Seis por ocho (33): El regalo prometido




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Compendio I


Llegamos a la ciudad cerca de la 1. Le dije a Sonia que me acompañara, ya que había encontrado algo que sabría que le iba a gustar.

La llevé al centro comercial. Seguramente, creyó que había visto algún vestido o algo así, pero en realidad, quería mostrarle lo que descubrí la vez que compré las camisas de Amelia.

Seis por ocho (33): El regalo prometido

Cuando encontré la tienda, me sorprendí: era completamente distinta…

No se parecía a la deprimente boutique de mercado olvidado que visite la última vez. Ahora habían luces de neón, música y lo que más me llamaba la atención: un flujo constante de clientela, principalmente mujeres.

“¡Ya veo por qué querías que te acompañara! ¡Se ve prometedora!” me decía, mientras miraba en la vitrina.

Yo tenía que entrar. Tenía que ver al cajero nuevamente. ¿Sería la misma tienda? ¿Habría quebrado y otro aprovechó la oportunidad?

Divisé sus estantes. Habían como 15 tipos distintos de consoladores eléctricos y no solamente vaginales, también habían anales.

Trajes de policía, enfermera, monja… incluso había trajes de chicas anime. ¡Era otra tienda completamente distinta!

Ni siquiera el cajero era el mismo. Era un tipo de unos 20 años, con buena figura y que parecía concentrar la atención de señoras cuarentonas, que se amontonaban para pagar sus artilugios.

“¡Amigo mío! ¡Qué gusto verle!” me sorprendió un caballero bien elegante, abrazándome con fuerza.
¡Era el cajero que conocí! Di un respiro de alivio. Al menos, seguía trabajando en ese lugar…

“¡Por un momento, creí que no lo volvería a ver más!”

“¡Yo también! ¿Qué pasó?” le dije yo, aun sorprendido por su efusivo abrazo.

“¡Sus consejos, mi amigo, sus muy sabios consejos!” me dijo el hombre, poniéndose a llorar.

Tras mi compra, el pobre hombre iba a quebrar. Le quedaba suficiente dinero para sustentarse por el resto del mes.

Sin embargo, estaba tan resignado con su destino, que fue donde su proveedor y pidió ver si habían de los “huevos” que le había mencionado.

Me parecía increíble escuchar que el proveedor tampoco tenía mucha idea de qué era un “huevo vaginal”, pero tenía una caja roñosa y olvidada en stock. Le pagó con el dinero con el que pensaba cancelar la luz y colgó un cartel escrito a mano, promocionando el producto.

Aunque al principio, nadie parecía prestarle demasiada atención, una de sus vecinas del centro comercial, tal vez movida por la curiosidad, la solidaridad, o simplemente, la lujuria, decidió preguntarle sobre ese artefacto.

El vendedor recordó gran parte de lo que le había dicho al respecto, sobre lo discreto que eran, su versatilidad y su facilidad de recarga, en comparación a los consoladores habituales. Me dijo que la señora no estaba del todo convencida, pero igual lo compraría, “Sólo para probar”.

El día siguiente fue igual de lento, pero a 5 minutos de cerrar, otras 3 vecinas llegaron a consultarle sobre los huevos. Al día siguiente, había 10 mujeres esperando que abriera la tienda y para el atardecer, la caja de huevos se había vendido completamente, con más de 30 mujeres encargando por adelantado.

Llamó inmediatamente al proveedor, para solicitarle más cajas de huevos. Al final de la semana, había vendido 5 cajas y la clientela seguía en aumento.

El proveedor le ofreció un buen descuento, ya que no solamente él era el interesado por los huevos, sino que otros clientes también estaban demandando por huevos para llenar el stock.

Como yo lo había predicho, los huevos estaban arrasando en esa zona minera y con tantos ingresos, decidió ampliar su negocio. Orgullosamente me mostraba su colección de consoladores,
enseñándome sobre los anales, los cuales no le había mencionado esa vez y que se mostraba bastante informado.

