Siete por siete (82): El sueño del pibe (relato perdido




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Compendio I


Quiero tomarme los últimos días de vacaciones libres. Sin presiones.
Ojalá, hacer solamente labores caseras y ver a las pequeñas y despreocuparme.
Sin embargo, ella me insiste e insiste que escriba.
Me he dado cuenta que la causa que me rebote el post fue la manera de hablar de Susana, que fue más golpeado y le intimidó un poco pajarote.
En nuestra relación, la información fluye generalmente en un sentido.
A mí me da cosa preguntar las cosas que sabe, porque a pesar de todo, sigo pensando que estoy haciendo algo indebido y que consultarle sería tentar mi buena fortuna.
Yo le cuento a ella todo, pero ella no es capaz de decirme…
“¿Sabes qué? Le conté a Susana sobre lo nuestro, para que lo consideres si te metes con Nery.”
Y es que sigo pensando que nos encontraremos con alguien que sea más celosa y le moleste que Marisol nos use como peones en un juego.
Pero afortunadamente, las cosas están más tranquilas: el problema en el trabajo se arregló y fue una suerte que no hubiese escalado en proporciones…
No voy a aburrirles con lo que mi ruiseñor ya contó.
Retomando la historia, no hemos podido dejar de pensar en esas gemelas y la razón es que si físicamente eran completamente idénticas, no me era difícil distinguir cuál era cuál.
Para Marisol, los detalles que me permitían distinguirlas le pasaban completamente desapercibidos (a pesar que, como mujer, puede darse cuenta de miradas, imperfecciones en la ropa y otras cosas que a mí me pasan por alto).
Pero para mí eran tan evidentes, que a ellas les parecía como si hubiésemos crecido juntos.
Las 2 son especiales y muy bonitas e imagino que aquel que se enamore de una de ellas, va a vivirlas muy complicado, porque la personalidad de “la cuñada” es tan atractiva como la de la novia.
Porque si Susana es la más inteligente y con los sentimientos más puros, Nery es la más cariñosa y romántica.
Ese sábado por la mañana, los 2 estábamos nerviosos cuando Susana me pasó a buscar en el Jeep. Vestía su traje térmico, como los otros días y no hablamos mucho en el trayecto a la bahía.
Lo que había pasado el viernes había sido un error.
Un “arrebato de impulsos”… según Susana.
Pero le había gustado y tenía remordimientos por traicionar a Marisol.
Por eso, cuando llegamos a la bahía, esperaba que yo tomara la iniciativa.
“¡Llegamos!” dijo, mirándome como si esperara que hiciera algo.
Lo único que se me ocurrió fue besarla.
“¡No, boludo!” respondía ella, tratando de apartarme. “¡Tenés que parar!... ¡Sos el marido de Mari!... ¡Y no está bien que la cagués conmigo!...”
El único problema cuando decía eso era que mientras la besaba, ella también metía su lengua en mi boca.
“¿Y si Marisol no tuviera problemas?” le pregunté, conteniéndome un poco.
“¡No seás así!... vos sabés que no es posible…”
“¿Por qué no?”
Ella sonrió.
“¡Mírate! ¡Tenes facha!... ¡Sos inteligente!... ¡Besás rico!... ¡Y follás… Bueno… Vos sabés!...” Dijo, sonriendo muy traviesa.
En un arrebato de besos y abrazos apasionados, dejó que le desabrochara el traje térmico. Salieron a recibirme sus bonitos senos.
Ella trataba de no mirarme.
“¿Estás desnuda?”
“¡No seás bruto!...” dijo, roja de vergüenza. “Sólo fue… porque vos me perdiste el top ayer…”
“Entonces… ¿Andas en tanga?”
Ella movió la cabeza y le salté encima, para quitarle definitivamente el traje.
Efectivamente, andaba con la tanga del día anterior.
Me sonreía avergonzada. Por una parte, me quería. Pero por la otra, no quería traicionar a Marisol.
Pero se resignaba. Ella sabía lo que iba a pasar y por eso, nos acostamos en el asiento trasero.
“¿Vos me querés a mí, verdad?” preguntó, todavía incrédula. “Sabés bien quién soy… ¿Cierto?”
“¡Lo sé!” le respondí, sonriéndole. “¡Eres Susana, la más seria!”
Para las 2, eso era suficiente. Les era importante que yo pudiera diferenciarlas y es que si sus rostros eran idénticos, la profundidad de la mirada era el factor decisivo.
Los ojos de Susana eran más profundos y vivos. Ella estaba atenta a todo y podía notar el conflicto que tenía al desearme, sabiendo que estábamos felizmente casados.
Me veía a mí mismo en ella.
Por otra parte, la mirada de Nery era más sencilla y cariñosa. A ella, la impresioné bastante y estaba más deseosa de besos y caricias, por lo que me daba mayor libertad.
Pero de tanto besarnos y acariciarnos con Susana, los remordimientos quedaron de lado y nuestros deseos tomaban nuestras decisiones.
“¡Sos un cab__!” me dijo, cuando empezó a palparla. “¿La tenés así de dura, por mí?”
Estaba como piedra, deseando entrar en ella otra vez.
“Si… pero tú te cuidas, ¿Cierto?... porque si no, podemos hacer otras cosas…”
Me besó y sonrió con simpatía.
“¡Callá, boludo, callá!” dijo, acariciándome la cara. “¡Yo estoy con la pastilla!… ¡Y ni loca quiero probar un forro con vos!...”
