Seis por ocho (59): Mis ojos de Ingeniero




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Compendio I


Durante toda la mañana, Sonia me estuvo preguntando sobre los diversos equipos de la mina. No tenía problemas en explicarle, ya que conocí a muchos ingenieros mecánicos y eléctricos que me enseñaron cuál era la función de cada equipo. Sus ojos me prestaban una atención muy grata, como si bebieran cada palabra que salía de mi boca.
Mientras tanto, yo seguía buscando algún dispositivo en la red que me ayudara en la búsqueda, para no estar tanteando si una maquina o no podía ser “Amelia”. Algunos documentos fueron ilustrativos, como los de filtros digitales y análogos, los cuales permitían aislar ciertos rangos de frecuencia, pero era mejor asesorarse por algún ingeniero eléctrico antes de implementarlo en “Verónica” y de cualquier manera, igual había que encontrar a “Amelia” antes de instalarlo.
Por su parte, Sonia no parecía tan intimidada por la mina. En ocasiones, daba pequeños suspiros, pero no parecían ser por causa de estar encerrada.
Probablemente, a causa de su aburrimiento, su mente empezó a divagar y a acostumbrarse al nuevo ambiente.
“¡Este lugar es bien solitario!” me dijo ella, todavía impresionada por el techo de roca.
“Así es. Por eso han dejado instalados equipos de poco uso.” Respondí.
“Apuesto que si hubieran más mujeres, vendrían para acá a tener relaciones. No pasa nadie…” me dijo.
Algo pasaba por su mente. Tuve que detenerme y prestarle atención.
“¿Te pasa algo?” pregunté.
“¡No! Solo pensaba, que si alguien cogiera aquí, podría gritar todo lo que quisiera y nadie le escucharía.” Respondió ella.
“Probablemente.” Le dije, continuando con mi búsqueda.
“¡Incluso nosotros! Podríamos hacerlo por horas y horas y nadie se daría cuenta…” me dijo ella, probando el terreno.
“¡Sonia!” le dije, frunciendo levemente el ceño.
“Lo siento, Marco. Pero tú y yo somos amigos bastante tiempo, ¿Cierto?” preguntó. Yo asentí con la cabeza. “Me has contado lo que has hecho con Marisol y yo misma te he revelado mis secretos, ¿Cierto?”
“Así es.” respondí.
“Pues…aprovechando mi confianza, quiero decirte… que me gustas mucho.” Me dijo ella, con la ternura de una flor.
“¡Sonia!” le dije yo, ya bien complicado con la conversación.
“¡Sé que te incomoda que diga esto, pero tengo que hacerlo!... ¡Eres mi mejor amigo… y hay cosas que haces… que me hacen pensar que puedes ser más!... es decir, tú me ves de una manera distinta… a veces siento que puedes ver en lo más profundo de mi alma… y es una de las razones por las que yo te… es decir… me gustas demasiado.” Me decía ella, muy colorada.
Suspiré.
“Pero Sonia, yo no…”
“¡Sé que me vas a decir!” me interrumpió, con lágrimas en los ojos “Ahora no puedes, pero estos últimos días me estado quebrando la cabeza por qué.”
“¡Sabes bien el por qué!” le dije, con cariño. “Voy a ser papá y me voy a casar.”
“Sí, pero… ahora no eres padre… y no estás casado… ¿Qué es lo que lo hace tan distinto a lo que teníamos antes?”
Tenía razón. No lo había pensado de esa manera y francamente, me había dejado sin palabras. Ella, sin embargo, tenía muchas cosas más que decir sobre mí.
“Yo fui la primera en saber que Fernando era gay. Él me quería y me protegía, pero en el fondo, sentía que sus preferencias eran otras y aunque no me lo decía, no me importaba… porque te tenía a ti. Siempre me hiciste reír con tus tonterías y nunca pensaste en ser algo más que mi amigo. Habían veces que me contabas cosas sobre Marisol… que me hacían sentir envidia… y fue entonces que empecé a verte con otros ojos. Cuando el jefe me dijo que te irías al norte, me sentí muy triste. No podía decírtelo, pero era cuando más te necesitaba. Sin embargo, cada lunes llegabas especialmente a verme a mí, aunque los jefes más importantes te llamaran a la oficina… ¡Siempre pensaste en mí antes!”
Ella lloraba y arrimé la silla, para convidarle un pañuelo.
“Incluso, siendo la gran oportunidad de lucirte con los jefes, te acordabas de mí y me recomendabas… yo nunca le he contado a los demás sobre esa habilidad mía… pero tú la habías visto… y la afirmabas, con tanta seguridad… ¡Recuerdo que siempre les di envidia al resto, pero veía tus ojos y notaba algo distinto en ti!... ¡A ti no te importaba e incluso me admirabas por ello!... por eso, cuando me pediste que te acompañara, acepté, porque quería ver esos ojos tuyos…” me dijo ella, compungida.
“Pero si siempre los has visto.” Le dije yo, acariciando su mejilla.
