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Soy Puta (8,9,10)

8

Por la tarde fue de tiendas y terminó cenando en un restaurante. Allí una pareja de tipos con traje y corbata se fijaron en ella y le tiraron los tejos, preguntándose qué hacia una mujer tan guapa como ella cenando sola en aquél restaurante. Ella les dio cancha y terminaron yéndose de copas por ahí.

Al parecer los tipos estaban de congreso y buscaban un poco de diversión y relax después de la pesada jornada de conferencias y reuniones. Ambos estaban casados, aunque ninguno llevaba el anillo puesto. Lucía podía olerlos desde la otra esquina del local. Sus ansias de aventura y emociones fuertes los delataban, eran como chimeneas, calientes y humeantes buscando sexo sin complicaciones.

Les siguió el juego y al final de la noche les soltó que si querían pasarlo bien ambos a la vez con ella tendrían pasar por caja. Los tipos se miraron extrañados al principio, pero tras el calentón de roces a los que los había sometido aquel animal sexual, sus mentes estaban nubladas y lo único que querían era descargar sus reservas de esperma en cima de su joven y blanco cuerpo.

Ella les prometió montárselo con los dos a la vez y saciarlos hasta que no pudiesen más... y así fue. La llevaron a su hotel, era sólo de cuatro estrellas pero estaba bien cuidado. Se lo montaron en la habitación de uno de ellos. Lucía los calentó con uno de sus stripteases. Los tipos, con las camisas desabrochadas y sentados en las camas individuales aullaron de placer mientras sus pupilas encendidas ya la habían desnudado con la mirada.

Uno de los tipos era mayor que el otro, y estaba algo más gordo, el otro era de complexión delgada y fibrosa. Lucía cumplió con ambos según había prometido, primero se la chupó a los dos a la vez, eso si con el paraguas puesto, hoy no quiso arriesgar ni un segundo chupándosela sin él. No le gustaban especialmente pero tenía que trabajar y en una noche sacaría el doble en el mismo tiempo, qué mas se podía pedir.

Primero se la folló el más mayor. Decidieron encularla a cuatro patas mientras ella se la chupaba al otro al mismo tiempo. Luego se cambiaron las tornas, y el otro ocupó su lugar.

El más delgado y joven empujaba con más ímpetu y ganas, Lucía aguantaba las embestidas como podía, pero por suerte tanto empuje acabó por pasarle factura y se corrió sin remisión en pocos minutos. Al otro le costó, tuvo que chupársela un rato más y finalmente se puso encima de él y lo machacó con su culo saltando sobre sus talones en cuclillas sobre la cama, clavándose su polla en su coño profunda y violentamente hasta que le arrancó el orgasmo y escurrió su semen llenando el condón. Ambos acabaron con sus pollas y bolsillos vacíos. Después de follar quisieron escatimarle la paga así que Lucía amenazó con comenzar a gritar y chillar, que la estaban violando.

Los tipos inmediatamente dieron marcha atrás en sus intenciones y le pagaron lo convenido, pues, lo último que querían era ver aparecer a la policía en sus habitaciones y terminar la noche declarando en comisaría.

Lucía recogió el dinero y se marchó inmediatamente. Con la precipitación, cuando llegó a la recepción, se dio cuenta que no llevaba bragas. Sin duda sus clientes se pelearían por aquel inesperado trofeo de su congreso y lo guardarían con celo, lo olerían en las noches solitarias, mientras lo ocultaban a los ojos de sus esposas y recordarían aquella noche de desenfreno y placeres prohibidos para los hombres casados y "formales".

Mientras cruzaba el hall vio como el chico joven de la recepción la miraba, notó el deseo en sus ojos y observó como se humedecía los labios con la lengua, luego prestó atención a su compañera recepcionista que también había puesto los ojos en ella, pero su mirada delataba otra cosa, ira, despecho, desprecio o tal vez fina envidia.

Con su vestido de firma, tacones altos y garboso cuerpo Lucía salió por la puerta del hotel, dejando atrás el aquel hall impecable de suelos cristalinos de mármol rojo combinado con beige finamente pulidos.



9

Al día siguiente Lucía repitió la rutina de la mañana anterior, se levantó tarde, desayunó y salió ha hacer deporte. Se sentía bien, su cuerpo le respondía y su juventud insultante para las amas de casa que volvían de la compra mientras las pasaba con su grácil forma de correr, como una gacela en la estepa. Despertaba toda clase de miradas y gestos de desaprobación de aquellas mujeres con sus vidas aburridas y monótonas.

Hoy decidió no acosar a Fran, tampoco era plan de estar todos los días encima del muchacho y lo dejó descansar. Así que salió a comer fuera y pasó la tarde paseando a las afueras de la ciudad, en un parque que habían inaugurado recientemente. Se llevó su ebook y se sentó a leer en un banco, mientras veía a la gente caminar, oía el canto de los pájaros y palomas de los árboles cercanos y el agua salir a borbotones de las piedras de un estanque cercano, donde los patos montaban guardia en su reino, el reino del estanque.

