Seis por ocho (77): Daedalus




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


“¿Así que este era el espectro de ondas original que estaba detectando la maquina?” preguntó mi profesor guía del magister, revisando el diagrama. “Supongo que usaste series de Fourier para identificar las señales…”
“¡En realidad, tuve que usar la transformada discreta!” Le aclaré. “La integral me permitió encontrar las 2 frecuencias escondidas.”
Mi profesor me sonrió, muy satisfecho, ya que había hecho la pregunta mal a propósito...
En realidad, soy uno de sus alumnos “regalones”. No porque sea uno de los mejores, más bien, porque soy uno de los más empeñosos. Lo conocí cuando hice “Resistencia de Materiales”. Junto con “Termodinámica” (cuyo profesor también admiro), era una de las materias más difíciles de mi carrera, con cerca de un 20% de aprobación.
Al principio, pensó que era ese típico alumno que vive hostigando al profesor, pidiéndole pauta tras pauta, para copiar en las pruebas. Pero resulta que mi profesor es un poco “Da Vinci” para entregar las pautas y aunque en papel, la resolución aparece de una manera, si uno es más prolijo con los cálculos, te das cuenta que vienen con algunos “errores”, para fregarle la racha a los tramposos de siempre.
Como era una materia complicada, yo hacía “intensivos de estudio”, pasando casi todo el día en campus, repasando uno y otro ejercicio.
Mi profesor lo sabía, ya que podía ir 4 o 5 veces a su oficina, para consultarle sobre la resolución de un problema de prueba, si resultaba que las formulas decían algo completamente distinto, tanto en los libros como en la clase, a lo que aparecía en la pauta y al momento de las pruebas, se hacía altas expectativas por mi rendimiento, pero siempre había un error numérico simple que se me pasaba y me arruinaba los cálculos.
Mi profesor me reprendía, diciéndome que cómo podía equivocarme en un error de principiante, pero en vez de entregarme el puntaje que me correspondía por el error, me daba 2/3 del máximo, ya que, después de todo, mi falla fue numérica, pero la resolución y el análisis teórico eran perfectos.
Con el tiempo, nos hicimos amigos y fue mi profesor guía para mi trabajo de titulación de ingeniería. Recuerdo que me impactó mucho que él me diera un abrazo, tras el final del primer examen de grado, ya que en el fondo, me reconocía como un “igual” y francamente, nunca pensé que llegaría tan lejos.
Posteriormente, cuando comencé a hacer mis estudios de Magister, él se alegró y me recibió con las mismas consideraciones de antes, cuando me tocó cursar sus ramos.
“¡Debió ser un trabajo tedioso encontrar esas señales!” dijo él, revisando las hojas con las ondas “Amelia” y “Verónica”.
“¡No tanto!...” le respondí, algo incomodo. ¿Cómo le explicas al profe que más admiras que tu mayor descubrimiento se debió gracias a que le hacías el amor en la cocina a tu suegra, mientras que tu cuñada se masturbaba gritando a todo pulmón tu nombre, encerrada en su habitación?
“¿Y quiénes son “Verónica” y “Amelia”? ¿Son novias que conociste en la faena?” me dijo, guiñándome el ojo. “¡Apuesto que a Marisol no debe gustarle mucho que las llames así!...”
“¡En realidad, son los nombres de mi suegra y mi cuñada! ¡Me hospede en su casa!” le dije, con vergüenza.
“¡Oh!... ¡Lo siento!” se disculpó mi profesor, algo decepcionado. “Bueno… si hubieran sido otras mujeres, lo más probable es que te hubieran comido vivo si les hubieras dicho que sus nombres inspiraron tu descubrimiento.”
Era como si me hubiera caído una piedra gigante en la cabeza… ¡Exactamente eso mismo había pasado!
“Pero te das cuenta que con este descubrimiento, tendrás que reescribir los últimos 3 capítulos de tu trabajo, ¿Cierto?” dijo él, señalando los avances previos. “¡Basaste todos tus reportes bajo el supuesto que estaba todo bien!”
