Seis por ocho (6): la camisa de Amelia




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Compendio I


Ahora sé que es cierto que “el sexo rompe tabúes”. Durante el resto de la semana, no extrañé a Marisol.
Descubrí que mi suegra era una golosa y que no importaba el discurso de “Lo hago sólo para ayudarte…”. De alguna manera, me había embarcado en su plan y lo que era peor, me estaba gustando.
A partir de la mañana siguiente, aparecía a eso de las seis para darme mi mamada matutina.

Seis por ocho (6): la camisa de Amelia

Me decía que “lo hacía solamente para que no extrañara a Marisol”, a lo que yo también respondía de acuerdo.
Y aunque su estilo era más rápido y violento que el que acostumbraba, ver esos enormes pechos balancearse me ponía más duro todavía.
Incluso ella parecía acostumbrarse al volumen de mi carga. Aunque las tres primeras mamadas, mis jugos se escapaban aparatosamente a través de sus labios, en el cuarto intento lo logró, aunque ahogándose un poco.
Supongo que para ella fue algo así como una victoria personal y como yo había sido el solitario testigo de su triunfo, limpió mi verga usando su lengua detalladamente.
Claro que una corrida en su boca no me bajaba completamente la erección, me permitía ir a desayunar sin llamar demasiado la atención.
A mi cuñada Amelia le pareció extraño el cambio de actitud de su madre.

tetona

La notaba más alegre y refrescada. También le preguntó que por qué no se había hecho un sándwich de huevo como todos los días.
Le respondió que había descubierto una bebida energética nueva, llena de proteínas, que la mantenía más alerta y mientras mordisqueaba su manzana, me daba un guiño cómplice.
Mi suegro ni siquiera se percató. Estaba algo irritado porque los combustibles volvían a subir y tuvimos que escuchar nuevamente su monologo repetitivo del plan del gobierno para hacernos todos más pobres.
Amelia le preguntó a mi suegra si podían ir a comprar camisas nuevas, ya que las que usaba les estaban quedando pequeñas.
Mi suegro se enojó de golpe, diciendo que las cosas estaban más caras y que debía arreglársela como pudiera. Pero mi cuñada le respondió que la directora la había llamado a su oficina dos veces, porque algunos profesores dijeron que estaba “empezando a vestirse provocativamente” y que siendo un colegio religioso, no estaban permitidas las actitudes indecorosas.
De nada le valió a Amelia explicar que eran cosas que iban más allá de su control.

Sexo anal

Los dos botones se rehusaban a cerrar y el escote que se formaba era completamente involuntario. Pero la directora le advirtió que si volvía a escuchar un comentario más de un profesor, la suspendería.
Mi suegro empezó a gruñir por lo desconsiderada que era la directora, mientras que mi suegra trataba de pensar en alguna solución.
No había mucho dinero, aparte del necesario para comprar los víveres de la semana. Debía escoger entre comer todos los días o vestirse de esa manera.
Aunque masticaba mi tostada en silencio, trataba de no pensar demasiado en la situación. Ya era difícil ver a mi cuñadita en su pijama transparente sin tener mi pene en completo esplendor, pero la idea de que vistiera de escolar, con el pecho escotado, me hacía recordar los personajes de animé que les estallaba la nariz.
Les dije que si deseaban, yo podía comprarle algunas camisas. Mi suegro bajó el periódico y me miró radiante; mi cuñada, con ojos brillantes repletos de ilusión y mi suegra, algo incomoda por mi propuesta.
Fue ella quien me dijo que no era necesario, que ya hacia mi parte con pagar la renta de Marisol y la de vivir en esa casa, pero le respondí que con los viáticos de mi nuevo turno podía cubrir algunos gastos adicionales.
Mi suegro me celebró, dándome una estrepitosa palmada en la espalda y Amelia se paró y me dio un efusivo abrazo (que me hicieron sentir el volumen de sus pechos) y me dio unos cuantos besos en las mejillas.
Al ver mi bulto, mi suegra ordenó a Amelia que se duchara, ya que se le haría tarde para la escuela y también ordenó a Don Sergio que preparara a Violeta para el colegio.
Mientras recogía los platos, mi suegra me preguntó si en verdad iba a hacer eso y le respondí que sí, que no era distinto que fuera Amelia, Violeta, Marisol o incluso ella misma. Si podía tenderles una mano, lo haría sin mirar mi bolsillo.
La respuesta pareció enternecerla y me dio un cariñoso abrazo, susurrándome al oído que se encargaría de recompensármelo.
Una vez vestida (y pudiendo comprender por qué un grupo de profesores se vería bastante complicado de tener una alumna vestida así), acordamos con Amelia ir el sábado por la mañana al centro comercial. Se despidió, dándome un beso en la mejilla y se fueron en el auto.
Como dije, “El sexo rompe tabúes” y si antes, lavar y guardar la loza tomaba unos diez minutos, con mi suegra lo hacíamos en dos.
Se apoyaba nuevamente en la mesa, abría sus piernas y me empezaba a guiar el ritmo.

