el verano que aprendi a gozar

Sin saberlo, durante los primeros ocho años de mi matrimonio fui una mujer insatisfecha, me casé con el traga, cuadro de honor, también lo era yo.
Llegué virgen al matrimonio y él también, o por lo menos no había aprendido nada.
Era muy ingenua, imagino que era la “boluda”, realmente lo era, me vestía como monja, no resaltaba mis atributos que por suerte los tengo.
Los veranos la pasábamos en playas tranquilas, veraneábamos en Marzo, así que las playas en los lugares que elegíamos estaban casi desoladas.
Un verano, alquilamos una quincena en Mar del Sur, el chalecito quedaba a 500 ó 600 metros de la playa, para arribar al balneario atravesábamos un camping, donde había cuatro o cinco carpas desparramadas.
Las tardes ventosas, nos obligaban a guarecernos en los médanos, por la noche tomábamos el auto y nos íbamos a cenar y pasear por Villa Gesell. En uno de esos viajes conocimos a Juan, un acampante solitario que nos hizo dedo para ir a Gesell. Muy instruido, de pocas palabras sólo nos refirió que se había tomado un tiempo para ordenar su vida; su diálogo y sus miradas me tenían a mi como única destinataria, ignorando por completo a mi marido.
Al día siguiente, al llegar a la playa, intrigada lo busqué con la mirada, lo encontré sentado leyendo un libro, invité a mi esposo a caminar buscando pasar cerca y así procurar un encuentro casual.
Me saludó, casi ignorando a mi esposo, seguimos nuestro camino hasta donde estaban nuestras cosas unos 100 metros. Disimuladamente miré y advertí que él me seguía con la mirada.
Al mediodía horas siguiendo la rutina volvimos a la cabañita a comer un almuerzo frugal; como mi marido es de piel muy blanca procuramos tomar sol en los horarios donde los rayos infrarrojos no le causaran quemaduras. Después de almorzar, yo leía mientras mi esposo dormía una siestita para retornar a la playa alrededor de las cinco de la tarde.
Ese día, cuando se acostó me fui a caminar; realmente mi intención era encontrarme con Juan. De lejos divisé su carpa pero él no estaba; traté de pasar lo más cerca posible y tomando por una calle hacia la playa, lo encontré preparando su equipo de pesca en la entrada al balneario. Al verlo sentí cómo me enrojecía y los nervios me hicieron tartamudear; me saludó y preguntó si estaba sola. Ante mi respuesta, que fue extensa a raíz de mi timidez y nervios, ya que le conté que mi marido dormía la siesta, me sugirió caminar conmigo si no me molestaba. Pasamos por su campamento, dejó su equipo y tomó una lona.
Caminamos rumbo al Faro Querandí, por esos bosquecitos que rodean el camino.
De profesión médico, viudo hacía unos meses, se encontraba tomando un respiro para ordenar su futuro, porque su vida había cambiado tan inesperadamente que se sentía agobiado, esa era su historia.
Cerca de las cinco emprendimos el regreso; me encontraba fascinada, su charla amena me había cautivado… Nos despedimos, para lo cual acerqué mi mejilla pero a su beso lo recibí en la comisura de mis labios. El día siguiente amaneció lluvioso así que fuimos a Villa Gesell, hicimos compras, almorzamos en el centro y volvimos para la siesta de mi marido.
Pese a la llovizna, agarré una campera y en silencio fui a dar una vuelta, estaba en su tráiler debajo del alero. Sentí la sensación que me esperaba, me hizo señas y vino a mi encuentro. La llovizna arreciaba. Me tomó de la mano y me llevó a guarecerme a su campamento. Me saqué la campera empapada, me ofreció abrigo, inconscientemente comenté que jamás había acampado y menos en un trailer; me invitó a entrar, por cortesía no acepté, pero él insistió y muerta de vergüenza entré.