“¡Podría haberme avisado antes que esto estaba mal!” le protesté, ya que parecía esos personajes de anime, tipo mente maestra, que supieron todo el tiempo que me estaba equivocando.
“¡Soy tu profesor y tienes que aprender de tus errores!” respondió, como si se desquitara de todas las veces que entregué pruebas con datos erróneos. “Además, no es mi culpa que el grupo evaluador este muy interesado sobre el resultado de este trabajo de titulación.”
Mi trabajo de titulación consistía en la mejora de los procesos de extracción mineros. La primera parte consistió en una investigación minuciosa de los productos rocosos extraídos de la minería. Posteriormente, me enfocaba en el caso particular del yacimiento, redactando los diferentes equipos empleados para hacerlo, para después concentrarme en la producción efectiva de mineral y los costos implícitos.
Por esta razón, mi puesto en la oficina me mantenía bien informado y prácticamente, no necesitaba aparecerme en faena, ya que la información circulaba a través de esos pasillos. Sin embargo, el destino o tal vez, una fuerza mayor y obstinada en que no tenga una relación normal con mi novia, quiso que apareciera una falla en la señal que “Verónica” redactaba y todas estas vivencias… pues, son resultado de esa irregularidad.
Mi profesor lo supo todo el tiempo y me dejó embarcarme en esos errores, hasta que mi antiguo jefe me ordenó ir a reparar la situación.
“Tu jefe, el administrador regional, nos llamó, muy interesado en ofrecernos un programa de ingeniero “Trainee”… no que lo necesitemos, pero tú sabes que es dinero que entra a la universidad.”
Mi universidad es una de las más reconocidas en el país y no nos faltaban patrocinadores…
Mirándome seriamente, mi profesor agregó.
“Él nos contactó directamente, junto con el jefe y el director de la carrera y nos mencionó tu nombre varias veces… Es una transnacional, por lo que entenderás que ellos están muy interesados en saber qué y cómo diablos lo hiciste para que ellos se interesaran en invertir para un programa, Marco… y como podrás esperar, los niveles de exigencia serán… pues… probablemente más altos” decía él, tratando de intimidarme. “¡Por eso, me están pidiendo que rindas el examen de grado dentro de 2 meses y que entregues tu investigación completa!”
Me preocupé. Había que hacer muchas cosas, en poco tiempo…
“¿No puede ser más? ¡Quiero casarme con Marisol, antes de irme al extranjero!” pregunté.
“¡Lo siento! ¡No podemos esperarte!” me dijo él, haciéndose el desentendido. “¡Tú bien sabes que estos procesos, por lo general, tardan entre 3 y 4 meses y es por la condición extraordinaria del programa que están dándote mayor prioridad!”
Estos asuntos siempre salen en los peores tiempos. El semestre acababa cerca de un mes, coincidiendo la fecha con la que rendía Pamela su prueba de admisión universitaria. Es decir, me encontraba en la encrucijada de enfocarme solamente en mi trabajo de titulación o bien, ayudar a Pamela y Marisol con sus estudios.
“¡Profesor! ¿Lo ha visto?” preguntaron 2 muchachos, que entraban en la oficina.
“¡Tienen suerte, chicos! ¡Aquí está Marco!” les respondió, mostrándome. “¡Marco, estos chicos han estado preguntando por ti!... ¡Son informáticos y querían conversar sobre algunas dudas que tienen en su trabajo de titulación!”
No voy a entrar en detalles, porque la importancia de esos chicos tendrá valor más adelante.
Después de charlar un rato con ellos, fui a la biblioteca, a investigar algunas formulas que debía corregir en mi trabajo.
Me sentía mal por las muchachas, en especial por Pamela, que se ha esforzado tanto en subir sus puntajes.
No me dejaba la conciencia tranquila y a eso de las 2, me fui al casino, me comí algunas golosinas y volví a casa.
Llegué a eso de las 3. Pensé que estaba vacía, porque no veía a nadie. De repente, escuché unos susurros en nuestra habitación.
“Marisol, ¿Estás ahí?” Pregunté.
“¡No abras todavía, Amelia!” escuché a Pamela.
