Seis por ocho (90): T de traición




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Compendio I


Que me terminara violando una puta era un nuevo bajo para mí, pero a estas alturas, que ya va siendo entre la tercera y cuarta vez, no me sorprende y lo aceptó con algo de sumisión.
“¡Al menos, podrías ponerme un condón!” le pedí, atado literalmente de pies y manos a la cama de Sonia.
Elena la miró erecta y me preguntó, segundos antes de metérsela.
“¿Estás bromeando?”
Y mientras empezaba a hacer el meneo acostumbrado, que tantos dolores de cabeza (y placeres) me ha traído, no podía parar de culpar a Sonia.
Cuando la vi aparecer ese sábado, la sensación de frio en mi espalda se hizo más persistente. Sonia la había invitado a cenar.
El día anterior se atrevió a decirme su idea que probara con Elena. Me decía que, en el fondo, se había mostrado bien interesada en mí y aprovechó de usar el ángulo de remordimiento que tengo, por pedirle que se encargue del personal de aseo, para hacerlo.
No le importaron mis argumentos. Me decía que si la podía moler a ella en la cama, de más podría hacerlo con ella y con Elena… haciéndome pensar que mi amiga puede tener algunas afinidades bisexuales.
La verdad, no toda la culpa es de ella. La semana anterior había intentado apagar una pequeña brasa con gasolina y el hecho de que hiciera tantas cosas con Sonia, hasta el punto de dificultarle caminar, hizo que ese lunes casual, la curiosidad de Elena se incrementara.
Dada la familiaridad que había adquirido con la asistente de Nicolás, no dudo en darle detalles de que era lo que habíamos hecho que la hacían caminar raro o sentarse levemente adolorida, pero que de solo recordarlo, le sacaban una sonrisa.
Por su parte, Elena confesó que aunque había participado en orgias y disfrutado de una gran variedad de vergas, de distinto grosor y largo, pocas veces le habían dado tan duro como para no dejarla caminar o sentarse.
Incluso ahora, que tenía que encargarse de los 5 hombres del aseo 3 veces a la semana, la dejaban un poco adolorida y cansada, pero tras 3 corridas, quedaban más que contentos, mientras que ella sacaba uno o dos orgasmos.
Sonia le contaba que conmigo era distinto. Ya que mi resistencia es mucho mayor, podía durar por más de una hora sin correrme, que es uno de mis aspectos que más le gusta en la cama, aparte del hecho que soy su mejor amigo y que la comprendo y que por esa razón, no se ha dejado llevar tanto por los celos, ya que cumplo con sus necesidades con gran abasto.
Por esas razones, me sorprendió verla de visita y mi “sentido arácnido” dio una señal que me terminaría acostando con ella, aunque esperaba circunstancias completamente distintas.
Sin embargo, cuando nos sentamos a conversar, notaba su incredulidad. Sé bien como luzco y supongo que mi cara parece incapaz de hacer algo como esto.
Elena tiene 28 años. Debe medir 1.73m, más o menos, levemente más alta que Pamela y Marisol. Sus ojos son negros y sus labios son gruesos, aunque su nariz es algo grande. Su cabello es teñido color miel y su corte de pelo es corto, hasta el cuello, tipo “cabeza de casco”.
No vestía muy bien. Usaba un suéter rosado, con botones, parecido a una camisa y pantalones apretados, para remarcar su cintura.
Su suéter tenía un escote parecido a los que usaba Pamela cuando era gótica. Es decir, era llamativo, que te obligaba si o si a mirarle las tetas y francamente, lo odiaba.
Su mirada era dura, más calculadora y no tan abierta como la de Sonia o Marisol y su familia. Cuando me veía, me daba una sensación extraña… probablemente, la responsable a que terminara atado a la cama.
Sus pechos son un poco más grandes que los de Pamela, aunque no tan paraditos y tampoco son tan grandes como los de Verónica. Y claro, tiene una cintura y unas nalgas atractivas, pero no tanto como las de Pamela o la de la misma dueña de casa.
Sin embargo, no me gustaba esa mirada. Era como si desconfiara de nosotros…
Me preguntó si acaso era cierto lo que le había dicho Sonia sobre mi relación con Marisol. Le confesé que así era, aunque como les digo, le costaba creer que alguien como yo fuera capaz de tener una amante.