Suegra

Mi suegra Verónica tiene dos reglas canonícas, respecto al “sexo casual”, como le dice ella: la primera, que el contacto entre mi pene y su vagina estaba prohibido y la segunda, que podía tocar sus pechos por detrás, pero no sus pezones. Pellizcos y agarrones estaban prohibidos.
Era difícil, porque inconscientemente se iba mi verga a su conchita y un par de veces, mi glande acarició sus labios, solamente para ser regañados por mi suegra.
Pero mi suegra había olvidado dictar una regla sobre el clítoris y cada vez que le rompía el trasero, ella reclamaba por mis manos.
Yo me excitaba más, diciendo que no había dicho nada al respecto y que por lo tanto, quedaba libre. A pesar de que gemía de placer, ella decía que no era así y que quedaba implícito a partir de su primera regla.
Pero como todo lo que decía, era de la boca para afuera, ya que ella misma tomaba mi mano y me mostraba cómo debía sobar su botón.
Cuando se estremecía dos veces seguidas, sabía que estaba por venirse y soltaba mi carga. Si me quedaban más dudas, coincidía también cuando me soltaba la mano y posteriormente, sus jugos vaginales manchaban mi mano.
Verónica es orgullosa y no admitía su orgasmo. Sólo me decía que estaba mejorando y que todavía necesitaba más práctica. Después íbamos a ducharnos y ella me daba otra mamada para limpiar mi verga.
En total, lo hacíamos cinco veces al día: la mamada matutina, la penetración después del desayuno, la mamada de la ducha y en la noche, a eso de las dos de la mañana, una mamada nocturna y una penetración en la cama, donde mi único consuelo aparte de correrme en ella era ver la sombra de sus majestuosos pechos subiendo y bajando.
La madrugada del sábado, solo tuvimos la mamada matutina. Como era libre, el desayuno dependía de cada persona. Mi suegro dormía hasta el mediodía, porque los viernes se iba de juerga.
Amelia apareció a eso de las nueve en mi habitación. Había aprovechado de bajar la ropa sucia para meterla en la lavadora y entró justo después de ajustarme el pantalón.
Como estaba sin camisa, me preguntó si era muy exigente el trabajo de la faena, ya que me habían empezado a aparecer pectorales. Al parecer, el movimiento de cadera había ayudado un poco a mi nada atlético físico de ingeniero.
Le dije que no era tanto, pero que debía estar subiendo colinas todo el tiempo. Entonces me preguntó si me faltaba mucho para vestirme, a lo que le dije que solo necesitaba la camisa y ya.
Ella se puso contenta. Marisol me había dicho que su hermana era más ladina, conducta aprendida por su padre y que ella sólo se movía por interés. A su madre le preocupaba que algún día acabara convirtiéndose en prostituta, pero a pesar de todo, era una niña de buenos sentimientos.
Su madre bajo al rato, con su bailarina y descubierta delantera, seguida de Violeta, preguntándonos si ya estábamos listos para partir.
Como fuimos en autobús (el tacaño de mi suegro no quiso prestarnos su auto y para colmo, tuve que cancelar el pasaje de los tres adultos), me tuve que sentar al lado de Amelia, mientras que mi suegra iba adelante con su hija menor.

cunada

A medida de que se llenaba el bus, varios pasajeros varones se empezaron a parar en torno nuestro y la razón eran los pechos descubiertos de mi suegra.
Amelia me confesó que sentía envidia de Marisol. Sus pechos no eran tan grandes y a ella le duraba mucho más la ropa. Además, se sentía incomoda por ser el centro de atención a donde fuera y por esas razones, prefería usar camisas, poleras, chaquetas y abrigos que le ayudaran a esconder sus voluminosos pechos.

Seis por ocho (6): la camisa de Amelia

De hecho, ella vestía una polera blanca, manga corta, con un diseño de un perrito por encima de sus pechos, que la cubría hasta el cuello. Sin embargo, al haberse sentado de lado de la ventana y por tener el sol radiante, se transparentaba con la luz y podía distinguirse sin mucha dificultad la sombra de su sostén e incluso, al estar en una posición tan cercana, podía adivinar la punta de sus pezones.
Pero a Amelia siempre la había visto dulce e inocente, por lo que no pensaba cosas indecorosas. La quería como si fuera mi hermana, ya que era la hermana de Marisol.
Cuando llegamos al centro comercial, le pregunté a mi suegra cuánto dinero necesitaba. Mi suegra había dado un estimado, pero Amelia agregó que también necesitaba maquillaje, un buzo nuevo, algo de ropa interior y un traje de baño nuevo, al ver que había sacado una buena cantidad de dinero.
Mi suegra la reprendió, porque no debía aprovecharse de mi generosidad, pero a mí no me preocupó. Le dije que no le había dado regalo de cumpleaños y que esta forma era para compensar esa falta.
A Amelia se le iluminaron los ojos cuando le di la mitad del dinero a mi suegra y ella trató de excusarse de que no era necesario tanto.
Le dije que en realidad no me importaba. Tenía más ahorrado y había retirado eso para comprar algunos recuerdos para Marisol y algunos regalos para ellas y mi suegro.
Mi suegra me miró nuevamente, como si se conmoviera por mi gesto, pero no le di gran atención.
Me despedí de Violeta, que ya andaba correteando las palomas y Amelia me dio un cariñoso abrazo, ya que nadie le había hecho un regalo como ese. Abracé finalmente a Verónica, que me besó en la mejilla y me susurró las gracias, mientras podía sentir cómo se juntaba su entrepierna con mi verga.
Las dejé ahí y me dirigí a la estación de buses. Pero en mi camino, divisé algo interesante y me desvié, temporalmente, de mi ruta.


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