Siete por siete (36): Triturador de la discordia




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Cuando regresé a casa, no pensé empezar a disfrutar de mi cuñada esa misma noche.
“¡No, Marco!... ¡No, Marco!... ¡Perdónala!... ¡Ahhh!... ¡No te enojes… con ella!” me suplicaba, mientras me cabalgaba como una diosa vikinga.
Todo empezó el jueves anterior a la semana libre. Marisol y Megan asistieron a su ceremonia de rol de honor, en compañía de la familia de mi esposa.
Me dijeron que fue una ceremonia muy bonita, que tomó lugar en el auditorio de la facultad de Artes. Otros 60 estudiantes fueron reconocidos, de diversas carreras.
Marisol tenía altas expectativas, de sacar reconocimiento como la “estudiante del año”, pero legalmente, lleva un semestre y esos reconocimientos se les dan a estudiantes extremadamente dedicados a la universidad y dudo que lo gane, porque con las pequeñas, no puede formar parte de clubs o participar en más actividades.
Sin embargo, ganó un diploma como “alumna destacada”, junto con una medalla, al igual que Megan.
Para Megan, en especial, fue un alivio, dado que estaba al borde de la expulsión y realmente, se lamentaron que no pudiera asistir en ese momento especial.
Pero el motivo del título se desarrolló el fin de semana y por despecho.
Cuando llegué el lunes, me esperaban con el almuerzo listo. Algo raro pasaba, porque Verónica estaba nerviosa y Marisol estaba más callada.
Solamente Violeta y Amelia lucían contentas de verme.
Luego de terminar la comida, me dieron las malas noticias: el triturador de basura se había echado a perder.
Me extrañé que eso ocurriera, ya que lo ocupamos pocas veces. Por lo general, la basura la botamos en un basurero y el fregadero de la cocina queda para uso exclusivo de lavar platos.
Sin embargo, y para hacer la situación más extraña todavía, Marisol me pidió que la acompañara a su dormitorio.
“No quiero que hagas una escena frente a Violeta…” me dijo, dejándome tan anonadado como Verónica y Amelia.
En nuestro dormitorio, me confesó su travesura, dándome un cariñoso beso. Me dijo que lo había echado a perder a propósito.
Le pregunté por qué había hecho semejante tontería y su justificación fue que yo me había quejado por el deseo que tiene su madre con Kevin y conmigo, ya que tendría que pensar la situación.
Según ella, con hacer eso, podría pedirle ayuda a Kevin para que viniera a la casa. Ella se encargaría de salir con sus hermanas y con Fio para comprar regalos navideños y así dejarnos la tarde completa para juguetear con su madre.
No es que me haya enojado de verdad. Como les digo, el triturador rara vez lo ocupamos y un verdadero motivo para mí sería que se le olvidara darle el biberón a las pequeñas o mudarlas.
Pero me molestó que lo hiciera, porque de una cosa que no necesitábamos, armó un problema real: el fregadero de la cocina quedó inutilizado y el agua se estancaba.
Le pregunté si en algún momento consideró mentir, diciendo que teníamos un desperfecto, a lo que ella me replicó que Kevin se daría cuenta si era algo fácil de resolver.
Entonces, le consulté si había considerado que ellos, a diferencia de nosotros, no reparan estas cosas por sus propios medios y que generalmente, llaman a fontaneros o reparadores, puesto que el triturador es más complejo que los modestos sistemas de drenaje de nuestra tierra…
“Eso… no lo había pensado…” dijo, poniendo una sonrisa nerviosa. Imagino que de haber sido una chica anime, habría tenido esa gota gigante en la espalda.
Llamé a Fio, que me atendió muy emocionada, preguntándome qué tal había sido mi semana, si acaso la extrañaba y si planeaba ir a visitarla en estos días...
No me sorprendió cuando me dijo que Kevin no tenía herramientas en su casa.
El resto de la tarde me la pasé en el fregadero, tratando de limpiar la tubería y sacar el triturador.