Por la noche decidió invitar a su vecina a cenar, así que como no era precisamente mañosa con la cocina, decidió llevársela preparada de un restaurante de comida casera donde también repartían a domicilio. Se presentó en la puerta de su vecina, la saludó dándole sendos besos a ella y a Fran, que salió a recibirla raudo y veloz nada más oírla hablar con su madre, mostrándole la mejor de sus sonrisas.

Estuvieron en su piso, Ángeles la felicitó por la exquisita decoración a estilo moderno con detalles orientales en las cortinas y en los cuadros. Comieron y conversaron hasta que Fran denotó los primeros síntomas de cansancio. Ángeles le dijo que bajaría a acostarlo, pero antes le susurró al oído preguntándole si le apetecía seguir charlando a solas en su piso cuando lo acostara. Lucía por supuesto aceptó.

Ya de vuelta, Lucía le ofreció un licor, un Fray Angélico bien frío y Ángeles se lo agradeció.

- Verás Lucía, es que me gustaría contarte algo... -comenzó a decir.

- Pues tú dirás Ángeles -respondió Lucía invitándola a seguir.

- ¿Recuerdas nuestra conversación del otro día? -preguntó.

- ¿A qué te refieres? -disimuló Lucía, aunque ya sabía por donde iban sus intenciones.

- Resulta que Fran está peor... el otro día estaba yo planchando y lo vi venir. Venía muy sonriente y cariñoso, hasta me dio un beso. Yo también lo besé, claro inicialmente no sospeché nada -continuó-.

<<Pues eso, que estaba yo planchando y lo veo que me abraza por atrás y me pega su... bueno su cintura y luego sentí que la tenía dura, ¡vamos que estaba empalmado y me la pasaba por el culo!

Yo no supe cómo reaccionar así que le regañé e intenté zafarme de su abrazo, pero él me retuvo, hasta me besó en el cuello y siguió achuchándose contra mi. Yo me asusté un poco, porque él es tan grande que no podía quitármelo de encima así que me giré, le empujé lo más fuerte que pude y le di una bofetada.

Total que él se llevó la mano a la cara, la verdad es que le di fuerte, y terminó echándose a llorar, entonces me arrepentí de haberlo hecho y lo consolé. En ese momento parece que se aplacaron sus ansias y no volvió a intentar meterme mano.>>

- Pues vaya Ángeles, no sé qué decirte -añadió Lucía.

- Es que ya no sé qué hacer, lo noto inquieto últimamente. No sé si ir llevarlo al médico -afirmó desconsolada.

- A lo mejor con el tiempo se le pasa, ¿no?

- ¿Tú crees? -preguntó mostrando su deseo de que el problema desapareciese sin más.

- Pues si, tal vez, ten un poco de paciencia mujer -continuó Lucía animándola.

- Oye, está bueno este licor, pero se me está subiendo a la cabeza -sonrió Ángeles.

- ¿Te gusta, yo es el único que bebo?

Siguieron conversando distendidamente, y Lucía aprovechó para conocerla mejor.

- Bueno Ángeles, nunca te he preguntado por tu vida anterior a conocerte y la verdad es que tú tampoco me has hablado mucho de eso. Si no quieres hablar, lo entiendo, pero siento curiosidad por saber por qué estás sola -la interrogó finalmente Lucía, pues le inquietaba esta ausencia de marido o parientes.

- ¡Oh hija, si es cierto, no hablo mucho de mi! En fin, no hay mucho que contar, estuve casada y luego tuvimos a Francisco, con su enfermedad nos vinimos abajo y mi marido, tal vez a causa de las preocupaciones de su enfermedad, tuvo un accidente de tráfico y murió.

- ¡Oh qué triste, ahora entiendo que no quisieras hablar de estas cosas! -dijo Lucía mostrando su arrepentimiento.

- No te preocupes eso pasó ya hace diez años... si diez años -asintió Ángeles-. Ya lo tengo más o menos superado, luego vino mi madre a vivir con nosotros, y hace unos seis meses nos dejó también, la pobre apenas sufrió, una mañana al ir a despertarla ya no respiraba. Según me dijeron los médicos se fue mientras dormía, ya que tenía el corazón tocado y dejó de latir.

- Tal vez esa sea una buena forma de morir, bueno no se, era tu madre, lo siento -se corrigió Lucía dándose cuenta que a lo mejor ella no se lo había tomado de forma tan liberal.

- No te preocupes, era lo inevitable y estaba muy mayor la pobre, es lo mejor que le pudo suceder, pasar al otro lado sin sufrimientos finales.

- En fin, no era esta mi intención cuando te he comenzado a preguntar por tu pasado. Yo más bien me refería a que me parecía extraño que vivieses sola con Fran, no se, parece complicado, pero nunca has pensado en rehacer tu vida.

