Siete por siete (31): Lo improbable, por ridículo que...




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Compendio I


Si fuera por mí, me quedaría solamente con las entregas de cómo disfrute de cada una de ellas esos días. Sin embargo, sé que mi esposa quiere que narre esto, porque le divierte verme avergonzado.
He aprendido a disfrutarlo, porque no lo hace con mala intención. Dice que soy siempre tan correcto, que “me veo tierno cuando me avergüenzo” y es por eso que lo acepto.
Aunque me gusta ser “romántico” con mis mujeres, de una manera similar a lo que le ocurre a Rachel, me termina faltando el tiempo.
“¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!...” gemía Marisol, mientras la azotaba sin piedad. “¡Dámela!... ¡Dámela!...”
“¿Dónde la quieres?” le pregunté, entrelazando nuestras lenguas y acariciando suavemente sus pechos.
“¡En la cola, Marco!... ¡En la cola!... ¡Por favor, lléname con tu leche… en la cola!” respondía ella, gritando a los 4 vientos.
Tomándola muy fuerte de la cintura y levantándola un poco, para bombearla con más violencia (movimiento que me tomó un tiempo en perfeccionar, porque no tenía mucha fuerza en los brazos y ella quería que la sometiera de una manera ligeramente más violenta), le anunciaba a mi esposa (y por supuesto, a las invitadas mayores de edad), donde iba a caer mi próxima descarga, con un fuerte vozarrón.
“¡Entonces… prepárate Marisol!... ¡Voy a llenarte de leche… toda tu cola!” le anuncié y me corrí, majestuosamente en sus intestinos.
“¡Ahhhh!” exclamó ella, como un acordeón desinflándose al perder aire.
Eran apenas las 9:12 de la mañana, pero la excitación de tenerlas a todas ellas en la casa me tenía con una calentura permanente.
Podríamos haber “saltado la hipocresía” y haber tenido orgias directamente luego que me comí a Amelia en la playa, como lo deseaba Marisol, pero como bien le expliqué…
“Para eso están los “especiales de navidad”…”
Los que me conocen, saben que me gusta más disfrutarlas por separado. Quería avisarles bien temprano que ese día haría “inspección de colas”…
El día anterior, ya había retomado mis malos hábitos y tras almorzar un montón (porque mi suegra se encargó de prepararme una ración especial de su “sazón especial”), me iba secuestrando a cada una de ellas, para mayor satisfacción de mi esposa.
Es que, incluso hacerle el amor a Marisol se vuelve más rico. Ella también lo siente y por eso, se encargan de cubrirme con excusas, cuando Violeta pregunta por mí.
“Fue un ratito al baño…” le respondió Marisol.
“Está durmiendo la siesta…” Respondió Verónica, tras regresar.
“Vino a buscar algo a mi pieza y se fue de nuevo a dormir…” dijo Amelia, muy colorada.
Claro que ese “algo” era Marisol.
Por la noche, la hice mía, de una manera más apasionada que cuando vuelvo de faena.
Uno podría esperarse que “bajara las revoluciones” con ella, ya que puedo tomarla todo el tiempo. Pero la amo y la extraño demasiado, inclusive si duermo con Hannah.
Porque veo su carita y es la Marisol que siempre he conocido: Mi sensual alumna, que me tienta cada clase que le hago, con su pequeño lunar en la mejilla, sus besos sabor a limón y con su uniforme de escolar; Mi novia, la chica otaku con una exagerada imaginación, que me obliga a cuidar a su pechugona prima; Mi prometida, la primera mujer con la que he vivido solo y con la que deseo formar una familia; Mi esposa, la madre de mis hijas y mi fiel compañera.
Por eso, hacerle el amor toma otro significado: La penetro, perdiéndome en sus besos con sabor a limón, el aroma de su piel y sus ojitos traviesos; Me monta, ofreciéndome sus tiernos pechos con leche y una mirada comprensiva, al saber que me hace feliz; lo “hacemos a lo perrito”, porque deseo tocar sus caderas, tantear su cuerpo y lamer su espalda, satisfecho que sea mi esposa. Y por último, lo que más nos gusta: que le haga la cola, para luego dormir abrazaditos y satisfechos.
