Siete por siete (06): El segundo día…




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Como tenía que levantarse temprano para cambiarse de ropa, le hice el trasero en la ducha. Fue delicioso y con una amplia sonrisa, la dejé ir.
Me vestí y nuevamente, fui a la conferencia. Nada nuevo e interesante bajo el sol.
A la hora del break, me junté con ella y con Elena. Sonia me miraba con una tremenda sonrisa, mientras que la mirada de Elena era más animosa que el día anterior.
Sonia usaba una falda amarilla delgada, con un cinturón y una camisa blanca, menos reveladora que la del día anterior. Elena, en cambio, vestía una falda celeste, bien ligera y una camiseta blanca, con colgantes bien delgados, que para variar resaltaban sus pechos.
Conversamos un rato, pero de repente apareció el jefe de Kevin y pidió conversar con Sonia. Quedé sorprendido, porque no esperaba verlo en ese lugar (aunque Kevin me lo había dicho, pero no me acordaba) ni mucho menos que quisiera hablar con Sonia.
Ella parecía conocerlo y nos pidió disculpas, porque tenía que acompañarlo. Yo me quedé con la boca abierta, aunque acompañado por Elena.
Tras verla ir con él, Elena me preguntó cómo lo habíamos pasado la noche anterior.
Estar con ella a solas me resultaba incomodo. Nuestros encuentros han sido siempre forzados y aun no la perdonó del todo por el primero.
Cierto. Sonia también se ha aprovechado de mi sueño… y bueno, mi suegra también lo hizo en 2 ocasiones. Pero la primera vez que no lo disfruté fue con Elena.
Además, Elena siempre había mantenido esa actitud despótica conmigo, a pesar del último encuentro…
Pero por otra parte, aun tengo grabada en la mente la imagen de su trasero embarrado por los jugos de los jefes en la oficina de conferencia, esa tanga en las rodillas, su cuerpo jadeando sobre la mesa de la sala de conferencias…
Supongo que sabía lo que me pasaba y trataba de darme mi espacio, tratando de sonreírme, aunque claramente no quería estar con ella.
Trató de sonar amistosa, diciéndome que Sonia había vuelto con una gran sonrisa por la mañana y que había estado muy ilusionada por el viaje.
Pero francamente, me preocupaba su repentino interés por el Jefe de Kevin y dado que era su mujer de confianza, le pregunté dónde le había conocido y cuando aprendió inglés.
Creo que fui muy brusco al preguntar, porque perdió su jovialidad al conversar, aunque me respondió que no sabía de dónde le conocía.
Con mucho ahínco en su voz, me contó que tanto ella como Sonia habían tomado cursos de inglés, porque querían alcanzar nuevas expectativas.
Al principio, Elena lo consideró como una pérdida de tiempo, porque se sentía satisfecha con su nuevo trabajo. Sin embargo, Sonia la convenció que podían alcanzar más y llegar más lejos, por lo que accedió.
Y vio sus frutos al llegar a Europa, en donde les resultó muy útil.
Pero aun estaba preocupado por Sonia.
No me gusta el jefe de Kevin. Su mirada es más ladina y qué decir de las miradas que le dio a Marisol en la fiesta.
No me sorprendió que me desconociera. No soy mujer ni tengo pechos tan bonitos como mi esposa.
No es tan corpulento como Kevin, pero se nota que practica deporte. Además tiene ojos verdes, cabello rubio y esa postura de ganador, que pareciera que su vida ha sido buena, con varias mujeres y dinero.
Aun no sé qué pasó entre ellos ese día. Sonia es la más responsable por su trabajo y sé que soy una de las personas que más quiere. Y aun así, se fue con él…
Pero Elena trataba de distraerme…
Me preguntó si me gustaba cómo se veía. Le respondí que se veía bien, muy sexy, como siempre, sin darle mayor interés.
Al parecer, por su cara de enojo, no era la respuesta que deseaba…
Llegó la hora de volver a la conferencia. Sonia regresó a disculparse, porque se sentaría con el jefe de Kevin.
Al verme como me deprimía, Elena me pidió que la acompañara, porque aunque entendía mejor el idioma, las charlas le resultaban aburridas y sería bueno tenerme a su lado para que le explicara.
Pero para una administrativa como ella, una charla sobre la reutilización de feldespato natural en el manejo y control de ácidos, resulta confusa en un idioma que apenas maneja, además de extremadamente aburrida. Sin olvidar, claro, mi cara larga por extrañar a mi amiga.
Como los ánimos no eran de los mejores, viendo diapositivas de rocas, Elena empezó a contarme una historia que ocurrió en la fiesta de matrimonio.