- ¡Oh bueno! Pues la verdad es que alguna vez sí que lo piensas, pero los años van pasando y te acostumbras a vivir sin un marido. De todas formas cuando vivía con mi madre y con Fran estaba acompañada, no tenía necesidad de alguien más. Aunque bueno por otro lado una no es de piedra, pero ya me entiendes, toda mujer sabe pasar un buen rato a solas cuando lo necesita.

- ¡Oh si claro! Te entiendo perfectamente -asintió Lucía.

- Tú en ese aspecto no debes tener problemas, ¿no? Con ese tipín que luces, ya me gustaría a mi haber conservado mi figura a tu edad. Es la mejor edad de la vida, un cuerpo bonito, pocas preocupaciones y muchas ganas de fiesta.

- Pues si, es una edad muy bonita, yo la estoy disfrutando mucho la verdad -afirmó Lucía satisfecha, realmente no necesitaba abuela.

- ¡Di que si niña, tú disfruta cuanto puedas y mientras puedas! -la arengó Ángeles-. Bueno chica, pues me voy a bajar, que mañana tengo que madrugar para ir al trabajo y levantar a Fran para que vaya al suyo.

- Ok Ángeles, me gustó mucho la conversación contigo.

- ¡Gracias a ti Lucía! Hacía tiempo que necesitaba una amiga con quien hablar, y tú pareces un regalo del cielo en ese sentido -confesó Ángeles mientras se levantaba y se acercaba a Lucía para darle un fraternal abrazo.

Lucía la acompañó a la puerta y la despidió con un buenas noches. Después volvió al salón y terminó el resto de su copa. Pensativa, permaneció en él, en silencio, bajo la luz mortecina de la lámpara atenuada por el regulador al mínimo.

Esta familia le gustaba cada vez, más, quien sabe a lo mejor buscaba el hermano que nunca tubo o la madre comprensiva con la que se podía hablar y que siempre quiso tener. Lamentablemente con la suya no se entendía bien, y ésta estaba casi siempre más ocupada de su "carrera profesional" y del salón de belleza que de su hija. Su padre también estaba volcado en su trabajo, cirujano de profesión y renombre, su hija siempre estuvo en un lugar importante, pero tal vez con excesivos regalos para aplacar su mala conciencia por no dedicarle el tiempo que se merecía.



10

Al día siguiente Lucía decidió ir a la universidad, ya casi había olvidado que seguía siendo estudiante y que estaba matriculada en medicina, por indicaciones paternas como se suele decir, para seguir con la tradición familiar, aunque realmente apenas hubiese aprobado medio curso de primero.

Asistió a unas cuantas clases, la verdad es que el madrugón le pasó factura y la pereza y sobre todo el aburrimiento hicieron mella, haciendo que a las once abandonara las aulas y se dedicara a pasear por los jardines del campus.

Se dedicó a observar a los estudiantes, que holgazaneaban tirados en el césped y no pudo evitar acordarse de su Fran. ¿Por qué hoy no iba a esperarlo al almuerzo y le dedicaba una buena mamada que lo hiciera relajarse? Sin duda su madre se lo agradecería al sentirse menos "acosada". Esta idea la hizo sonreír.

En eso estaba cuando sonó su móvil, resultó ser su cliente fiel, Pedro, que la llamaba para ver si se podían ver esa misma noche. Al parecer el hombre la echaba mucho de menos y deseaba encontrarse con ella aunque fuese entre semana. Lucía, lo complació aceptando la cita. Como la otra vez, ésta sería en su mansión. Le ofreció pedirle un taxi para que la recogiera donde ella le dijera, pero Lucía, por seguridad, lo rechazó, ya que no quería dar pistas de dónde vivía realmente.

Esto trastocó sus planes respecto Fran, quería estar guapa así que se fue al salón de belleza a darse masajes y hacer un circuito de spa. Aprovechó para acicalarse íntimamente y se depiló sus partes más íntimas.

Era la primera vez que estaba en aquel salón de belleza pero se sintió muy bien tratada en todo momento. La chica que le dio el masaje también resultó ser la que luego la depiló íntimamente. Estuvieron conversando de todo un poco y cuando llegaron a la parte de la depilación la chica no pudo evitar ensalzar lo bonita que era su vagina y hasta le confesó que le encantaría tenerla igual. Sin cortarse un pelo le dijo que sus labios vaginales eran muy abultados y sobresalían y que no le gustaban. En cambio los de Lucía, eran pequeños y sonrosados y sobresalían lo justo sin llegar a destacar en el conjunto.

Lucía se sintió algo incómoda en algunos momentos del masaje y posterior depilación, pero al final terminó la mar de relajada y concluyó en que tampoco fue para tanto. De manera que con la caída del sol regresó a su casa con el tiempo justo para vestirse e ir en busca del taxi.

