Siete por siete (99): Por fuerza mayor




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Me sorprende cómo se llena la bitácora.
Confieso que me gusta leer relatos de cornudos y si bien, Hannah y yo le ponemos cuernos a su marido, no me remuerde la conciencia, porque recién están casados y nosotros tenemos una relación de casi un año.
Pero sigo pensando que no todos los maridos se merecen que les pongan los cuernos. Hay tipos como mi suegro, que se lo merecían por ser bestias.
Pero también existen tipos como “era” yo, que miran con ilusión el matrimonio, se dedican a ser buenos padres, tratan de ser fieles a sus esposas y sus mayores preocupaciones son el trabajo y mantener la casa.
También entiendo a las mujeres, que buscan “algo divertido” por el lado, porque la relación se ha ido deteriorando y tanto el romance como el sexo se ha vuelto rutinario.
Sin embargo, la gente cambia o intenta cambiar y esos esfuerzos yo los respeto.
Un año atrás, no me importaba ponerle los cuernos a Kevin. Su esposa es ardiente de buena y Kevin era un fanfarrón, que irónicamente engañaba a su esposa.
Pero pasó ese año y ahora, trato de convencerme que lo que pasó esa tarde fue por “fuerza mayor”.
Fio usaba un vestido largo, ceñido, escotado y brillante, que destacaba su seductora figura.
Kevin, en cambio, vestía su uniforme de oficina: pantalón y zapatos negros, camisa blanca y corbata y venía cargando al pequeño Scott.
Su figura seguía viéndose imponente, como un soldado o un legionario romano. Pero podía apreciarse que la paternidad le había cambiado, dulcificando su rostro, volviéndole más responsable y que el pequeño Scott era una de sus mayores alegrías.
“¡Qué bueno verte!” le dije a Kevin, dándole un sincero apretón de manos.
Sin embargo, cuando vi a Fio, me detuve.
“¿Acaso no me vas a saludar?” me preguntó.
Sus brazos abiertos y una amistosa sonrisa. Pero sus ojos me decían otra cosa. Su fuerte abrazo, enterrándome sus enormes y jugosos melones lo confirmaban: Quería verga.
Me dio la impresión que Kevin pretendía ignorarlo, mirando a su pequeño.
“¿Qué tal tu trabajo?” le pregunté a Kevin.
“¡Bastante bien!... ¡El próximo mes debo viajar!”
Su último comentario, lejos de alegrarle, parecía deprimirlo.
“Pero imagino que la base de datos debe estar yendo bien. He estado hablando en mi trabajo y…”
“¡Tengo que darte las gracias! ¡No he vuelto a tener problemas!” me interrumpió Fio, impaciente al ver que no le presté atención.
“¿Problemas? ¿De qué hablas?” preguntó su marido.
“¡Te dije que tuve problemas con mi leche!”
Kevin me miró estupefacto.
“¿Tú también? ¡Cómo odiaba esos días!” dijo mi ruiseñor, trayendo los refrescos.
“¿De qué hablan?” Me preguntó Kevin, pidiendo explicaciones.
“A tu esposa se le bloqueaban los pechos con leche.”
“¡Cómo odiaba esos días!” dijo mi ruiseñor, sonriendo y tomando su vaso. “¡Por suerte, mi marido me ayudaba en eso!”
“¿Lo ves? ¡Te dije que Marco sabía arreglar esos problemas!” Señaló Fio, dándome una mirada ardiente. “Sabe solucionarlos muy bien…”
La mirada de Kevin cambió de enojo a humillación.
“¡Le sugerí que usara un sacaleches!” le expliqué a Kevin. “¡Tu esposa creía que tenía Cáncer a los pechos!”
Nos reímos, pero la risa de Kevin no era honesta.
Traté de subirle los ánimos, proponiendo un brindis.
“¡Amigo, quiero darte las gracias! ¡Si no hubieras estado aquí, un año atrás, mi mujer y yo no seríamos tan felices, porque quien sabe lo que habría pasado con las pequeñas! ¡Eres un real amigo, un excelente compañero y estoy en deuda contigo!”
Kevin sonrió levemente, al ver que le era sincero…
“¡Marco, lo había olvidado! ¡Hice un pastel de chocolate, pero no pude ponerle la crema!” exclamó Fio. “¿Podrías ayudarme?”
Esa fría sensación en la espalda, que hacía mucho tiempo atrás que no la sentía, volvía a hacerse presente.
Traté de luchar una vez más con mis estrellas…
“¿No pudiste traerlo? ¡Le habríamos puesto crema acá!” le respondí, sin parar de mirar preocupado a Kevin.
“¡No bromees! ¿Qué voy a hacer con una pistola de crema aquí?” Exclamó enfadada.
Sus ojos me decían “¿Por qué te resistes?”
“Además, esa pistola dispara mucha crema… y no me gustaría manchar tu casa.”
Su mirada se tornó lujuriosa y lo último era una clara invitación para que me corriera dentro de ella.
“¡No te preocupes, amigo! ¡Ve tranquilo!” me dijo Kevin, con resignación.
Tuve remordimientos y asco de mí. Mi pobre amigo sabía que le pondríamos los cuernos.
“¡Pero sé muy poco de repostería!” Intenté de zafarme nuevamente.
“¡Ay, amor! Pero has practicado con mamá, ¿Cierto?” insistía mi ruiseñor. “¡Mi mamá ha abierto una pastelería y creo que puede ayudarte, Fio! ¿Cuánto tiempo necesitas?”
“Pienso que unos 45 minutos…” respondió Fio, sonriéndonos.
“¿Lo ves? ¡No te preocupes, mi amor! ¡Me quedaré con Kevin conversando un poco, mientras tú le pones toda la crema al pastel de Fio!” Sentenció mi ruiseñor, muy sonriente.