Empezamos el lento mete y saca, una vez más.
En esos momentos, ya no le preocupaba Marisol.
“¡No sé qué me gusta más de vos!... Si son tus ojos, la manera como besás… o cómo la ténes…” Dijo, suspirando de placer. “¡Pero me gustás un montón!”
Mis embestidas cobraban más fuerza y tenía que apoyarse en el borde del Jeep (era uno parecidos a los que aparecen en las películas de guerra o en las de safari, a islas de dinosaurios gigantescos), para que no la empujara.
Sus pechos no tan voluminosos como los de Marisol, se sacudían con los pezones erectos, invitándome a probarlos.
“¡Ah!... ¡Nadie me habían comido las tetas… como vos!... ¿Cómo lo hacés?...” me dijo, sintiendo su primer orgasmo por los pechos.
Y es que succionaba con la misma intensidad con la que busco leche en los pechos de mi esposa.
Le empecé a explicar cómo al momento de amamantar, el canal mamario se destapa y la secreción de algunas hormonas genera una sensación de placer en la madre, al momento de proporcionar leche a su bebe.
“¡Y lo explicás… tan clarito… con esos ojos!” me decía, sintiendo un sinfín de orgasmos, a medida que le hablaba. “¡No, boludo!... ¡A vos no te quiero!... ¡Yo te adoro!...”
Y ya estábamos en la parte donde el vaivén parecía que nos llevaba en tren, probando la amortiguación del jeep.
“¡Dale!... ¡Dale!... ¡No parés!... ¡Ahhh!... ¡Seguí así!... ¡Que me vas a matar!... ¡Ahh!... ¡Ahhh!... ¡Ahhhhhhh!...”
Y me aferré a su cintura y boté mi carga en su interior.
“¡Ahhh, Marco!... ¡Me llenás entera!... ¡Con tu leche… y tu polla calientita!” se reía un poco. “¡No, boludo!... ¡Vos no servis para condones!...“
E hizo una referencia sobre los bomberos y las mangueras, que también me hacía rebotar el relato.
Y nos besábamos otro poco más, esperando despegarnos.
Pero Susana tiene una mente inquieta. Aunque me besaba con mucho ardor, seguía preocupada por otra cosa, mientras se acostaba apretada a mi lado.
“Marco… ¡Decíme la verdad!… ¿Qué opinás de mi hermana?... ¿A vos… también te gusta?”
Era un tema complejo para ella, por la cara de preocupación.
“¡No voy a mentirte, Susana!” le respondí. “¡También me gusta!”
Se indignó.
“¡No la conocés, Marco!... ¡Me ha robado 4 minos!...”
Estaba muy enojada.
“¡Lo sé!... ella misma me lo contó.” Traté de calmarla. “Se siente arrepentida… pero pienso que lo hizo por envidia.”
Ella rechistó.
“¿Envidia?” preguntó, con incredulidad. “¿Qué puede envidiarme esa mina, si se ve igual que yo?”
“Pues… tu personalidad.” Le respondí.
Me miró con ojos desencajados.
“¡Es obvio! Tú eres la más fuerte…”
Ella se rió, sin creerme.
“¡Soy mayor por 4 minutos, boludo! ¿Qué nos puede hacer tan diferentes?”
“¡No lo sé!” le respondí.
Son aspectos psicológicos que quedan a la especulación.
“Pero veo tus ojos y pienso que estoy en lo cierto. Eres más decidida y seria. Nery cree que con sólo verse como tú, puede conseguirse un chico y enamorarlo.”
Ella sonrió.
“¿Cómo podés conocerme así, si te conozco menos de una semana?” preguntó, besándome nuevamente.
Y así íbamos entrando a la segunda ronda.
Se veía más sensual todavía, tomándose los cabellos con las manos, a medida que su cintura se movía serpenteante sobre mí.
Le agarraba los pechos al principio, pero a medida que sus movimientos se empezaban a acelerar, mis manos bajaban a su cintura, a su cadera y por último, se afirmaban en su majestuosa cola.
“¡Cuidá los dedos!... ¡Cuidá los dedos!... ¡Marco, no!” sentenció muy seria y se detuvo en seco.
“¿Qué?”
“¡No soy trola! ¡No te voy a dar la cola!” respondió, haciendo una rima graciosa.
Ella también se rió.
Le preocupaba el tamaño…
“¡No, no lo es!” le respondí.
Ella sonrió.
“¡A lo mejor, tenés razón!... Pero es muy gorda y nunca lo he hecho por ahí…”
Ella pudo sentir cómo me endurecía en su interior al oír eso.
“¡Pero si no duele tanto!” le dije, con impaciencia.
Ella se rió.
“¡Decíle eso a Mari!” se burló.
Yo me reí más...
“Si supieras cómo Marisol lo disfruta…”
Ella me miró con tremendos ojos.
“¿Le has hecho la cola?”
Yo seguía con sonrisa de campeón.
“¡Susana, si supieras las cosas que hemos hecho con Marisol, lo de su cola parece una pequeñez!”
No podía procesarlo.
“Pero Mari se ve tan señorita…”
“Y en el dormitorio, es otra cosa.” Le dije. “Pero si no me crees, pregúntale. Marisol es muy honesta y si tienes dudas, ella con mucho gusto te las va a aclarar.”
Ella sonrió, empezando a menearse nuevamente.
“¿Incluso por qué me gusta tanto su marido?”
“¿Quién sabe?” respondí yo. “A lo mejor, te da una respuesta que te puede sorprender…”
Y cabalgando, cabalgando, se nos pasó la hora y dieron las 10 y media.
Y regresamos a Waingapu muy contentos y felices…
Pero yo quedé con antojo de desvirgar una cola nueva…
Y eso era lo que me quedaba pendiente. Saludos.


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