramos a los ojos. Contemple mucha humillación, vergüenza y una leve suplica por clemencia, que me conmovió bastante.
“¡Agarra tu chaqueta! ¡Saldremos de paseo!” le ordené.
Sorprendido y sin mucho entusiasmo. Sin siquiera protestar, siguió mis órdenes.
Marisol me miró indignada.
“¿Cómo que saldrán? ¡Estamos en medio de la fiesta!”
Le di un beso suave y una mirada seria a los ojos.
“¡Necesito discutir algo importante con él y tú sabes que no siempre tengo tiempo!”
Me miró resignada, pero me sonrío. Sabía que no íbamos a hacer algo extraño y ella se encargaría de la carne.
Sin embargo, Fio, que vestía unos pantalones apretados blancos y una camiseta escotada del mismo color, nos interrumpió el paso.
“¿Dónde van?”
“Lo llevo a tomarse una cerveza. Se nota que la necesita.” Le respondí con una sonrisa.
“¡Pero quería que me ayudaras trayendo los platos para la cena!” exclamó enfadada, sin importarle que su marido estuviera con nosotros.
“¡Lo siento, preciosa! Deberás encontrar a alguien más…” le respondí.
Mal juego de palabras…
Adelaide es una ciudad enorme, pero existe un restaurant donde no me importa armar un escándalo.
Teníamos un tema pendiente, que nunca habíamos discutido. Había mucha gente joven y bullicio, por lo que podríamos conversar con cierta libertad.
“¿Qué desean?” nos preguntó la mesera.
“Una taza de café y…”
“¡Nada de eso!” le interrumpí. “¡Una pinta de cerveza y un jugo, por favor!”
La mesera me dio una ligera sonrisa y marchó hacia la barra, la que yo contemplaba expectante.
“¿Por qué?” me preguntó Kevin, con una mirada desolada y confundida.
“Porque lo necesitas.” Le respondí.
Y esperamos nuestras bebidas en silencio, ignorando al “Elefante en la habitación”.
Kevin se sorprendió al ver la jarra de cerveza (1 pinta es casi medio litro), mientras que yo sonreía con mi jugo de manzana.
“Y bien… ¿Qué te pasa?”
Y me dio una sonrisa amarga.
“¡Tú… lo sabes!” me respondió, con la misma cara de resignación.
Ahogó inmediatamente mi aire festivo.
“¿Hace cuánto?”
“¡Desde siempre!” respondió, con una mirada feroz, pero contenida.
“¡Lo siento! Lo que tú quieras que haga…”
Dio un suspiro, sin mirar su cerveza.
“¡Es mi culpa, Marco! ¡No he estado ahí para ella!” prosiguió, con su tono resignado.
Kevin es un tipo enorme. Debe medir más de 1.90m y en sus años mozos, fue un jugador profesional de futbol.
Tiene ojos celestes, más duros y primitivos, con una nariz larga y puntiaguda y un mentón cuadrado, con una ligera papada. Es pelirrojo, aunque ahora lo tiene casi rapado al cero.
Fiona, su esposa, debe medir 1.68m aproximadamente, ya que es un par de centímetros más pequeña que Marisol.
Es de cabello negro, largo y liso; ojos negros y achinados, que le dan una apariencia salvaje y cazadora, una nariz pequeña y una boca fina.
Su busto es enorme (midiendo unos 103 centímetros) y su figura es escultural, porque fue porrista del equipo de Kevin, quien fue su primer amor y posteriormente, su esposo.
Y ahora es la razón de su problema.
“Cuando iba a cocinar contigo, ¡Ella brillaba, compañero! “Me dijo, como si recordara viejos tiempos. “¡No paraba de hablarme de ti y de lo que habían aprendido! …y yo… ¡No supe escucharle!”
“Empezó a cambiar de a poco. ¡Ya sabes cómo era! ¡Fiebre de bebe y todo eso! Pero empezó a cambiar cuando te fuiste a trabajar al mina, compañero.” Me dijo, cada vez más cabizbajo. “¡Ya no era la misma!”
Me sorprendía que siguiera diciéndome “Compañero” (Mate), sin importar que me hubiese metido con su mujer.
“Marisol también empezó a cambiar cuando la empezaste a llevar a la universidad…” Le dije, mostrándole que él tampoco era una blanca paloma.
Puso una cara nerviosa.