“¡Si, amor! ¡Estamos aquí!” Respondió Marisol.
“¿Y tu mamá?” pregunté.
“Salió de paseo con Violeta. No volverán hasta la noche.”
Las escuché reírse a las 3…
“¡Ya veo! ¿Ustedes almorzaron?”
“¡Vamos, póntelo!” decía Amelia.
“¡Estás loca, me queda muy pequeño!” protestaba Pamela.
Se escuchó un forcejeo y las protestas de Pamela.
“¡Si, amor, ya almorzamos!” respondió Marisol. “¡Es verdad!... ¡Te queda muy ajustado!... ¡Pero sé que le gustara!”
“¡Bien, iré a ver televisión!” les dije.
“¡Espera un poco!... estamos casi… ¡Listas!... ¡Ahora sí, amor! ¡Puedes entrar!”
Abrí la puerta y quede boquiabierto. A ellas les gustaba.
Estaban vestidas con sus respectivos uniformes escolares: Marisol, con su falda azul escocesa, camisa blanca, corbata y chaqueta escolar; Amelia, con su buzo reglamentario del colegio (no el que le hacía usar el pervertido de su profesor, sino que el original), con pantalón negro y una polera blanca, que para potenciar sus encantos, usaba sin un sostén y tal vez, la más despampanante de todas, Pamela, con su diminuto jumper de colegio, que apenas cubría sus calzones y cuyos pechos parecían estar contenidos a presión, en un delicioso y sugerente escote.
“¡No me mires así, que me queda menudo!” Decía Pamela, algo enojada, pero contenta con que la mirara de esa manera.
“¿Qué es esto?” pregunté.
“¡Es tu castigo!” dijo Marisol. “¡Es por no querer ayudarnos a estudiar!”
“¿Mi castigo?” pregunté, con ganas de saltarle a las 3.
“Bueno… no tanto como castigo.” Dijo Amelia, abrazándome y besando mi mejilla, clavando sus enormes pechos en mis brazos. “Marisol dijo que te gustaba vernos así… así que nos pusimos de acuerdo… para convencerte que las ayudes a estudiar.”
“¡Así es!” explicó Marisol. “El uniforme de Amelia es muy parecido al mío, pero ella decía que te gustaba su tenida para correr, así que decidimos que se vistiera con sus ropas de gimnasia.”
Yo estaba embelesado con la figura de Pamela, que a duras penas, trataba de esconder sus secretos.
“¡Anda, deja de mirarme así!” protestó ella, con una sonrisa de diversión. “¡Me habéis visto sin ropa!...”
Marisol sonreía.
“¡Parece que Marco se decidió!” dijo.
“¡No!... ¡No es eso!...” dije, algo arrepentido. “¡Es que nunca he visto a Pamela… vestida de esa forma!”
“¡Claro, porque eres un tremendo baboso… que quiere mirar mis bragas!” respondió ella, toda colorada.
“¡Amor, está bien!” dijo Marisol, muy calmada. “¡Nos vestimos así para agradarte, y si quieres probar primero a Pamela, no hay problemas!”
“¡Es que… no te lo puedo negar, Marisol!” le dije, mirando al suelo, muy arrepentido. “¡Las 3 se ven bellísimas… pero tú sabes que pienso de los tríos!”
“¡Vaya, vaya!... ¡Después de haber estado en 4 de ellos, ahora tenéis remordimientos!” dijo Pamela, en un tono burlón.
“¡No, no se refiere a eso!” dijo Marisol, llamando a la calma. “A él le preocupa que ninguna de nosotras se sienta rechazada.”
Amelia sonrió.
“¡No debes preocuparte, Marco! ¡Marisol pensó en un arreglo, con el que nos dejaras a todas contentas!” dijo con cara inocente.
“¡Pero primero, debes acostarte y colocarte un condón!” dijo Marisol.
“Yo… me encargo” dijo Pamela, algo avergonzada, por ser la elegida.
La miraron sorprendidas al ver cómo abría la boca y se colocaba el preservativo, para después darme una breve mamada, dejándome listo para la acción.
“¡Eso es impresionante!” dijo Marisol.
