Siete por siete (29): Mis 3 flores…




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Compendio I


Antes de empezar a narrar sobre la llegada de mi suegra y mis cuñadas, debo contar la situación que estoy viviendo en faena.
Para empezar, el departamento de Mantenimiento y Operaciones se encuentra decaído, porque su adorada “Cargo Shorts” se fue de vacaciones.
La faena donde me encuentro empezó a operar a principios de febrero. Hannah empezó a trabajar desde esa época, para coordinar el buen funcionamiento de la maquinaria que construye los túneles.
Aunque yo ingresé a trabajar a mediados de marzo, mi contrato dice que yo debía empezar las labores en abril, por los retrasos de puesta en marcha.
Debido a que todos vivimos lejos (solamente el personal de aseo y el de casino viven más cerca, en Broken Hill, a unos 120 Km de distancia), para compensar la fatiga por viajes, nos conceden 2 meses de vacaciones y algunos beneficios, como descuentos en aerolíneas, estancias en hospedajes de la compañía, paquetes turísticos y otras cosas.
Por esta razón, Hannah fue “obligada a tomarse vacaciones” y durante la semana de mis últimas entregas, se pasó discutiendo con la administración, para que la dejaran trabajar hasta finales de enero y así tomarse las vacaciones al mismo tiempo que yo.
La administración se negó rotundamente y del miércoles hasta el domingo aprovechamos al máximo nuestro tiempo.
Si antes, las “inspecciones de equipos” tardaban a lo mucho una hora, esa semana nos demoramos el doble y a medida que nos acercábamos al último día, nuestras jornadas nocturnas duraban casi hasta el amanecer.
A ella, la motivaba nuestra inminente separación. Pero en mi caso, estaba excitado por la llegada de la familia de Marisol.
Por esta razón, sabiendo que mi esposa estaría pendiente de las entregas, aproveché de sacrificar mi trabajo un par de días, porque apenas Hannah cerraba la puerta de la cabaña, nos desnudábamos y nos devorábamos intensamente en la cama.
Tom ha venido en 2 ocasiones a invitarme al pueblo, para que “me olvide un poco de ella”, tomándome algunos tragos y conociendo otras chicas.
Sin embargo, no he querido aceptar y me he quedado nuevamente en la casa de huéspedes, redactando como lo hacía los primeros meses de trabajo y por eso les pido disculpas, si las narraciones se vuelven un poco largas.
Entre otras noticias, me darán un bono adicional, puesto que pasaré la navidad en faena y una compensación por los días que trabaje en marzo.
Pero el dinero no lo es todo. En especial, cuando vuelves a ver a las primeras mujeres que amaste, después de tu esposa.
Aunque lo crean o no, hace casi un año y medio atrás, yo era el novio fiel de Marisol. Empezamos a vivir juntos en su antigua casa, a unos cuantos pasos de distancia de la casa de mi familia, porque su padre fue destinado al norte a trabajar (o al menos, esa fue la excusa que nos dio).
Mi suegro era un hombre bajito, midiendo alrededor de 1.60m, gordito, medio calvo, con rizos parecidos a los de “Larry”, de los “3 chiflados”, o bien, si lo comparamos con algo más actual, con el payaso de “Los Simpson”.
Es un hombre mezquino, egoísta, manipulador y muy machista. Me sorprende que se haya casado con una mujer como mi suegra.
Ahora tiene 43 años, un poquito más alta que su marido. Cabello castaño, ojos verdes color esmeralda, al igual que todas sus hijas, una nariz pequeña y labios finos, muy bonitos.
Sus pechos son bien grandes (de unos 102 cm.), que a pesar de los años y de haber amamantado a 3 hijas, siguen viéndose hermosos y seductores. Y su figura estaba medianamente gordita, pero no le restaba belleza en lo absoluto.
Es una mujer con muchas inseguridades, tras haber vivido casi 19 años atada a un pedazo de estiércol como ese.
Pero al igual que las flores que destacan en un jardín, mi suegra mantiene el encanto que una mujer madura puede ofrecer: su mirada es serena y reflexiva y a pesar de ser extremadamente humilde, hay algo en ella que evoca elegancia y dignidad. Sin olvidar, por supuesto, una tenacidad y una astucia digna de mi admiración.