Cuando llegó a la casa de Pedro, la recibió la sirvienta, quien amablemente recogió su abrigo y lo colgó en la percha del recibidor. Seguidamente la invitó a pasar al salón para esperar al "señorito Pedro". Le ofreció traerle algo de beber y Lucía pidió un poco de agua, de manera que se sentó a esperarlo en el sofá de piel beige donde la última vez retozaron después de la cena.

Los recuerdos de aquella noche vinieron a su mente y mientras esperaba los visualizó como si de un cinemascope interno se tratara, rememoró las posturas y se vio de nuevo arrodillada en el suelo sobre la alfombra con Pedro encaramado por encima suyo, clavándole su verga en su agujero secreto mientras ella se frotaba los labios vaginales y el clítoris para que dilatase mejor tan cerrada oquedad. Recordó cómo se masturbó después en el baño del final del pasillo y cómo se corrió. A veces le gustaba hacer esto, en cierta medida era muy narcisista.

A los cinco minutos bajó su anfitrión, tan impecablemente vestido como siempre, con traje oscuro, camisa lisa de color lila y corbata a juego con la misma, zapatos de piel negra... En fin echo un figurín, así desde luego daba gusto tener una cita. Eso por no mencionar su perfume masculino sin llegar a ser muy fuerte y sin duda bastante caro.

- Hola querida, ¡estaba deseando verte! -le espetó nada más aparecer en el salón.

Lucía se levantó y se dirigió a su encuentro, con su vaso de agua en la mano. Él la recibió con dos besos en las mejillas y al ver su copa agregó:

- No pensarás beber agua durante la cena, ¿verdad? -y sonrió jocosamente.

- ¡Oh no es que tenía sed! -aclaró Lucía de inmediato.

- ¡Perfecto entonces empezaremos una botella reserva de mi bodega, ya verás, te gustará.

La mesa ya estaba decorada y con los platos y cubiertos en su sitio, lista para que tomasen asiento. Lucrecia apareció por la puerta en ese momento y les preguntó si querían cenar ya, a lo que el señor contestó que si, que se fuera preparando ella y que comenzara cuando lo desease.

- Oye Lucía, a ti no te importará si hacemos una cena enigmática, ¿verdad?

- ¿Enigmática, a qué te refieres? -preguntó ella a continuación.

Pedro esperaba su pregunta así que se regocijó y comenzó a explicarle.

- Es un juego erótico, verás nos ponemos unas máscaras, de tipo veneciano, unos simples antifaces con puntilla y hacemos como si fuésemos desconocidos. Es sólo un juego, luego lo haremos también con las máscaras, ¿qué te parece? -le explicó su anfitrión.

- Un poco raro la verdad, pero no tengo inconveniente, puede ser divertido el variar.

- Por eso lo digo, además te llevarás otra sorpresa.

- ¿De qué se trata? -preguntó inmediatamente, pues le mataba la curiosidad.

- No tardarás en verlo... -le advirtió Pedro sin darle más explicaciones-. Pero antes vamos a ambientar un poco el salón para que parezca más enigmático...

Dicho esto, encendió las velas que reposaban sobre un candelabro de bronce de múltiples brazos situado en el centro de la mesa y apagó las luces. Cuando se acostumbraron a la penumbra, junto con los juegos de luces sombras proyectadas por las velas sobre sus rostros enmascarados, ciertamente la escena comenzó a parecer de la película "Amistades peligrosas".

A los pocos minutos Lucrecia apareció por la puerta del salón con el primer plato. Pedro ya había descorchado su botella de rioja reserva del 86 y le había servido un poco primero a su invitada y luego a él mismo.

Lucía no tardó en ver a Lucrecia con otra máscara parecida a las suyas, pero en color blanco, con su delantal del uniforme también blanco, esto destacaba sin duda en la oscuridad de la habitación, con la única iluminación de las velas encendidas, por lo que en ese momento no se percató, pero tras acercarse para servirle su plato y girarse hacia el señor resultó que... ¡sólo llevaba el delantal! No lo podía creer, al girarse su espalda, con toda su piel morena, su culo y muslos lucían ese bonito color café de la gente mulata.

Eso si, cuando fijó mejor su vista en aquel culo desnudo intuyó que no llevaba ningún tipo de ropa interior, es decir su coño estaba desnudo tras el blanco y pulcro delantal. Oculto tras él.

- ¿Has notado ya algo? -le preguntó socarrón Pedro.

- Pues salvo que tu criada se ha vuelto muy moderna, ¿no? Nada en especial... ¡ah si, que también llevaba una máscara como las nuestras! -alertó Lucía en tono irónico.

- ¿En serio?, no puede ser tendré que hablar con ella para reprenderla qué desfachatez por su parte -añadió Pedro en el mismo tono irónico de Lucía.

No podía negarse que Pedro tenía imaginación, pues con tan sólo ponerse las máscaras, unidas a los juegos de luces y sombras proyectados sobre ellas y añadiendo una porno-sirvienta, había ambientado perfectamente la cena "enigmática".