Sin embargo, ese jueves, se ciñó bien temprano la nube de tormenta...
Llamaron por teléfono y los ánimos festivos de Marisol cesaron al instante.
Fue complicado para Amelia y Verónica, que ya esperaban el “tedioso tramite de la inspección”, vistiendo unos camisones muy reveladores y femeninos, pero les pedimos que velaran por nuestras pequeñas, mientras nosotros marchábamos acelerados hacia la universidad.
Aunque al principio, estaba preocupada por su ceremonia de “Rol de honor” (que lamentablemente, será mañana y no podré asistir, por estar en faena, pero si lo hará su familia), a medida que íbamos avanzando en el camino, se fue tranquilizando.
Sin embargo, yo seguía tenso y molesto.
“¿Viste? ¡Por eso no quería hacerlo ese día!” le reproché, enfadado, mientras esperaba impaciente el cambio del semáforo.
“¡Marco, no te alteres!” decía Marisol, inexplicablemente, muchísimo más calmada que antes. “¿Qué es lo peor que podría pasarme?”
“¿Cómo preguntas eso? ¡Pueden expulsarte, Marisol!”
Y me miró de una manera tan tranquila, que simplemente me desconcertó…
“¿Y eso qué? Aún estamos casados, nos queremos, estamos juntos y nuestras bebes están bien. ¿Qué tan terrible puede ser?”
Era cierto. Estaba molesto porque habíamos sacrificado un semestre por 2 horas de placer, pero era la vida de Marisol…
Es decir, para ella, que la expulsaran de la universidad no sería malo, porque francamente vive corriendo de la casa a la universidad, estudiando y complicada por no poder atender a las pequeñas y en cierta forma, le ayudaría a tranquilizarse, porque el que mantiene a la familia sigo siendo yo.
Estacionamos cerca de la biblioteca Barr Smith y caminamos de la mano, aunque yo sentía el acostumbrado frio en la espalda, imaginando bastante bien el motivo por el que la habían convocado.
El guardia me reconoció y no se alegró mucho al verme. Sin embargo, avisó que Marisol había llegado y nos guío al segundo piso, hacía la segunda oficina, a mano derecha.
Tampoco me sorprendí al ver a la persona que había contactado a Marisol. Después de todo, la había visto antes, exclamando a todo pulmón “¡Seguridad!”, paralizándome completamente…
Ella, sin embargo, si estaba sorprendida de vernos juntos…
Aunque parecía mayor que yo, por la falta de arrugas en su cara, me confirmaba la primera impresión que tenía mi edad, más o menos.
Cabello negro, amarrado en una larga trenza, que bajaba hasta debajo de la cintura. Una mirada poco amistosa y bastante seria, que todavía me guardaba rencor por lo ocurrido y que me ponía más nervioso, con lentes redondos.
Una camisa blanca, a rayas verticales, común para ese tipo de empleada y una falda azul, gruesa, que ayudaba a reforzar esa perspectiva de avejentada.
“Es una sorpresa verlo nuevamente por acá…” Exclamó la mujer, tras darme una mirada desafiante. “Sinceramente, no lo esperábamos…”
“Él es mi esposo… y le pedí que me acompañara…” dijo Marisol, mostrándose muy valiente.
“¡Eso tampoco me lo esperaba, señorita!” respondió la mujer, con la cara llena de sorpresa. “Y probablemente, explique muchas cosas… tal vez, deberíamos presentarnos, antes de hablar temas más serios.”
“¡Sin lugar a dudas!” replicó Marisol, muy enérgica.
“Mi nombre es Sam y soy la supervisora jefe de la biblioteca.” Dijo de una manera fría y mecánica, para luego enfrascarse en el computador. “Según el registro de estudiantes, su nombre es Marisol y es una estudiante de primer año. ¿Me equivoco?”