Mi cuñada mayor, Amelia, en un comienzo era como un botón tierno de ese bellísimo jardín. Aunque la diferencia con mi esposa es de 7 escasísimos meses, por problemas de dislexia que no fueron tratados apropiadamente, terminó atrasándose un par de años en la escuela.
A diferencia de Marisol, que tiene un carácter bien formado y puede tomar decisiones con seguridad, Amelia era más sumisa, tímida e inocente.
Es un poco más alta que su madre, pero no tanto como mi ruiseñor. Sus cabellos eran negros y bien largos, llegándole a la cintura. De labios gruesos, tiernos y rosados, que de solo verlos dan ganas de besarlos con ternura, una nariz respingada pequeñita y una piel blanquecina como la nieve.
Sus ojos son tímidos e incluso, hasta antes del matrimonio, no podía mirarla demasiado sin que se ruborizara o intentase de esquivar la mirada.
Su complexión física es más robusta que la de mi ruiseñor, porque ella solía correr: unas piernas bien formadas y musculosas, con unas pompas que parecen bombones; una cintura ancha, acorde con su figura y un par de pechos enormes, de 104cms.
Y la más pequeña de mis cuñadas, Violeta, le falta un poquito para cumplir los 7 años, es todavía una pequeña plantita. Una niña inocente, traviesa e inquieta, de cabello negro y una piel ligeramente más oscura (porque su padre no es el mismo que sus otras 2 hermanas), que despertó mi instinto paternal desde la primera vez que la conocí y que desde el momento que entré a su casa hasta que me casé y me mudé, me convertí en la figura paternal que su padre biológico nunca fue…
(Sonrió, pensando en cómo la debe estar pasando tras las rejas, con su trasero español roto…)
Pero como les digo, año y medio atrás, aparte de mis fantasías de soltero, no se me pasaba en la mente tener algo con ellas, porque tenía a mi Marisol delgadita, con cuerpo de palillo.
Lo sé, no le hago justicia a la mujer que hoy es mi esposa. Pero la atracción que siento por Marisol trasciende más allá de la belleza física y sus deseos pervertidos.
Para resumir una historia que de por sí ya es bastante larga, en mi antiguo trabajo me designaron ir a investigar en faena una falla de datos, ya que era un administrativo de oficina al igual que lo es Kevin, con la diferencia que tenía un título de ingeniero en minas y estaba terminando mi primer magister.
Por esa razón, terminé estableciéndome en la casa de mi exsuegro y tras diversos acontecimientos, tuve romances con mi suegra y con mi cuñada.
A consecuencia de esas incursiones, mis suegros terminaron separándose, pero mi participación en esos acontecimientos fue indirecta.
No quiero justificarme con algo que simplemente “se fue dando” y que el que realmente se siente interesado, se puede tomar la molestia de leerlo.
En lugar de eso, quiero llegar al ahora, que es más importante.
El vuelo llegó alrededor de las 4:15 de la tarde del martes 2ndo de Diciembre al terminal de Adelaide. Yo llegué casi una hora antes, por pura impaciencia.
“¿No vas a decir nada?” decía ella, con una tremenda sonrisa. “¿No crees que me veo bien?”
Yo estaba sorprendido. Se veía distinta, sin lugar a dudas…
Pero como dice el dicho: “Por más que la mona se vista de seda, mona se queda.”
“Francamente, no.” Le respondí, con un rostro más serio. “Encuentro que te ves más gordita…”
“¿Qué?” exclamó bien fuerte y trató de cubrirse con sus manos. “¿No te dijo mi hermana que esas cosas no se deben decir a las mujeres?”
Verónica y yo nos reímos, porque a pesar de todo, Amelia seguía siendo tan cándida como siempre.
Se notaba la influencia de Lucia (la tía de Marisol) y el paso de los meses.
Verónica había dejado sus vestidos humildes de una sola pieza, para vestir sandalias, pantalones y chaqueta de mezclilla y una camisa amarilla, sin escote, que la hacían ver como una turista más.
Amelia, por su parte, había dejado sus pantalones largos y sus poleras con diseños de angelitos, perritos y flores, para vestir más acorde con su edad: una falda blanca hasta las rodillas y una camisa strapless, que exponía sin mucha vergüenza sus imponentes senos.
También se había cortado el pelo; teñido un poquito más claro, tendiendo hacia el rubio y hecho un peinado más moderno: sus cabellos llegaban hasta los hombros, con un poco de chasquilla en la frente y algo de volumen, que le daba una apariencia tipo “casco”, contrastando con los cabellos largos y su cola de caballo castaña que usaba para trotar.