Disfrutaron de la cena relajadamente y finalmente llegó el momento más goloso del postre. Donde Lucrecia sirvió dos copas de tiramisú con abundante nata echada con maga pastelera sobre ellas formando una espiral retorcida en forma de cono. Lucía pareció observar que mientras ésta le servía la copa al señor de la casa, este le echaba mano a su cachete aunque no podía asegurar si fue un movimiento involuntario de su hombro para apartarse o de verdad subió su mano y contactó con dicha parte de la anatomía de la criada.

Algo que llamó la atención a Lucía es que Lucrecia no abandonó el salón en esta ocasión, sino que permaneció junto a la puerta en la oscuridad, con el particular atuendo que llevaba hoy. Lucía se extrañó un poco pero continuó con la conversación como si tal cosa.

- Bueno Lucía, hoy me gustaría proponerte algo picante para la sobremesa de la cena.

- Tú dirás, tu mandas Pedro -respondió solícita Lucía.

- Me gustaría que Lucrecia se nos uniera y siguiera "sirviéndonos" también durante los postres amorosos tras la cena.

- ¿Pero, en qué estás pensando exactamente? -preguntó Lucía que ya empezaba a preocuparse por hacia dónde estaba llegando el citado jueguecito.

- Nada que tú no quieras por supuesto, y tampoco será para tanto, únicamente quiero que nos acompañe, que esté presente y si puede ser que participe del sexo. Verás Lucrecia se ha convertido, desde mi divorcio, en mi mano derecha dentro de la casa y también, en cierta medida se ha ocupado tanto de cuidar a los niños como de cuidarme a mi, ¿verdad Lucrecia? -dijo el señor girándose hacia la penumbra donde permanecía la criada.

- Verdad señor, estoy a su entera disposición para lo que guste -respondió solícita en su puesto con las manos cruzadas en la espalda.

- Eso me parece muy bien -convino Lucía, pero qué papel juego yo entre vosotros.

- Tú eres nuestra invitada, Lucrecia y tú podríais agasajarme con juegos eróticos entre vosotras, ven Lucrecia anda -dijo llamando a la criada.

Lucrecia se acercó pausadamente hasta colocarse a la altura de donde estaba el señor, a su derecha. Éste echó mano a su cintura y levantó su delantal, mostrando el coño desnudo de Lucrecia a su invitada.

- Mira qué bonita es Lucrecia, su coño es suave como el chocolate al que se parece y dulce con ese toque amargo que tanto me gusta. Ella es muy sumisa y obedecerá todas nuestras órdenes, si quieres hasta puede comerte el coño un rato para ponerte en situación. Adelante Lucrecia ayuda a nuestra invitada a desvestirse... -le indicó.

Lucrecia se acercó a Lucía y la invitó a levantarse tomándola de la mano.

- Pedro, me doy cuenta que cada vez te conozco menos, no me esperaba estos jueguecitos de ti. A mi no me gustan las mujeres así que no estoy dispuesta a montármelo con tu criada -le espetó Lucía-. ¡Si no me propones otra alternativa me voy!

- Pero señorita, no se preocupe, usted no tendrá que hacerme nada, yo se lo haré todo a usted. Por favor no se vaya, al señor le gusta mucho y quiere vernos jugar, ¡quédese por favor! -le suplicó Lucrecia tomándola del brazo.

Lucía se detuvo y sopesó su situación, sabía a lo que no estaba dispuesta y lo cierto es que ya le habían pedido cosas raras antes así que decidió darle un voto de confianza.

- Está bien, me quedaré pero si algo no me gusta en algún momento me visto y me voy, y por supuesto que querré cobrar mis honorarios -le advirtió con severidad.

- Mira Lucía, si quedo satisfecho, te daré el doble de lo convenido -le ofreció su cliente.

- Y ella qué saca de todo esto -replicó Lucía.

- Ella obtiene mis favores a cambio y sabe que soy muy generoso con ella.

- Si, el señor es muy bueno conmigo, por eso le estoy muy agradecida.

- Entonces la mitad de lo convenido se lo darás a ella, ¿vale?

- Pero señorita eso no es necesario, yo...

- ¡Tú calla y no seas tonta! -le replicó Lucía.

- Muy generosa por tu parte, ¡trato hecho!

- Muy bien, entonces desnúdate y juega con mi querida Lucrecia, ofrecedme un buen espectáculo para mi y haceos amigas.

Lucía se quitó el vestido ayudada por Lucrecia y mostró sus bonitos pechos desnudos, pues no llevaba sujetador. Únicamente le quedaba su tanguita negro que le tapaba apenas su rajita recién depilada esa misma tarde. De modo que lo hizo descender por sus muslos y Lucrecia lo recogió y lo deslizó hasta sacarlo por sus pies, poniéndolo cerca del sofá donde había dejado el vestido negro de lentejuelas.

Ambas féminas aún llevaban sus máscaras lo cual les daba un aspecto muy sensual, como si fuesen dos desconocidas que fuesen a compartir a su amante común y ya de paso conocerse íntimamente.

