Siete por siete (10): La mejor parte




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Compendio I


Es bueno escribir a escondidas. Como castigo, no me dejó tomar el portátil las otras noches y en su lugar, hicimos otras actividades físicas, que me están tentando nuevamente para desobedecerla…
Los castigos de Marisol son excelentes… y qué decir de “Recuperar el tiempo perdido con Hannah” el primer día de faena.
A la mañana siguiente (del relato anterior), me pareció escuchar la puerta. Estaba muy cansado y apenas desperté. Al poco rato, creí escuchar “Marisol, Marisol” como susurran los ingleses.
Era temprano, pero Marisol seguía acostada a mi lado. De repente, distinguí la sombra de Megan, al lado de mi ruiseñor.
Se asustó al verme despierto y pregunté qué pasaba. Tratando de no mirarme, me contó que ella y Marisol tenían clases temprano.
No la culpo, porque yo ni siquiera tenía pantalones de pijama. Además, el aroma de la habitación decía cuánto amor nos habíamos expresado la noche anterior.
Mi ruiseñor aun seguía durmiendo, a pesar de las sacudidas que le daba. Estaba demasiado agotada y le dije a Megan que no podría ir a clases.
Miré el reloj y quedaban 40 minutos para sus clases. Le pedí 5 minutos para bañarme, vestirme y llevarla en la camioneta.
Ni siquiera me preocupe en cubrirme, porque Megan estaba muy alterada por llegar atrasada.
Desgraciadamente, Kevin se había marchado hacía rato también, pensando que podría haberla llevado. Pero aun teníamos media hora para llegar. Tomé la camioneta y traté de darle con todo.
Megan me dijo que no necesitaba manejar tan rápido, aunque no paraba de mirar el reloj.
Pero con el pasar de los meses, he descubierto otras rutas y he pulido mis habilidades al volante. Igual sigo odiando manejar, pero al menos conduzco más rápido.
Sin embargo, algunos semáforos ralentizaban mi avance. Aproveche de disculparme por esa noche con los juegos. No que me sintiera del todo culpable, pero pensé que había abusado de mi confianza.
Avergonzada, aceptó mis disculpas, aunque preguntó por qué la he seguido besando. Le dije que la encontraba triste por el asunto de su novio y además, la encontraba bonita, con encanto de mujer europea.
Ella se rió, diciendo que no se destaca mucho del resto y tal vez, tenga razón, porque he visto varias mujeres con un físico similar, pero le dije que era la primera que conocía y que me había dado cuenta que si es posible probar algo, hay que intentarlo y pedir disculpas después.
Ella se volvió a reír.
Me confesó que esa noche la disfrutó mucho, en especial por la manera en que la besaba. Que lo que Marisol le había dicho de mí era cierto y pudo satisfacer parte de su curiosidad.
Como llegamos a la universidad, con 7 minutos de ventaja, le pregunté qué cosas le había dicho Marisol de mí, lo que la hizo alterarse otra vez, respondiendo que no debería haberlo dicho, pero le prometí que lo mantendría en secreto, mirándola a los ojos con honestidad.
Me dijo que Marisol es una chica muy extraña y que parecía no tener más amistades aparte de ella en la universidad.
Aparte de eso, le tenía una peculiar confianza sobre las cosas que hacíamos en la intimidad, llegando a ser “perturbadoramente explicita”, según sus propias palabras.
Pero lo que más destacaba de mí era que soy un tipo honesto, gracioso, romántico, inteligente y generoso, aunque creativo y un tanto pervertido en la cama.
No es la primera vez que escuchaba eso. Diana me había contado algo parecido.
Le pregunté si los besos le incomodaban. Ella dijo que no, que eran refrescantes y que lo mejor era mi caballerosidad, porque de no ser por mí, esa noche habríamos hecho una locura.
Sonriendo de una manera extraña, me dijo que no tenía problemas con que la siguiera besando...
“Después de todo, Marisol termina llevándose la mejor parte…” Añadió con algo de frustración, antes de cerrar la puerta.
Sus palabras me hicieron pensar y antes de regresar a casa, tuve que hacer una parada adicional.
Cuando volví a casa, encontré a Diana desayunando. Sonrió al verme y me preguntó cómo me había ido la noche anterior, aunque ella lo sabía bastante bien.
Me preguntó si tenía tiempo para ella. Respondí afirmativamente, pero había algo más serio que quería conversar con ella antes.
Le pregunté sobre sus planes a futuro. Si se imaginaba casada, como una mamá o si seguiría siendo azafata.
Respondió que no lo había pensado demasiado, que por el momento, aprovechaba de viajar. Le expliqué lo preocupado que estaba por lo que consultó la noche anterior y pregunté si realmente se sentía feliz con nosotros.
