Siete por siete (68): Lo prometido es deuda




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Compendio I


Es una frase que he estado usando mucho estos días.
Anoche, fue simplemente sensacional. Hicimos el amor hasta que sacamos chispas. Le mostré cómo lo hice con Pamela (en el dormitorio), me cabalgó, lo hicimos a lo perrito y al final, la cola, como siempre.
Pero no le bastó con una vez. Fueron 3, por lo que quedamos muertos de cansancio y al poquito rato, las pequeñas empezaron a llorar, pidiendo desayuno.
Como estamos solos, pasamos el día en cama. Ordenamos comida por teléfono y lo hemos pasado entre jugando con las pequeñas, revisando el internet y más que nada, expresando nuestro amor.
Pero Marisol aun me cobra a Lucia y como dije, “lo prometido es deuda”.
Para que se hagan una idea de cómo se ve Lucia, estas 2 imágenes pueden ayudar.



Siete por siete (68): Lo prometido es deuda




El tamaño de su busto está entre medio. Son naturales y como lo mencioné, tiene 36 años (4 más que yo) y es una buena representación del termino MILF.
Las primeras veces en el motel era más tímida, porque fui su primer hombre tras Diego y porque le incomodaba que fuese el marido de Marisol.
Pero a medida que el morbo y la lujuria se despertaba en nosotros (A mí, porque tiene un cuerpo escultural. A ella, porque fueron casi 8 años sin sexo con otro hombre), se empezaba a soltar.
Las veces que nos juntábamos siempre tenían un carácter respetuoso.
“¿Te molesta si chupo tus pechos?”
“¿Podrías darme una mamada?”
“¿Quieres que te coma la rajita?”
Pero el “mojón español”, a pesar de permanecer 9 años casados, disfrutó muy poco de sus bondades.
Al principio, a Lucia no le interesaba el dinero ni las cuantiosas posesiones que Diego tenía y le perdonaba infidelidad tras infidelidad, porque estaba ciegamente enamorada (Diego sabía convencerla que era algo casual y sin importancia) y creía que era reciproco.
Pero un día, Diego simplemente se aburrió de ella.
El muy enfermo consiguió un buen grupo de abogados, para divorciarse de Lucia y despojarla “limpiamente” de las compensaciones que le correspondían como divorciada, aparte de ganar la tuición absoluta de Pamela.
Desolada y despechada, Lucia regresó al país con una generosa fortuna, cuya parte era insignificante en comparación con lo que merecía por derecho.
Pero guiada por la venganza y apostando esos bienes, organizó una contrademanda por tuición y mantención en nuestras tierras, la cual fue homologada a la madre patria, obligando a Diego a venir a declarar.
Fue de esta manera que se desencadenaron los eventos que desembocarían en el embarazo de Verónica y el ingreso de Pamela en la vida de mi ruiseñor.
Pero como mencione, aparte de tener relaciones con ella ocasionalmente, solamente la usaba para mamadas.
“¿Te molestaría si uso tus pechos?” le pregunté la primera vez.
Ella sonrió ante la inusual propuesta.
“Verónica y Pamelita no mentían cuando decían que te gustan los pechos grandes…” decía ella, aprisionándolo entre sus jugosos pechos con sus manos. “¿Qué más tengo que hacer?”
“Nada más…” le dije, mientras empezaba a disfrutar de su maravilloso paizuri. “Solamente… mantenlos apretados… y cuando salga la puntita, la lames, ¡Por favor!...”
“¡Claro!... por algo me estás enseñando…” me decía, disfrutando de mi cara de satisfacción.
Lucia se había vuelto tan tierna como Amelia, exactamente como me contó mi suegra.
Sin embargo, son tan grandes, que por más que empujaba y empujaba, la cabeza no salía y su boca (al igual que la de su hija) estaba ansiosa por probarla, lo que me ponía más caliente.
Sus pechos estaban tan sudorosos y húmedos con mis secreciones, que al final terminé acabando en ellos y de alguna manera, mis chorros fueron tan potentes que alcanzaron a mancharle la cara.
“¡Casi me pegas en todo el ojo, niño!” protestó ella, riéndose de lo ocurrido. “¡Me manchaste toda y al final, no pude probar nada!”
Liberó mi verga de sus cuerpos carnosos y sonrío muy contenta al ver que quedaban restos en la puntita.
“¡A ver! ¡Déjame limpiar tu chorizo!” me dijo, empezando a darme una mamada.
Eso es lo otro: le encantan las mamadas.