Lucrecia se acercó a Lucía, que no sabía por donde empezar, pero no fue necesario que hiciese nada, pues Lucrecia tomó la iniciativa y se abrazó a ella poniendo en contacto sus cuerpos calientes, pecho contra pecho, muslo contra muslo.

Comenzaron un baile sensual, en el que Lucrecia mandaba, acariciando la espalda de su partenaire desde su cuello hasta sus glúteos.

- ¡Qué bonita es usted! ¿Lo sabía? -le dijo para sorpresa de Lucía.

- Tú también tienes una piel muy bonita, tan morena -le correspondió Lucía, que también comenzó a acariciar su pelo rizado y negro recogido en un moño en su nuca.

Lucrecia era algo más baja que Lucía, su cabeza le llegaba a la barbilla, de modo que tenía su cuello al alcance de sus labios, cuando dulcemente lo chupó comenzando una ráfaga de besos por todo él. A medida que la besaba iba bajando por su canalillo hasta llegar a sus pechos desnudos y siguió besándolos hasta localizar los pezones pequeños y sonrosados en los que terminaban sus tetas limoneras. Los chupó, dulcemente y consiguió erizarlos, estos crecieron exponencialmente hasta ponerse largos y puntiagudos, en comparación a sus tetas menudas, destacaban apreciablemente.

Lucía no pudo contener una exhalación de placer al sentir los suaves chupetones que le propinaba Lucrecia, mientras estaba agarrada con sus manos a su cintura. Sin advertir que una de ellas se había deslizado ya bajo sus muslos y comenzaba a acariciarle su chochito desnudo.

- ¡Oh señorita Lucía, qué rajita tan suave tiene usted! Sin duda le han hecho un buen trabajo de depilación afirmó mientras palpaba sus labios vaginales.

- ¿Te gusta? Efectivamente estoy recién depilada.

Lucrecia tomó su mano y la acompañó al sofá junto a la mesa donde había comido. Allí la hizo sentarse y se arrodilló ante ella, dispuesta a comerle lo que hiciera falta.

- ¡Oh no Lucrecia, no tienes por qué hacer eso! Tus caricias me han gustado, pero con eso basta, ¿no es cierto Pedro? -le preguntó mirando a la silla desde donde las observaba degustando la última copa de vino de la cena.

- Como te parezca querida, Lucrecia es muy servicial y está a tu entera disposición, ya te lo dije.

- No me importa señorita, su chochito sin duda está muy mimado por usted, y será una delicia complacerlo y degustar sus jugos.

Y sin mediar más palabras enterró su rostro entre los muslos de Lucía, besando, lamiendo y chupando sus labios tiernos y jugosos. Lucía cerró sus ojos y se dedicó a disfrutar de la excelente comida de coño que le estaba propinando otra mujer, su primer cunnilingus hecho por una mujer.

Así estuvieron un buen ratito, cuando abrió los ojos fue para advertirle que lo dejara, pues estaba apunto de correrse y no quería hacerlo sin haber complacido antes a su cliente. Al mirar hacia Pedro lo vio masturbándose pasivamente en la silla a calzón bajado.

- Bueno Lucrecia, ya es hora de que nos ocupemos del señor, ¿no te parece? Muchas gracias por todas tus atenciones hacia mi -le dijo mientras se levantaba.

- ¡De acuerdo señorita Lucía, ha sido un placer disfrutar de su flor, qué suave y delicada la tiene! -exclamó Lucrecia incorporándose al tiempo que se secaba suavemente los labios con una de sus muñecas.

- ¡Excelente queridas, una escena excelente! ¿Qué os parece si ambas os ocupáis de mi solitario?

- De acuerdo, siempre que Lucrecia no tenga inconveniente -dijo Lucía.

- ¡Oh no, la polla del señor ya ha entrado en mi boca en alguna ocasión! ¿Verdad señor?

- ¡Oh si Lucrecia, tu boca es muy sabrosa!

Pedro ocupó el asiento que hasta entonces tenía Lucía y ambas mujeres, blanca y mulata se arrodillaron ante la verga empalmada del señor. Éste únicamente se había despojado del pantalón y calzoncillo, y llevaba aún puesta la camisa desabrochada por la parte de abajo y la corbata; tampoco se había quitado su máscara.

Ambas féminas ocuparon su lugar y colaboraron con sus lenguas y labios para chupar y lamer la verga del amo y señor de la casa. Mientras lo hacían no podían evitar que sus labios se rozasen y sus salivas se mezclasen sobre la piel de la verga, hasta que en un momento dado Lucrecia se deslizó hasta su boca, introduciéndole la lengua hasta la campanilla y chupando al tiempo sus labios entreabiertos.