“¡Sí!... ¡Deberías enseñarme, porque Marco se demora en colocárselo él sólo!” agregó Amelia.
“¡Esta bien!... ¡Les enseñare!... Pero no me veáis así, que me hacéis sentir guarra.” Dijo Pamela, muy colorada.
“¡Muy bien, señoritas! ¡Es hora de armar al “Daedalus”!” dijo Marisol. Amelia sonrió.
“¿Daedalus?” pregunté. El nombre lo conocía, pero no recordaba de donde.
Pamela suspiró.
“¿Por qué… cuando empiezo a disfrutarlo… tienen que decir cosas tan raras?” dijo Pamela, enterrándose mi pene.
Marisol metió mi mano derecha en su cuevita, al igual que su hermana lo hizo con la izquierda.
“¡El “Daedalus” está armado!” dijo Marisol, muy sonriente.
Yo estaba confundido…
“Hermana, aun no veo cómo parecemos un robot gigante…” dijo Amelia.
“¡No, Amelia!” respondió Marisol. “¡No somos un robot gigante!... ¡Somos una fortaleza espacial!, ¿Cierto, Marco?”
Entonces, recordé. El “Daedalus” era una de las naves de una serie ochentera, con robots gigantes, que trataba de unos humanos que vivían en una fortaleza espacial alienígena. Recuerdo que me impresionaba bastante, porque la fortaleza, cuando entraba en modo de batalla, tomaba 2 embarcaciones de guerra y se convertía en una especie de robot gigante, tal cual como yo estaba.
“¡Marco!... ¡Estás violento!” decía Pamela, al empezar a moverme con muchísimo entusiasmo. Marisol me había hecho muy feliz…
“¡Ay!... ¡Creo que… “Daedalus” está… en modo de batalla!” decía Marisol, al sentir mis dedos en su interior.
“¡Aun no entiendo… pero se siente… tan bien!” decía Amelia, muy satisfecha.
Pamela me besaba.
“¡Lo haces tan rico!... ¡Gracias por enseñarme!...” decía ella, desabrochando sus colgantes, para que pudiera ver sus pechos.
“¡Amelia!” dijo Marisol. “¡Es hora… de cargar… el arma principal!”
Amelia asintió y un enorme gemido de Pamela inundó la habitación.
“¡Son… muchos dedos!” babeaba ella de placer, mientras que sus primas empezaban a manosear su ano. “¡Esto… no quedará así!”
Las hermanas gimieron. Su prima cobraba venganza, con la misma moneda.
Era la mejor de mis experiencias. Cuando bajaban, la cama se hundía tanto, que me daba la impresión que me estaba follando a todas al mismo tiempo. Mis manos estaban húmedas con sus jugos y sus pechos bailoteaban de una manera salvaje.
“¡Hagamos… que Marco disfrute… más!” decía Marisol a su hermana, con su tercer orgasmo.
Me empezaron a chupar los pezones, pero me dio cosquillas y me empecé a reír.
“¿Qué hacen?” pregunté, recién empezando a agitarme por los movimientos de Pamela.
“¡Pensamos… que te gustaría!... ¡Siempre nos haces… sentir bien… cuando lo haces!” dijo Amelia, con una cara de pervertida que me ponía bien caliente.
“¡Tal vez… sólo funcione en mujeres…!” dijo Marisol.
Pamela dio un gemido y las hermanas tuvieron el mismo resplandor en la mirada…
“¿Por qué… me hacéis… siempre lo mismo?” protestaba Pamela, aunque no paraba de gozar que sus primas chuparan sus pechos.
“¡Es que… a Marco… le gusta!” respondía Marisol, jadeando.
“¡Además… tus pechos son lindos!” agregaba Amelia, chupándolos como un biberón.
“Pero yo… Pero yo…” intentaba decir Pamela, pero el placer no la dejaba. “¡Pero yo solamente amo a Marco!”
Dijo, con un tremendo orgasmo.
“¡Yo también!” respondió Marisol, corriéndose también.
“¡Yo igual!” respondió Amelia, haciendo lo mismo.