Ni siquiera puedo imaginar lo que habría sucedido si la hubiese llevado a ella a la faena, en lugar de su hija.
Lo más seguro es que habría dejado “botellas vacías” en todos los departamentos…
Pero es que el mundo de la moda es completamente opuesto a la minería, por lo que si para el resto de los mortales es sensualísima, para los que trabajan con ella apenas le llaman la atención.
“Marco, ¿Te incomodaría si lo hacemos como lo hacía con mi Diego?” me preguntó en otra ocasión, cuando ya teníamos algo más de confianza. “Es decir… para que veas como disfrutábamos juntos…”
“¡Por supuesto! ¡No tengo problemas!” respondí.
Con ella, Diego era un vago. Ella lo cabalgaba, enterrando “su chorizo” (Que así le llamaba al miembro de Diego) ella misma en su interior.
Ella misma tomaba las manos de Diego y las colocaba en sus pechos, lo incrustaba entre sus piernas e iba bajando lentamente, hasta posicionarlo adecuadamente en su interior.
También hacía el movimiento de caderas y lo único que hacía el baboso era agarrarle los pechos, besarla ocasionalmente (poniendo una cara muy bonita y diciéndole ternuras, según me contaba) y acabar en ella.
Nada de comer los pechos, besarla apasionada, explorar su cuerpo, abrazarla ni nada.
Incluso le pedía que se apurara, diciéndole que “se ponía empalagosa” y que él “quería terminar rápido”.
Y fue ella misma la que se dio cuenta que yo lo hacía mejor. Yo la revuelco, se la entierro con deseo, lo hacemos a lo perrito, de pie, en posiciones poco convencionales, etc.
Para Diego, simplemente era un mero trámite y con lo despectivo que fue, tanto con nosotros, como con Verónica, no me sorprendería que viese a las mujeres como objetos.
De esta manera, nuestras sesiones se empezaron a alargar y alargar.
A diferencia de Pamela y mi ruiseñor, que saben que si bien permanezco hinchado en su interior, no necesariamente es porque sigo excitado, a Lucia le encantaba cabalgarme de esa manera.
“¡Uy, Marco!... ¡Uy, Marco!... ¡Estás tan durito!... ¡Te quiero más y más!...” decía, mientras me seguía cabalgando y besando.
Se seguía corriendo y su interior ardía, pero por el momento, yo no quería más. Le acariciaba los pechos, la cola, su cintura.
Pero las ganas me volvían a los 20 minutos y algo y para entonces, ella ardía en lujuria.
“¡Si, Marco!... ¡Así!... ¡Métela con más fuerza!... ¡Uff, que rica!... ¡Vamos Marco!... ¡Métela más fuerte!... ¡Más fuerte, por favor!... ¡Siii!...”
Marisol decía que Pamela, al escuchar a su madre conmigo la ponía terrible. Que incluso jugando videojuegos a todo volumen, podían escucharse sus intensos gemidos y que la única solución que encontraba era ir al North Haven, con las pequeñas y con Celeste, que también se calentaba.
Y me consta, porque cuando dejaba a Lucia, apenas me dejaba cenar y me llevaba a su dormitorio.
Teníamos “sexo furioso” (algo que solamente con ella he conseguido lograr)
“¡Tio!... ¿Quién coge mejor?... ¿Quién coge mejor?” me gritoneaba, sacudiéndose ardorosamente, bajo la mirada incesante de “Amazona española” en sus ojos.
“¡Tú coges mejor!” le respondía, para no hacerla enfadar.
Entonces, ella me besaba, pero no bajaba las revoluciones.
“¿Cierto?... porque soy la tía más guapa que conocéis… y sabéis bien que follo mejor que cualquiera… ¿No?”
Yo asentía, porque me asustaba verla así de enfadada.
Y realmente, me estrujaba a más no poder.
Para cuando llegaba con Marisol, muerto de cansancio, tenía que esforzarme por correrme.
Y entonces, llegó la noche que debía dormir con Lucia.
Yo estaba nervioso, porque sabía que no iba a dejarme dormir esa noche.
“¿Estás segura?” le pregunté a mi ruiseñor.
“Si, porque mi tía no se puede ir, sin que le rompas la cola.” Respondió ella, con completa naturalidad.
A mí todavía me chocan esos comentarios.
“¿Y cómo sabes que va a querer?”
“Bueno… anoche todas te escuchamos lo bien que lo pasabas con Celeste…” respondía, jugueteando con el cuello de mi camisa y sonriendo muy golosa. “Además, tú mismo dijiste que es la lección que le falta…”
Yo me reía.
