Triángulo de 3 (o de 2)

Ésta es una historia de 2 historias, o de 3… no sé. Todo depende del punto de vista de cada uno.

Que tu imaginación decida, finalmente, esta historia.

Pese a saberse infiel… la amaba con locura, como jamás se amó nunca a una mujer. De sólo pensar que su amor era tan profundo y puro la idea de la infidelidad se desvanecía en la nada misma. La respetaba como si disfrutara de la única mujer que hubiera pasado por su vida. La protegía hasta en las más mínimas oportunidades, de los más mínimos peligros… como cuando iban al hotel, en un descuido, al mediodía, para amarse como nunca antes se habían amado, cuidando todos los detalles para no ser descubiertos.

Preparaba la habitación con velas perfumadas, apagaba las luces y descorchaba un Malbec apenas frío para dedicarse a quedar extasiado con su figura desnuda. Recorría tímidamente sus pechos, como si no quisiera perturbarla, concentrándose en el disfrute que devolvía su carita, y en el ronroneo que se escapaba suave, de su garganta. Acariciaba su pubis como si fuera una escultura de mármol de Miguel Ángel, cuidándose muy bien de no lastimarlo. Besaba sus labios (los mayores y los menores) y cuando notaba que era el momento exacto, se dejaba llevar por el instinto y la amaba como jamás había permitido que la amaran.

Dulce, suave y profundamente.

O como siempre, desde que habían comenzado la relación pecaminosa de mutuo acuerdo. Porque si bien ella sabía que era casado, convengamos que le gustaba y mucho la forma en que la trataba y protegía y respetaba. Pese a todo y pese a nada, sabía que debía resignarse a ocupar el segundo lugar en su vida.

Igualmente, lo amaba con el mismo tipo de misma locura. Y podría decir que el gesto se devolvía como corresponde, en el silencio que ella había prometido solemnemente no romper bajo ninguna circunstancia. Confiaba en su palabra y sabía muy bien que no la quebraría, porque era una mujer única. Indigna del amor de Teodoro por eso de ser la segunda. Pero, si el matrimonio no hubiera existido, sería la reina de su pequeño mundo.

De sólo pensar que le rogaba le permitiera amarla en la sombras, demostraba cómo la quería.

Sin embargo, otro personaje tenía libreto en este relato.

Vivía de noche. De la noche. De esa noche que sabemos no nos enseña nada.

Equivocado.

Él sabía. Había aprendido las lecciones de la noche y conocía demasiado bien cómo se debía tratar a una mujer. Dejaba de lado el típico verso de boliche con minita recién conocida y permitía que la dama en cuestión se acercara por sí sola, rogando que la abrazara, como para sentirse más segura de sí misma. Una vez logrado esto, llegar a un telo o usar el auto como uno era nada. Menos que un paso. Le iba bien. Había perdido la cuenta de la cantidad de mujeres a las que les había hecho el amor. Y seguía siendo fiel.

Fiel a la mujer que se le acercara cada noche.

En la cama era salvaje, violento. Si bien actuaba como toda mujer querría que un hombre actuara con una dama, una vez encerrados en el cuarto y desnudos frente a frente, era una bestia incansable e interminable. Ya en el juego previo las dejaba más que tranquilas. Imaginar lo que venía después es digno de un libro. Muchas veces, sus compañeras casuales le habían pedido que terminara de una buena vez porque no tenían más orgasmos para dar. Y él, una vez realizada la tarea en cuestión, volvía a pedir más. Quería más. Mucho más.

Cuentan por ahí que solamente un par de mujeres le dieron la oportunidad de más recibir más amor a cambio de nada.

Ahí están, llorando cuando sus maridos gordos y malolientes, quieren hacerles el amor.

Ella cayó en sus redes. La enamoraron sus ojos celestes y su voz de galán de radio. Se dejó llevar por las salidas a las que él la invitaba y mientras era amada irracionalmente pensaba en las velas perfumadas, el Malbec apenas frío y las luces apagadas. Clavaba las uñas en su espalda mientras gemía y extrañaba esas caricias en su cuerpo, que le erizaban la piel. Todo un sinsentido. Una contradicción que solamente su sexo podía comprender.

Dulcemente bestial.

Se dejó amar muchas veces pese a lo infiel de la relación, sabiendo que pasarían algunos días para volver a ser amada como suponía que quería ser amada.

Tuvo una idea: que sus 2 amantes se conocieran y compartir entre los 3 ésa cama de hotel que ya conocía las curvas de su cuerpo.

Convinieron un fin de semana en el que, previo café, sellaron el pacto de amor que los uniría para siempre.

Como Doña Flor.

Permítanme llamar a uno de ellos Theodoro y al otro Vadinho. El hombre y la bestia.

Y ella en el medio de la cama.

Acariciada, respetada, querida y mimada y desgarrada hasta lo más profundo de su ser, mordida y transpirada.

La amaron los 2 a la vez. La dieron vuelta y la pusieron en más posiciones de las que sabía o creía saber. Desaparecieron las sábanas de la cama y el lecho fue la alfombra, el vanitory, la bañadera y hasta una de las sillas de la habitación.

Se fue a bañar. Se sentía sucia, el pelo revuelto y los músculos doloridos.

Salió envuelta en un toallón mientras se secaba el pelo y lo que vio la asustó.

Sus 2 hombres estaban muy ocupados como para prestarle atención, besándose apasionadamente. Prefirió mirar cómo se amaban y cuando decidieron aumentar la intensidad de la frecuencia amatoria que presagiaba un final feliz, lo pensó apenas segundos.

Tiró el toallón al piso, pidió permiso por la interrupción y quedó de nuevo en el medio de la cama, húmeda como estaba por el baño y la visión erótica de sus amantes.

Las luces se apagaron.

La botella de Malbec rodó por el piso, vacía.

Y ella volvió a gemir.

Una vez más.

3 comentarios - Triángulo de 3 (o de 2)

Mathaxa
Que manera de definir a una amante!!!
Por supuesto que son tres!!!
Solo que desde la perspectiva de uno de los amantes!!