“No.” respondió Marisol.
“¿El nombre de su esposo?” preguntó, preparándose para buscar en la base de datos.
“Mi nombre es Marco y no soy estudiante de esta universidad…”
La mujer se mostró más reflexiva…
“¡Ya veo!” exclamó ella, mirándome con mayor atención “Eso explica más…”
“¿Podría saber por qué me ha llamado?”
“Pensé que ya lo sabían…” respondió ella, sin mostrar emociones.
Aunque no lo demostraba, Marisol estaba nerviosa y no podía procesar cómo nos habían descubierto.
“Lo más seguro, Marisol, es que existe un registro en la cámara de seguridad.” Le expliqué. “Fuiste la persona que entró después de mí al baño y también fuiste la persona que permaneció más tiempo en él, de todas las que te siguieron. ¿No es verdad?”
“Así es.” Respondió la mujer, muy conforme con mi deducción.
“Pero… ¿Cómo supieron quién era yo?”
Aunque Sam iba explicarlo, me adelanté...
“Por lo que me contaste ese día, tu actitud debió parecer sospechosa y lo más seguro es que hayan revisado el momento del ingreso a la biblioteca.” Dije, mirando a Sam, que afirmaba lentamente, moviendo la cabeza.
Luego acaricie una de sus mejillas, para que no se sintiera tan triste y añadí.
“Conociéndote, debiste estar muy nerviosa, por lo que no me sorprendería que solicitaste unos libros para tranquilizarte… ¿No es así?”
El rostro de Sam estaba perplejo…
“¡Así fue!” dijo ella, mostrándome el registro de la cuenta de Marisol. “¿Cómo lo ha sabido?”
Me dio algo de vergüenza reconocerlo…
“Bueno…” sonreí. “Conozco muy bien a mi esposa… y también, soy un poco fanático por las novelas de detectives…”
“¡Interesante!” exclamó ella, cambiando a una actitud muchísimo más amistosa. “¡Pero mira!… la razón por la que te he llamado es por sospecha de tráfico de drogas… algo que ocasionalmente ocurre en este edificio… sin embargo, luego de leer tu expediente, ver que estás en la lista del “Rol de honor” y tras la elocuente explicación de tu marido, imagino que lo que sucedió en ese baño fue algo completamente distinto… ¿No es así?”
Esa vez, fui yo quien bajó la mirada por vergüenza, mientras que Marisol recobró todos sus ánimos…
“¡Así fue!” le respondió mi ruiseñor.
“¡Bien!… soy capaz de dejar todo este incidente detrás, si simplemente me dicen qué ocurrió en esos momentos…” dijo ella, en un tono mucho más cordial.
“¿Quiere todos los detalles?” pregunté, deseando que me tragara la tierra…
“¡Por supuesto!” respondió ella. “Como dice Holmes: “Cuando lo imposible queda eliminado, lo improbable, por ridículo que parezca, debe ser la verdad.”… y sinceramente… este caso, me parecía difícil de resolver…”
Yo también noté la mirada extraña que me dio Sam cuando dijo eso… y al ver a Marisol, aparte de esa sonrisa de traviesa, también vi ese resplandor en sus ojos que complica mi existencia…
“¡Explícaselo tú!” dije, resignado, comprendiendo mejor el significado de ese frio en la espalda.
Sam miró a Marisol, que estaba muy entusiasmada.
“Pues… ¿Cómo puedo explicarle?...” se preparó Marisol, ansiosa por compartir nuestra intimidad con otra mujer, mientras que yo me arrepentía de haberle acompañado. “¿Ha estado usted enamorada?”
“Jovencita… tal vez, no sea tan perceptiva como su marido… pero imagino que este anillo debe explicarle mi situación… ¿No es así?” preguntó, mostrándole su anillo de matrimonio.
Al oír eso, alcé la mirada. No era menos gravosa, pero al menos me daba la ilusión que saldríamos mejor parados…
Marisol estaba radiante…
“¿Tiene mucho tiempo casada?”