Finalmente, llego la hora de cenar y se desató este embrollo. Como buena invitada, había traído unas bolsitas de té refinado, las que pusimos a hervir y algunos bocadillos.
Mientras preparábamos la mesa, le dije a Sonia que no se hiciera ilusiones, ya que a pesar de ser medianamente guapa, recién la estaba conociendo, lo que la hizo molestarse un poco.
No quise comer de los dulces que Sonia había comprado, porque no tenía mucha hambre, lo que la hizo enfadar un poco más, pero bebí un poco del té que trajo nuestra invitada.
No me serví una taza entera, ya que desde pequeño, me acostumbre a beber té con mitad agua caliente y fría, por una fuerte quemadura que sufrí en la pierna izquierda, producto de haber pateado un termo con agua caliente, cuando tenía unos 5 o 6 años.
Elena, en cambio, decidió probar el té de nuestra casa, mirando constantemente nuestras reacciones.
No me gusto el té, ya que tenía un sabor algo dulzón, pero Sonia, como buena anfitriona, no dudo en servirse 2 tazas. Seguimos charlando, de esto y de lo otro, cuando siento que me baja un sopor enorme. No soy el único, ya que Sonia también empieza a cabecear y cuando se duerme en la mesa, me doy cuenta de que está pasando, pero ya es demasiado tarde y estaba fregado…
No debí dormir más de una hora, ya que Elena aun seguía atándome a la cama cuando desperté y aun tenía mis pantalones.
“¿Por qué lo haces?” pregunté, ya haciendo paz con lo que me esperaba.
Se sorprendió un poco al verme despertar.
“Pues… porque la vez que lo hicieron en la oficina, se escuchaba bien. Además, no pareces ese tipo de personas…” me decía ella, atando bien fuerte mi mano.
“Si, tienes razón…” le dije, suspirando.
Ella sonrió.
“¿No vas a gritar? ¿A “pedir que te ayuden”?” preguntó, como si se burlara.
“¡No!” le respondí. “… pero estoy preocupado por Sonia. ¿Va a estar bien?”
Mi pregunta parecía descolocarla.
“Si… sólo son tranquilizantes… dormirá hasta mañana…” Me miraba con sorpresa. “¿Acaso te gusta esto?”
“¡Por supuesto que no! ¿Cómo crees?” le respondí bien molesto, lo que pareció conformarla. “Pero no es la primera vez que me pasa…”
“¡Si, claro!” dijo ella, con incredulidad, prosiguiendo con sus nudos.
Me bajo el pantalón y dejo ver mi pene.
“¡No es tan grande como esperaba!” dijo Elena, un poco decepcionada. “¡Apuesto que quieres que te la chupe!”
“No...” respondí. “De hecho, preferiría que me desataras. Me están doliendo las muñecas…”
Ella sonrío, al verme que no le prestaba demasiada atención. Probablemente, creyó que por ser puta, me haría cambiar de parecer, pero estar atado así me incomodaba.
“¡Voy a hacerte sufrir corriéndote!” dijo ella, más interesada que yo en chuparla, pero ni siquiera lo estaba disfrutando tanto.
En realidad, su estilo era pobre… o a lo mejor, ya estaba acostumbrado a mejores mamadas. No llevaba un buen ritmo, como el de Marisol, Amelia o Pamela, que mantienen un compás con mis embestidas; ni su succión era tan buena como la de Verónica o de la misma Sonia.
Pero era empeñosa, eso si no lo negaba. Y otra ventaja era que también podía hacer gargantas profundas… aunque no tan buenas como las de Sonia.
“¿Estás bien?” le pregunté, ya que se notaba algo aburrida, luego de intentarlo por 15 minutos. Ya había desistido de desatarme, por lo que trataba de disfrutar de la experiencia, pero francamente, no era tan impresionante.
“¡No, mierda!... ¿Por qué no te corres?...” dijo ella, bien enojada.
“¿Será porque me tienes amarrado?” le pregunté, mostrándole mis manos.
Me dio una mirada de enojo.