Sonia estaba triste esa noche y en vano, Elena trataba de subirle los ánimos. Le dijo que debía encontrar a alguien más que me reemplazara, pero ella no quería escucharla.
Como no quería deprimirse también, empezó a buscar entre los pocos invitados que había en la fiesta.
Ambas desecharon a mi profesor guía por narciso, antipático, viejo y calentón.
Elena divisó un tipo bien parecido. Era delgado, alto, de unos 40 años, cabello negro y bien fornido. Estaba solo, tomando unas copas, así que Elena le invitó a bailar.
El tipo era muy tieso bailando, por lo que Elena fue guiándole en los ardientes ritmos de la salsa y le sugirió que se fuera guiando por los movimientos de su cuerpo, apoyando la mano de su pareja en su cintura.
Llegó un punto en donde el tipo agarró el ritmo y su mano “accidentalmente” le agarraba el trasero, mientras que ella sentía un “enorme bulto” apegada a su cintura y Elena le susurró que se fueran a un lugar más tranquilo.
El tipo era un caballero, diciendo que ya estaba casado, pero Elena le dijo que no importaba, que sería por una noche.
Así que fueron a los baños. Afortunadamente, el resto de los asistentes de la conferencia no se daban cuenta de la grafica descripción de Elena, que contaba sin siquiera ruborizarse como le comía el pajarito al tipo.
Cuando lo tenía a punto, se descubrió los pechos de su vestido y se levantó la falda. Confundido por su suerte, el tipo le metió la verga en su rajita, pero Elena quería que se la metieran por detrás.
Ni tonto ni perezoso, el tipo corrigió su error, empezando a enterrársela en el trasero, mientras le agarraba los pechos como si quisiera arrancárselos.
La bombeaba tan fuerte que le aplastaba la cara en la pared y el pobre se corrió tanto, que quedó rendido en su espalda.
Con mucho orgullo, Elena decía que le dio las gracias, un beso en la mejilla, se arregló el vestido y se marchó, dejando al afortunado ganador que recuperase los colores.
Volvió a la mesa y no le resultó difícil convencer a Sonia para que se retirasen. En la mesa del tipo, Elena divisó a una rubia pecosa, de ojos verdes, con una mirada de pocos amigos y supuso que era la esposa del tipo.
Sin querer presenciar la escena que se iba a armar, se fueron… y esa fue su aventura de mi casamiento.
Definitivamente, su historia me había quitado la preocupación por Sonia, aunque no por la razón que ella esperaba…
Yo quedé pasmado, mientras ella sonreía con picardía.
Con unos tremendos ojos, le pregunté a Elena si acaso la chica rubia y pecosa estaba un poco rellenita, con un vestido de lentejuelas y si de casualidad, recordaba que el tipo llevaba suspensores, en lugar de cinturón.
Tan sorprendida como yo, respondió afirmativamente a ambas preguntas y me preguntó si acaso los conocía.
Aun no entiendo cómo no se dio cuenta que el tipo había estado parado adelante, en la ceremonia. Que me había servido de padrino y además, era mi hermano mayor.
La cara se le cayó de la vergüenza cuando se lo dije y me pidió perdón. Pero francamente, me puse a reír despacio.
Mientras ella se cubría la boca de vergüenza, le acaricie la espalda y le dije que estaba todo bien. La miré con ternura y le agradecí por haberlo hecho, porque aunque mi hermano ha cometido algunos errores en su vida, tuvo una suerte tremenda de tirarse a Elena.
Si yo babeo por los pechos, mi hermano babea por las rubias y fue así que se casó con mi cuñada. No es un matrimonio tan feliz, porque mi cuñada es un verdadero lastre: floja, celosa y bien frívola, aunque es rubia, pecosa y está rellenita, por problemas hormonales.
Su historia fue como un bálsamo para nuestra situación y empezamos a conversar con mayor sinceridad.
Le confesé lo extraño que era verla avergonzada. No creía que una mujer como ella pudiera sentirse así, lo que pareció dulcificarla.
Las exposiciones seguían, pero me preocupaba más por escucharla a ella.
Elena cumplió 29 años en Julio. Es un poco más alta que mi ruiseñor. Tiene ojos negros y labios gruesos. Su nariz es larga, aguileña y un poco grande. Me contaba que quería arreglársela, porque tenía un tabique desviado, aunque le dije que se veía bien.
Me confesó que su pelo es negro, aunque le gusta teñírselo más claro, entre rubio y castaño, porque le gusta que los hombres la vean.
Sonia se lo cortó de casi el mismo largo, aunque decidió usar colas de caballo para no robarle la atención.
No nos dimos cuenta cuando terminaron las exposiciones, de lo entretenidos que estábamos.