“¿Realmente quieres que lo haga?” le pregunté, con incredulidad.
Ella hizo un ligero puchero.
“¡Si, amor!” Respondió ella, incluso con un tono de aflicción. “Lo haces tan rico y a todas nos gusta. Además, la primera vez, siempre explicas todo y te tomas tu tiempo para que disfrutemos.”
Simplemente, besé con ternura a esa generosa avecilla loca.
“¿Cuándo será el día que no me prestes como zapatos?”
Ella sonrió.
“¡No lo sé!... a lo mejor, cuando pares de ser tan tierno y bonito.” Respondió.
Y así fue que llegué esa noche al dormitorio de Lucia. Vestía un sensualísimo negligé negro, que transparentaba sus gigantescos pechos, pero que cubría con una delgadísima tanga su entrepierna.
“¡Hola!” nos saludamos, con mucha timidez, porque todas sabían que era nuestro turno para tener relaciones.
“Bueno… no fue mi intención, Marco… pero anoche no pude evitar escuchar a Celeste contigo… y he estado conversando con las niñas… y dicen que también lo han disfrutado mucho por la cola… así que quería pedirte… si te molestaría enseñarme.” Dijo, sin rodeos, sentándose en la cama.
Yo ya estaba alzado, ante semejante vestimenta. Pero seguía manteniendo la mente fría.
“¡Mira, no te voy a mentir!” le expliqué con lujo de detalle. “Se siente muy agradable penetrar por el ano por primera vez a una mujer, porque es parecido a quitar la virginidad. Sin embargo, tú has visto que la mía es algo gruesa, por lo que generalmente, la primera vez para las mujeres es un poquito doloroso, sin olvidar que también quedo pegado después que me corro.”
Por primera vez, vio mi pene con algo más de respeto, en lugar de las ganas insaciables de chuparlo.
“¿Y… duele mucho?” preguntó, con un poquito de temor.
“Al principio, sí. Pamela se quejó por un par de días que le ardía la cola. Pero al final, se termina disfrutando. ¿Quieres hacerlo?” pregunté una vez más, preocupado por su comodidad.
Ella me sonrió con ternura y me besó en la mejilla, poniéndose a llorar.
“¡Si quiero!” me respondió. “Mi Diego nunca me habría preguntado ni explicado con tanta ternura.”
Le pedí que se pusiera de rodillas, levantando la pompa. La cola de Lucia es más gorda en comparación con la de su hija, pero no deja de ser menos sensual.
Empecé a estimularla con mis dedos a través de su rajita, explicándole palabra por palabra mis razones.
“¡Te estoy tocando para que te relajes!” le dije. “La primera vez es un poco dolorosa, porque estás acostumbrada a que las cosas salgan por ese agujero, a que entren. Por eso, mientras más mansa te encuentres, menos dolorosa será cuando te lo meta. ¿Entiendes?”
Ella respondió con un suspiro afirmativo. Aun no se acostumbra que un hombre la masturbe.
Ya empezaba a salir el rico aroma a miel de mujer y me daba un antojo probarlo, en esa posición tan tentativa.
“¡Discúlpame, pero huele tan rico que quiero probarlo!” le dije, sumergiendo la lengua entre esos carnosos labios que ya babeaban.
Ella dio un gemido intenso y contenido al sentir mi lengua por esos lados.
“¿Esto… lo haces… todas las veces?” preguntó, empezando a jadear.
“Casi siempre. A Marisol le gusta que la motive por ambos agujeros…”
Luego de unos 15 minutos, embarré mis dedos con sus jugos, insertando el primer dedo.
Ella lanzó un gemido de sorpresa.
“Esto lo hago para prepararte.” Le dije. “Estoy metiendo solamente un dedo lubricado, para que te acostumbres.”
Empecé a fisgonear la punta de su esfínter, lo que hacía que sus gemidos se tornaran más intensos.
“Como puedes darte cuenta, tienes muchas terminales nerviosas en el ano, las cuales son sensibles al momento de la penetración. Al parecer, también te va a gustar mucho hacerlo por la cola…” le dije, sonriendo, mientras volvía a lamer su rajita.
Luego metí el segundo dedo y al poco rato, el tercero. Cuando vi que podía entrar con mayor facilidad, los retiré, pasé la mano sobre su chorreante rajita y empecé a lubricarla.
“Al principio, necesitas mucha lubricación. Pero a medida que lo haces más a menudo, te basta con que la metas un poquito húmeda.” Le dije. Entonces, abrí sus nalgas y metí la lengua.
Se sacudió de sorpresa.