Se saco su suéter, como si pensara que con ver sus pechos, me sentiría más caliente. En realidad, aunque Pamela los tenía más pequeños, eran más bonitos que los de Elena y ni que decir que no son tan carnosos como los dirigibles de Amelia o los elegantes pechos de Verónica.
Pero si no podía tocarlos, comerlos o pellizcarlos, ¿Qué sentido tenía verlos?
Sus pezones y aureolas eran más pequeños y las tetillas tampoco eran tan paraditas como los humildes pechos de mi prometida, pero Elena se sentía orgullosa de sus atributos, por lo que tuve que resignarme.
“¡Te voy a coger hasta que te aburras!” dijo ella, aunque yo no me hacía muchas expectativas…
Estaba erecto, no lo niego, pero realmente me sentía incomodo así. Entiendo que hay gente que le gusta el bondage, pero no es lo mío. Yo soy más de caricias y por más que me chupara a o me montara, no me sentiría bien.
“¡Ya córrete!” me decía, sacudiéndose encima de mí, por más de 20 minutos. Sin embargo, tampoco ocurriría luego...
Tenía un buen ritmo, pero me sentía incomodo y su rajita no era tan apretada como la de Amelia, ni tan lubricado como la de Pamela. Incluso el efecto de sus pechos bamboleando no era tan bueno como el de Verónica.
Ninguno se había corrido una sola vez. Esta era lejos, la peor violación de todas las que había tenido…
“¡Apuesto que quieres meterla por detrás!” me dijo, desafiante.
“¡Elena, te digo que mientras este amarrado, no nos sentiremos bien! Puede que te gusten estas cosas, pero para mí son más incomodas.” Le dije, ya bastante aburrido.
Ella dio un suspiro.
“¡Está bien!” dijo ella, finalmente desatándome las manos. “¡Más te vale que lo hagas mejor!”
Luego de estimular el flujo de sangre en mis muñecas, empecé a desatarme los pies.
“¡Oye! ¡Acordamos solo las manos!” protestó ella.
“¡Pero si apenas me puedo mover!” le respondí, pero ella ya estaba enojada.
¡Era muy complicada y francamente, no tenía deseos de tirármela!
“A ver…” dije yo, pasando mi mano por los ojos, en una mezcla de vergüenza y frustración por lo que estaba viviendo. “¿Y si te amarro a ti a la cama? ¿Te sentirás mejor?”
Sus ojos se enfurecieron.
“¿Eres tonto o qué? ¿Piensas que me voy a dejar engañar así de fácil?” rezongó, bien enojada.
“Mira… si quieres que te haga lo mismo que hice con Sonia, tienes que hacerlo a mi manera. Te digo, no va a pasar nada si sigo atado, porque me muevo mucho.” Le expliqué.
Ella tenía un conflicto de intereses.
“¡De acuerdo!... pero tienes que prometer que me harás sentir igual como se escuchó en la oficina.”
“¡Claro!” Le respondí, algo molesto.
Ella estaba ya decepcionada y yo no quería hacerlo… no era un buen augurio.
“¡Bien, ya estás libre!” dijo ella, muy enojada. “¿Qué harás primero?”
Se sorprendió que le comiera la rajita. Aunque no quería hacerlo, tampoco quería que se sintiera decepcionada.
Ella dio un gemido de placer y creo que con un par de lamidas, se corrió al instante.
“¿Ya te corriste?”
“¡Claro que no!” me dijo avergonzada. “¡Solo que nadie me lame ahí!”
¿Por qué siempre encuentro mujeres así? Siempre me mienten, diciéndome “que no les gusta” o “que lo hago mal”, pero con los ojos serenos en placer.
Seguí lamiendo y lamiendo, mientras ella lo disfrutaba más abiertamente, enterrando con sus manos, mi cabeza en su rajita. Me recordaba un poco la primera vez con Pamela, pero ya ha pasado tanto tiempo…
Finalmente, tras una media hora, una buena cantidad de gemidos y una corrida bien jugosa, me detuve.
“¿Te sientes mejor?” pregunté, aunque su cara sudada y su boca babosa lo decían todo.
“¡No lo haces tan mal!” decía ella, con una voz de cansancio.