Era claro que las 2 se habían puesto de acuerdo.
Pero me preocupaba que él se metiera con Marisol.
Mi esposa, con su amor acostumbrado, me dio un tierno beso con sabor a limón y acarició mi cabeza, para quitar mis preocupaciones.
Para Marisol, Fio era otro distractor, que le facilitaría gozar conmigo por la noche.
“¡Ve tranquilo y no lo pienses más!” Sentenció antes de cerrar la puerta, mientras yo seguía los pasos apresurados de mi lujuriosa vecina.
No alcanzamos a cerrar la puerta de su casa, cuando me da un jugoso beso.
“¿Y el pastel?” preguntó, a pesar que sé la respuesta.
“¡No seas tonto! ¡Lo tengo listo desde la mañana!” Dice, poniéndose de rodillas, relamiéndose de ansiedad.
Me baja la cremallera del pantalón y como la puta viciosa que se ha vuelto, empieza a lamerla con mucha dedicación.
“¡Parece que estuviste jugando con Marisol antes!” dice ella, mirándome a los ojos.
Lejos de causarle asco, parece excitarle más todavía.
Lame tan rico, que empiezo a perder la razón y todo el remordimiento que sentía por Kevin se termina cuando la entierra en la punta de la garganta.
“¿Quieres ver mis pechos?” me pregunta, descubriéndose su enorme delantera.
Me pone demasiado caliente. Es demasiada carne para poder resistirse.
Y la muy canalla la mira ansiosa, mientras la asfixia con sus deliciosas ubres y se relame los labios, volviendo a desear chuparla.
Se la meto entera y la deja baboseada y pegajosa.
“¡Quiero tu crema!” me ordena la muy puta, levantando su falda.
Su culo (es demasiado libidinoso para llamarle trasero) me tienta y ya está chorreando por mí.
“¿Qué haces?” pregunta, al sentirla en el más estrecho de sus agujeros.
“¡Quiero darte en el culo, como la puta barata que eres!” Le respondo.
“¡No! ¡La quiero por delante!” protesta.
Podrá decir lo que quiera, pero también le gusta que le den por el culo.
“¡No… tan… fuerte!” se queja ella, mientras la machaco sin misericordia.
Sus tetas se sacuden de un lado para otro y ella gime deseosa, al sentir que se la entierro por el culo hasta el fondo.
Es bastante apretado y caliente y me afirmo de sus caderas, como si fuese una verdadera yegua.
“¿No te… gusta fuerte? ¿No te gusta… fuerte? ¡Eres una puta insaciable!” descargo mi frustración en ella.
Por una parte, me molesta que sea infiel con su marido. Por la otra, su culo aprieta demasiado bien y su cuerpo me pone a mil.
Ella gime, aguantándose como puede mis embestidas.
Le pellizco las tetas y le saco gotas de leche. Le chupeteo la espalda y le meto dedos en la raja.
“¡No te detengas, maldito! ¡No te detengas!” me dice la muy infiel, llorando de placer al gozar con el vecino.
“¿Quieres mi crema?... ¿Quieres mi crema?... ¡Ahí tienes mi jodida crema!” le digo, corriéndome en su culo.
Ella se estremece de placer y queda agotada y jadeante, como una perra en celo.
Le agarro las tetas y se las estrujo, sin misericordia.
“¡Necesitaba… tu verga!” me dice, aun recuperando el aliento.
Cuando la saco, le obligo que la chupe y me la limpie, para humillarla.
No le importa que haya estado en su culo. La lame con deseo, como la perra sumisa que se ha vuelto, deseando tener más tiempo para chuparla.
Se lava y se arregla el maquillaje. Se viste y me muestra su pastel, con cubierta de crema. Ubicamos las velas y lo llevamos a casa.
De los 45 minutos presupuestados, tardamos el doble.
Marisol me recibe sonriente, mientras que Scott duerme en el sofá y Kevin juega con las pequeñas en el living.
Cantamos el cumpleaños feliz y apagamos las velas, en lugar de las pequeñas. Cortamos la torta y prosigue todo como una celebración normal.
El cambio en el ánimo de Fio es evidente: sonríe y se le nota más alegre, conversando con su marido y mostrándose mucho más cariñosa con él.
Pero al despedirnos, nuevamente me siento culpable por Kevin.
A pesar que me sonríe, sigue teniendo una expresión de tristeza y cuando me da la mano, me da la impresión que se ha resignado a que me coja a su mujer.
Luego de lavar la loza y acostar a las pequeñas, aprovecho y me doy una ducha.
No paro de imaginar lo que sentirá Kevin de todo esto.
Finalmente, me acuesto y veo a mi ruiseñor escribiendo. Me da una sonrisa picarona y me acaricia la entrepierna.
“¿Me la prestas? ¡Necesito inspiración!”
La saca con completa naturalidad y veo en su boquita todos los deseos de chuparme.
Miro a sus ojos y puedo ver que me sigue amando y que le encanta hacerlo.
Le hago caricias, hasta que acabo una vez más en sus labios y ella se los traga con felicidad, limpiando mi pene con mucho cariño.
Me da las gracias y prosigue escribiendo, mientras que yo, más relajado, sigo pensando en la situación de los vecinos, hasta que se aburre de escribir y finalmente, me deja atenderla como lo he anhelado todo ese día.


Post siguiente

2 comentarios - Siete por siete (99): Por fuerza mayor

pepeluchelopez
Que enviciada esta la vecina!
metalchono
Así es, pero lleva un buen tiempo.