Y como era de esperarse, mi “pequeña princesita” se veía como eso: una princesita, gracias al pequeño disfraz celeste de “Cenicienta” que ella usaba.
Cuando las vi, sentí diversas emociones.
Por una parte, la calidez de ver a familiares queridos tras meses de separación…
Pero tampoco puedo negar que me excité, porque mi suegra y Amelia habían sido mías y había disfrutado de sus cuerpos, tanto juntas como separadas.
Y también me invadió un poco de melancolía: Yo las había dejado libres, para que buscaran a otro que las pudiera querer mejor que yo.
Que fuera solo de ellas… sin compartir su amor con nadie más.
Amelia quería mostrarse más adulta, pero al verme reír por la broma, lo tomó con una sonrisa comprensiva, con mucha más mesura y tranquilidad que la niña que meses atrás me había dicho que “siempre sería su novio”.
Tenía razón. Ella había madurado más todavía…
Tomé a la pequeñita en brazos y marchamos a buscar el equipaje.
A mis cuñadas les dolía la cabeza, producto del “Jet lag”, mientras que Verónica parecía aguantarlo mejor. Como aun le asustaba volar, tomó pastillas para dormir y se veía bien refrescada.
Les aseguré que era algo natural, nada de qué preocuparse, porque Amelia temía haber contraído un virus en el vuelo y que con el pasar de los días y un poco de sueño, se habituarían mejor al cambio.
Pero al igual que pasaba en mi tierra, ellas atraían las miradas. Había algo en sus rasgos que las distinguía del resto. También lo noté, pero no pude precisar exactamente qué.
Muchos se quedaban viendo particularmente a Amelia, a pesar que su piel blanquecina no es más diferente que la de una europea, ni mucho menos sus ojos y tampoco era necesariamente que se quedaban viendo su escote.
También contemplaban a Verónica y no precisamente por el rebote de sus pechos, libre de toda sujeción.
Al llegar al pasillo donde estaba estacionado, quise distraerlas de sus molestias con un pequeño juego: que adivinasen cuál era mi auto.
Violeta bajó casi de un salto y se puso a escoger entre los cerca de 20 vehículos.
Amelia estaba entusiasmada con el juego, tratando de decidir qué auto elegir, porque los autos aquí son muchísimo más lujosos y nuevos que los de mi tierra.
Pero Verónica parecía elegir minuciosamente. Aunque discriminaba rápidamente los vehículos, parecía buscar un modelo en particular…
Curiosamente, mi suegra y la menor dieron con el correcto. El rostro de Amelia se iluminaba al ver mi camioneta.
“¿Cómo supieron?” pregunté, sorprendido.
“Pues… la última vez que te prestaron un vehículo, fue una camioneta… y tiene un poco de barro, por lo que me decidí por ella…” respondió mi suegra, con una lógica sorprendente.
“Yo la escogí por el color…” confesó Violeta, con mayor simpleza. “Tiene el mismo color que los ojos de mi mami…”
Esa revelación me hizo poner los ojos como platos. Mi color favorito es el azul, porque me recuerda la templanza del agua y al principio, me molestaba que fuese verde.
Pero con el pasar de los meses, me empecé a acostumbrar e incluso a querer a la camioneta y no sabía por qué.
Y bastó la reflexión de una niñita de 6 años para comprender el motivo…
Cargué las cosas en la parte trasera, mientras Amelia se sentaba de copiloto.
Por normas de seguridad, los menores de 12 años deben ir en el asiento trasero de los vehículos, razón por la que Violeta y Verónica se irían atrás.
Sin embargo, me pareció extraño que mi suegra oliscara la cabina trasera, antes de entrar.
“¿Pasa algo?” pregunté.
“No… nada.” Respondió ella, tratando de pasarlo como algo normal.
Por un par de segundos, pensé que podría haber sentido olor a sexo, ya que Hannah y yo ocupábamos ese asiento en las inspecciones.
Pero todas las tardes me preocupaba de ventilarlo y aplicar desodorante, ya que a veces la ocupaban mis hombres o debía ir con supervisores y personal de planta a alguna parte de la faena y no me sentía tranquilo si tuviese olores extraños.