Ella me dio una mirada tierna y me dijo que conmigo estaba muy feliz. Sabe que estoy enamorado de Marisol y no le importa. Se siente protegida y me tiene mucha confianza.
Confesó que aunque hacíamos cosas que antes le daban vergüenza, hacerlas conmigo era distinto, porque yo me preocupaba que no sintiera molestias, si ella sentía placer también y eso le gustaba.
Tenía una carita tan risueña, pero tenía que mostrarle lo que había comprado y a ella le sorprendió verlos.
Mientras ella examinaba la caja, le expliqué mi preocupación. Le dije que yo la imaginaba algún día de novia con alguien más y me preocupaba que fuese a embarazarse.
Aunque Marisol y yo le enseñamos cómo hacerlo en sus días seguros, aparte de cuidarse con la píldora, también debía hacer mi parte, volviendo a usar preservativos.
Con una carita de pena, me preguntó si no me gustaba acabar dentro de ella, a lo que respondí que me encantaba. Pero a diferencia de Marisol, ella estaba soltera y jovencita y no podía atar su vida conmigo.
Le explique que la mejor parte de una relación era tener hijos con la persona que amas y que quería que ella también lo viviera.
Ella merece a alguien que la quiera a ella solamente y que cuando estuviera trabajando, anhelara con volver a casa, sabiendo que Diana le estaba esperando, así como yo lo hago con mi ruiseñor.
Ella sonrió y dijo que no me preocupara, que ella también lo sabía y que si le decía que de ahora en adelante, lo haríamos con preservativos, trataría de acostumbrarse.
Me dijo que tenía confianza plena en mi y que cumpliría cualquier deseo que tuviese.
Se rió al ver mi cara llena de lascivia, pero me pidió que si encontraba a alguien para casarse, que lo hiciéramos sin preservativo el día de su boda.
Yo abrí unos tremendos ojos y pregunté por qué. Respondió que todos siempre la han visto como una chica buena y que conmigo ha hecho florecer su “lado malo”.
Además, he sido su único amor y en esos momentos, antes de casarse, quiere asegurarse que lo que siente por la otra persona es suficiente.
Le dije que sería difícil, que el día que me casé con Marisol, ella estuvo ocupadísima. Pero me dio un beso suave y me dijo que era inteligente.
Roja como un tomate, confesó que en los vuelos nocturnos, mientras los pasajeros dormían, ella se encerraba en el baño y se tocaba, pensando cómo sería hacerlo vestida de novia…
Le dio mucha vergüenza contarme más detalles, pero me aclaró que ella obedecería en lo que yo pidiera.
Aunque había demolido a Marisol un par de horas antes, las palabras de Diana me tenían muy caliente y ella se rió complacida cuando le salté encima.
Vestía un pijama de 2 piezas, amarillo con blanco, que acentuaba su menudo cuerpo y la acosté en el sillón del living, metiendo la mano debajo de su pantalón y acariciando su peluda intimidad.
Los ojitos de Diana son especiales. Aunque la mayor parte del tiempo son castaños, a cierta luz toman toques de verde claro.
Lamentablemente para ella, su piel blanca acentúa el rubor de sus mejillas, combinadas con su peinado, sus cortitos cabellos claros y su figura la hacen ver más jovencita de lo que es
Aun no se acostumbraba a mis caricias, porque daba gemiditos de sorpresa que la hacían verse más tierna, pero yo la besaba para acallarla. Le bajé el pantalón, para descubrir su tesorito y empecé lamerlo.
Se tuvo que morder los labios y estaba bastante excitada, por como destacaba su botón, el cual me entretenía lamiendo y lamiendo, mientras que mis dedos hurgueteaban su entrepierna.
Acomodé sus rodillas, por encima de mis hombros, como lo hice con Elena y ella dio un gemido genial, aparte de un orgasmo que manchó parte de mi nariz, cuando mi lengua se adentraba en su ser.
Ella gemía en éxtasis y sus caderas se contorneaban para favorecer el avance de mi lengua.
Me encanta cuando acarician mi cabeza y siento la respiración entrecortada. Ahora sé que lo hacen para que no me despegue, aunque por el calor y el sabor de los jugos, no me dan ganas.
Tras una media hora, encontré que era suficiente y yo ya estaba más que templado. Su cara era tan bonita y me esperaba con sus piernas abiertas para que la penetrara.
Solamente tenía que encontrar la caja de los preservativos. Busqué por los alrededores y no la encontraba, mientras ella me apresuraba para que se la metiera.
De repente, recordé que cuando empecé a atacar a Diana, la había dejado en el estante de la cocina, cuya distancia, en esos momentos, era comparable con la de la tierra a la luna.
Con gran sorpresa y satisfacción, descubrió mi olvido y mientras la besaba, avanzando en su apretado, caliente y extremadamente mojado interior, le dije que sería la última vez y que la aprovechara.