Lucía se entregó al morreo que le ofreció su amiga feladora y disfrutó de él como si fuese lo más natural del mundo, a pesar de que también era la primera vez que besaba a una fémina. En ese momento deseó saber cómo estaba el coño de su amiga y decidió extender su mano y bajándola por su culo negro y apretado, acarició los pelillos de su coño desde atrás. Luego hundió sus dedos en su raja y descubrió con agrado que ésta estaba tan húmeda y cachonda como sin duda tenía ella el coño tras la comida que le había ofrecido Lucrecia.

Estaba tan caliente que casi se olvidó de su cliente mientras disfrutaba de los tocamientos que le practicaba a Lucrecia, nunca antes tampoco había tocado un coño, ni penetrado con sus dedos húmedos y resbaladizos por los jugos que manaban de aquel coño de color.

Lucrecia por su parte también la imitó y palpó su coño pero ella introdujo la mano por debajo de su barriguita, con la palma hacia arriba, contactó con su vagina doblando sus dedos hacia adelante, mientras se ocupaba de la polla del señor con su boca incansable.

Lucía decidió probar los néctares que le ofrecía aquella joya negra que portaba su compañera y abandonó la polla del Pedro para colocarse debajo de cuerpo mulato Lucrecia, con la cabeza en dirección a sus pies y poniéndose boca arriba levantó su cara entre los muslos de Lucrecia, quien arrodillada recibió su lengua entre las piernas mientras Lucía se agarraba a su cintura colgando con su cabeza pegada a su coño. Sus jugos inundaron su boca y sus labios, nunca antes había degustado un coño y nunca antes había pensado que tal cosa le fuese a atraer, pero aquí estaba con su sabor en la boca y su olor empalagando su pituitaria.

Pedro que hasta ese momento había permanecido inactivo decidió actuar. Se levantó y se fue para el culo de la joven doncella. Allí Lucía, desde su perspectiva lo vio acoplarse a las nalgas de la muchacha y buscar con su polla la jugosa abertura de su raja, el espectáculo era magnífico.

Tan extasiada estaba que apenas notó lo que tramaba Lucrecia, que al verse liberada de sus obligaciones bucales hacia su amo, reparó en las nacaradas piernas de su amiga y su rajita sonrosada en el fondo del valle formado por ellas. Enterró su cara entre los blancos muslos y clavo su lengua en aquel coño sonrosado, dando primero unas ligeras pasadas sobre sus labios y clítoris, hasta abrirlos de par en par con el hábil instrumento.

Lucía apretó sus dientes y se aferró con fuerza a aquel culo del que pendía colgada como un mono en una rama, presa de los placeres divinos que le proporcionaba la hábil criada en sus partes íntimas, nunca antes mancilladas por mujer alguna. En su posición actual, estaba eclipsada por el cuerpo de Pedro, que ya embestía con pasión el culo de su sirvienta, golpeando con sus huevos los labios mayores de su coño cuando su pelvis chocaba con estrépito contra los carnosos cachetes morenos. Mientras tanto no sabía que hacer, quería colaborar en aquel apasionado trío pero el ímpetu de Pedro le impedía excitar el clítoris de Lucrecia y tampoco podía acercarse a la polla de Pedro que no paraba de ir y venir en rítmicas palmadas provocadas por los choques contra sus nalgas.

De modo que se dedicó a acariciar la espalda de su partenaire y también cogió el culo de Pedro, pellizcándoselo con sus uñas recién pintadas. Pero para su sorpresa Pedro reparó en ella y decidió sacar su polla del coño de su criada y entregarla a la boca, hasta entonces pasiva, de Lucía, quien la recibió como un regalo lascivo del hombre que se había acordado de que allí abajo estaba ella.

Fueron unas cuantas chupadas, de aquel miembro embadurnado por los jugos de aquel chocho de color, que a Lucía le supieron a gloria en aquellos instantes de pasión. Después la polla volvió al negro coño y desapareció de nuevo en su interior. Mientras los jugos resbalaban por su barbilla, Lucía descubrió que no había guardado sus habituales reparos con los clientes al chupar la polla desnuda de Pedro, cosas de la pasión desenfrenada en que se encontraban. Pero qué podía hacer ahora, ya estaba hecho.

Pedro se separó de repente, jadeante cogió su polla y la apretó quedándose inmóvil como una estatua delante de aquellas dos féminas desatadas. Ellas lo miraron sin comprender en un principio, pero él estaba concentrado en lo suyo. Finalmente admitió.

- ¡Oh qué bueno, casi me corro! Lucía, ahora quiero follar te a ti si no tienes inconveniente.

- ¡Oh cariño claro que no -asintió Lucía divertida buscando la manera de salir de debajo de Lucrecia.

Al incorporarse Pedro le indició que se pusiera a cuatro patas y le ofreciera su culo y su coño por detrás. Ésta vio su polla sin condón y una mirada a Pedro bastó para comunicarle sus reticencias.

- Vamos Lucía, no seas tonta, estoy sano, no he follado nada más que contigo y con Lucrecia en los últimos seis meses y antes ya te dije que sólo lo hacía con mi esposa. Vamos, quiero follarte a pelo, te daré una propina extra más.