“¡No!... me gustan tus ojos suaves y gentiles… pero los que me hacen derretirme por dentro son los que pones cuando hablas de tu pasión, de tu carrera… es como si tus ojos se encendieran y un fuego te envolviera.” me decía ella, con pasión.
Me recordaba las descripciones de Marisol, cuando le empecé a hacer clases…
“¡Tu mirada, tiene tanta confianza!... ¡Es como si supiera tantas cosas, que los demás ignoramos, que es capaz de lograr lo imposible!... ¡Incluso, espantar a las tinieblas!” dijo ella, mirando el suelo.
Entonces, recordé sus palabras, cuando se recuperó del ataque de pánico. Pensé que eran incoherencias, pero al parecer, se refería a esa mirada.
“¡Me sentí tan contenta cuando vi que me mirabas con esos ojos!...¡La primera vez que me viste de esa manera fue en esa reunión, cuando descubriste que “Amelia” estaba en este sector!...¡Recuerdo que tu mirada me atemorizó!...¡Te veías tan poderoso!... Y cuando fuimos al baño… me di cuenta que esto no me serviría más…” dijo ella, abriendo las piernas.
Sacó un huevito vaginal, parecido al de Marisol, aun vibrando y húmedo con sus jugos.
“¡Lo ocupaba para relajarme y no estar tan tensa todo el tiempo, pero con solo pensar en tus ojos…siento que no me sirve!...Por eso quería preguntarte… ¿Qué ha cambiado ahora, comparado con antes?...si tú me dices que no quieres hacerlo, trataré de contenerme…pero si me dices que existe aunque sea una leve posibilidad… ¡Por favor, dímelo!” me dijo, con una voz desafiante.
Fue la última vez que “Marco comprometido” estuvo en ese viaje… La devoré a besos, desabrochando su camisa y levantando su falda con violencia.
Ella misma me había dicho que si la oportunidad se daba, que la aprovechara y eso hacía.
“¡Por favor, rómpeme entera!” decía, mientras le insertaba la verga en el culo. Se contenía de placer, cerrando los ojos, a medida que mi verga iba ensanchando nuevamente sus intestinos.
Ese culo, enorme, cálido y estrecho ardía por mí. La penetraba con violencia y ella lo deseaba.
Sus labios me buscaban y nuestras lenguas se unían en deseo. Mis manos, aferradas a su cintura, salían de cacería, tras sus pechos y su rajita.
“¡Es… tan…gruesa!” decía ella, aun llorando.
Mandé al carajo la búsqueda de “Amelia”. Lo único que pensaba era en ese culo bien parado; esos pechos y pezones excitadísimos; esa goteante rajita, con deliciosos jugos ácidos y esos besos apasionados. Mi vieja amiga… y le estaba rompiendo el culo, en las profundidades de la tierra.
El escritorio se sacudía con nuestras embestidas, arrastrándose sobre la cerámica, lo que me excitaba aun más. Pero no era nada comparado con sus gritos a todo pulmón, que retumbaban en las paredes de la mina.
“¡Marco…sigue así!... ¡Soy toda tuya!... ¡Quémame… por favor!... ¡Tu verga… me encanta tu verga!... ¡Llénala con leche!...”
Me corrí en su interior. Litros y litros y mi espada aun no perdía la guardia.
“¡Ay!... ¡Aun puedes seguir!... ¡Por eso me vuelves loca!... ¡Sigue, Marco!... ¡hazlo cuantas veces quieras!” me decía ella, enviciada con mis embistes.
Lo hicimos otras 2 veces más, luego nos lavamos y fuimos a almorzar. Al regreso, mientras subíamos la pendiente, abrió la bragueta del pantalón y me empezó a dar una de sus gargantas profundas. Sus chupadas eran terribles y cuando me corrí, vi sus ojos hirviendo en lascivia.
“¡Me gusta mucho tu sopa!” decía ella, limpiando los restos pegajosos de semen de mi verga, entremezclados con su saliva, haciendo una tirita larga y brillante que me ponía a mil.
Le rompí el orto otras 3 veces más y nos dio la hora de salida. No me importaba encontrar la jodida onda. Aprovecharía la semana para follarla, cuantas veces me fuera posible.
Ella sonrió al verme salir de la farmacia con una tira bastante larga de preservativos. Al día siguiente, mi verga haría una inspección bien exhaustiva a la otra deliciosa y jugosa caverna, varias veces, por lo que se despidió de mí con uno de sus apasionados besos.
Al estacionar el auto, me preguntaba qué pensarían Amelia y Verónica, al escuchar mi cambio de parecer. La cabeza de abajo no lo pensaba demasiado. De cualquier manera, entraría en ellas, sin importarle mucho que pensaran.
Jamás pensé que nuestros nexos de familia se intensificarían tanto, ni mucho menos que exploraríamos abiertamente los territorios del incesto, en solo una noche muy apasionada…


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1 comentario - Seis por ocho (59): Mis ojos de Ingeniero

DGE1976
Si señor...así tiene q ser...a garcharse a todas...