Chancho va…

- Unas vacaciones rodeada de teenagers, no eran en mis planes, lo mas sexy que se me hubiera ocurrido.
Sentir lo inquietos que están, y no solo los hombres, puede ser un motor de situaciones, que nunca hubiera imaginado.

Dormíamos cuatro compañeros en un horrible “apartamento”, como se dice acá, contiguo de unas seis chicas que también paraban en la misma playa. Creo que alguien de mi grupo lo planeo deliberadamente así. Todas nuestras acciones estaban dominadas por calentura que nos generaban estas chicas, desde que salíamos de la cama hasta el último trago en la madrugada. Algunos tenían más suerte que otros, pero a los cinco días, ya casi todos habían roído algún hueso. Faltaba yo y creo que alguien mas en el depto de al lado.

Estaba tan inquieto, que en la playa tenía que ir al agua más que de costumbre, para evitar un papelón. Cualquier imagen que veía o que irrumpía en mi memoria, era la ignición de todos mis sentidos. Mi orgullo no estaba tan fuera de control, entonces, en el depto, tampoco quería ser sorprendido por mis room-mates. No tenia manera de aliviar, natural o artificialmente mis urgencias.

La única actividad que encontramos para compartir con las vecinas de playa, era el juego de cartas. Al rugby o al fútbol, no las contábamos, desconocíamos todos sus temas de interés. Casi todas las tardes, cuando las fuerzas solo nos alcanzaban para recostarnos en la arena, y amontonarnos para evitar el viento y el fresco de esa hora, la liturgia de las cartas ponía el único punto de comunión con nuestras amigas tan deseadas y tan ajenas a la vez.

La mamá de una chica del grupo, siempre nos acompañaba, nunca supe porque estaba siempre entre nosotros, pero a todos nos parecía muy bien que así sea. El lomo de esta mujer era de lo mejor que teníamos los espectadores en la playa, y siempre sonriente nos atendía y cuidaba a todos maternalmente. Aunque siempre cerca, esa tarde el viento soplaba como de costumbre, y optamos por acurrucarnos todos en el juego de cartas, incluida la mamá omnipresente y taparnos con alguna campera, lonas y toallas. El resto del calor lo daría nuestra calentura.

Yo estaba convencido que esta mujer, que nos mimaba a todos por igual, estaba alzada como todos nosotros, pero nunca llegue a pensarlo seriamente, porque lo adjudicaba a mi propia calentura. Como el ladrón, que cree que todos son de su condición, yo no quería caer en una interpretación atropellada de las situaciones.

En la cocina del depto, una vez la sorprendí mirándome mi malla, ahí fue cuando empecé a mirarla de otra manera. Ella elegantemente terminó de observarme y siguió con sus cosas. Yo ya no pude sacar mis ojos de su culo de ahí en más. En una ronda de mate en la playa, que ella cebaba, yo estaba convencido que sus ojos estaban clavados en los pezones de la mas tetona del grupo, que esa tarde, duros del frío, estaban irresistibles para cualquier humano.

Pensando estas cosas, acostado boca abajo, hacia esfuerzos por acomodarme, y no delatar mi erección que indefectiblemente aparecía cuando esta mamá estaba a menos de tres metros. Mi malla oscura delataba ya un lamparón, que me obligó a jugar las cartas casi en una contorsión de circo. La calentura y el calor de todo el grupo lo secaban todo rápidamente, pero inexorablemente me mojaba sin poder evitarlo

Por alguna razón, había quedado la pantorrilla y la rodilla muy cerca de mi mano izquierda, la mamá no jugaba cartas, solamente estaba cubriéndose del viento, y a pedido de todos nosotros, se nos unió en la lucha contra el frío costero.

Yo ya había aprendido a jugar las cartas solamente con mi mano derecha, y el grito de chancho va.., rítmico y cada vez mas fuerte y mas desordenado, me daba la oportunidad de acomodar mi mano izquierda en esa pierna tibia. Estaba dormida? Poco importaba.. No era la primera vez que la rozaba o la tocaba.. Delante de la heladera, en la cocina del depto, que era chiquita como solo en Uruguay hacen las cocinas así de chiquitas, abriendo la puerta, no quedó mas espacio que para su culo apoyado contra mi pelvis, que reacciono como lo venia haciendo toda la semana..