Les sorprendió la limpieza de las calles, los parques, los altos edificios, las tiendas y la gente. No pienso que sea algo de cultura desarrollada, porque la gente es similar en todas partes (hay personas trabajadoras, responsables, al igual que perezosos y sinvergüenzas). Yo pienso que va más de la mano con la responsabilidad de hacer más bonito el entorno… y tal vez, políticos con mayor educación.
Pregunté cómo les había ido. Amelia terminó su año escolar antes que sus compañeras. Su tía Lucia habló con la dirección de la escuela y les explicó que viajarían al extranjero, por lo que el segundo semestre fue un poquito más exigente con ella.
Fue agradable ver como mi cuñada se avergonzaba y aun esquivaba mi mirada, cuando su madre decía que no le fue tan difícil, porque al igual que su hermana mayor, también era muy aplicada en sus estudios.
También me dijeron que hasta última hora, creían que vendrían con Pamela.
Con solo escuchar su nombre, me puse nervioso y ellas lo notaron. Me dijeron que había tenido problemas en su noviazgo, que el tipo era un fanfarrón y se había decepcionado.
Sin embargo, por protestas y otros incidentes, a favor de mejoras en la educación, los semestres se atrasaron y ella saldrá de vacaciones a mediados de diciembre y vendría de visita como originalmente lo habían acordado.
Llegamos a la casa y al igual que nos pasó a nosotros, quedaron boquiabiertas. Verónica creyó que era una mansión, pero le dije que era la casa que me entregaba la compañía.
Y cuando vieron a mi esposa, fue como que les tiraran un pelotazo en la cara: aunque habían mantenido el contacto por computador, se habían quedado con la imagen de mi Marisol soltera y planita y no la belleza que las recibía, con senos más grandes y un trasero ligeramente regordete.
“¿Viste que no mentía cuando te dije que mis pechos crecieron en el embarazo?” dijo Verónica, luego de saludarla y dejar que sus hijas se abrazaran entre ellas un rato.
Conocieron a las pequeñas, que estaban muy animadas de ver tantas personas y Violeta quería que las llevásemos al baño, para enseñarles cómo ella había aprendido a bañarse sola, arrebatándonos algunas carcajadas.
Al poco rato, aparecieron los vecinos a saludar.
Kevin saludó con un amistoso “Hola”, mientras que Fio fue más reservada y trajo una olla.
Mientras mi ruiseñor presentaba mis cuñadas al vecino, pude notar un choque en las miradas entre Fio y Amelia…
En especial, cuando Amelia se aferró a mi cintura, como si marcara su territorio. Fio le sonreía, pero podía darme cuenta que era forzada, mientras que Amelia abiertamente mostraba su desagrado.
Cuando Marisol le presenta al marido de la vecina, Verónica pregunta:
“¿Por qué pensé que se llamaba Kevin?”
Marisol y yo quedamos pálidos...
“No, mamá. Su nombre es…” y le dice el verdadero nombre.
Con Marisol, nos dimos miradas nerviosas…
Marisol me aseguró que sus conversaciones con su madre son de carácter familiar: de cómo están sus hermanas, mi familia y los acontecimientos sociales. Ocasionalmente, conversan de Pamela y su relación, pero lo que vivimos antes de casarnos o lo que está pasando ahora no es algo que conversen.
Yo le creo, “a pies juntillas”, como dicen mis viejos, no porque la ame ciegamente, sino que también tiene los mismos valores de honor otaku que tengo yo cuando hacemos compromisos (aunque la excepción a la regla es nuestro matrimonio, ya que como tanto he llorado, quiero entregarme sólo a ella, pero ella insiste en compartirme con todas).
Hicimos un pacto de silencio sobre las cosas que estamos viviendo, para que no se sintieran tristes y no me caben dudas que lo ha honrado.
Pero por la tensión en sus hombros y sus gestos, supe que el comentario también le había tomado por sorpresa.
Sentí una mirada desafiante de Verónica. Como si supiera lo que pasaba con los vecinos…
Pero era improbable… Traté de no darle importancia.
Luego de explicarle a los vecinos que mis cuñadas estaban afectadas con el “Jet lag”, Fio me entregó el estofado que había preparado y se veía delicioso. Les di las gracias por la atención y mientras Marisol presentaba a sus hermanas las habitaciones que había preparado, la mirada de mi suegra seguía estudiando cada uno de mis movimientos.