Logré que pasara algo del agua, tras remover cascaras de tomate y hojas de lechuga. Pero las aspas del triturador estaban atascadas con una coronta de maíz, que impedía la rotación.
Para la cena, estaban más silenciosas y nuevamente, tras cenar, Marisol me llamó a la habitación.
Riéndose a puertas cerradas, me contaba que su madre y su hermana realmente creían que estaba enojada con ella y que eso planeaba usarlo a su favor…
Le pregunté cómo y me mostró un plan que reforzaba mis creencias de que es una “Napoleón del crimen”, porque realmente estaba torciendo la situación a su beneficio…
Y esa noche de lunes, empezaba la primera etapa…
“¡Marco… tienes que… perdonarla!... ¡No puedes ser… ¡Ay, no!... tan severo con ella!” me pedía Amelia, corriéndose mientras me montaba.
“Amelia… créeme que… no estoy enojado…” le dije yo, amasando sus bamboleantes pechos bajo la camiseta.
Vestía una camiseta con colgantes de lana bien delgada, que dejaba ver sus pezones erguidos y un calzoncillo diminuto, que no tarde mucho en remover.
Se aferraba a mi vientre para enterrarme más en su interior, lanzando gemidos sensacionales, mientras que sus gorditos labios buscaban los míos y mi lengua.
“¡Marco!... ¡ahhh!... si no estuvieras… ¡ahhhh!... enojado, no estarías…. ¡ahhhhh!... acostándote conmigo…” señalaba, sacudiéndose frenéticamente sobre mí. “Es decir…. ¡ayyyy!…. Es decir…. ¡ahhh!... yo quería…. ¡ahhh!... que vinieras…. ¡ahhh!... y lo hicieras…. asiiiii…. conmigo…. pero Marisol… pero Marisol…”
No podía continuar, porque los 2 estábamos al borde del orgasmo. Su camiseta estaba sudada y se notaba la sombra de sus pezones, cuyos puntos subían y bajaban, acompañando esos tremendos flanes que tiene en el pecho.
Sus movimientos de cadera eran potentes y tempestuosos, exprimiéndome el jugo hasta con sus rodillas, presionando mi cintura.
Me corrí nuevamente en su interior, causándole un intenso gemido de placer y que jadeara de agotamiento.
Acostada sobre mí, abrazada y recuperando algo de aliento, prosiguió con sus pensamientos.
“¡Yo te he extrañado!… ¡Te he extrañado mucho!… pero sé que quieres… a Marisol… y no me gusta verte… enojado…” me miraba con sus brillantes ojos verdes.
“¡Pero yo… no estoy enojado!” respondí, con una tremenda sonrisa…
Ella se rió.
“¡Mira, Marco!… yo entiendo que te guste mucho… y me alegra saber que me sigues deseando tanto… pero no tienes que mentirme… ¡Ya soy mujer!... y no está bien que te acuestes conmigo… solamente porque estás enojado con Marisol…”
¿Cómo podía convencerla que fue idea de Marisol que me acostara con ella?
“¡Amelia, entiéndeme!” le dije, mirándola a los ojos. “Yo no me enojo por tonterías como esas… y estoy molesto porque el fregadero este roto… pero no estoy enojado con Marisol…”
Me miraba confundida…
“Pero tú estás aquí… en lugar de estar con ella…”
“Bueno… si… pero…”
No pude continuar, porque me despegaría del plan de Marisol…
“¿Ves? ¡Sabía que estabas mintiendo!” me dijo Amelia, con una sonrisa de traviesa.
Luego acarició mi herramienta con su mano… suavemente…
“Si perdonas a mi hermana…” dijo, metiéndose la puntita en su tibia boquita. “Soy capaz de hacer lo que tú me pidas…”
“Amelia… en serio… no estoy enojado… con Marisol…”
Mis frases salían entrecortadas, porque se llevaba mi falo a su boquita…
“Puedo usar mis pechos… mi boquita… mi trasero… ¡Lo que tú me pidas!…” decía, lamiendo con mayor deseo. “Pero tienes que… disculpar a Marisol…”
Ya se la metía hasta el fondo de la boca, succionando con el mismo anhelo de un bebe hambriento por el biberón…
“¿Qué me dices?”
