Seis por ocho (102): Una madrina como ninguna




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Compendio I


A modo de paréntesis, Marisol quería que escribiera los rompimientos de Pamela, su hermana y nuestro matrimonio cuando volviera de la faena, pero yo pensaba distinto.
Lo que pasó con Pamela fue demasiado íntimo y sabía que le incomodaría leer sobre lo que conversamos esa noche. Por eso decidí postearlo antes de regresar.
Marisol me recibió, preguntándome si era cierto, lo que la entristeció. Pero le dije que, a pesar de todo, no me arrepiento de haberme casado con ella y que soy muy feliz con que ella sea la madre de mis hermosas hijas.
Es cierto que teníamos muchos aspectos en común con Pamela (y no sólo con ella, con Verónica, Amelia e incluso, Sonia), pero la relación que tengo con Marisol es muchísimo más especial.
Le expliqué que a ellas las quería por los aspectos que Marisol no tiene: Pamela, porque era la novia guapa que siempre me habría gustado tener; Amelia, por la novia tierna que me habría gustado conocer en la escuela; Verónica, porque me gustaría estar casado con una mujer como ella y Sonia, pues, porque fue mi amiga más cercana, después de Marisol, claro.
Pero ninguna de ellas era igual a Marisol. Ella me encanta con su corazón bondadoso y esforzado, con su lado infantil y con su manera de pensar. Me gusta cuando se pone nerviosa, cuando pelea con la cocina y cuando se pasa unas tremendas películas, al dejar fluir su imaginación, al igual que me gusta cuando me patea por las noches, tras ver animé. Son cosas que nadie más sabe, aparte de mí y los que la queremos y por eso, me siento especial con ella, porque es extraña, sin lugar a dudas.
Con el pasar de los meses, he comprendido que la amo porque me gustaría que fuera una novia normal: es decir, que se conformara que yo la quiero a ella y a nadie más.
No obstante, ella no es así y no duda en ofrecerme a cuanta chica se le ocurra (incluso ahora, que estamos casados y somos padres). Pero ella me ama porque, a pesar de que le gusta que le sea infiel, siempre termino volviendo a ella.
En otras palabras, yo la amo porque deseo que sea una novia normal y ella me ama porque aunque no la entiendo, no la estoy forzando para que cambie, pero me sigue amando como una novia normal.
Supongo que si empezara a ser deshonesto y no le contara lo que hago, ella cambiaría de parecer, porque a pesar de todo, Marisol es celosa.
Pero ella sabe que también me he puesto un poco más celoso tras el embarazo. Porque claro, todos esos defectos que reclaman las mujeres cuando se embarazan (de que suben de peso, que se les hinchan los pechos, el trasero y todas esas cosas), han hecho que mi tierna novia otaku, flaca como un palillo, tenga ahora sus bonitos pares de pechos y un trasero apetitoso, que llama la atención de otros hombres.
Pero aunque en la universidad tenga muchos “moscones”, (Ella es tan empeñosa, que volvió a los estudios, aunque tenga que aprender en un idioma completamente distinto y sea una madre jovencita) me dice que “Sus ojos son para mí”, pestañeando profusamente, burlándose de como yo la veía al principio de estas vivencias.
Es la única que me entiende cuando digo que es la mujer de mi vida, simplemente por tener “El conde de Montecristo” en su colección de libros. Es algo que no tiene sentido para el resto, pero tanto para ella como para mí, es tan claro como el agua.
Son esos detalles pequeños y tontos, los que nos hacen perfectos el uno para el otro y son aspectos que no podía compartir con las demás.
Luego de aclarar eso y ver un poco a las pequeñas, nos duchamos e hicimos el amor y aquí estamos, acostados, escribiendo sobre el último rompimiento.
Fue la misma Marisol que le pidió a Amelia que me acompañara al local. Mi familia se estaba encargando de recibir a los invitados, mientras yo me arreglaba a solas.
Nadie se dio cuenta cuando la madrina de la boda se coló en la habitación, ni mucho menos lo que hicimos en la espera.
“Marisol me llamó y dijo que llegaría en una hora…” me decía ella. “Me pidió que te hiciera compañía un rato…”
“Si, pero no creo que se haya referido a esto…” le respondí.