Durante la cena, Marisol conversó con su madre sobre el embarazo, cómo se las había arreglado y le planteó algunas dudas sobre la crianza de nuestras hijas. Violeta y Amelia, por su parte, seguían durmiendo y no las despertaríamos, ya que es un proceso natural de adaptación al nuevo huso horario.
A eso de las 9, se retiró a descansar, para darles pecho a las pequeñas y para que Verónica y yo conversásemos en el patio.
Nos sentamos en 2 tumbonas que compré, porque a veces salgo por la noche a contemplar las estrellas y a Marisol le gusta que le explique de constelaciones, mientras que de día, le gusta asolearse.
Charlar con Verónica fue muy divertido, porque hablamos de temas más de adultos: de los problemas políticos y sociales de mi tierra y de las protestas, lo que me hacía sentir mejor sobre mi decisión de establecerme en el extranjero.
Pero como a las 10, escuchamos los acostumbrados “Ahh… Ahh… Ahh” de los vecinos.
“Parece que lo disfruta mucho… ¿No crees?...” dijo ella, sonriendo.
“Así parece…” le respondí, tratando de no prestar atención.
“¿Y cuántos meses tiene de embarazo?”
“Creo que va para los 5…” le respondí, aunque su mirada me ponía inquieto.
“¡Es una verdadera coincidencia que estén viviendo juntos!” exclamó, de una manera peculiar. “¡Imagínate!... Marisol y tú, con las gemelas… y ellos, con algunos años de casados y también teniendo hijos…”
“Supongo que si…” le dije, bebiendo algo de jugo, porque el tema me incomodaba.
“Por lo felices que se ven, no deben tener 5 años de casados… ¿Me equivoco?”
Me congelé… su estimación había sido demasiado acertada.
“¡Y qué coincidencia que justo que cuando se mudaron ustedes!… ¡Pum!... ¡Queda embarazada!”
“¿De qué hablas?” dije, tomándome el trago al seco y marchando a la mesa de apoyo, para rellenar el vaso sin tener que verla a los ojos.
“Hablo de por qué dices llamarte “Marco”…” sentenció finalmente.
Mis ojos se llenaron de espanto…
“¿Lo sabes?”
Y pude ver nuevamente esa sonrisa picarona, que en tantos meses no había visto…
Tengo que aclarar un poco los motivos por los que subo esta bitácora…
Llegué a la página por recomendaciones de Sonia, cuando trabajábamos juntos. Durante nuestra hora de colación, la cargaba en su celular y me mostraba videos subidos de tono, preguntándome qué opinaba de ellos, en especial, los que mostraban penetraciones anales...
En esa época, ignoraba que Sonia se calentara conmigo, pero terminé generando una cuenta al ver el gran surtido de mangas y videos hentai para descargar.
Al poco tiempo que nos casamos y nos mudamos aquí, me llegó un correo de ella, sugiriéndome que compartiera mi bitácora, porque le encantó leerla y Marisol quería sentirme más cerca cuando me tocaban mis turnos.
Tras recibir las molestias de Pamela y mi cuñada por usar sus nombres verdaderos en la entrega original, Marisol me sugirió que la hiciera de nuevo, pero dando nuevos nombres.
De esta manera, pude mantener a Sonia con todo ese “material jugoso” que tanto le gusta leer, más las otras cosas que fuimos descubriendo, con el pasar de los meses y contarle un poco de nuestras experiencias en Australia.
Sin embargo, cuando terminó “seis por ocho”, Sonia pensó que mis entregas y aventuras también habían terminado, hasta pasada la conferencia de septiembre, en donde Marisol le informó que yo “seguía en mis andanzas”.
Fue de esta manera que Verónica se enteró de todo, porque como ella me reveló esa noche:
“Tus 4 amantes aun nos mantenemos en contacto…”
Me contó que Amelia y Pamela aun ignoran que sus vivencias forman parte de la red y que si Sonia se lo contó, fue porque también me veía nostálgica por mí…
Yo estaba sin palabras…
“¡Mira!… la internet sigue siendo algo nuevo para mí… Lucia me regaló un Tablet, cuando hice mi curso de cocina… me gusta leer de lo que haces… y ser parte de una historia… parecerá extraño, pero me hace sentir famosa…” me confesó, con esa sonrisa humilde que tanto me tranquiliza.
Fue una noche extraña, porque sentía que rompíamos “la cuarta muralla”: es decir, cuando los personajes que vemos en la televisión interactúan con la audiencia.