No quería reconocer que el plan de Marisol era bueno, pero ante una oportunidad como esa…
“¡Quiero tu cola!” le respondí.
Ella sonrió y me la presentó.
Es tan blanco, enorme y apretado…
“Entonces… si te dejo mi cola… ¿Disculparas a mi hermana?” preguntó con una voz tan sensual, mientras entraba la puntita.
“Pues… tendría que pensarlo…” respondí.
Empecé a arremeter en su estrecho agujerito, aferrándome a su cintura…
“¡Tienes… que ser… bueno!... ¡Yo… te quiero… mucho!” me decía, encantada con mi irrupción.
“¡Ay, Amelia!... ¡Ay, Amelia!... ¡Que cola tienes!...”
Ella respiraba agitada, disfrutando de mis palabras y mis embestidas…
“A mi… me encanta… cuando la metes…” babeaba de placer. “Tu cosa… siempre me quema… tan rico…”
Y apretaba sus nalgas, tan blanditas, mientras se tambaleaba entera…
“¡Auuu!... ¡Auuu!... ¡Auuu!” se quejaba rítmicamente.
“¿Te… está doliendo… mucho?” pregunté, sin parar de arremeter…
“¡Nooo!... es que… es que… te siento… más adentro…”
En realidad, no se equivocaba: le estaba metiendo hasta rozarla con mis bolas. Antes, podía meterla con suerte 3/4, pero al parecer, ya he forzado tantas veces su trasero que la admitía entera.
“Siento… siento… tu cuerpo… cuando… me golpeas…” decía ella, corriéndose de placer por su otro agujero.
“Es… la primera vez… que entra… toda…” le confesé, disfrutando del calor y la humedad de su agujero…
“Esto… te gusta… también… ¿Cierto?” preguntó, conteniendo sus gemidos. “Porque… me siento… tan rico…”
“¡Por supuesto… que me gusta!” respondí, besándola por el cuello y agarrando sus enormes pechos.
“¡Ay!... ¡Ay!... ¡Ay!...”
“¡Amelia… me encanta… penetrar… tu cuerpo!…” le dije, amasando sus pechos y atrapando sus durísimas aureolas entre mis dedos.
Manaron muchos fluidos entre sus piernas…
“¡Mi colita!... ¡Mi colita!... ¡Me quema!... ¡Tan rico!...” gemía ella, llorando de placer. “¡Te quiero!… Marco… ¡Te quiero!...”
Nos besamos, fusionando nuestras lenguas. Podía sentir su saliva deliciosa, con un sabor parecido entre la frutilla y la guinda, mientras sus labios me succionaban con gran fuerza, sintiendo parte de su ardiente respiración en mi boca.
“¡Marco!... ¡Yo te amo!... ¡Yo te amo!...” dijo, cuando sentía mi próxima descarga.
Se apoyó con sus brazos, como haciendo una reverencia y facilitando que la enterrara más por su cola, para finalmente…
“¡Siiiii!.... ¡Maaaarcooo!... ¡Queee ricoooo!.... ¡Ahhhhhh!.... ¡Me sieeeento…. taaan bieeen!...”
Me aferraba a su cintura, enterrándola lo más a fondo posible, derramando la mayor cantidad de leche en su interior…
“¡Por eso te quiero, Marco!... ¡Me haces sentir tan rico!... ¡Siempre!...” me besaba, apasionada y contenta.
Esperamos a que me bajara, pero su intestino seguía envolviéndola…
“¡Puedo sentirte dentro!...” exclamó Amelia, a medida que desenfundaba de su cola…
Fue una sensación particular, porque a medida que iba retrocediendo, el intestino de Amelia seguía comprimiéndome, como si buscara estrujarme los últimos restos de semen.