Si sus ojos en blanco no me decían que lo estaba haciendo, sus besos candentes me lo aclaraban.
El cuerpo de Diana es muy menudito, incluso más que el que tenía Marisol cuando empezamos a salir.
Sus pechos son chiquitos, pero blanquitos y con unos pezones diminutos, aunque su cola es sensual, con forma de durazno.
Y es tan delgada, que remarca más su condición de adolescente, quitándole perfectamente unos 6 años de encima, a la tímida azafata de 20.
Con mis brazos, levantaba un poco sus piernas, mientras la enterraba en el sofá y me perdía en sus jugosos besos, envolviendo sus labios con los míos.
A ratos, sus gemidos intensos me indicaban sus orgasmos, aparte del tierno pestañear de sus ojos, saboreando el momento.
Le dije a Diana que no podía aguantar más y descargue mis fluidos ardientes en su interior. Ella me decía que sentía como la estaba llenando y la quemaba. Tenía una mirada tan rica y me besaba con ternura, mientras esperábamos despegarnos.
Como me bajaba, pero no del todo, preguntó si quería darle por la cola. Aunque quería hacerlo, tenía mis dudas, porque es tan delgadita.
Leyendo mis pensamientos, ella meneaba su cola y me suplicaba que lo hiciera. Dijo que sabía cuánto me encantaba darle por la cola y ella quería hacerme feliz.
Pero yo estaba encantado por su forma de durazno y no pude aguantar lamerla un poco. Ella preguntó qué hacía, pero no sabía qué responderle.
Olía tan agradable el jabón que había empleado, que empecé a darle chupones en los muslos.
Al parecer, le gustaba, porque su voz se quebraba un poco y mi lengua se fue deslizando hasta la raya separadora.
Estaba caliente y goteaba, probablemente porque no paraba de masajear su rajita. Pero quería pasar la lengua por entremedio de esos sensuales cachetes, los que separaba con mi mano libre.
De nada valieron sus protestas que estaba sucio, porque Diana era extremadamente limpia y el aroma a jabón se percibí incluso en el contorno de su ano.
Era la segunda vez que hacia eso con mi lengua. La primera vez que metí la lengua en un ano fue cuando desfloré el trasero de mi Marisol y a ella “tampoco le gusto”, independiente que su entrepierna me decía lo contrario.
Me suplicaba que parara, repitiéndome que estaba sucio y olía mal, aunque le decía que no. Metiéndole el meñique en el interior, hurgando de un lado para otro, mientras que la otra mano no paraba de acariciar su clítoris e insertar algunos dedos en su jugosa rajita, le aseguraba que olía bastante bien.
Ella jadeaba bastante y gotas de saliva caían en el sofá. Dio otro leve gemidito cuando ingresé el dedo anular, corriéndose nuevamente a los pocos minutos.
Suplicaba que parara de jugar y que por favor se la metiera, repitiendo una y otra vez lo sucio y malo que era jugar con mi boca por ese lugar. Francamente, no me importaba y estaba tan cautivado por su agujero, que en un momento estiré con ambas manos sus muslos e inserte mi boca en el fondo, ingresando la lengua como si literalmente lo estuviera besando, dándole un orgasmo tremendo.
Mi lengua fisgoneaba de un lado para otro la punta de su intestino, pero no sentía sabores demasiado extraños.
Con una voz quebrada, como si estuviera llorando, me volvió a suplicar que me detuviera, que su trasero estaba sucio y que no quería que me enfermase.
La complací, pero solamente para sorprenderla con mi pene hinchado y nuevamente se corrió. Dio entre un suspiro y gemido bien bajo, al sentir mi glande deformando su interior.
Aun seguía apretada y el cojín del sofá seguía manchándose, ya fuera con sus jugos o con su saliva.
Meneaba la cintura, pero ella se movía acorde conmigo, sin parar de gemir y no avanzaba más adentro, por lo que tuve que afirmarla de la cintura, para meterla mejor.
Dio un gemido combinado entre dolor y placer y le pregunté si le dolió. Con una voz quebrada, respondió que no importaba, porque se sentía bien y quería que siguiera.
Seguí forcejeando, lamiendo su espalda y acariciando su cuerpo. Le gustaba que especialmente acariciara sus pechos, a pesar que los podía cubrir con las manos completamente.
Pero no importaba. Ella estaba cumpliendo su palabra, entregándose enterita a mis deseos más perversos.
Tras correrme en su interior, tuvimos un leve problema. Sus piernas no podían mantenerla de pie. Estaban lacias, agotadas, por placer y cansancio.
Me senté encima del cojín manchado, esperando poder despegarme de ella. Diana aun resoplaba, diciendo que la espera había valido la pena.
Mientras Diana se dormía encima de mí, Marisol me miraba sonriente, preguntándome si quería almorzar…


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