“¡Y bueno, por eso esperaba volver a verlo! ¡Gracias a usted, he podido salvar mi negocio y le estaré eternamente agradecido!” me dijo el hombre, con una sonrisa radiante.

Yo soy honesto y reconozco los créditos a quienes realmente lo merecen…

“¡En realidad, señor, debería agradecerle a esta señorita! ¡Fue gracias a ella que aprendí todo lo que le enseñé!”

Sonia enrojeció, por la sorpresa inesperada.

“¡Mi estimada señorita! ¡Estoy en su deuda! ¡Si encuentra algo que le guste, puede llevárselo, por cortesía de la casa!”

“¡Muchísimas gracias!”

Y empezamos a vitrinear.

“¡No deberías haber hecho eso!” me dijo ella, todavía avergonzada.

“¡Pero es verdad!... de no ser por ti, este hombre estaría en quiebra.”

Me agarró de la camisa y me dio un buen beso apasionado.

“¡Veremos qué podemos encontrar por aquí!...” me dijo, mientras revisaba los vestidos, con una cara maliciosa.

Como yo estaba turulato por su beso, decidí revisar por mi cuenta la tienda, para darle privacidad y bajar los ánimos. Encontré un par de aparatos que considere útiles y cuando iba a pagar, Sonia me llamó.

“¿Qué opinas de esto? ¿Crees que me quedaría bien?”

Ella sonrío. Mi cara lo dijo todo: Era un uniforme escolar, extremadamente parecido al que usa Amelia. Falda escocesa extremadamente corta; camisa manga corta, recortada en la altura del ombligo; calcetines blancos y zapatos negros.

Yo botaba espuma por la boca…

“¡Tengo que verlo!” le dije yo.

“¡No! ¡No! ¡No!” me dijo ella “¡Se permite el ingreso de una persona a la vez!”

Señalaba el letrero colgado en la pared, fuera del probador.

“Además,” dijo la muy diabla “Tú mismo dijiste hace poco rato: “¡Sin paquete, no hay regalo!”… así que tendrás que esperarme aquí.”

Disfrutaba con hacerme sufrir, pero era cierto y creía que nada podía hacer.

“¿Y qué tal, mi amigo? ¿Ha encontrado algo que le guste?”

Le mostré lo que iba a comprar.

“¡Qué bien! ¿Y su amiga?”

“Encontró un vestido de escolar y se lo está probando…” le dije yo con una cara amargada.

“¡Ah! ¡Ya veo!” me dijo el vendedor, sonriendo “Pero ¿Sabe algo?... originalmente, este cuarto lo ocupaba para guardar las escobas…” dijo el hombre, sacando los carteles de “Probador” y el letrero que prohibía el ingreso, sonriéndome picaronamente.

Yo babeaba… pero antes, le susurré algo al oído.

El hombre me sonrió y me dio una tira de condones.

“¡Adelante, entréguele el regalo que le había prometido!”

La sorprendí cuando se sacaba la blusa. Por primera vez, podía ver sus pechos.

“¡Marco!” exclamó sorprendida, pero sonriente.

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“¡Creo que tenemos un asunto pendiente!” le dije, mostrándole el preservativo.

Me tiré sobre mi amiga y empecé a llenarla de besos. Logré sacar sus pechos de su prisión. Eran un poco más grandes que los de Marisol, pero más blandos y flexibles.

“¿Desde cuándo que me querías tomar los pechos?” me preguntó, mientras me besaba incesantemente la cara.

“¡Desde que me dijiste que estabas en ropa interior!”

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Éramos verdaderos animales en celo. La besaba y la levantaba por las piernas, tratando de juntar mi polla con su conejito… aunque aun vestíamos pantalón y falda de cuero, respectivamente.

“¡Estás…desesperado!” me decía ella, en un tono sensual que me ponía más caliente.

“¡Sí, es que he estado aguantando mucho!”

“¡Ya, ya! ¡Déjame sacarme la falda!”

Mientras ella se desabrochaba, yo ya tenía los pantalones afuera y cuando se agachó para bajarse la falda, yo actué por impulso.