Sonia apareció nuevamente, pero me dijo que no podría acompañarme esa tarde, porque el jefe de Kevin le había invitado a cenar.
Ella se dio cuenta que su respuesta no me alegró mucho, pero me besó en la mejilla. Me dijo que no me pusiera celoso, que era simplemente una discusión de negocios y que aprovechara el tiempo para charlar con Elena, que también me había extrañado.
Aunque habíamos estado conversando muy entretenidos, no sabía si Elena querría recorrer la ciudad, puesto que el día anterior parecía tan deseosa de irse. Pero fue ella quien puso su brazo bajo el mío y me llevó a tomar un taxi.
Acordamos ir a la torre Eureka, puesto que era el edificio más alto en Melbourne y a ambos nos impresionó su altura, comparada con los pequeños edificios de nuestra tierra natal.
Pero una situación curiosa fue caminar con ella por las calles de Melbourne. Aunque ella iba muy contenta de ir tomada de mi brazo, yo me sentía incomodo por la mirada de los otros hombres, puesto que Elena es una de esas mujeres que es “demasiada carne para tan poco gato” como yo.
Mientras caminábamos, encontramos un café donde vendían pasteles esponjosos y ella me suplicó porque pasáramos a comer.
La complací, porque lejos de ser la “yegua indomable de los jefes”, esta Elena parecía más infantil. Así que le ordené 2 pedazos de un pastel de chocolate, con relleno de crema por la mitad y que estaba bañado en coco rallado, mientras que yo pedí un trozo de pizza y una bebida.
Elena me confesó que le encantaban las tortas, especialmente las de crema, chocolate y chantillí y que en esos momentos, no podía estar más feliz, porque lo estaba haciendo en otro país y con un tipo como yo.
Sonreí un poco y traté de bajarle el perfil, diciendo que no era para tanto. No obstante, ella insistía que todo eso era gracias a mí y que por eso le gustaba demasiado.
Fue un momento incomodo, porque sin dejarme recuperar por su confesión, me preguntó si la había extrañado.
Tuve que ser sincero, porque aunque la encontraba bonita, mis sentimientos no eran tan profundos como los de ella.
Si, a veces soy un tremendo cabrón y un tremendo idiota… pero no sé cómo me resultan estas cosas.
Aunque mi respuesta le borró toda señal de alegría, me pidió que la mirara a los ojos. Insistió si podía ver algo distinto en ella…
Y francamente, encontré a lo que se refería…
Sus ojos tenían un resplandor distinto. Aun mantenía ese encanto que tienen las mujeres que les gusta tener sexo y mucho… pero había algo más.
Se veía más sabia, como si su mirada tuviera más peso. No sabría como describirlo…
Sinceramente, me había sorprendido y le pregunté qué le había pasado en esos meses, que había cambiado, lo que hizo renacer su sonrisa.
Fue tomando más confianza y aunque seguía triste, me dio otro bofetón intelectual: me preguntó si aun la seguía viendo como la puta de siempre.
Yo lo pensaba, no lo niego. Pero una cosa es que una mujer actué como una puta y otra cosa distinta es que una se reconozca como puta.
Claro. Hay algunas que les gusta reconocer lo putas que son y no les dan vergüenza (de hecho, Elena era así antes).
Pero por el contexto que lo preguntaba, Elena ya no lo parecía…
Le respondí que se vestía de una manera reveladora, pero si realmente fuera una puta, no debería importarle lo que yo o el resto del mundo pensásemos de ella.
Y fue ahí cuando me besó…
Siempre lloran. A veces, pienso que soy un tremendo maldito por hacerlas llorar, pero ellas siempre lloran.
Me contó que le gusta que la miren, pero que desde la última vez, le habían encantado mis besos. Además, fui el primero que la consideré para algo útil y que por eso se había esforzado en cambiar.
Traté de disculparme, porque igual me dio cargo de conciencia pedirle que se comportara como puta frente al personal de aseo, pero fue como echarle gasolina al fuego. Me besaba y me abrazaba, casi sin dejarme respirar.
Al sentir sus pechos enterrándose en mis costillas, de alguna manera, recordé a mi antigua “Amazona española”…
Tras pedirle que se calmara un poco, le pregunté si acaso tenía un novio o algo así y como era de sorprenderse, respondió que no.
El trabajo de Sonia se había vuelto tan envolvente y agotador, que apenas les quedaba tiempo libre el fin de semana para comprar los víveres, arreglar la casa y descansar… aunque ellas se seguían dando “apoyo y consuelo mutuo” por las noches… lo que debería haberme avisado sobre lo que se venía…
Pero lo más insólito fue cuando me pidió disculpas por cómo me había tratado la vez que se aprovechó de mí.