“¿Cómo… puede… ser… que teniendo… a 3 chicas… como nosotras… ¡Ah!... aun sigas tan… duro?” me protestaba, enterrándome con violencia en su vagina.
“¡Sus dedos… me hacen ver estrellitas!” decía Amelia, también saltando con locura sobre mi mano.
“¡Amor… te amo demasiado!” decía Marisol, aun en éxtasis.
Pero aunque se corrían y se corrían, recién me corrí yo cerca de la media hora.
Las 3 estaban cansadas, pero aun podían seguir en la pelea.
“¡Bien, ahora le toca a Marisol!” le dije, con una tremenda sonrisa.
“¡Vamos, Marco!... ¡Estoy cansada!... ¡Déjame reposar un poco!” protestaba ella, mientras empezaba a desabrochar su camisa.
“¡Es que, amor, mira tus pechos! ¡Están muchos más grandes!” le dije.
“¡Ahora… no siento envidia por mi hermana!” decía Amelia, aun resoplando.
“¿Cómo rayos… lo hace?” Preguntaba Pamela, con una cara deliciosa de satisfacción y confusión, con su redondito culito al aire, asomándose a través de su diminuta falda.
“¡Es otra cosa hacerlo sin condón!” le decía a Marisol, aunque me habría gustado rearmar el “Daedalus”.
“¡Si!... ¡Te siento… tan caliente y tan duro!” me respondía Marisol, en una mezcla de agotamiento y placer.
Creo que nuestros movimientos obligaron a Amelia a actuar.
“¡Debería aguantar… más que Marco!” decía ella, con una mirada competitiva, tras colocarse el consolador doble. “¡Después de todo, yo corro todo el tiempo!”
Pamela gimió.
“¿Por qué… todos les da… con mi pobre culo?” se quejaba, ante las embestidas de su prima.
“¡Es que… es muy redondito!” decía Amelia, tratando de alcanzar mi ritmo.
Pero Amelia no tiene practica y aunque se corrieron un par de veces, a los 20 minutos se cansaron y se rindieron. Mientras tanto, yo seguía de largo, disfrutando la intimidad de mi novia.
“¡Eres tan linda… y tierna, Marisol!” le decía, bombeándola con fuerza.
“¡Si… me haces sentir… tan bien… te amo… muchísimo!” decía ella, con su respiración agitada y ya corriéndose por cuarta vez.
“¿Cómo… no puede… cansarse?” preguntaba Amelia, resoplando. “Es más… agotador… que hacer abdominales…”
“Lo que no… entiendo… es que tienen ustedes…. Con mi culo… y mis tetas.” Protestaba Pamela, aun adolorida.
Otros 30 minutos y me corrí. Marisol estaba hecha un harapo de orgasmos… era turno de Amelia.
“¡Vamos, Marco!... ¡No es necesario!” decía ella, algo asustada. “¡Me siento bien!”
La besé dulcemente.
“¡Pero Amelia!... ¡Te vestiste así, especialmente para mí!” le dije, levantando su polera para comer sus pechos.
“¡Vamos, chicas, ayúdenme!” suplicaba Amelia.
“¡Lo siento… hermana! ¡Estoy… rendida!” contestó Marisol.
“¡Me la metiste… en el culo!” dijo Pamela, aun cansada. “¡Jódete!”
Le saqué 7 orgasmos más, en solo una hora. Cuando acabé, su polera estaba empapada en sudor.
“Pamela, ¿Me puedes hacer un paizuri?” le decía, con una tremenda sonrisa.
Ella me miraba horrorizada mi verga erecta.
“¿Cómo puedes… estar así todavía?”
“¡Por favor! ¡Yo sólo me he corrido 3 veces!” le dije, casi suplicando.
“¡Está bien!” dijo ella, algo enojada. “¡Pero deja mi culo en paz!”
Se empezó a desabrochar la camisa y el sostén.
“¡No, no te las saques!” le dije. “¡Siempre los he visto así en los mangas y quiero probar que se siente!”
“¡Es increíble que este enamorada de un tío tan raro!” protestaba ella, obedeciéndome.