“Esto se llama “beso negro” y lo hago para que quedes más lubricada todavía. Si lo hacemos por un rato, te darás cuenta que lo disfrutaras mucho más.” Proseguí explicando.
Y mientras ella gemía deliciosamente, me bajaba el bóxer, con el arma principal en línea.
Se había corrido bastante y estaba ligeramente tranquila. Fue entonces que le informé del siguiente paso.
“Ahora, va a arder un poco.” Le dije. “Voy a empezar a ensancharte con el glande, pero voy a ir despacio para que no duela demasiado.”
“¡Si, no te preocupes!” medio babeaba en la almohada. “Te aviso si me siento mal.”
Me esforzaba por avanzar lento y ella guardaba silencio.
Pero me costaba resistirme. Podía sentir cómo iba ensanchando su culito.
La sensación de estirar y deformar irreversiblemente los pliegues internos de su intestino.
Pero ella permanecía callada
“¿Estás bien?” le pregunté, aguantando a duras penas empezar a machacar ese traserito virgen.
“Se siente extraño… pero bien… ¡Por favor, sigue!” respondió, conteniendo la voz.
¡Y gracias al cielo, lo empezó a disfrutar!
Empecé a subir el ritmo y a ella le encantaba. Me afirmaba a esa cintura y embestía con mayor fuerza.
“¡Ah!... ¡Más fuerte!... ¡Más fuerte!...” me pedía. “¡Se siente tan rico!... ¡Dale más!... ¡Más!...”
Me tuve que morder los labios, porque lo estaba disfrutando por montones.
Me excitaba pensar que ya no quedaba mujer por la familia materna de Marisol que no me hubiera tirado o roto la cola.
Lo había hecho con mi suegra, la prima de mi esposa, mi cuñada, mi esposa y finalmente, terminaba con la tía de mi mujer.
Me he acostado con 2 generaciones de mujeres…
Y también, con 2 pares de hermanas.
“¡Con razón… Pamelita disfruta tanto… cuando le haces la colita!...” Me decía, aguantando sus gemidos lo mejor que podía.
Yo estaba revolucionado con esas ideas.
Para colmo, también completaba un círculo. Porque Diego, en todo ese embrollo de la custodia de Pamela, aprovechó de romperle la cola a Verónica.
Con el pasar de los años, ella me seduciría y me enseñaría a hacer la cola a una mujer, entre las cuales estaba la esposa despechada de Diego.
“¡Ay!... ¡Nunca… tan fuerte!... ¡Es mi… primera vez!...” Se quejaba ella, pero yo le daba y le daba, sin parar.
Sus nalgas se sacudían deliciosamente y esos pechos bamboleaban como locos.
“¡Me vas a volver loco!” le dije, metiendo más potencia todavía, agarrando esos enormes y obscenos pechos.
“¡No…! ¡El que me volverá… loca… eres tú… si no te detienes!” se quejaba ella.
Y yo pensaba que en las habitaciones vecinas debían estar escuchándonos. Pamela, Celeste y Marisol debían estar masturbándose como locas, escuchando como le rompía la cola.
Más potencia todavía…
“¡Marco!... ¡Tan fuerte!... ¡Ayyy!... ¡Ayyy!...” lloraba y no precisamente porque estaba siendo demasiado brusco.
Su agujero se sentía maravilloso y agarrarle los pechos, meterle la mano en la rajita y besarla era simplemente lo máximo.
“¡Mi Diego… mi Diego… nunca me hizo esto!…” me besaba, muy dichosa, sacudiéndose completamente mientras la penetraba.
Me tenía que afirmar a su cadera, porque ya me estaba estremeciendo.
“¡Ay!... ¡Te estás corriendo!... ¡Te estás corriendo!... ¡Ahhhh!...” se desplomó en la cama al sentir mis jugos. “ ¡Te siento en mi guatita!... ¡Tienes tanta leche, Marco!... ¡Y la siento toda, en mi guatita!...”
Se acariciaba el vientre y me miraba, como si me dijera la zona donde la tenía almacenada.
Yo acariciaba sus piernas, sus muslos y la silueta de sus pechos.
“¡Nunca me había sentido tan extraña en mi vida!” me dijo, acomodando su cabeza en la cama. “¡Eres lo mejor y más raro que me ha pasado en la vida!”
“¿Mejor que Diego?” pregunté.
Me robó un repentino beso.
“Si, mejor que Diego.”
Y pasamos la noche, haciendo el amor y rompiéndole la cola otro par de veces, hasta que nos sorprendieron los primeros resplandores de la mañana.

Sexo anal


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