“No creo que tenga relación con lo ocurrido… ni mucho menos pienso que sea de su incumbencia.” Le dijo, ligeramente más molesta.
“¡Lo siento!... es que en mi caso… yo aun no tengo un año de casada…”
“Muy bien…” exclamó ella, poco sorprendida. “¿Y eso qué?”
“Pues… usted debe saberlo…” respondió Marisol, moviendo las manos, como si comprimiera y liberara un envase invisible. “Cuando uno lleva poco tiempo casado… una… pues…”
Los ojos grises de Sam se dilataron…
“¿No me diga que ustedes…?” al comprenderla.
Yo no tenía alma…
“¡Pues así fue!” exclamó Marisol, muy orgullosa. “Usted debe saberlo… es una experiencia muy excitante…”
“¡Señorita, esa es una clara ofensa al reglamento de la universidad!” protestó Sam. “Hacer eso… en un lugar público…”
“¿No lo ha hecho?” preguntó, con esa candidez tan infantil que sabe mostrar.
“¡Por supuesto que no! Eso podría costarle una amonestación, porque…”
“¡Lo siento!” prosiguió Marisol, interrumpiéndola. “Es que todo ese nerviosismo… que nos sorprendan, es demasiado excitante… y pienso que vale la pena el riesgo.”
Sam me miró, sin comprender…
Yo alcé los hombros, sin poder explicar…
“¡Prosiga!” ordenó, al ver que estábamos en jaque.
“Bueno… como dice mi marido… generalmente para los controles, yo uso un “huevo”, pero en esa ocasión…”
“¡Espere un momento!” dijo Sam. “¿Qué es eso de un “huevo”?”
“Un huevito vaginal.” Respondió Marisol… y para mayor vergüenza mía, agregó. “¿Sabe qué es eso?”
Sam estaba cada vez más confundida…
“No…”
“Bueno… es un vibrador, que uno ubica entre los labios vaginales, quedando adyacente al clítoris. El que tengo yo tiene un control remoto, que lo activo cuando estoy tensa, ¿Lo ve?”
Por fortuna, le mostró solamente el remoto. No obstante, no dejaba de ser “vergonzoso”…
“Si, lo veo…” dijo Sam, algo amargada.
“Bueno… resulta que la noche anterior, mi esposo me hizo gastar la carga de las baterías…” dijo Marisol, mirándome culpable, mientras que Sam me miraba incrédula ante semejante expresión de honestidad. “ Y al momento de llegar aquí… me di cuenta…”
“¡Señorita Marisol!... aunque agradezco su honestidad, debo recordarle que todo tiene su tiempo y su lugar.”
“¡Oh, eso lo sé!” exclamó Marisol. “Pero ¿Ha tenido usted relaciones cuando tiene un problema grande?”
No era el único en esa habitación que deseaba que me tragara la tierra…
“Sigo pensando que no es de su incumbencia…”
“Si me responde eso, debe significar que no…” dedujo Marisol. “Vera usted, yo repaso con mi esposo mientras hacemos el amor…”
“¡Creo que es suficiente!” exclamó Sam. “¡No creo necesario que comparta esas intimidades conmigo!”
Marisol puso una cara de confundida…
Yo me había ahorcado imaginariamente…
“Pero señorita… usted acaba de decir que le parecía un caso difícil de resolver…” le reprendió Marisol.
“Así es… pero…”
“Y si mal no recuerdo, Holmes era un detective que no se guiaba necesariamente por el sentido común, ¿Cierto, Amor?” me preguntó.
Yo asentí, terriblemente abochornado…
“Si, estoy de acuerdo, pero…”
“Y no puede ser usted tan soberbia, simplemente porque los hechos que le estoy contando la avergüencen…”
Sinceramente, no sé cómo lo hace…
En cualquier otra parte del mundo, la habrían juzgado a ella como fuera de lugar.