Conversamos bastante. Obviamente, de mis vivencias, así como ella fue revelándome un poco de lo que hizo con los amigos y un par de jefes de su ex esposo.
El sonido de los gemidos de Fio no podía ser más apropiado, porque aunque estábamos calientes y deseosos el uno por el otro, con Verónica siempre he podido sincerarme sobre los sentimientos que tengo por ella, por sus hijas y por su sobrina.
Además, me encantaba escuchar su percepción de mujer al momento de seducir otro hombre. Aunque le avergonzaba reconocerlo, sabía explotar bastante bien su sexualidad para lograr su cometido y simplemente, quedé deslumbrado.
Luego que Kevin se rindiera por esa noche, la mirada de Verónica se puso más dudosa.
“Quería preguntarte por qué te pusiste Marco.”
Tengo una enorme deuda monetaria con Marco. En mis años de universidad, Marco fue un compañero infaltable y leal, que avanzaba sin temor, saltando, disparando y tirando bombas, a través de ejércitos interminables de soldados, alienígenas y tanques y que en más de una ocasión (antes de conocer a Marisol), me había ayudado a lidiar con las frustraciones de malos resultados en las pruebas y ramos reprobados, siempre vestido con su chaqueta roja y sus cabellos rubios pixelados.
Una fuerza imparable, obstinada a salvar el mundo, que me hizo gastar buena parte de mis ahorros de soltero.
Siempre me dio la impresión que Marco era un tipo genial, a diferencia de mí, que no tenía novia y cuando se empezó a dar esta situación, traté de verme a mí mismo como él.
“Y por qué me llamaste Verónica…” preguntó después.
La “Verónica” es una flor azulada. La que conocí en el jardín botánico era delicada, humilde, elegante y bella, como lo es la madre de Marisol.
“¿Y mis otras hijas?” preguntó, con una sonrisa agradada con mis palabras.
Amelia era originalmente “Camelia”, pero su nombre real es tan parecido, aunque el atractivo y ternura de la flor me recuerdan bastante bien la inocencia de mi cuñada…
Y Violeta, pues por 2 razones: porque me recuerda a la flor, que crecía alocadamente en casi todos lados y porque uno de sus programas favoritos era de una chica llamada así.
Marisol fue la única que mantuvo su nombre original y con bastante lógica.
“Si no das los apellidos…”
Verónica sonreía…
“¿Cómo puedes saber tanto?” dijo ella, maravillada con la explicación.
Nos empezamos a besar, sentándose en mi tumbona. Nos abrazábamos, anhelantes de nuestras caricias.
Se reía como una chiquilla, al palpar mi erección dentro del pantalón.
“¡Te he extrañado!” le dije, sonriéndole de vuelta.
“¡Yo también!” respondía ella, acariciándola suavemente, deseosa de volver a verla. “¿Cómo quieres que no extrañe a mi “yerno regalón”?”
Nos empezábamos a desvestir y desabrochar. Ella le ponía mucho énfasis a mi cinturón y el botón de mis pantalones.
“¿Esto también… lo vas a escribir… verdad?” dijo, cuando le desabrochaba la camisa y dejaba ver sus pletóricos pechos.
“Si me dices que no…”
Me besó apasionadamente, como si extrañara demasiado mi boca.
“Si…” decía ella, suspirando muy agitada. “Quiero que lo escribas… pero antes, quiero que toques aquí…”
Mi pene dio un latido, al palpar su tibio cuerpo.
Sus manos me guiaron a su vientre…
“¿Qué pasó?” exclamé sorprendido, sobando desesperado y buscando incesantemente. “¿Y tus rollitos?”
Ella sonrió.
“Lucia y yo vamos al gimnasio… todos los días… por 4 horas…” dijo, bajando mis calzoncillos.
La miró como una enamorada y se la devoró inmediatamente.
“¡A mí… me gustaban tus rollitos!”
Paró de chuparme y me empezó a sobar con la mano, riéndose.
“¡Sé que te gustaban, pero a mí me daban vergüenza!”
“¿Por qué?... te hacían ver… tan distinguida… ¡Ahh!”
La degustaba en su boca de una manera tan rica, jugueteando con la lengua y atravesándola entre mejilla y mejilla.
Se encargaba de lamer mis jugos, cerrando los ojos como si hubiese sido un manjar vetado de sus labios por años.