Yo estaba erecto, pero ya he tenido experiencia con chicas difíciles…
“¡Mira, Elena!... voy a serte bien sincero… te encuentro bien guapa y no niego que cuando trabajábamos, fantaseaba con acostarme contigo… pero aunque me creas o no, ya soy feliz con las mujeres que tengo y no necesito más amantes…” Le dije, bien serio.
“¡Marco, relájate!” me decía ella, aun satisfecha. “Sólo quería probar lo que hicieron en el baño y nada más… y es excelente… ¡Con razón Sonia sonríe los lunes!”
Di un suspiro.
“Si… pero eso no es lo que hacemos en el baño… de hecho, esto lo hice para que no estuvieras enojada.” Confesé, sabiendo que me estaba metiendo en la pata de los caballos.
“¿Hacen…más?” dijo ella, con ojos brillantes de curiosidad.
“¡Está bien!” respondí, en tono de queja, buscando los paquetes de condones. “¡Te lo mostraré!”
Le tuve que explicar que usaba condones con todas las mujeres con las que tenía relaciones. Ella me dijo que no necesitaba, porque se tomaba la pastilla, pero yo le dije que eso lo consideraba, porque la mujer que amo ya estaba embarazada y no quería arriesgarme, a lo que ella se resigno.
Le dije que no era nada personal y que si lo deseaba, que lo consultara con Sonia el lunes.
Era otra cosa penetrarla desatado. Los estímulos que le había previamente la habían vuelto algo más apretada y era mucho más agradable.
“¡Apuesto que querías comerme los pechos de antes!” dijo ella, mientras le chupaba el pezón.
En realidad, estaba cumpliendo mi palabra, siguiendo la secuencia que hago cuando me acuesto con las otras. Al principio, se burlaba, pero al ver que ya sabía cómo excitarla, lamiendo y chupando sus áreas más sensibles, mientras que mi otra mano amasaba, pellizcaba y jugueteaba con el pezón, sus risas burlonas empezaban a convertirse en jadeos de placer y sus ojos empezaban a cerrarse.
Entonces, llegó el momento donde le meto los dedos en el culo y ella se corre nuevamente, con un fuerte gemido.
“¡Ay!... ¡Si que eres sucio!...” dice ella, sacudiendo su pelvis.
La doy vuelta, puesto que lo ha hecho tantas veces, que entró y salgo sin problemas y quiero sentir algo de terreno virgen, lo que ella admite con gran deseo.
La bombeo de manera incesante, pellizcando sus pezones y tirándoselos, puesto que eso parece excitarla, al ver su cara.
A ratos, lamo su cuello, ya que no quiero besarla, para no empezar otra relación, lo que le da un par de orgasmos adicionales.
Mi búsqueda por entrar en ella es tan exhaustiva, que dejo los pechos, para aferrarme a sus caderas, mientras que estos se mueven con completa libertad, de un lado para otro, como si fueran jalea.
Paso unos 40 minutos bombeando y tengo que correrme. No ha sido tan malo, pero tampoco es la mejor experiencia de todas.
Ella, en cambio, se ha corrido unas 4 o 5 veces más y está toda sudada y pegajosa.
“¡Eso… fue intenso!... ¡Aun te siento… duro en mi!” dice ella, con unos tremendos ojos.
“Si, pero aun falta tu cola” le dije yo, no tan cansado como ella.
“¿Mi…cola?” pregunta ella, entre atemorizada, satisfecha y curiosa.
Afortunadamente, sus intestinos tienen más agarre, pero igual puedo avanzar muy profundo, sin demasiada resistencia.
Al parecer, Sonia compró un espejo de cuerpo completo y lo colocó en una pared, donde puedo ver la cara de gozo y placer de Elena, mientras “masajeo su culo por dentro”, ya que no creo que pueda rompérselo.
Es excitante ver su cara, como si deseara una verga más en la boca, pero tendría que conformarse con mis dedos en su rajita y mi otra mano, pellizcando su pezón.
Luego de otra hora de vaivén, me corro en su interior, lo que la hace poner los ojos en blanco.
“¡Eres brillante!... ¡Lo haces muy bien!...” me dice ella, con algunos orgasmos más en el cuerpo.
“¡Tú tampoco lo haces tan mal!” le dije yo, también transpirando por el cansancio.
“¿De verdad… no puedes tener una amante más?” preguntó ella, como me lo esperaba. “Porque si puedes con Sonia y conmigo… pues…”
Le sonreí y acaricie su cara.