Lucía, no muy convencida, pareció resignarse al oír la proposición de paga doble de Pedro y se inclinó sumisa para recibir el ardiente empujón de Pedro. Su polla entró sin dificultad en su coño, desapareciendo en su interior súbitamente, ella suspiró levemente al sentirla, estaba tan cachonda que su coño no protestó por la brusquedad, es más le gustó que se la metiera tan de sopetón.

Pedro la folló con todas sus fuerzas, haciendo pausas, seguidas de arremetidas rítmicas que chocaban contra sus cachetes, que resonaban por el salón. Mientras tanto su amiga se había sentado a su lado y tras aproximarse a ella le había regalado sus labios uniéndolos en húmedos y cálidos besos con lengua incluida. Además Lucrecia ordeñaba suavemente sus pechos limoneros y jóvenes, excitando sus pezones con las yemas de sus dedos.

Tanto placer no era posible, pensaba Lucía, siendo agasajada por sus dos compañeros de trío, por eso no le sorprendió cuando el orgasmo explotó en su interior y le recorrió cada centímetro de su piel con electrizantes descargas que nacían en su estómago y se propagaba hasta su cabeza y pies. Su coño se contaría con tal fuerza que Pedro no pudo contenerse por más tiempo e inundó su coñito de caliente esperma. Pedro gimió y gimió apurando las últimas embestidas hasta escurrir completamente su polla en aquel chichi tan joven y pequeño.

Extenuados, los integrantes del trío de pasión buscaron asiento, Pedro en el sofá y Lucía y Lucrecia sobre la misma alfombra a sus pies. Lucrecia seguía besando dulcemente a Lucía que lentamente se reponía del brutal orgasmo que le habían proporcionado sus dos participantes del trío.

La criada buscó acomodo entre las piernas de Lucía y se sentó delante de ella apoyando su espalda contra el cuerpo y las tetas de Lucía. Más alta que ella, la abrazó con sus largos brazos y la besó en el cuello y en el lóbulo de la oreja. Lucrecia tomó su mano y la condujo hasta su flor apretándola contra ella, rogándole que se encargase de su flor que aún estaba muy excitada, sin obtener su premio por las atenciones prestadas anteriormente. Lucía comprendió al instante y sus largos dedos se zambulleron en la negra vagina mojándose con sus abundantes jugos. Ciertamente la criada estaba muy excitada e inmediatamente comenzó a responder a las caricias de Lucía.

Al ser más baja que ella pudo doblar la cabeza y girar su boca hacia atrás, contactando con los dulces labios de Lucía que chuparon los suyos mientras con su sensual abrazo le propinaba toda clase de caricias y suaves penetraciones a su coño, al tiempo que con la otra mano le pellizcaba sus pezones duros y redondos, de sus pechos redondeados y suaves. Ambas, con sus piernas y muslos abiertos se acoplaban perfectamente mientras los dedos de Lucía excitaban más y más a aquella muchacha de apariencia tierna y recatada, que ahora se entregaba a los placeres lésbicos como si fuese lo habitual en ella.

No tardaron en llegar las contracciones y mientras sus lenguas se devoraban la muchacha se precipitó en el pozo del orgasmo, convulsionándose bajo el abrazo de su hermana mayor.

El señor contempló toda la escena sentado por encima de ellas, a un lado en el sofá, y a juzgar por su silencio sin duda disfrutó de un buen espectáculo como voyeur privilegiado. Al terminar ambas mujeres, desnudas como niñas en un parque desaparecieron por la puerta camino del baño, cogiéndose de la mano por el camino.

Una vez dentro de él ambas pasaron por la taza del váter he hicieron el piss de rigor tras el buen sexo disfrutado. Se miraban con agrado y agradecimiento, al terminar se fundieron en un abrazo más y volvieron a besarse.

- Me ha gustado mucho Lucrecia –le confesó Lucía.

- A mi también señorita Lucía -acaricia el coño usted muy bien.

- Puedes tutearme, ¿sabes?

- Me pone más cachonda llamarla de usted, yo soy su criada.

- Lo eres del señor, no mía.

- Da igual, me siento su criada -replicó la joven mulata.

Pasaron a la ducha y se frotaron una a la otra con abundante jabón y espuma. A punto estuvieron de volverse a enzarzar en caricias pero era tarde y Lucía quería irse ya a dormir, pues estaba realmente cansada. Así que terminaron y se secaron juntas, como juntas se habían duchado.

Volvieron al salón. Estaba desierto, al parecer el señor prefirió retirarse a su habitación, no sin antes dejarles encima de una mesita 2 cheques al portador por una suculenta suma. Se vistieron y Lucrecia acompañó a la salida a Lucía. Antes de despedirse, Lucía entregó una tarjeta a Lucrecia, rogándole que la llamase para cenar juntas la noche que le tocase librar, la criada le sonrió y se la guardó en un bolsillo del delantal.

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