“¡Sólo tú piensas eso!” dijo, dándole una lamida al contorno de la puntita. “A mí me daba vergüenza.”
Aunque su mamada era buena, como siempre, la deseaba más a ella y estaba un poquito molesto, porque sus rollitos me encantaban y quería escuchar una explicación.
La tomé de la cintura y la monté encima de mi bestia, a lo que ella dio una aliviada exclamación.
“A ver… ¿Por qué te da… vergüenza?” pregunté, bebiendo de sus labios, mientras que ella se acomodaba, como lo hacíamos algunos meses atrás.
Su interior, delicioso como siempre, me recibía como si fuera un viajero agotado. Mi suegra, la verdad sea dicha, es una mujer que disfruta de su sexualidad y no me cabía duda, tras lo que me contó, que otros hombres habían entrado por este agujero.
Sin embargo, entre ella y yo, era diferente. Estábamos enamorados, como cuando vivíamos en su casa y nos besábamos con la misma pasión de antes.
Para ella, no era un “polvo por despecho”, como les llamó. Para mí, la amaba casi tanto como a Marisol.
“Porque me hacen sentir… vieja… ¡Por eso!…” decía ella, entrecerrando los ojos y disfrutando el momento.
Le besaba el cuello, que fue algo que aprendí las primeras veces que le hice el amor, ya que es uno de sus puntos más sensibles, aparte de sus pechos, los cuales estrujaba con suavidad.
El aroma a su piel era tan rico, que yo hinchaba mis pulmones para intoxicarme plenamente en él.
“¡Yo no te encuentro vieja!... ¡Para nada!... ¡Te ves súper rica!” le dije, probando sus hinchadísimos pezones.
Ella lo disfrutaba, porque son extremadamente sensibles, al punto que no puede usar sujetador.
Se reía por mis palabras y mis acciones y en recompensa, sacudía sus cinturas más rápidamente.
“¡Pero yo no lo veo nunca, señor!” me reprendía con dulzura, sintiendo su primer orgasmo conmigo. “Ya es mucho… pedirle a mi hermana… un boleto de avión… para tirarme a mi yerno… favorito…”
Nos besábamos intensamente. Nuestras manos recorrían nuestros cuerpos, como si recordaran las texturas que palpaban un par de meses atrás.
Mi suegra me excita un montón (como tal vez, deba pasarle a algunos con sus respectivas suegras) y tenerla de esa manera, hacía que mi herramienta estuviera durísima como el titanio.
Me abrazaba, cerrando los ojos y apoyando mi mentón sobre su hombro, mientras que ella se enterraba anheladamente mi bastón metálico y ardiente.
Sin duda, el gimnasio le había ayudado con el movimiento de cadera. La sensación entre mis piernas era demoledora.
“Si tu yerno hubiese sabido… que la suegra hace esos movimientos… te habría pagado el pasaje…”
Ella empezaba a gemir con mayor intensidad… tenía que besarla. No podía dejar que Fio se enterara de nosotros.
“¿Te gusta?... porque con Lucia… hacemos gimnasia en la piscina… y después, bailamos “zumba”… una hora…”
“¡Uff!... siento que vas a zumbar conmigo…” le confesé, al sentir ese golpe de ariete que parecía sacarme chispas.
Sus pechos, bamboleantes, subían y bajaban alborotadamente, algo que ella sabe que me gusta y a ella también, le encanta contemplarme, por lo que manteníamos ese juego de vernos, para luego besarnos, mientras nuestras cinturas se golpeaban con violencia.
No aguanté más y me corrí en ella. Agotada, se apoyó en mis hombros, contenta que le diera mi ración.
Nos besamos, con su saliva sabor a lima y nos mirábamos, como lo hacíamos antes.
“¡Extrañaba esto!... Te he extrañado mucho.”
“¡Yo también!” le respondí.
Suspiramos un rato… la separación nos había hecho perder la costumbre. O bien, las diferentes personas que hemos tenido nos han alterado los ritmos.
Se acostó en mi pecho, resoplando, mientras oliscaba sus cabellos. Olían a manzana.
También extrañaba ese aroma…
Me abrazaba con firmeza a la cintura. Como si impidiera mi escape…
Al verme a los ojos, pude distinguir parte de su preocupación.
“Pero ¿Es verdad lo que dijiste a Sonia? ¿De verdad, no quieres volver todavía con nosotras?” preguntó, temiendo mi respuesta y esquivando la mirada.