Fue delicioso. Sus labios lo chupaban con tanto deseo y sus pechos son geniales. No duré más de 15 minutos.
“¿Cómo… puedes tener tanta leche… todavía?” preguntó ella, limpiándose los restos que escaparon de sus labios.
“¡Es que se ven muy excitantes!” contesté.
Por más que me corriera, con solo verlas, me daban ganas de metérsela otra vez. Supongo que Marisol tiene razón y que mi resistencia la han incrementado bastante.
Luego fui a ver a Marisol.
“¡Marisol, no te di desayuno hoy!”
“¡Vamos, Marco!... Pamela recién te la chupó…” protestó ella.
“¡Pero Amor, tú conoces mis puntos débiles!” le hice pucheros, como lo hace conmigo.
“¡Está bien!” dijo ella, sonriéndome.
La boca de Marisol era muy ardiente y su lengua recorría mis puntos débiles, con la pura intención de que acabara luego. Otros 15 minutos y me corrí otra vez…
Se ahogo un poco, pero estaba bien y mi mente estaba enfocada en esos malvaviscos gigantes blancos.
Amelia estaba durmiendo y levanté la polera lo suficiente para hacerme un paizuri y rozar la puntita en sus labios. Mis movimientos la debieron despertar.
“Marco… ¿Qué… haces?” preguntaba, aprovechando de hablar, cuando retrocedía.
“¡Es que te ves deliciosa! ¡Y tus pechos son enormes!” le respondí.
“¡Pero Marco… estoy… cansada!” decía ella.
“¡Solo chúpala un poquito!” le pedí.
“¡Hazlo... Amelia! ¡A lo mejor se cansa!” dijo Pamela, aun sin poder moverse.
Amelia obedeció y sus pechos blanditos me hicieron sentir bien de nuevo a los 20 minutos… era hora de los platos fuertes.
“¡Vamos, Marco!... ¡Ya no puedo más!” protestaba Pamela. “¿Qué es lo que tiene mi culo, carajos?”
“¡Es que es bonito, apretadito y delicioso!” le respondía, acariciando su falda.
“¿Cómo… puedes… estar tan duro… todavía?... lo coges casi todos los días.” Me preguntaba, empezando a correrse.
Marisol estaba preocupada, al igual que Amelia.
“¿Te das cuenta… que después seguiremos tú y yo… cierto?” preguntaba temerosa mi novia.
“¡Sí!”Respondía su hermana. “¡Tal vez… esta no haya sido la mejor idea!”
Como a los 45 minutos, me corrí en su trasero y las hermanas me miraban muy preocupadas. Sin embargo, escuché el ruido de la puerta de la casa.
“¡Amelia! ¡Marisol! ¿Hay alguien?” decía la voz de Verónica.
“¡Es mamá!” dijeron en coro.
“¡Amor, deberías ir a recibirla!” me dijo Marisol.
“¡Sí!” agregó su hermana. “Probablemente, se sienta mal porque no la has atendido hoy.”
“¡Tienen razón!” respondí, para alivio de ellas. “Amor, ¿Me das permiso para dormir con tu mamá?”
“¡Claro!” respondió al instante.
“¡Eres un amor!” le dije, besando su frente. Entonces, noté el aroma a sexo y lo oscuro de la tarde. Eran casi las 9. De sus uniformes, solo quedaban algunas prendas semi abrochadas y sus faldas estaban manchadas, tanto en semen como en sus jugos.
Mientras me vestía, ellas conversaban.
“¿Alguien quiere cenar?” preguntó Marisol.
“¡Apenas me puedo mover!” respondió Pamela.
“¡Yo estoy cansada y quiero dormir!” dijo Amelia.
“¡Marisol, gracias por el “Daedalus”!” le dije yo, mientras me abrochaba los pantalones. “Deberíamos hacerlo más a menudo…”
Sus caras se llenaron de espanto…
Mientras me ponía la polera y abandonaba la habitación, escuché a Pamela decir claramente.
“¿Creéis también que Marco es un monstruo?”


Post siguiente

2 comentarios - Seis por ocho (77): Daedalus

jucerid
Simplemente buenisimo