“¡Marco, no!... ¡No tan violento!” me decía, mientras trataba de introducir mi pene en su apretado y redondo culito.

“¡Tú me decías que estabas en deuda conmigo!... esta es una forma de pago.”

“… ¡Ah!...” gritó cuando le enterré la cabeza “¡No me hagas… así… que me pongo caliente!”
Yo empezaba el forzado avance por su intestino…

“¡Es que tu trasero es demasiado redondito!” le decía, agarrando sus muslos carnosos.

“¡Ah!... ¡No!... ¡Para!... ¡No…pares!... ¡Es… tan gorda!”

Empezaba a disfrutarlo.

“¡No…grites… ¿Qué dirá la gente…que compra?”

“… ¡Ah!...” gemía más sensual “¡No digas…eso!... ¡Me da…vergüenza!...”

Al fin, las cosas se tornaban a mi favor. En nuestras charlas, también se excitaba como Marisol, al tener sexo al aire libre.

“¡Deben… estar diciendo… “¡Ese chico…le debe estar…rompiendo el culo!”… por tus gritos” le decía yo, para calentarla.

“… ¡No!...” gemía con más fuerza “… ¡No quiero… que me escuchen!... ¡No quiero… que piensen… que soy una puta!”

“¡Tal vez…piensen que eres… una puta… que le gusta… por el culo!”

Nuestro vaivén era bastante ágil. Su rajita echaba algunos chorritos de sus jugos.

“…No me…digas eso…”

“¡Guarda silencio!... no querrás decirles… cuando me corra en tu culo”

“¡No!... ¡No digas… que me encanta… cuando llenas de leche… mi culo!... ¡No!... ¡No!... ¡Ah!...”

Me corrí en su culo y nos quedamos así unos minutos. Ella se había corrido a montones y estaba acostada sobre su ropa en el suelo.

Cuando logré sacarlo, tomé un condón e intenté domar a la bestia, con mucho éxito.

La tomé en brazos y la apoyé en la pared.

“Me… siento… tan rara”

“¡Es hora de darte el regalo que te prometí!”

“¡Ah!... ¡Es tan…gruesa!” gritó nuevamente, cuando la encajé en su rajita.

Empecé a bombearla, apoyándola en la pared. La besaba, para que no me gritara en la cara y aprovechaba de tocar esos lindos pechitos, mientras que sus piernas me envolvían por la cintura, haciendo que cada arremetida ingresara más profunda en su ser.

“¡Es tan rica!... ¡Es tan rica!...” decía, con cada embiste que le daba.

Llegué a un punto donde creí atravesar su cérvix y estar golpeando directamente el vientre. Era una sensación extraña.

“¡Estás…tan adentro!... puedo sentirte… tan adentro de mí… ¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!...”

Y nos corrimos juntos. Mis piernas se agotaron y de a poco, me tuve que agachar, mientras aun no nos despegábamos.

“¡Todavía…puedo sentirte!” me decía, abrazándome y besándome.

Pasaron unos 5 minutos antes de que nos pudiéramos despegar y otros 10 para vestirnos. Sonia se llevó el vestido, manchado con nuestros jugos y que irónicamente, jamás alcanzó a modelar.

sexo al aire libre


Al abrir la puerta, noté que todas las mujeres me miraban, algunas con una evidente mancha entre las piernas y que gritaban al muchacho para que cancelara las cuentas, para poder marcharse del lugar.

El vendedor, que también tenía una erección en el pantalón y algunas manchas, me entregó el paquete y nos dijo

“Los baños están a mano izquierda, pasando la fuente. También hay duchas. Díganle que les mandé yo… y por supuesto, ¡Sean siempre bienvenidos a mi humilde tienda!”

Ya lo creía. Por ver la caja, nuestra actuación había matado en ventas…


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2 comentarios - Seis por ocho (33): El regalo prometido

Chiqui_2828
Exelente relato señor. Cada vez se pone mejor la cosa
jucerid
Buenisimo!!... osea que le hiciste el mejor marketing al colega de la tienda