Ella es noble y sé que me ama. Pero no me pediría que volviera con ella, porque ya le complica saber que soy esposo de su hija mayor.
La acaricié en las mejillas, para que me viera a los ojos.
La llamé por su nombre y le dije:
“Ya ves cómo son las cosas aquí. Incluso, en el trabajo siento que encajo, porque hago lo que estudié.”
Ella sonrió, levemente más alegre y me besó.
“Si, se nota que estás más contento. Pero te extrañamos mucho… más de lo que te puedes dar cuenta.”
La apoyé en el respaldo de la tumbona, sin desenfundar. Quería penetrarla yo.
“¿Esto también lo vas a escribir… cierto?”
“Si tú quieres…no…”
Hubo algo de calidez saliendo de su mirada, mientras empezaba mi movimiento de caderas.
“Si quiero… pero me gustaría que me dijeras “Verónica”, mientras los hacemos.”
Sonreí, por la inusual propuesta.
“¿Por qué?”
Dio como un suspiro tierno…
“Porque cuando lo leo… me acuerdo de ti… y tenerte así de nuevo… tan cerca y mirándome… me hace sentir que sueño…”
Le tomé los brazos y los extendí sobre su cabeza, para que se apoyase en los bordes de la tumbona.
Mientras tanto, lamía con deseo sus mejillas y su cuello, susurrando bien despacio…
“¡Verónica!”
Le gustaba, porque se aferraba fuertemente a mis caderas y suspiraba.
La besé y le miré a los ojos, acariciando sus cabellos y regalándole una sonrisa. Quería tomarla a mi manera y ella deshacía mi trabajo.
Se rió también y trató de contenerse, apoyándose como nuevamente le había solicitado.
Quería volver a tocar sus maravillosos pechos, que tanto había extrañado en estos meses.
Se sentía indefensa, al contemplar cómo mi torso la iba penetrando, repitiendo suavemente el nombre con el que la había rebautizado.
“¡Verónica!... ¡Verónica!...”
Su sonrisa era deliciosa y sus ojitos verdes se achinaban de gozo.
Yo asediaba el “templo del placer” con violencia y me aferraba a su firme cintura, todavía extrañando sus imperfecciones.
“¡Verónica!... ¡Verónica!” repetía constantemente, cada vez con algo más de violencia.
Quería estar a su lado, besándola y abrazándola, como meses antes lo hacíamos en la casa de su antiguo esposo. No aguantó más y soltó sus manos, nuevamente, para volver abrazarme.
Era demasiado delicioso y no me importaba, porque en esos momentos, quería estar en lo más profundo de su ser.
Yo no me acordaba ni de sus hijas, ni de la vecina. La deseaba solamente a ella y ella lo sabía bien, porque acariciaba mis mejillas, mientras que mi movimiento de cadera la bombeaba cada vez con más fuerza, sacándole algunos deliciosos gemidos y algunos cuantos orgasmos adicionales, mientras repetía constantemente el nombre de esa delicada flor…
“¡Verónica!... ¡Verónica!... ¡Verónica!”
Tenía esa misma mirada que tanto me gustaba cuando le poníamos los cuernos a mi suegro. Una mirada llena de dicha y de amor, pero no del amor normal entre una suegra y su yerno, sino que de la pasión de 2 amantes, cuyo amor es inevitablemente imposible.
Tenía la necesidad imperiosa de correrme y en sus ojos notaba los fervientes anhelos para que acabase.
Así que con un tremendo beso en sus labios y mis manos, sobando sus sensibles y deliciosos pechos, descargué todos mis contenidos en su interior…
Y ella estaba dichosa… y quería recordar lo vivido.
“¡Por favor!... “me pidió ella, aun agitada. “Escribe que fue el polvo más intenso que he tenido… lejos, mucho mejor que cuando descubriste mi aliño secreto… o que la vez que me puse la camisa de Amelita… o incluso más, que la primera vez que inauguramos la cama, en la habitación de Sergio… di que anhelaba por meses que me tomaras de nuevo… y que cuando me llenaste… sentí que se me entumecían los pies de placer… y que sentía que tocaba la nube de los cielos… en un terrible orgasmo… ¡Por favor!... ¡Cuéntalo así!”
Como dije, esa noche fue mágica…
Y nos quedamos abrazados y besuqueando, hasta casi las 2 de la mañana…


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