Cuando salió, hizo un ruido raro, como si se hubiese formado un vacío y su ano, por un intervalo menor a unos 15 segundos, restituyó su forma original a partir de la oquedad formada por mi miembro…
“¡Y sigue tan dura… y grande!” decía Amelia, con unas tremendas ganas de chuparla. “¿Quieres que las ponga en mis pechos?... ¿Qué la chupe?...”
“¡No!” respondí. “¡Quiero metértela por delante!”
No era que no estuviese tentado. Pero soy pudoroso y no quería que la probara sabiendo que estuvo en su otro extremo…
Por supuesto, ella más que contenta, abriendo sus labios con sus deditos, como si le diera la bienvenida.
“Amelia… tengo que preguntarte…”
Ella puso una cara deliciosa, mientras ingresaba en su ser…
“¡Pregúntame!” me decía, sacudiéndose lentamente.
“¿Por qué te cortaste el pelo?”
Y se detuvo…
“¡No quiero contártelo!” exclamó con disgusto.
“¿Por qué?”
Su rostro se tornó más molesto.
“Porque te pondrás raro…” me dijo.
“¿Por qué me pondré raro?”
Pareció resignarse… y suspirando, respondió…
“Porque Pamela se dejó el cabello largo…”
Nuevamente, quedé en blanco…
Pamela siempre usó el cabello cortito. Le ayudaba a reforzar esa postura recia e indomable. Cuando era gótica, se lo cortaba a tijeretazos libres y descuidados. Sin embargo, a medida que fue “amansándose”, sus cabellos negros fueron serenándose con ella.
“Y ahora puede usar cola de caballo. ¿Lo ves? ¡Por eso no quería decírtelo!” dijo, enfadándose con un puchero parecido a los que hace su hermana.
“¡Lo siento!...” me disculpe. “Pero eso no me dice por qué te cortaste el pelo…”
“Porque querías que me vieras como mujer…” respondió, aun molesta.
Sonreí…
“¡Es que no pensé que pudieras verte más sensual!” le respondí.
“¡No me molestes! ¡No estoy de humor!”
“¡Oye!, si tu hermana me vive preguntando si me gustan las europeas…”
Al decir eso, su mirada ganó interés.
“¡Eso mismo quería preguntarte!” dijo, mirándome con los mismos ojos molestos que tenía antes. “¿Qué es lo que pasa entre tú y tu vecina?”
Ha madurado. Se había dado cuenta…
“¿Por qué lo preguntas?”
“¡Porque te mira de una manera que no me gusta!…” respondió, con mucha seriedad.
“¡Pero está embarazada!” traté de justificarme.
“¡No me importa! ¡No debería mirarte así!” protestó.
Luego dio un suspiro y se tranquilizó…
“¡Marco… yo te quiero mucho!… y si me guardé por ti, fue por amor…” luego me miró con sus intensos ojitos verdes. “Sé que no eres mi esposo de verdad… y tampoco sé qué has hecho estos meses… pero me gustaría pensar que me has sido fiel… al igual que yo lo he sido contigo…”
Me dejó sin palabras y la acaricié las mejillas con ternura.
Dándome una sonrisa, agregó…
“Lo de Pamela no me molesta tanto…” dijo, con mayor conformidad. “Yo también la quiero y ella me quiere también… pero me preocupa que estés enojada con Marisol… y si no te has dado cuenta que te mira así…”
No pudo concretar sus ideas, porque mis labios envolvieron los suyos y empezamos a darnos amor.
Irónicamente, Amelia se convirtió en lo que yo buscaba como esposa…
Y lamentablemente, el plan de Marisol vislumbraba ponerle los cuernos a una esposa tan tierna como ella.


Post siguiente

1 comentario - Siete por siete (36): Triturador de la discordia

pacovader +1
Uff muy bueno, estoy tratando de leer toda la serie. Pero sólo tengo 3 puntos y ahí van. 😀
metalchono
Gracias. Espero que sea de tu agrado.