Siete por siete (26): La guerra de 2 días (restaurant)




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Compendio I


Para esas alturas, ya no quería volver a casa. Sabía bien lo que me esperaba y por primera vez en mi vida de casado, decidí desviarme.
Ese viernes fue sinceramente uno de los más extraños que he vivido. Pasé a un restaurant, para bajar las revoluciones y comer algo.
Afortunadamente no portaba nada de mucho valor en mi chaqueta: el teléfono y la billetera la llevo siempre en los pantalones y lo único que perdí fueron los lentes de descanso que uso para escribir en el computador, aunque tengo otro par en la faena.
Ordené 2 hamburguesas y una porción grande de papas fritas. Había poca gente, porque eran alrededor de las 6 y la vida nocturna de Adelaide empieza a eso de las 9, según me ha contado Megan.
Fui el único cliente en la estación de esa mesera, que de aburrida se puso a hacerme compañía.
Una chica de cabello castaño, hasta los hombros. Liso, bien brillante y bien cuidado.
Sus ojos eran negros y su mirada era de una jovencita coqueta, de unos 20, 22 años cuando mucho, con algunas pecas que la hacían ver adorable.
Su figura no podía apreciarse bien por el uniforme de la cadena. Se notaba que tenía bonitas piernas y una cola bien formada, por lo que dejaba lucir su falda. Pero sobre sus pechos, era difícil decirlo, porque usaba una camisa y una chaqueta con un montón de chapas.
Empezamos a charlar de trivialidades y se dio cuenta de mi preocupación.
Preguntó si acaso tenía un problema y agradeciéndole el interés, le dije que no importaba.
“Son problemas de casado…” mostrándole el anillo.
Entonces, nuestra conversación tomó otro curso…
“¿Y llevan mucho tiempo?” preguntó, con mayor interés y abandonando la relación cliente-mesera.
“Medio año y algo...”
“¿Marido fiel?”
“Lamentablemente para ella… sí.” Le dije, sonriendo.
Como esperaba, no entendió mi respuesta…
“¿Le gustaría esperarme al final del turno? Salgo a las 8 y me gustaría charlar más… en un lugar más tranquilo, si me entiende.”
Yo le sonreí.
“Me encantaría… pero mi esposa me estará esperando… y es de esas, que no les gusta que salga con desconocidas.”
Ella sonrió.
“Pues, mi nombre es Liz…”
“Yo soy Marco.”
“Un nombre llamativo. ¿Extranjero?” preguntó, tras repetir mi nombre verdadero.
“Originario de Sudamérica.”
“Debe ser un lugar bonito…” dijo con un tono soñador.
“Lo dices porque no has vivido allá…”
Nos reímos un poco y seguimos conversando. Se sentó en la silla frente a la mía, olvidando sus labores y me contó de su vida, de su departamento (remarcando en 2 ocasiones que estaba a la vuelta de la esquina), que obviamente “era soltera” y que había escuchado de sus compañeras que “los sudamericanos son buenos amantes”…
“¿Me puedes traer la cuenta?” dije, una vez acabada la comida.
“Depende…” respondió con malicia “¿Me va a esperar?”
Me reí.
“Lo siento, pero no esta noche…”
Su cara se mostró insatisfecha…
“¡Aquí tiene!... tengo libres los sábados y me puede encontrar por la noche…”
En el recibo, venía su teléfono y dirección.
Es la cuarta vez que una mujer me da su teléfono. Los primeros 3 los he recibido de azafatas.
Rachel y Diana me dieron el primer par, aunque los terminé desechando, porque nuestra primera noche con Rachel fue desastrosa, aunque el destino nos volvería a encontrar por estos lugares.
El tercero me lo dio una chica llamada Jessica, la última vez que me hospedé en casa de mi suegro. Vio cuando entre al baño con Sonia, luego con mi suegra y por último, con mi cuñada, y como las 3 salían sonrientes durante ese vuelo.
Y el cuarto, me lo daba ella…
“¡Es de verdad! Puedes llamarme cuando quieras…” me explicó, mientras yo seguía absorto, contemplando la boleta.
Sé que para el resto, puede parecer irrelevante esta experiencia. Pero para mí, que he sido ñoño desde joven, no dejaba de sorprenderme.
Nunca me había pasado en mis días de solteros. De hecho, era la primera vez que “me echaban los perros”, si entendí bien el uso de esa expresión.
Y me sorprendía la facilidad con que había pasado.
“Bueno… Trabajo en una mina, por turnos de siete por siete…” respondí, tras meditar un rato.
“¡Oh!” exclamó ella, con algo de frustración. “¡Entonces, olvídalo!…”
Trato de tomar la boleta y arrugarla, pero la levanté por encima del alcance de sus brazos…
“¡No me estás entendiendo!” le dije, pidiendo que se calmara. “De verdad trabajo en una mina y encuentro que eres una mujer simpática… y si fuera otra noche… y tuviese más tiempo, aceptaría tu invitación… pero pocas veces me ha ocurrido esto y me has tomado de sorpresa.”
Sonrió mostrando unos dientes preciosos: parejitos, blancos y tan pulcros como su cabellera.
“Pues si estás tenso… puedes esperarme… y… no sé… podríamos relajarnos juntos.” Dijo, mirándome con mayor comprensión y tuteándome sin problemas.
Pero yo sabía bien que me esperaba en mi casa…
“¡Muchas gracias!... pero esta noche de verdad no puedo.” Me disculpé.
Ella me dio una sonrisa amarga, comprendiendo.
“Es lo malo de salir con hombres casados.” Agregó con algo de tristeza. “Los que valen la pena, nunca tienen tiempo…”


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1 comentario - Siete por siete (26): La guerra de 2 días (restaurant)

pepeluchelopez
Jeje ni sabe que terrenos esta pisando... Lo mejor de todo que no se decepcionara sobre el hecho de ser mejores amantes. Me recordaste cuando tenia 13 y unas chavas me piropearon y yo nomas tartamudee sin saber q decir, lastima q fue la unica jaja
metalchono
Pues si. Pero tengo que armarme el tiempo...