La boca de Berenice

Berenice fue la primera novia 'seria' que tuve, si se puede hablar de seriedad entre dos personas que apenas terminan la preparatoria. Teníamos apenas 18 años y la vida por delante. Nuestros cuerpos, ansiosos por aprender, se buscaban a cada oportunidad que se nos presentaba.
Por eso mis dedos, casi todo el tiempo, se encontraban pellizcando sus pezones o acariciando su colita mojada.
Como ustedes recordarán, ella no fue la primera mujer con la que tuve sexo, pero yo sí fui el primer hombre que la penetró, aunque a ese punto llegaremos en otra ocasión.
Nuestra relación fue, desde un principio, bastante apasionada. Nos besamos por primera vez en la pista de baile, donde nuestros cuerpos, por desgracia cubiertos de tela, se acoplaban a la perfección.
Después de eso los besos eran lo más inocente que hacíamos en público. Dos semanas después de que nos convertimos en pareja, sus piernas estaban siempre abiertas para mí, aunque la ropa interior no desaparecía.
Más o menos por esas fechas tuvimos mi casa sola por primera vez. En aquel entonces yo aún vivía con mis padres y ella también, por lo que se nos dificultaba encontrar un momento para desnudarnos y convertir nuestros cuerpos en vapor y carne caliente.
Eran las cuatro de la tarde. Ella llevaba encima una blusa blanca que se ajustaba a sus deliciosos pechos, no llevaba sostén, y pantalones de mezclilla entallados. Los hilos de su tanga se asomaban en su cadera. Ella tenía el cabello negro y caía, ondulado, hasta la mitad de su espalda. Además, una hermosa sonrisa perlada coronaba su rostro, color café con leche.
Corrían los primeros meses de septiembre y la temperatura del ambiente había bajado bastante, pero ahí, en mi cuarto, eso no tenía importancia. Lo único que destacaba eran sus pezones, endurecidos por el frío, que buscaban romper su playera. Mis padres, que confiaban en la inocencia de su hijo, subieron para avisarnos que saldrían durante un par de horas, por lo que la casa se quedaría sola.
Tan pronto escuchamos el sonido de las puertas que se cerraban y el motor de un coche que se alejaba, nuestros labios se buscaron como imanes.
Rápido, mis manos recorrieron su contorno, sobaron sus pezones por encima de su ropa, estrujaron sus nalgas aún enfundadas en los pantalones, acariciaron sus piernas. Sus pechos se estremecían bajo el paso de mis dedos.
Diez minutos más tarde, sólo sus calzones quedaban sobre su cuerpo. Yo estaba convencido de que en esa ocasión por fin cogeríamos, pero me equivocaba. Llegado a ese punto intenté arrancar sus pantaletas con un poco de desesperación, pero su mano tímida me detuvo. Aún no, me dijo. Luego se dio media vuelta y puso el culo sobre mi verga, también cubierta por el calzón. Una mancha oscura comenzaba a aparecer en su panti, y los gemidos no tardaron en subir por su garganta.
Al principio sólo le acariciaba el coño por encima de la tela, pero mientras más gemía y se retorcía, me di cuenta de que podía empezar a dedearla. Por eso le quité, con mucha delicadeza en esta ocasión, la pantaleta. Su vello púbico aparecía cubierto por una fina capa de rocío, sus labios bien abiertos, carne rosa y mojada entre mis dedos. De pronto, ella se dio cuenta de lo que pasaba y se levantó. No quiero coger todavía, dijo un poco molesta.
No importa, le respondí. Ella me quitó los calzones y comenzó a jugar con mi verga. Levántate, me dijo. Sus dedos iban de arriba hacia abajo, sostenían mis testículos y presionaban mi glande con curiosidad. Nunca había visto una de verdad, me dijo. La tomé por nis nalgas y dejé que mi pene acariciara su estómago, y, durante un instante, tocó la humedad de su puchita.
Para evitar tentaciones, la acosté sobre la cama y le abrí las piernas. Comencé en su boca y, con muchísima lentitud, bajé. Sus pezones me llenaban la boca, su ombligo tembló bajo mi lengua, hasta que llegué a la cueva del tesoro.
Olía delicioso. Y palpitaba. Se contraía de manera periódica. Le tallé el coño con los dedos y, mientras lo hacía, le dije: "acaríciate las tetas". Sus manos comenzaron a pellizcarse los pezones y jugar con ellas. Mientras, con dos dedos separaba sus labios y con la lengua acariciaba su clítoris. Y mi lengua comenzó a penetrarla, y mis dientes a mordisquear un poco. Ella estaba tan mojada que escurría, y sus jugos me llenaban la boca.
De pronto, sentí cómo sus piernas comenzaban a apretarme el cuello, hasta que no pude más y me despegué. Creo que me vine, dijo con una sonrisa. Yo tenía el pito más duro que una piedra, y sus manos encontraron el camino hacia él con muchísima velocidad. Subió el ritmo y cerré los ojos. Murmuraba cosas como sí, así, y perdí el control. Ambos estábamos desnudos, y ella se puso de rodillas y se metió mi verga en la boca. Su lengua se enroscó en mi alrededor, sus manos seguían el ritmo de su boca y, en poco tiempo, estuve al borde del orgasmo. Ella seguía chupando, y acariciandome los güevos, y de pronto, sus manos en mis nalgas. Sus labios rodeando mi verga, mi pito penetrando hasta su garganta y entonces le dije: "ya no aguanto más, voy a venirme".
Ella se puso los dedos de la mano izquierda entre las piernas y se acarició un poquito. "Vente en mis tetas, papi, vente en mis tetas", me dijo. Dos dedos estaban en su interior, la mano derecha me masturbaba y la punta de su lengua me daba leves golpecitos en el glande.
Y entonces mi leche le baño el cuerpo. El primer chorro le dió en la cara, y las últimas gotas le decoraron los pezones. Al final, se animó a probar un poco y limpió mi pene. Ella se reía, dijo que no sabía tan mal. Le pregunté si le había gustado que le chupara la panocha; al mismo tiempo, deslicé un dedo en su interior y presioné. Ella gimió y dijo que le encantaba.
La semana siguiente me dejó penetrarla, pero de eso hablaré en la próxima historia.
¿Quieren fotos de Berenice? ¡Dejen sus comentarios!

0 comentarios - La boca de Berenice