Ella me dio una gran sonrisa y se volvió a arrodillar...
Lucia bonita con su traje de madrina. Blanco, bordado, virginal y pura. Parecía un traje de primera comunión y se veía encantadora…
Y sin embargo, mamando con todo deseo mi pene.
A Amelia le encanta hacerme sexo oral. Se ha vuelto bastante buena, pero yo no quería que lo hiciera en esos momentos.
No es que no me guste, pero el afecto que sentía me impedía dejarla que se humillara así.
Porque claro, lo succionaba con mucha fuerza y subía y bajaba rápidamente, tragándose todos los jugos que botaba.
Pero parecía una princesa. ¿Cómo podía dejar que me chupara, si se veía así?
“¡Pero Marco!” protestó, cuando se la retiré de los labios. “¿Cuándo podré volver a probarla, si se van mañana?”
“Pero te ves tan bonita… y tierna…” le dije, resoplando.
“¡Y tú pones una cara tan bonita cuando te la chupo!” dijo, acariciando mi glande con sus manos. “Además… ¿No te gusta cuando me los trago?”
“Si, pero…” no pude continuar. Se aprovechó de mi distracción para volver a probarlo.
Sonara un poco extraño, pero prefiero hacérselo por detrás a que me dé felaciones. Sé que me he vuelto fanático del sexo anal, pero en el caso de ella, le encanta. Pienso que es mejor compartir el placer, que disfrutarlo yo sólo. Pero a Amelia, también le gusta tragárselo.
Le tomaba la base de su cola de caballo, guiándole el ritmo, para correrme y hacerla feliz y así, seguir vistiéndome para el casamiento. Pero ella quería más…
“¡Anda, Marco! ¡Sólo un poquito!” decía ella, levantándose la falda y ofreciéndome la pompa, mientras se apoyaba en el respaldo de una silla y miraba por la ventana.
“¡Amelia, debo vestirme!” le dije yo, pero era un traje tan sensual e incluso, se había bajado la ropa interior hasta la mitad de los muslos.
“¡Solo una última vez!... ¡Antes de que te cases!...” me pedía, sacudiendo sus blancas nalgas.
Yo me mordía los labios, de puras ganas de metérselo…
“¡Está bien! ¡Solo un ratito!” le respondí.
Ella se sacudió de alegría.
Su culito es tan apretado. Mi glande cada vez que se lo meto, coquetea con el agujero, a pesar de que lo hemos hecho tantas veces.
“Voy a extrañar que me la metas por detrás… lo haces muy bien…” me decía ella, cuando se lo enterré.
“¡Yo también!” le dije, disfrutando de sus intestinos, pensando que sería la última vez.
“Pero lo que más voy a extrañar son tus manos en mis pechos…” decía ella, descubriendo su delantera, para que los acariciara. “¡Siempre las tienes tan calientitas!”
“Amelia… ¿A ti… te gustan tus pechos?” pregunté, pellizcando suavemente las aureolas, mientras mi pene avanzaba deliciosamente por su ano.
“Si… ahora los quiero mucho…” me respondía, con su voz de niña tierna. “Es lo que más quieres tú…”
Entonces, me sentí mal…
“Pero Amelia… ya no podré seguir tocándotelos…” le dije.
“¿Por qué… no?” preguntó ella, probablemente corriéndose.
“Porque me casaré con Marisol… y ya no podré tocarlos más…” le respondí, pensando que se entristecería.
“¿Eso crees?...” preguntó.
“Pues, sí… no podremos ser novios, Amelia…” le dije yo, penetrándola con más ritmo.
Ella se rió.
“¡Eres muy chistoso, Marco!” dijo ella. “Si… Marco… sé que te casaras… y serás papá… pero estás muy equivocado…”
Yo estaba sorprendido… y a la vez, encantado. La estaba sometiendo, en un traje tan puro y virginal, a mi niña tierna y preciosa. Y a pesar de todo, ella me iba a enseñar que había madurado…
“¿En qué… estoy equivocado?”
“¡En que… no podremos… ser novios, corazón!” me dijo ella, con el mismo apodo cuando le explicó cosas.