No obstante, lo decía con tanta seguridad y espíritu, que a Sam no le quedaba otra opción aparte de escuchar ese insólito relato, porque nos hacía sentir (a Sam y a mí), que éramos nosotros los que estábamos actuando fuera de lugar…
Sin embargo, yo lloraba por dentro…
A diferencia mía, Marisol no le gusta las novelas de detectives…
Sin embargo, como buena otaku, es fanática acérrima de una serie de animación japonesa que trata de un niño detective, cuyo nombre es inspirado por Conan Doyle... y se basaba en ese fanatismo, para defender su posición.
A Sam no le quedaba otra opción más que escuchar, ya que pocos, en su sano juicio, serían capaces de compartir semejantes revelaciones, de una manera tan sincera…
“Bueno… cuando yo estudio con mi esposo, generalmente hacemos el amor…” prosiguió Marisol, sin una pizca de vergüenza. “Lo hago, porque me he acondicionado a mí misma, de manera similar al perro de Pavlov…”
Cuando escuchamos eso, nuestros colores regresaron…
Aunque lo que Marisol compartía era demasiado íntimo, el tema cobraba otro interés. El experimento de Pavlov y sus perros se le conoce como “condicionamiento clásico” y es una metodología para aprendizaje de la memoria.
Marisol, al ver que la mirábamos sorprendidos, proseguía sonriente con su explicación.
“Generalmente, le pido que repase conmigo los puntos que me son más difíciles de recordar. De esta manera, mientras hacemos el amor y alcanzo el orgasmo, mi cuerpo recibe una recompensa, mientras que mi mente adquiere un conocimiento nuevo…” me miró con algo de ternura y un poco traviesa. “Yo amo mucho a mi esposo… y en la cama… me hace alcanzar una infinidad de orgasmos. De hecho, si he llegado al “rol de honor”, ha sido exclusivamente gracias a su ayuda… y es por eso, que esa tarde le pedí que viniese a socorrerme.”
“¿Por qué?”
“Pues… yo uso ese vibrador porque estimula esa parte de mi cuerpo. Cuando necesito recordar algo, lo activo y a medida que me voy excitando, una cantidad interminable de información llega a mi mente, hasta que encuentro el recuerdo necesario para resolver el problema, para posteriormente apagarlo… sin embargo, esa tarde se me habían acabado las baterías…”
“¿Y no has intentado rendir controles, sin baterías?” preguntó Sam, asombrada por la seriedad y madurez de Marisol.
Mi esposa sonrió…
“Es que ese es otro efecto adverso…” confesó ella, ligeramente avergonzada. “Vera usted… dado que es un “estímulo acondicionado”… si me presento en un control y no porto ese huevito… me excito demasiado cuando veo algo que conozco, pero no recuerdo… y debo partir al baño a masturbarme muchas veces… como seguramente vio anteriormente en la grabación…”
Yo sonreía. “lo improbable, por ridículo que parezca…” cobraba un nuevo significado para mí…y probablemente, para Sam.
“Y por esa razón, pedí que viniese mi esposo… para ayudarme…”
“¿Para ayudarla?” preguntó Sam, cautivada irremediablemente por la extraña historia de sexo, misterio y psicología… entre otros tópicos, narrado con la sinceridad e inocencia de una chica como Marisol.