“¡Me halagas! Pero si fueras tú y Sonia, no tendría problemas. Lo malo es que ya serías la sexta mujer y francamente, no me quedan fuerzas.”
“¿5 mujeres?” me preguntó, con tremendos ojos. “¡Vaya, no me lo esperaba!... pero Sonia tiene razón… ¡Eres demasiado bueno!...”
“¡Gracias por el cumplido!” respondí.
“Pero… si alguna vez te sientes aburrido, ¡Acuérdate de llamare o irme a visitar!” me dijo ella, con una gran sonrisa.
Se lo agradecí y fui a revisar a Sonia. Seguía durmiendo con normalidad y acaricie sus cabellos.
“¡Debe ser rico que alguien como tú la quiera!” me dijo Elena, con arrepentimiento. “¡No pensé que te preocupara tanto!”
Esa frase me hizo considerar mi decisión, pero recordé que era insaciable y que de tener una relación formal con Elena, colapsaría nuevamente por agotamiento.
“¡Disculpa por lo que hice!” dijo ella, con una mirada mucho más dulce que antes. “¡No debí hacerlo!”
“¡No te preocupes!” le dije yo, tranquilizándola. “Creo que es la tercera o cuarta vez que me pasa algo así…”
“¿De verdad?” decía ella, bien sorprendida.
Fui a darme una ducha. Elena estaba tan enganchada conmigo, que me pidió hacerme compañía, a lo que acepté. Una vez que me lave la verga, la dejé que la mamara un poco, hasta que me corrí en su boca.
Sorpresivamente, si pudo beberse mis jugos y decía que no sabían tan mal…
Eran como las 2 de la mañana cuando terminamos de ducharnos. Le pregunté si deseaba pasar la noche con nosotros, pero me respondió que no, que prefería volver a su casa. Llamé un taxi y me despedí.
Fui a ver a Sonia, que aun dormitaba en el sofá del comedor. La tomé en brazos, la llevé a su habitación y le puse su pijama.
Sin embargo, al verla durmiendo tan apacible y recordando que Elena me dijo que no despertaría hasta el día siguiente, no dude en destapar mi verga y colocarla en sus tiernos y apetitosos labios, para que me los chupara, en venganza de todas las mamadas que me ha dado mientras duermo.
Pero Sonia es una golosa empedernida y aunque dormía profundamente, al sentir el contacto de mi glande sobre sus labios, empezó a chuparlo lentamente.
Lo hacía tan bien, que ni siquiera necesitaba guiarla y finalmente, acabe en su boca, sin que saliera gota alguna.
Me calentó tanto que quise probar su culito, que ella disfruto bastante y finalmente, me dormí.
Al desayuno, le conté que había pasado con Elena la noche anterior y cómo nos había intoxicado para dormirnos.
“¡Lástima!” dijo ella, tomando los dulces que había comprado y echándolos a la basura. “¡Molí esas pastillas para nada…!”
También lo había hecho ella. Era imposible…
Finalmente, regresé con Marisol y como buen esposo, le confesé que me había acostado con otra compañera de trabajo.
Como me lo esperaba, se excitó tanto que me hizo hacerle el amor intensamente. Sin embargo, producto de los nervios, Pamela apareció en nuestro dormitorio, preguntándonos si podía dormir con nosotros, ya que se sentía asustada por las pruebas.
Les dejo a la imaginación qué tipo de noche me esperó…
Pero Marisol nunca conoció esta versión del “té de traición”…


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1 comentario - Seis por ocho (90): T de traición

BigWomanNQN +1
Arranqué por este relato, voy a tener que volver para atrás a ver que onda che!
metalchono
Gracias. Realmente, me siento honrado que te haya gustado, ya que tambien leí "La suerte de las feas" y encontré que pensamos de una forma parecida.
En mi caso, a mi me intimidan las chicas que son demasiado guapas y por lo general, trato de hacerles el quite, porque son las que siempre le ponen el pie encima a los chicos timidos e inseguros, que casi siempre somos caballeros y respetuosos.
Pero las mujeres son complicadas... basta que un chico de esos trate a una "fea" (Siguiendo lo que expu