Me pareció que no se molestó por la proximidad, y si me preguntan… para mi lo dejó mas de lo esperable… era como que disfrutaba sentirme explotando, porque no me veía la cara ni nada de mi cuerpo, pero se palpaba la tensión en esos segundos (o siglos ).

Ahora la tenía muy cerca, nadie me veía, incluso si ella se hubiera molestado por mi mano firme en su pantorrilla, no tendría más que tomarla con la de ella y sacarla de su sitio. No necesitaba mas tramites ni explicaciones. Pero la dejó prosperar.
Yo gritaba y me sacudía con todos, cada vez que la ronda del chancho va llegaba a mi puesto, tirando la carta con mi única mano libre y con la misma reteniendo las que me quedaban.

Para no tener dudas de que mi mano era bienvenida en su pierna, se me ocurrió hacer algún movimiento que no sea casual, y unas cosquillas fueron mi primer idea. La mamá se sacudió con su mano el muslo, como si se tratara de una mosca molesta. Lo que me hizo morir de vergüenza… Y si todo era producto de mi alzadura? Si solo yo interpretaba esas señales como aceptaciones implícitas? Que vergüenza! Tenia a mi adorable amiga, la hija de esta también adorable mamá jugando cartas conmigo. Si cometía una tremenda equivocación, creo que no me salvaba de terminar en la cárcel de Maldonado.

Mas que sosegarme, eso me excitó mas y estaba dispuesto a correr el riesgo, incluso después de la espantada de mosca, que para mi fue producto de su siesta. Había logrado dormitar un poco, yo le veía la cara contra su hombro, durmiendo boca abajo, totalmente relajada. En el siguiente chancho va, apreté con decisión su muslo y casi llegue a la nalga y la tanga que la apretaba, si esto molestaba todavía tenía una ultima manera de espantarme elegantemente.

La había visto también controlar algún exabrupto de mi amigo. Una mañana a la vuelta de la joda, pasamos por su casa y la encontramos desayunando y leyendo La Nación, mi amigo en pedo mal, grotescamente la rozaba, la abrazaba mas de la cuenta, la besaba y hasta le declaraba su amor. La mamá en lugar de incomodarse, me pidió que la ayude a llevarlo a la cama de su hija que ya estaba en la playa temprano. Entre los dos forcejeamos y lo depositamos en la cama, ella tironeo del pantalón que estaba todo mojado de cerveza maloliente. Yo no dejaba de mirarle todo el cuerpo. Tironeando, el borracho queda en pelotas, y balbuceaba groserías. Le pedía que se la chupe. Lloraba y se reía. El muchacho diciendo su rosario de barbaridades, ponía palabrotas entre esa mamá y yo. Ella serena como una enfermera experimentada. Yo al borde de comerla como a un cornalito, de un bocado, con cabeza y cola incluida.

No se quejo de mi mano en el culo, dio vuelta su cabeza, me miro, y serena se puso a observar el partido, que con tanto exaltado gritando y moviéndose, hacían imposible la siesta. Mi mano temblaba y disfrutaba. Me sentía también muy a gusto, ya no me molestó la hija delante mío. Aunque para mi sospechaba algo, creo que se hacia la distraída. Era la única creo que sospechaba algo. El resto seguía en el chancho. En la siguiente ronda me acomodé mas arriba, grite chancho va! Y mi mano se detuvo copiando la forma de la entrepierna. El pulgar instalado sobre la tanga, en el medio del culo, y el costado del índice siguiendo el recorrido, hasta llegar hasta adelante.

Mi mano se mojó toda, podía ser transpiración mía, pero no. Un latido fuerte sentía en mi mano, también podía ser producto de mi contorsión, pero tampoco. Volvió hacia mi la ronda del chancho va, y todos se quedaron mirándome. Mi amiga, al frente mío, como sabiendo, esperaba que disimule e inteligentemente hizo un comentario que resolvió la situación. Yo estaba en un estado de irresponsabilidad absoluta. Nada me podía detener. Me excuse diciendo que me duraba el pedo de anoche, tiré mis cartas a la lona, y me di vuelta abrazando las toallas, camperas, lonas, bolsos, zapatillas, y no se cuanto bártulo mas.

Ahora liberado de tanta postura ridícula, pude tener mi dulce siesta y aunque no fui abiertamente bienvenido, esa mamá logró que mi calentura tenga su escape por un momento. Creo que se apiadó de mí, de la vez que la apoye en la cocina, del pantalón que bajamos en la mañana, de las guarangadas que nos calentaron.

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