“Como le mencione, repaso mis lecciones con mi esposo…” nuevamente, me miró con sus mejillas sonrosadas. “Tiene una resistencia formidable… la cantidad de información que me hace recordar… y cuando él acaba en mi… pues…”
El rubor de Marisol y su acelerada respiración nos indicaba lo excitada que estaba…
A ratos, sentía que Sam me miraba disimuladamente…
“Su pene es tan grueso… que me llena entera… y cuando acaba en mí… su leche se siente tan rico… que quedo como flotando…” explicó Marisol, cerrando los ojos, como si anhelara sentir nuevamente la sensación…
Sam parecía imaginar todo, al ver sus suspiros y su sonrisa nerviosa…
“Es por eso que le pedí que me ayudara…” dijo Marisol, con mayor normalidad. “ Y realmente… lamentó causarle problemas… pero era en esos momentos cuando más necesitaba la ayuda de mi marido y el baño parecía el lugar más apropiado para hacerlo…”
Como si retornara de un sueño, Sam retomó ese rol de “adulta”…
“Bueno… para la próxima vez… recomiendo que porte baterías de emergencia… o bien, si va a hacer algo de ese estilo con su marido…” ni siquiera podía mirarme. “Traté de hacerlo en un lugar fuera de la universidad…”
Y nos retiramos…
Pero antes que bajáramos las escaleras, Sam me llamó nuevamente, porque “había olvidado algo”…
“Deseo pedirle disculpas por como lo tratamos ese día.” Dijo ella, con arrepentimiento, mientras yo revisaba la chaqueta y mis lentes. “Usted parece una persona buena e inteligente… aunque su esposa es especial…”
“Si, lo sé…” le dije
“Es algo común para los matrimonios con diferencias de edad.” Dijo ella, en un tono condescendiente. “Pero si encuentra que el comportamiento de su esposa lo avergüenza o desea hablar con alguien de su misma edad, aquí tiene mi tarjeta… tengo algunos estudios de psicología… y no me molestaría ayudarlo… si lo desea, puedo verlo por la noche.”
“¡Muchas gracias!” le respondí y sin querer, le abracé.
Afuera de la biblioteca, me esperaba Marisol, sonriente…
“¡Me devolvieron mi chaqueta!” le conté, radiante de alegría.
“¡Qué bien!” exclamó ella. “¿Algo más?”
Me miró con esos ojos traviesos…
“Nada. Solamente me dio su tarjeta…”
“¡Déjame verla!” dijo ella, tomándola de mis manos.
Me sentía incómodo…
Tenía que preguntárselo…
“Marisol, ¿Por qué te comportaste así?” pregunté, con mi tono cariñoso y paternal.
“¿Cómo “así”?”
“Ya sabes…” Le expliqué, con un tristeza. “Rara. No me gusta que las personas piensen mal de ti…”
En lugar de ofenderse, se rió.
“Amor, ¿No te diste cuenta?” preguntó Marisol.
“¿De qué hablas?”
“La dirección de esta tarjeta…” Señaló. “No es la misma de este edificio.”
“Sí…” respondí yo. “Dijo que si quería charlar, podía verla por la noche.”
Se volvió a reír…
“¿Qué?”
“Mi querido Watson… ¿No ves que es una dirección de una casa particular?”
Revisé la tarjeta. En efecto, así lo era…
Para esas alturas, Marisol estaba jactanciosa y coqueta, como realmente me gusta verla…
“¿Qué fue lo que dijo?” hablaba consigo misma, tratando de recordar la frase de Sam “Algo de lo improbable y lo ridículo…”
Me miraba con esos ojos burlones… y ardientes en deseo, al no poder recordar.
“¿Van 5 teléfonos?” me preguntó, muerta de la risa…
“¡Marisol!” le dije, sonriendo, reconociendo mi derrota y pidiendo algo de tregua.
Me besó en la mejilla y me tomó del brazo.
“Tengo un antojo por hamburguesa con papas fritas… ¿Conoces algún restaurant… con un buen servicio?...” Decía, aun burlándose. “Aunque estoy pensando a entrar a jugar futbol femenino… ¿Crees que me quede bien el uniforme?”
A ella le gusta “jugar con lo improbable”…


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1 comentario - Siete por siete (31): Lo improbable, por ridículo que...

pepeluchelopez
Sabes que me perdi un poco en que paso esa tarde que fuiste a la cafeteria, debi perder o saltarme un relato en esa parte. Jaja rei de lo loco anoche que estaba leyendo mientras el urbano se dirigia a mi colonia, la señora de la biblioteca algo quiere.... y no es dinero xD

saludos
metalchono
Maestro, no pasó mucho. Es algo que mi señora quiere que profundice luego. Saludos y gracias por seguirme.