“¿Lo supiste?”
“¡Por supuesto! También conozco a mi mujer.” le expliqué, con una actitud más alegre.
La vergüenza frenó en seco su humillación y el poder tranquilizante de la cerveza fue relajándole y soltando más su lengua.
Por simple curiosidad, quise consultarle de su experiencia con Marisol.
Me contó lo que ya sabía, que se había metido con ella la primera semana que me fui a trabajar. Que desde que le había dicho que mi esposa era una excelente mamadora y que se lo había hecho por la cola, que ella le empezó a excitar.
Aunque tenía entre 5 y 6 meses de embarazo, Marisol seguía manteniendo un atractivo físico diferente: el color de sus ojos y piel, su buen trasero y su pecho seguía desarrollándose.
No podía creer lo buena que era mamando, porque a diferencia de las otras mujeres con las que se había metido, a Marisol le gustaba tragarse el semen.
Lo que más me llamó la atención era que con él, debía chuparlo de una manera distinta.
Kevin tiene una anaconda en los pantalones, de unos 22 cm., mientras que la mía, con suerte alcanzará los 18 en su máximo esplendor.
Pero aun así, Marisol la metía en su garganta y más.
“¡Me decía que era para darme las gracias! ¡Me desabrochaba el pantalón y se la metía ansiosa en su boca! ¡Subía y bajaba como una puta de verdad, compañero, y lo hacía tan rápido, porque tenía que entrar a clases!” exclamaba, ya medio tomado.
Me explicó que como no le cabía entera, se enterraba en la garganta lo más que podía, pero el resto lo sacudía ansiosamente con sus manos.
Como les digo, esa experiencia me hacía sentir sensaciones variadas, porque hablaba de mi esposa y debía calmarme, pensando que a Fio le había hecho cosas peores.
Pero confieso que me excitaba su relato, ya que imaginaba a Marisol tragando una verga enorme como esa, atorándose con su miembro rígido y largo y acelerada, para llegar a la universidad, lavarse y que nadie se diera cuenta.
Después, empezaron a irse más temprano.
“¡Era insaciable! ¡Insaciable! ¡Se lo bebía todo y me miraba con ganas de querer más!” Me contó, ya bien tomado.
Y después, el broche de oro: la cola de mi ruiseñor.
Comprendí mejor por qué no le simpatiza Kevin. A diferencia mía, no se preocupó de lubricarla o que no le doliera.
“¡Simplemente, se la metía y hacía lo mío!” me contó.
Mientras se la metía por su estrecho agujero, Marisol acariciaba su pecho con una mano y se masturbaba con la otra, gimiendo mientras se la metía, lo que le daba más ganas a Kevin.
También se acordaba con mucho detalle de las amplias y suaves caderas de mi esposa y cómo se afirmaba fuertemente a ellas, mientras que ella le insultaba que no fuera tan violento y que no se la metiera tan fuerte, aunque él no le prestaba atención.
Pero tras un cierto tiempo, la relación empezó a morir. Marisol quedaba frustrada al darle mamadas, reclamándole que yo podía darle más leche y que no le gustaba que le hiciera el trasero, porque era demasiado brusco.
Llegó a tal punto que incluso le preguntó si podían tener sexo, a lo que Marisol se negó rotundamente.
Le dijo que era muy rudo y que estaba embarazada. Que podía chuparle y hacerlo por detrás todo lo que quisiera, pero que ese lugar era reservado solamente para su marido.
Cuando terminó su historia, no había esa tensión inicial (pero quedé un poco frustrado) y decidí devolverle el favor, contándole mi experiencia con Fio.
Le conté de esa clase magistral que le di sobre el sexo oral: de cómo le comí la rajita, de cómo me envolvió la verga con sus tremendos pechos y me hizo su primer paizuri, de cómo me dio la primera mamada y cómo fui la primera persona que le hizo beber semen.
Pensé que Kevin se enojaría, pero se veía cada vez más interesado.
“A veces, no pasaban 20 minutos antes que llegaras a casa, cuando Fio salía de mi ducha, para recibirte y aplicar lo aprendido contigo.” Le comenté, al verle de esa manera.
También le dije de cómo le desfloré su culito, antes que él y de la vez que vinieron cuando las pequeñas nacieron y de cómo le obligué que me hiciera una mamada, le hice la cola y finalmente, me la terminé cogiendo, mientras que Marisol y él “veían el partido”, aunque en realidad, también estaban jugueteando.