Sonia le había contado de lo rico que era en la cama, pero yo no tenía ganas y ella quería desquitarse con alguien por las cosas que Nicolás y los otros le habían obligado a hacer. Le parecía un tipo pánfilo, pero realmente se arrepentía de haber hecho las cosas de esa manera.
Fue ahí cuando la besé yo. Con que me hubiera dicho eso al principio, pero como en esos momentos, genuinamente arrepentida, las cosas habrían sido muy distintas.
En esos momentos, ni Sonia ni Marisol existían y yo quería comerle los pechos, así como ella se quería sentar encima de mí y que se la metiera… pero aun estábamos en el restaurant… en esos momentos que parecieras tener corriente en los dedos.
Pedimos la cuenta y la comida para llevar. Se tardaron un montón y terminé dejando un cuarto del precio como propina.
Le pedimos al taxista que nos llevara al hotel lo más rápido posible y otra propina jugosa para él, aparte del espectáculo de destaparle los pechos en el vehículo y meterle los dedos por la entrepierna…
Un hilo dental. Solamente un hilo dental, delgadísimo… y sus gemidos de caliente…
Volamos por la recepción. En el ascensor, me enterré en su entrepierna. Ella jadeaba y goteaba…
Abrí la puerta de mi habitación y entramos, como si fuéramos un remolino. De no ser por esos cierres automáticos, nos habrían visto todos los que pasaban por el pasillo.
Los botones de mi camisa volaban al forzarlos, pero ella me decía que todavía tenía hambre y quería probar mi crema…
Sus mamadas eran devastadoras. Su mejilla se deformaba rítmicamente, recibiendo la punta.
Más encima, gemía deseando mis jugos y me miraba con esos ojos…
Se lo bebió casi todo y lo que sobró, se lo untó con un dedo, el cual chupó y al ver mi cara de imbécil, le dio una lamida a mi erguida verga, para limpiarla, dándome una sonrisita que quería más.
Empezó a desabrocharse la falda, mostrándome sus pompas, pero le pedí que no lo hiciera. Había algo, que había visto el día que descubrí la señal “Amelia”, que quería intentar con ella…
Al sentir mi respiración en su cuello y la cabeza de abajo, rozando sus nalgas, me dio permiso para intentar lo que quisiera…
Acosté su torso en el escritorio del hotel. Ella estaba muy contenta, porque ya sabía lo que quería…
Su tanga, a la altura de su rodilla. Su aroma, a jugos de mujer y un inesperado chupetón, entremedio de sus piernas, para saborearlo y mi glande, rozando su cuevita…
Fue delicioso para ambos. Estaba tibia y mojadita y fácil de deslizar. Ella sacudía su cintura, recibiendo la intrusión con mucho agrado.
La empecé a bombear más fuerte, levantando su falda para ver sus nalgas. No pude resistir meter los dedos, que ella también agradeció…
Sus colgantes ya estaban fuera de lugar y sus pechos, con sus menuditos, pero deliciosos pezones, estaban libres al aire y se los agarraba y amasaba.
Me iba a correr, cuando levanté su torso, aferrado a sus pechos, y al igual que yo, acabó. Pero los 2 queríamos más.
Desenfunde mi espada y ataque su otro agujero. No le importó que no lo lubricara mucho, aunque nuestros jugos habían ayudado un poco.
Mientras la machaba, me pedía disculpas. No había sido su intención dejar que mi hermano le rompiera el trasero en la noche de mi casamiento. Que de haber sabido quien era, no lo habría hecho y que en esos momentos, no podía sentirse más puta, por haber dejado que 2 hermanos la desfloraran por detrás…
Me sacó litros…
Nos acostamos y la monté encima. Nos besábamos, muy calientes. Quería que la llenara, que hacía meses que no se acostaba con un hombre. Me suplicaba que me corriera adentro…
Luego ella abajo. Le mordisqueaba los pechos, mientras que ella me abrazaba, enterrándome en ellos y me envolvía con sus piernas. Que le hiciera lo que quisiera. Que ella me amaba. Que de ese día en adelante, sería suya…
Elena sabe bien que decir y en qué momento, para ponerte más y más caliente.
Eran las 5:22 am cuando terminamos. Estábamos transpirados, pero contentos y ella se acomodó en mi pecho, a descansar.
A las 7, sonó el despertador y ella, muy sonriente, me dijo que me levantara.
Yo estaba agotado y quería dormir otro poco más, pero me dijo que Sonia me estaría esperando… también…


Post siguiente

0 comentarios - Siete por siete (06): El segundo día…