Los médicos tienen fama de ordenados, él no era la excepción; todo en su lugar, buscó el suéter y comenzó a ponérmelo. Cuando saqué la cabeza, me acarició el pelo y el cuello, yo inmóvil sonreía; comenzó a frotar mi cuerpo con sus manos dándome calor hasta quedar aprisionada en sus brazos mientras me preguntaba “¿Pasa el frío?”… Así permanecimos un minuto, sin dejar de abrazarme buscó mi mirada y sonriendo me besó en la boca. Beso tras beso, cada uno más intenso, más húmedo, su lengua se abría paso en mi boca, eso me encendió, lo abracé y colgada de su cuello lo besaba como pidiéndole que me cogiera. Entonces sacó la colchoneta del catre, la tiró al piso, me recostó, permaneció sentado a mi lado y recorrió con la mirada todo mi cuerpo, para depositar su mano en mi pubis, sobre el cierre de mi short. Cerré los ojos, incliné la cabeza hacia el costado opuesto y comencé a sentir cómo sus deditos buscaban mi cachuchita, entrando por entre mi muslo y la pierna del short. Comenzó a masturbarme, yo ya estaba empapada, por lo que empecé a contorsionarme de placer; lo dejé hacerme lo que quería. Estaba tan abstraída de todo, que mis sentidos sólo estaban pendientes de sus caricias, no quería abrir los ojos porque si lo hacía tenía miedo de rechazarlo y realmente necesitaba estar con él.
Escuché ruiditos que delataban que se desnudaba y luego sus manos comenzaron a desprenderme el cierre. Sentí sus labios susurrarme al oído “Vení” y atrayéndome con sus brazos hacia él, dejé que me guiara. Me acomodó sobre la colchoneta y ahí pasó lo increíble comenzó a cogerme literalmente con su lengua.
Estaba tan nerviosa, asustada, confundida, y paradójicamente tan enamorada y caliente que me avergonzaban el placer y el amor exorbitante que sentía. Lo miré a los ojos, lo abracé y lo besé; el fue desplazándose hasta que, arrodillado frente a mí, puso su pija frente a mi boca y sin ninguna experiencia -jamás lo había hecho- comencé a chupársela tratando de causarle el placer que su lengua me había proporcionado a mí. Estaba muerta por él. Cuando él lo decidió, se apartó, se prendió de mis tetas, tanteó con sus dedos mi concha y me la metió hasta el fondo. En instantes me hizo acabar, puso sus manos debajo de mis caderas levantándolas para facilitar la penetración; ahí comencé a sentir lo que era realmente ser cogida por un hombre. Me hizo acabar otra vez mientras él seguía complaciéndome. Me puso sobre él, supongo que al ver mi inexperiencia colocó su manos en mi cadera y comenzó a moverme haciéndome acabar una vez más antes de explotar dentro de mí.
Qué placer, qué hermosura, nunca había experimentado eso con mi esposo. De pronto volví a sentir que el orgasmo llegaba otra vez; lo besé porque estaba amándolo locamente mientras sentía cómo su pija latía llenándome de semen.
Sentí unos ronquiditos mientras dormitaba encima de mí La tormenta continuaba, eran cerca de las cuatro cuando el frío lo despertó; buscó una manta, yo amagué irme pero él hizo carpita con la manta y comenzó a besarme las lolas y a manosearme otra vez. Yo busqué su pija con mis manos y la fui sintiendo crecer, y así tapaditos volvimos a coger.
Volví a la cabaña cerca de las seis de la tarde, ya había parado de llover. Mi esposo, por quien no sentí ningún remordimiento -al contrario, lo ignoré- estaba tomando mate y se quedó tranquilo con mi respuesta: “Fui a caminar y me quedé charlando con Juan, el señor que llevamos a la villa”.
Me fui a duchar y a pensar en Juan.
Garchamos tres veces más antes de volver a Buenos Aires.

fuente:La Mary (Capital) testimonios eroticos

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