Su interés era tal, que le fui contando cómo lo hacíamos en la cocina, en la ducha, en el dormitorio donde duermo con Marisol, en la habitación donde dejábamos dormir a las pequeñas y en general, dentro de toda la casa, mientras que ella se quedaba cuidando a las pequeñas.
No me atreví a contarle del trio que tuvimos con Ryan, cuando instaló el sistema de seguridad; los días que se quedó en mi casa cuando Kevin viajó a Melbourne (que la cogí una noche entera y que incluso tuvimos un trio con Marisol), lo que pasó con su antiguo jefe, el cura y los acólitos de la iglesia y otras cosas más, porque su mirada se notaba extraña.
Pidió otra cerveza y me volví a disculpar.
“Bueno, compañero… De eso quería hablarte.” Me dijo, dando un ligero eructo. “Ahora, todos miran a Fio y la desean. Ya has visto que ha cambiado su forma de vestir y en la cama, es una diosa… pero conmigo solamente… no le alcanza.”
“¿No me estás pidiendo que…?” pregunté espantado.
Él simplemente me sonrió.
“¡Ni lo pienses!” exclamé.
“¿Por qué no?”
“¡Porque es tu mujer!” le respondí. “¡Vamos, Kevin! ¿Ya no la amas?”
“¡Claro que la amo! Pero ¿Crees que es tan fácil verla así, queriendo siempre más y más?”
Y entonces, cuando ya me había olvidado…
“¡Bastardo! ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Liz? ¿Qué hiciste con ella?” me dijo el enano surfista de Fred que atendía la barra.
Me iba a dar un puñetazo, pero mi impresionante compañero le detuvo en el acto.
“¡Déjalo en paz!” le dijo, atajando su mano.
“¡Ese maldito se robó a mi chica!” gritaba, mientras el cocinero (que aunque era corpulento, ni siquiera le hacía mella a Kevin) se lo llevaba al otro lado de la barra.
Con el espectáculo que hicimos, ya no valía la pena quedarnos ahí, así que pagué la cuenta y volvimos a la camioneta.
“¿Cómo piensas que no eres suficiente hombre para Fio, Kevin?” le dije, mientras conducía. “¡Mírate! ¡Eres enorme!”
“Pero en la cama…” se quejó.
“¡Oye, sé listo!” le dije, mirándole a la cara en un semáforo. “Cuando empecé con Marisol, yo tampoco duraba mucho. Me fui al norte, me metí con mi suegra y mejoré…”
“¡Lo he intentado, pero no es suficiente!” me respondió, sin mucho ánimo.
“Entonces, haz trampa: toma pastillas, usa juguetes… ¡Lo que sea, pero no te rindas! Porque para mí, Fio no es especial. Pero para ti, ella es única.” Le aconsejé.
Y aprovechamos de pasar a una tienda de artículos sexuales, donde compré un par de consoladores a batería.
Primera y última vez que voy a un lugar como ese, acompañado por otro hombre.
Y mientras volvíamos, le expliqué de los gustos de su señora y algunos consejos para atenderla. Que dejara de tomar cerveza light y que recuperara un poco más su antigua manera de ser.
Básicamente, que se podía seguir siendo buen padre, manteniendo algunas cosas.
Cuando llegamos, Fio nos esperó en la puerta.
“¡Te extrañé mucho, Corazón!” le dijo, dándole un afectuoso beso con abrazo.
La carne estaba lista, Marisol estaba contenta y los platos estaban en la mesa.
Pero la intuición me hizo mirar al living. Estaba en el sillón, sentado al lado de Diana, con una mirada pacífica y sonriente.
Por la sonrisa del informático, no me quedaban dudas que Fio pudo arreglárselas bastante bien sin nosotros.


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2 comentarios - Siete por siete (105): Vivencias de cornudos

pepeluchelopez
Ja ja ja mori de las risas. Primera y ultima vez que entro a un lugar de esos acompañado de otro hombre. Imaginaba nas caras de quien atendió. Volviendo al tema que mas puedo decir! Excelente
metalchono
¡Gracias! Es que imagínate: Él, macizo como un árbol y yo delgadito y normal, preguntando sobre consoladores.
pepeluchelopez
Jajajaja menos mal fue por una buena causa. Saludos