Yo estaba sorprendido y me aferraba de sus caderas, pensando que no las volvería a palpar jamás.
“¿Por… qué?” pregunté, sacudiéndome con violencia en su interior.
“Porque… ni tú me dejaras de amar… ni yo te dejare de amar… ni Marisol nos dejará de amar… por eso… Marco…” decía ella, empezando a arquearse.
“Pero estaré… casado…” le dije yo, al borde de correrme.
“¡Si, te siento!... pero piensa… ¡Ah!... Marco… ¡Si, córrete!... aunque te vas a casar… ¡Ah!... Marisol igual me pidió… ¡Sí!... que viniera a verte…” decía ella, mordiéndose el labio de la manera sensual, para que no la escuchara gemir.
“¿Marisol… te lo pidió?” le pregunté, arremetiendo en su tierno trasero sin dar tregua. No quería correrme hasta que me respondiera.
“¡Sí!... Marisol me dijo… ¡Ah!... que quería que fuera… ¡Ah!... tu última novia… ¡Ah!... antes de casarte…” dijo ella, gimiendo de placer.
“¿Marisol… dijo eso?” Pregunté yo, sin aguantar más y descargando mi corrida en su ano.
“¡Sí!... ¡Ah!... Marisol me dijo… que viniera contigo… para hacer esto… una vez más…” decía ella, recibiendo mis jugos con agrado.
“Pero eso… no significa nada…” le dije yo.
Amelia se rió.
“Marco… puede que tú no quieras tener más novias… pero tú conoces a Marisol…” me besó, con una gran sonrisa de satisfacción. “Tú has visto como nos quiere a mamá, a Pamela y a mí… ¿Realmente crees… que porque te cases… pararemos de querernos?”
Confieso que cuando Amelia me dijo eso, quedé anonadado. Incluso ahora, Marisol se ríe de mi cara, porque es cierto. Ella aun las quiere y es natural: Pamela y Amelia fueron sus hermanas y compartieron muchos secretos y me compartieron mucho a mí y también, extraña a su mamá.
Pero yo estaba convencido que, casándome con Marisol y yéndome a vivir a otro país, la situación se normalizaría y ella se sigue riendo, porque ya sé que estaba equivocado.
Y por primera vez, vi la cara adulta de Amelia, riéndose de mí, sabiendo más de lo que habría podido pensar.
Nos arreglamos nuevamente y nos besamos.
“¡Mira, Marco!” me dijo, mirándome a los ojos, bien decidida. “Todas sabemos que quieres ser un buen papá y créeme, te entendemos… pero simplemente, no podemos dejarte. Puede que conozcamos otros chicos o que mamá encuentre otro novio, pero en el fondo, siempre estaremos pensando en ti, por todo lo que has hecho. Siempre sabremos que nuestro mejor novio, sin lugar a dudas, fuiste tú, porque tú nunca quisiste engañar a mi hermana, siempre nos escuchaste y te preocupaste por nosotras… siempre estuviste a nuestro lado, incluso, cuando no te dijimos lo que sentíamos y por eso, nos será muy difícil dejar de amarte…”
Yo estaba sorprendido.
“Amelia, ¿Cuándo creciste tanto?” le pregunté.
“Bueno…” dijo, abrochando mi corbata. “Cuando eres novia de un Ingeniero, tarde o temprano, terminas viendo el mundo como él…”
Y entonces, tomó ese antiguo regalo en la mano…
“¡Es más, amor!” me dijo ella, arremangándose la falda, tras mostrármelo, diciéndome igual que lo hace Marisol. “Lo más probable es que ninguna de nosotras deje de pensar en ti, hasta que te volvamos a ver y atesoremos ese único recuerdo que nos dejaste de todas estas experiencias…”
Me aguanté la risa hasta que ella salió de la habitación…
Era cierto. Había madurado y no me había dado cuenta de esa gran verdad.
Pero lo que Amelia ignoraba (Y en realidad, hasta la misma Marisol desconocía) era que un buen ingeniero siempre planea por adelantado… y que siempre puede tener una sorpresa bajo la manga, incluso, para las mujeres que más ama…


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